Además de las Cartas paulinas, el Nuevo Testamento contiene otras siete Cartas, que llevan los nombres de Santiago, Pedro, Juan y Judas. La mayor parte de ellas no están dirigidas a comunidades concretas o a personas particulares, sino que tienen una destinación más universal y tratan cuestiones generales. En realidad, son "homilías" presentadas en estilo epistolar. Por este motivo, después del siglo IV, fueron agrupadas bajo el título de CARTAS "CATÓLICAS", es decir, "universales".
Estas cartas fueron escritas cuando ya el Cristianismo primitivo había entrado en una nueva etapa. Las comunidades cristianas se habían extendido por casi todas las provincias del Imperio Romano, y habían comenzado a experimentar la presión y las reacciones adversas del ambiente pagano. Aunque no estuvieron sometidas a una constante persecución, ellas vivían dolorosamente conscientes de su precaria situación en una sociedad hostil. A estas dificultades provenientes del exterior, se sumaban otras de carácter interno. La Venida gloriosa del Señor se hacía esperar, y esta demora planteaba dudas e interrogantes, que ponían en crisis la fe y debilitaban la práctica de la vida cristiana. Semejante situación creaba un clima favorable a la infiltración de falsos profetas y maestros, que alteraban con su enseñanza la verdad del Evangelio.
En estas nuevas circunstancias, la Iglesia comprendió la necesidad de consolidar su vida comunitaria, manteniéndose fiel a las enseñanzas de Jesús transmitidas por los Apóstoles. Dicha preocupación aparece en los escritos del Nuevo Testamento provenientes de esa época. Todos ellos insisten en mantener intacta la verdadera fe, advierten contra los falsos maestros y exhortan a conservar la esperanza en medio de las pruebas y persecuciones. Tales características comunes confieren una cierta unidad a las "Cartas católicas", que por su forma y contenido no constituyen un grupo demasiado homogéneo.
Algunas de ellas recibieron ya desde antiguo este nombre. Dionisio de Alejandría (+264) distinguía con este calificativo a la I Jn de las otras dos (2-3 Jn), ya que no iba dirigida a un destinatario concreto, sino más bien a todos, siendo por tanto "universal" (=católica). Su discípulo Orígenes llamaba católicas a I Jn, I Pe, Judas y la llamada carta de Bernabé. Luego, en el siglo IV (Eusebio), las siete cartas fuera del corpus paulino se agruparon bajo el nombre común de católicas.
Pues bien, este calificativo, en el sentido de que el destinatario sería universal, no puede aplicarse a las dos cartas (II y III Jn). De las otras cinco, la I Pe va dirigida a las iglesias del Asia Menor, y es por tanto limitada, mientras que la carta a Santiago no tiene limitación geográfica; Judas y la II Pe se dirigen a todos los cristianos y la I Jn no lleva ninguna dirección.
En el canon de la iglesia griega van delante de las cartas paulinas, mientras que en el canon occidental van detrás. Se les atribuyen a los grandes apóstoles de los orígenes del cristianismo: Santiago, Pedro, Judas y Juan, aún cuando las de Juan no llevan el nombre del remitente.
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