viernes, 22 de julio de 2011

HANS URS VON BALTHASAR: DOMINGO XVII DELO TIEMPO ORDINARIO (A)

Poner todo en juego. En el evangelio de hoy Jesús expone de nuevo tres parábolas muy claras sobre el reino de los cielos. Las dos primeras se asemejan en lo que cuentan y en lo que exigen a los oyentes: el tesoro que el labrador encuentra escondido en el campo y la perla de gran valor hallada por el comerciante en perlas finas, exigen a sus respectivos descubridores, el labrador y el comerciante, ya por cálculos y miras puramente terrenales, vender todo cuanto tienen para poder adquirir algo que es mucho más valioso. Actuar así no es en el fondo un riesgo, es casi pura astucia humana. El que comprende el valor de lo que ofrece Jesús, no dudará en desprenderse de todos sus bienes, en convertirse en un pobre de espíritu y en la fe pura para adquirir lo que se le ofrece. Bienaventurados los pobres en el espíritu ( es decir, aquellos que están dispuestos a renunciar a todo), porque de ellos es el reino de los cielos. Pero no todos los hombres encuentran el tesoro y la perla, no todos los hombres se deciden a arriesgarlo todo. Por eso, como el domingo pasado, aparece una tercera parábola que, de la decisión temporal saca la consecuencia de la separación escatológica: la red se saca sobre la playa y los peces malos se tiran.. Esto significa que tras la oferta de Dios, la posibilidad irrepetible, se encuentra la seria advertencia de no desaprovecharla. Se trata de ganar o perder todo el sentido de la existencia humana. Como el labrador y el mercader que, por pura astucia, no dudan ni en un momento, así también el cristiano que ha comprendido de que se trata aprovechará enseguida la ocasión.

Habéis entendido todo esto? Los discípulos le respondieron: sí, gracias quizá a la plena inteligencia que han adquirido tras la Pascua. Pues en Pascua Jesús le ha explicado el sentido pleno de la Escritura. “Todo está escrito en la Ley de moisés y en los Profetas y en los salmos acerca de mí tenía que cumplirse” (Lc 24,44). A la luz de lo nuevo, comprenden la parábola de lo antiguo.. Y de este modo Jesús, al final de sus discurso en parábolas, puede compararse, para los discípulos del Reino, a un padre de familia que va sacando de una arca lo nuevo y lo antiguo: lo antiguo aquí no es sin más lo anticuado, o obsoleto, sino aquello que recibe, a la luz de lo nuevo, un nuevo brillo y una significación más elevada.

Nuevo y antiguo. Las dos lecturas son apropiadas para simbolizar lo nuevo y lo antiguo. Dios se aparece al joven y todavía inexperto rey Salomón y le dice que le pida lo que quiera, que está dispuesto a concedérselo. Salomón le pide que le dé un corazón dócil para juzgar a su Pueblo, para poder discernir el mal del bien. La actitud del rey es la correcta: Salomón renuncia a todo por el tesoro escondido en el campo y por la perla preciosa. Su petición agrada al Señor y Salomón obtiene lo que realmente vale: todo lo demás se le dará por añadidura.
Esto antiguo se puede traducir íntegramente en lo nuevo, donde se ofrecen bienes mucho más preciosos. A los que aman a Dios, a los que en virtud de su impulso más íntimo se ha decidido por Dios, se les dice que su decisión libre estaba ya enteramente englobada y amparada en la decisión de Dios en su favor. Se les dice también que, si realmente aman, son conformados con Cristo y que nada puede apartarles del camino que conduce de la predeterminación a la vocación, a la justificación y a la glorificación eterna. Esto no es la rueda del destino (St 3,6), sino el círculo cerrado en sí mismo del amor.

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