martes, 12 de julio de 2011

MONSEÑOR ALBERTO SANGUINETTI: HAGAN ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA (4)

9. La renovación en la celebración ritual de la Santa Misa.

La acción sagrada de Cristo y de la Iglesia en la Santa Misa es también una acción humana que se realiza en el tiempo y se renueva cada vez. La celebración de la Misa se realiza por el rito que la Santa Iglesia tiene para celebrarla, por palabras, acciones, gestos, por la participación de los diversos ministros y del pueblo todo.

Cada celebración humana tiene sus ritos (acciones simbólicas). El rito de la Santa Misa lo fija la Iglesia, que lo recibe de su Tradición ininterrumpida. Ninguna Misa es una celebración privada, ni tampoco de un grupo determinado. Es siempre la Iglesia la que celebra la Eucaristía: cada uno, cada grupo participa dejándose injertar en la Iglesia. El rito, la forma eclesial preestablecida, nos libera de caer en la tentación de hacer de la Misa una obra nuestra, o una manifestación de nuestras ideas o nuestros afectos, y nos introduce en el corazón de lo que la misma Iglesia celebra.

Por eso, se requiere siempre una iniciación a la misma celebración de la Iglesia. En este sentido el Año Jubilar Diocesano es también un llamado a conocer mejor y gustar el mismo rito de la Iglesia, a revisar nuestro modo de celebrar la Santa Misa, y a renovarlo buscando ser más fieles a la Iglesia en el rito, en el corazón, en la vida.

Por mi parte, como obispo, primer dispensador de los misterios de Dios en la Iglesia particular, y moderador y custodio de toda la vida litúrgica (ChD,15), exhorto a la mayor fidelidad al rito de la celebración de la Santa Misa, a corregir lo que no esté de acuerdo con el sentir y la norma de nuestra Santa Madre la Iglesia, a esforzarnos por conocer, amar, vivir y llevar a cabo la Liturgia que la Iglesia quiere celebrar. Para ello hemos de tener en el corazón aquellas disposiciones que brotan de la fe, de la humildad y obediencia, del amor a la Iglesia que todos hemos de cultivar y hacer carne. Es ésta la verdadera libertad cristiana. Dice Benedicto XVI: “Es necesario despertar en nosotros la conciencia del papel decisivo que desempeña el Espíritu Santo en el desarrollo de la forma litúrgica y en la profundización de los divinos misterios” (Sacr. Caritatis 12).

En lo que a mí respecta, en la medida de lo posible, estoy a disposición para brindarme al servicio de una mejor iniciación en la Liturgia de la Misa. El obispo, el sacerdote, cada ministro, los fieles y todos los grupos hemos de reconocernos como servidores de la Sagrada Liturgia, por lo que no nos está permitido en la celebración de la Misa añadir, quitar o cambiar cosa alguna por iniciativa propia (Cf. OGMR, 24, Concilio Vaticano II, SC, 22). Esta fidelidad a la norma litúrgica debe ser para todos un punto de honor.

Como un camino concreto, exhorto a leer la Ordenación General del Misal Romano (cf. Sacr. Carit.40). Sin dudas, en algo encontraremos correcciones a realizar, aspectos a mejorar en el arte de celebrar: esto forma parte de la conversión permanente. Al mismo tiempo, todo cambio para mejor debe hacerse con amor, paciencia, obediencia a la Iglesia, sin divisiones, pero también anteponiendo el rito de la Iglesia a la voluntad propia o de algunos.

Un paso concreto que pido que hagamos todos juntos a lo largo de este año jubilar consiste en atender a la plena fidelidad al rito en el Ordinario de la Misa (las palabras, los signos y gestos fijos de la celebración). Es ahí, en primer lugar, donde debemos decir y hacer lo que la Iglesia quiere decir y hacer, sin cambiar, sin omitir y sin agregar.

Por eso recuerdo que el Gloria, Credo, Santo, Padrenuestro, Cordero, deben rezarse con las palabras expresas del Misal Romano. Por lo tanto se han de ir abandonando todas aquellas versiones que no son las de la Iglesia. Es mejor cantar el texto de la Iglesia siempre con una misma melodía, o simplemente decirlo, que no decir – y hacer decir – lo que la Iglesia no quiere rezar.

10. La sacralidad de la Liturgia.

Como sabemos, el carácter sagrado y único de la Santa Misa proviene de ser un acto de Jesucristo, de su Señorío actual sobre toda la creación. Él nos hace creaturas nuevas, nos ha elevado por la gracia al culto del Padre en espíritu y verdad, nos ha hecho partícipes de la vida eterna y nos ha introducido en la Jerusalén del cielo. El fin último de la Misa es la glorificación del Padre: por Cristo, con él y en él, en un mismo Espíritu, damos al Padre todo honor y toda gloria. Hechos libres, no vivimos para nosotros mismos, sino para alabar, servir, adorar a Dios.

Esta novedad de ser y vida que Cristo da a su pueblo, hace que la Iglesia genere para su liturgia su propia cultura, que proviene de las Sagradas Escrituras y de la Tradición. La Iglesia se expresa en las formas propias que va modelando con la inspiración del Espíritu: la música sacra, el espacio eclesial, las posturas religiosas, la dignidad de los gestos, la belleza de su arte, para significar e introducir en la grandeza del misterio y en la realidad de estar en el cielo con el corazón levantado hacia el Señor, para afianzar el sentido religioso del santo temor de Dios y la reverencia ante la Majestad Divina. Por eso dice el Papa: “La belleza de la liturgia es parte de este misterio (el amor de Dios) y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra” (Sacr. Caritatis 35).

En este orden de cosas, también debe apreciarse el valor del canto verdaderamente litúrgico. “Ciertamente no podemos decir que en la liturgia sirva cualquier canto. A este respecto se ha de evitar la fácil improvisación o la introducción de géneros musicales no respetuosos del sentido de la liturgia. Como elemento litúrgico el canto debe estar en consonancia con la identidad propia de la celebración. Por consiguiente, todo – el texto, la melodía, la ejecución – ha de corresponder al sentido del misterio celebrado, a las partes del rito y a los tiempos litúrgicos” (Sacr. Caritatis 42).

Que el mismo Espíritu Santo nos haga más acordes con la Liturgia de la Santa Misa que él ha inspirado a la Iglesia. Que nos dé abundantemente el don de la piedad para acercarnos a este gran misterio y celebrarlo con unción. Que Él, óleo de alegría, nos otorgue la verdadera alegría que Cristo nos ha traído, para que nuestro gozo sea completo. Que el dulce huésped del alma, en este Año Jubilar, nos haga elevar una preciosa acción de gracias por el gran don de la Santa Misa, celebrada desde hace siglos en nuestro suelo y que recibimos de la fe y tradición de nuestros mayores. Que en nuestro recuerdo agradecido estén todos aquellos, obispos y sacerdotes, que ofrecieron el Santo Sacrificio de la Misa durante todos estos años, que estén presentes nuestros padres, catequistas y demás fieles que nos enseñaron a creer y vivir el Misterio de la Fe.
Que la Madre de Dios, nos atraiga hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre (LG.65). Que su Corazón inmaculado nos modele para recibir incondicionalmente el don de Jesús en la Eucaristía y para unirnos a su ofrenda perfecta.

+ Alberto, Obispo de Canelones

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