miércoles, 22 de febrero de 2017

DESCUBRIMIENTO DE MARÍA EN EL TIEMPO: SEGUNDO PERÍODO

SEGUNDO PERÍODO: DEL EVANGELIO DE JUAN AL CONCILIO DE ÉFESO (90-431)

Al período de la Sagrada Escritura sigue un período complejo al que se puede asignar como término el año 431, año del Concilio de Éfeso en Oriente y que sigue a la muerte de San Agustín en Occidente. En este período, en el que se iluminan progresivamente el misterio de la maternidad divina, de la virginidad integral y de la santidad de María, se pueden distinguir, de un modo general, tres momentos: tiempo de calma y de silencio (90-190), tiempo de laboriosa vacilación (190-373), y tiempo de armoniosas soluciones (373-431).
1. Silenciosa maduración, descubrimiento de la antítesis Eva- María.

Después del período de la Sagrada Escritura, asistimos primariamente a un fenómeno regresivo. En la literatura cristina del siglo II, por lo que nosotros conocemos, la Virgen ocupa un lugar ínfimo. Son pocos los textos y se limitan generalmente a pálidas repeticiones de lo que Mt y Lc habían dicho de manera tan sabrosa: María es madre de Jesús; lo ha concebido virginalmente.
Sin embargo, al final de este siglo de reserva, el desarrollo se centra sobre un punto en particular. El paralelismo entre María y Eva, sugerido por san Juan se hace explícito en dos autores: San Justino (+163), que lo inaugura, e Ireneo (+202). Este último da, repentinamente, a este tema capital tal grado de desarrollo que en algunos puntos ya no será superado. Llega hasta llamar a María (cuya obediencia ha devuelto al mundo la vida perdida por la desobediencia de Eva), causa de salvación para todo el género humano.
Es preciso subrayar la importancia de este paralelismo, repetido por muchos autores. No será objeto de discusión, sino de meditaciones eminentemente positivas. Será el factor de un progreso decisivo. En efecto, el pensamiento de los Padres es intuitivo más que deductivo, simbólico más que lógico. Progresan no por silogismos, sino por confrontación de símbolos portadores de la verdad.
Entre María y Eva aparece un claro paralelismo de situaciones y una oposición interior: paralelismo de situación, porque en ambos casos se trata de la función de una mujer virgen y destinada a una maternidad universal, por un acto en el que está en juego la salvación de la humanidad; oposición interior, porque Eva desconfía de Dios y desobedece, mientras que María cree y obedece. Y el resultado es, por un aparte, el pecado y la muerte; y por otro, la salud y la vida para todos. Paralelamente a este contraste entre Eva y María, entre Eva, madre universal de la muerte, y María, madre universal de la vida, se dibuja otro: el contraste entre Eva, esposa de Adán, y la Iglesia, esposa de Cristo.
Este doble contraste engendra una relación totalmente armoniosa entre Eva y la Iglesia, según el esquema siguiente:
EVA
MARÍA IGLESIA
De estas tres figuras femeninas se desprende, pues, una idea general de lo que son la transfiguración de la humanidad salvada por Dios y su cooperación a su propia salvación. María aparece como la realización típica y eminente de esta cooperación y transfiguración. Aquí apareció una línea maestra, a cuyo derredor se desarrollará una gran parte de los progresos de la doctrina mariana, un eje al que se refieren las demás cuestiones.
2. Maternidad divina; Virginidad; santidad: tiempo de vacilaciones.

Después de esta fase casi silenciosa, al final de la cual se eleva la gran voz aislada de Ireneo, se asiste a un conjunto de esfuerzos penosos y contrarios. Cuatro puntos constituyen el objeto de esta primera reflexión teológica: el título de Madre de Dios; la virginidad de María después del nacimiento y en el nacimiento de Jesús (virginitas partum et virginitas in partu), y en fin, la santidad de María.
El título de Madre de Dios es atestiguado desde el siglo IV en la plegaria Sub tuum. No se comenzará a discutirlo seriamente hasta el tiempo en que esté universalmente propagado. Nestorio, que lo somete a discusión, parece haberlo empleado antes en su predicación. Los otros tres hechos, por el contrario, se precisan en la controversia.
La virginidad perpetua de María (virginitas post partum) fue negada por Tertuliano, y en pos de él, por algunos otros autores de los que el último conocido es Bonoso, condenado hacia 392.
La tesis de la integridad virginal de María en su alumbramiento (virginitas in partu) ofreció igualmente dificultad e hizo dudar al menos a san Jerónimo, intrépido defensor, por lo demás, de la virginidad perpetua.

Con más dificultad aún se descubre la santidad de María. Muchos son los que no sienten dificultad para hallar en María alguna duda u otros pecados, sobre todo entre los griegos. Son San Ambrosio y Agustín los que asientan definitivamente en Occidente la creencia en estas dos últimas verdades; más despacio, y sin grandes controversias, Oriente llegará pronto al mismo resultado. Después de Éfeso, desaparecen rápidamente los últimos rastros del error y de indecisión.

¿Por qué éstos titubeos iniciales?

Dios quiere dejar a la labor de la inteligencia humana el descubrimiento de algunos aspectos de la verdad, para lo cual ha dado los suficientes principios. Tal misión tiene su grandeza, es uno de los numerosos aspectos del designio que Dios tiene de asociar activamente a la humanidad a su propia salvación. Aquí, como en otros casos, la posibilidad de fracaso es el reverso de la libertad creada.

Con una comparación se podría ilustrar el proceso de estas defecciones. Cuando en un monumento antiguo se descubre un fresco oculto debajo de una capa de pintura, los primeros golpes del cincel dados sobre el revestimiento dañan a veces la imagen subyacente. Absorto el obrero en su trabajo de búsqueda no se da cuenta prontamente del desperfecto que está realizando. Algo semejante sucede en los siglos III y IV, y sucederá cada vez que se descubra un nuevo rasgo del semblante de la Virgen. Preocupados por algún otro tema, los predicadores, en busca de sorprendentes ejemplos, y los controversistas, arrastrados por el ardor de sus refutaciones tropiezan, como al azar, con la Madre del Señor, y, sin detenerse en ella, ávidos de otra cosa, niegan alguno de sus privilegios no declarados aún. Felizmente estos errores momentáneos, estos errores materiales son reparables (al contrario de los sufridos en el fresco), pues estamos en un orden de realidades vitales y espirituales: la verdad revelada lleva en sí misma un principio de regeneración.

Las vacilaciones se explican ordinariamente por la dificultad de conciliar dos aspectos complementarios del misterio cristiano, cuya dificultad no se deja reducir a una simplificación geométrica. Al principio se tiene de la Virgen una idea vaga, es objeto de una experiencia espiritual confusa. Una nueva cuestión surge con motivo de una cierta afinidad conceptual, o bajo la presión continua de un gran movimiento de ideas. A las soluciones parciales y opuestas sucede, con más o menos rapidez, la solución total, la solución verdadera. Ella satisface las exigencias de ambas partes y se integra armónicamente en el conjunto de la doctrina cristiana. La verdad, a la que conduce cada fase de la evolución del dogma, no es tanto la reacción contra un error cuanto el justo medio entre dos errores o (más exactamente y para eliminar la idea de compromiso que sugiere la expresión “justo medio”), es como la cumbre en donde se juntan dos vertientes de la verdad, es decir, dos aspectos parciales y complementarios que la constituyen en su integridad.

3. Solución progresiva

Estas observaciones aclaran el sentido de los conflictos que suscitaron en la Iglesia, desde el fin del siglo III hasta el año 431, las cuatro grandes cuestiones marianas.

La virginidad perpetua de María (virginitas post partum) debía hallar su justa expresión entre dos desviaciones. Sería un grave error proponerla como corolario de las tesis maniqueas sobre la perversidad intrínseca del matrimonio. Elvidio, adversario de los maniqueos (viendo en sus ideas una cierta reminiscencia de los promotores del ascetismo) y dejado llevar por su ardor, quiso privar a sus adversarios hasta de este pretexto. Quemándolo todo, como acaece en el ardor de la polémica, interpreta prematuramente los textos, interpreta prematuramente los textos evangélicos que tratan sobre los hermanos del Señor y propuso a María como modelo de madre de familia numerosa ¿Quién tenía razón? Ni los maniqueos ni estos adversarios intemperantes.
Estos puntos los esclarecieron San Jerónimo, Ambrosio y Agustín.
La cuestión de la virginidad de María en el nacimiento de Cristo (virginitas in partu) se hallaba en una situación más delicada aún. Los más inclinados a proponer esta doctrina eran los docetas, para quienes en cuerpo de Cristo no era más que una apariencia. Explicada en este sentido la tesis de la virginidad in partu, quedaba mancillada por el error. Durante un largo período debía ser objeto de desconfianza. Las dos exigencias de la fe: maternidad integral física y corporal, virginidad integral física y corporal, no eran fáciles de conciliar. Aun era preciso separa el hecho de los falsos principios de los que algunos la habían comprometido. Es lo que hizo San Ambrosio del modo que después veremos.
En lo referente a la santidad de María, la oposición, más compleja y menos perfilada, se resolvería sin gran controversia. Por un lado el descubrimiento progresivo de la santidad de la Virgen (íntimamente unida al de su Virginidad);por otro, la tendencia a subrayar frente a la tendencia farisaica de algunos ascetas, de que sólo Cristo es “santo” y todos los hombres pecadores. Solo Cristo es santo por sí mismo, el único metafísicamente impecable, el único que no tenía necesidad de Redención.
La oposición teológica más caracterizada surgió en torno al título Theotokos. Había que hallar la interpretación exacta entre dos errores opuestos. Uno el que inquietaba a Nestorio, hacía de la Virgen la madre de Cristo según su divinidad; interpretación tanto más peligrosa, cuánto que la mitología dejaba flotar en la imaginación el recuerdo de una madre de los dioses. Otro error, este de Nestorio en contra del primero, proscribía dicho título y no se reconocía la verdad en él contenida: negar que la madre de Cristo es madre de Dios era negar que Cristo fuese Dios. La Virgen es madre de Dios por haber engendrado, según la humanidad, un hijo que es personalmente Dios.

Aparte de una sana reacción contra los cultos paganos creaba un clima favorable para valorar las grandezas de María, los más dispuestos a poner de relieve alguno de estos privilegios eran los menos sensibles a su contrapartida dogmática. Los maniqueos estaban más dispuestos que los demás a defender la virginidad de María después de su alumbramiento; los docetas a defender su virginidad “in partu”; los pelagianos, a resaltar su perfecta santidad; y los espíritus mal desprendidos de los cultos paganos a ponderar el título de Theotokos. No diremos, sin embargo, que fueran los herejes los promotores de los privilegios marianos, sus enseñazas envolvían a María en una falsa luz.

No sería fácil discernir entre esas caricaturas y las primeras afirmaciones auténticas de los privilegios de María. Los que investigaron el error bajo todas sus formas se verían tentados a considerarlos en bloque, como ramas de un árbol enfermo que es preciso arrancar de cuajo.

4. Posición del problema de la Inmaculada

Los pelagianos contra el pesimismo maniqueo, defendía un excesivo optimismo sobre la capacidad de la naturaleza humana con detrimento de la función necesaria de la gracia. Durante la primera fase de la controversia Pelagio opuso a San Agustín el caso de la Virgen “a quien es preciso reconocer sin pecado”. Nadie había propuesto hasta aquel momento una fórmula tan decidida acerca de la santidad de María. Agustín resuelve la dificultad de manera genial. Acepta la afirmación de su adversario, pero le da un sentido distinto: esta santidad es una excepción y tiene por principio la gracia de Dios, no sólo el libre albedrío.

Julio de Eclana centró la discusión sobre un punto más delicado aún: no ya sobre los pecados actuales, sino sobre la del pecado original. Este pelagiano fue, por este motivo, el primero en explicitar la idea de la Inmaculada Concepción de la madre del Señor. En una palabra, aquí, como en otros muchos casos, el aparente defensor de la Virgen (Julián) es un hereje. Propone un atributo verdadero bajo una luz falsa: la Inmaculada Concepción no es para él un privilegio único; ni siquiera un efecto particular de la divina gracia sino algo común de todos los cristianos. Agustín tiene razón en oponerle el alcance universal del pecado original y la necesidad de la gracia para vencer al pecado. Al afirmar el carácter único del privilegio mariano y su carácter de preservación por gracia, que es su esencia misma, la definición dogmática de la Inmaculada Concepción se encuentra infinitamente más cerca de Agustín que de su adversario.

martes, 14 de febrero de 2017

DESCUBRIMIENTO DE MARÍA EN EL TIEMPO: FASE PRELIMINAR Y PRIMER PERÍODO


La doctrina mariana se desarrolla en al Iglesia de acuerdo con una curva característica: no existe un crecimiento continuo, sino un crecimiento rítmico que hace pensar en el movimiento de una marea.

Tres series de hechos manifiestan este ritmo: la cantidad de los escritos, su cualidad y la rapidez de los progresos realizados. Siguiendo estos criterios se pueden distinguir seis grandes etapas: Escritura; edad patrística hasta Éfeso; de Éfeso a la reforma gregoriana; desde finales del s. XI hasta el fin del Concilio de Trento; ss.XVII-XVIII; en fin, los siglos XIX y XX.

FASE PRELIMINAR: PRESENCIA Y SILENCIO

Todo el desarrollo que vamos a seguir arranca de una presencia silenciosa hacia un reconocimiento explícito de la función de esta presencia en el misterio cristiano. Además, antes de abordar la primera enseñanza mariológica de la Iglesia, conviene subrayar esta silencio inicial, esta fase durante la cual María vive en la Iglesia sin ser, de ninguna manera, objeto de predicación.

En su primer estadio, la catequesis cristiana no comienza con el relato de la anunciación. El testimonio de los apóstoles descansa exclusivamente sobre la vida pública de Jesús: desde el Bautismo por Juan hasta la Ascensión (Hch 1,22). Es Pedro quien fija estos límites ya antes de Pentecostés; a ellos permanecerá fiel durante toda su predicación; y de ella nos dan los Hch un resumen característico (10, 36-43), cuyos últimos desenvolvimientos toman cuerpo en el evangelio de Marcos. María no es nombrada ni siquiera en ésta última elaboración.

Así, durante un tiempo cuya duración precisa no conocemos, la Madre de Jesús, había llegado al cenit de su perfección, vive en la Iglesia, sin que se haga mención explícita de ella. Su plegaria y su intercesión existen, pero ocultas. María parece ignorar el alcance de su influencia, y se la desconoce también a su alrededor. Es un órgano vivo del cuerpo místico de Cristo, más no es objeto de enseñanza. Al igual que algunos sacramentos, María es una realidad en la vida de la Iglesia, antes de ser objeto del Dogma. Paulatinamente esta realidad, oscuramente experimentada, en la comunión de los santos, va a encontrar su fórmula explícita.

PRIMER PERÍODO: LA ESCRITURA (HACIA EL 50-90)

La primera explicación de la misión de María, está contenida en el NT, cuya redacción dura medio siglo. María ocupará en él un lugar materialmente poco importante, pero profundamente significativo. La Virgen aparece, en primer lugar, de modo totalmente episódico. El primer testimonio que hallamos, la epístola a los Gálatas, es característica a este respecto (Gál 4,4-5).

La Madre de Cristo es aquí “una mujer” anónima; se la nombra de modo ocasional, y se la pone en paralelo con la ley, la cual no es ningún título de gloria. Ninguno de sus privilegios se hallan subrayados. Pablo afirma su razón de ser: asegurar la inserción del Salvador en la raza humana, al llegar la plenitud de los tiempos.

Los dos textos de Marcos sobra la Madre de Jesús (3,31-35;6,1-6) revisten el mismo carácter anónimo y ocasional. Tienen incluso un carácter marcadamente negativo. En uno Jesús atiende la intervención de su familia en su ministerio, y precisa que su verdadera familia son sus discípulos (Mc 3,31-35).

En el otro sus compatriotas rehúsan creer en Él, precisamente porque Jesús no es otro que “el hijo de María” (Mc 6,1-6) El conocimiento de Jesús según los sentidos les cierra el paso al conocimiento según el Espíritu.

Las profundizaciones marianas nos vienen de los otros tres evangelistas, Mateo y Lucas nos revelan el papel de María en el misterio de la Encarnación. Y Juan hacia el final del siglo abrirá nuevas perspectivas sobra la misión de la virgen en el misterio de la Redención. Esta primera explicitación parece relacionarse estrechamente con la presencia viva de María en la Iglesia primitiva. Parece que Lc recibe de ella lo que sabe sobre el Evangelio de la infancia: por dos veces se refiere a los recuerdos que María meditaba en su corazón (Lc 2,19 y 51). Por lo que a Juan se refiere el Señor le confió a su Madre cuando moría (19,27). Conoce por experiencia filial lo que a nosotros nos deja entrever del misterio de María.

Los textos que vamos a recorrer son breves, como breve sería su trascripción. Más si se presta atención a los lazos que los unen entre sí, lo mismo que a aquellos que los ligan al AT, su densidad se hace patente. No solamente se confirman, sino que a veces se multiplican los unos por los otros. Son respecto a aquellos anuncios misteriosos, cuales son particularmente los de Gn 3,15, Is 7,14; Miq 5,2.

Mt nos da la clave de la profecía de Isaías: “ He aquí que la virgen grávida (ha almah) da a luz un hijo y le llama Emmanuel”. Texto misterioso: la virgen de que se trata de un modo tan determinado no ha podido ser identificada con ningún personaje determinado. Detalle sintomático: ejerce un derecho que competía normalmente al padre, ella es quien recibe el encargo de dar nombre a su Hijo ¿Se puede deducir de esto que no es padre y que se trata de una virgen? El contexto no bastaría para establecer esta conclusión, pero lo sugiere, y tres siglos antes de Cristo, la versión de los 70, precisa: “He aquí que una virgen concebirá”. Mateo que se refiere a esta versión reconocía en María a la virgen misteriosa; y afirma con claridad el carácter virginal de su concepción, que tiene por principio al Espíritu Santo (Mt 1,21;Is 2,2) e insiste sobre el carácter mesiánico de esta maternidad.

“Dios con nosotros”: Estas palabras, que sólo tenían en el contexto de Isaías un sentido bastante indeterminado y podían entenderse de una asistencia divina, comienzan a tomar aquí el sentido que la Iglesia reconocer hoy en ellas: la divinidad del Mesías. En este sentido pleno se opera la unión de dos grandes líneas de textos que cruzan todo el AT: la que ensalzaba al Mesías con atributos divinos, y la que describía el descenso de Dios (la palabra, la sabiduría) entre los hombres.

En Lc volvemos a encontrar todos estos elementos, pero en puntos más completados y desarrollados. Como (Mt 1,1-17), Lc nos notifica la inserción del Mesías en la raza humana al darnos su genealogía (Lc 3,23-38), pero amplía la perspectiva. Más allá de Abraham, se remonta por los patriarcas hasta a Adán y hasta Dios, su Creador. El misterio de la concepción virginal adquiere así valor universal y parece como una repetición de la creación original. Como Mt, Lc subraya la descendencia davídica del Mesías, pero le veremos acudir explícitamente al oráculo dirigido a David por Natán. Como Mt, afirma que Jesús ha sido concebido por el Espíritu Santo, sin que José halla tenido en ello parte alguna (I ,34-35), pero insinúa nuevos datos. En primer lugar, el voto de virginidad hecho por María antes de la Anunciación. Al ángel que le anuncia una maternidad dichosa, María responde “¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?” (Lc 1,34). Extraña respuesta de una prometida sobre todo en este tiempo en que los esponsales entrañaban ya todos los derechos del matrimonio. Para algunos autores María había decidido, en el sentido bíblico de la expresión, “ no conocer varón” (Gn 4,1-17 y 25; 15,5.8; 38,26,etc). Al final de un viaje fatigoso, después de inútiles tentativas en busca de alojamiento (Lc 1,7), en la falta de comodidad de un establo, María da a luz a su hijo y, sin embargo, ella misma cuida del recién nacido. Lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre (2,7). Lc confirma y precisa los dos hechos principales: la obra del Espíritu Santo y la divina mesianidad del Hijo de María.

Lc no solo desarrolla los datos de Mt, sino que aporta otros nuevos. Tales son la visitación, la circuncisión por la que el Salvador se somete a un rito sacrificial , y las dos visitas de Jesús al templo cuando la presentación y a la edad de doce años, en la subida anual a Jerusalén: se ve como Lc se interesa especialmente por poner de relieve los vínculos de Jesús con el Templo, el sacrificio y el sacerdocio.

Pero lo más original del tercer evangelio es que nos hace entrar en el interior de la VIDA de la Virgen. La sitúa al término de esta familia de pobres y humildes que son, según la Escritura, la porción elegida de Israel. María habla de su pobreza por la que el Señor la ha mirado (1,48); se presenta como el prototipo de estos pobres a los que el Señor llenó de bienes (1,52).Lc nos da también el secreto de las meditaciones de la Virgen (2,19 y 51) sus reacciones (1,29), sus diligencias (1,39;2,24.39.41.44) sus palabras: “he aquí la esclava del Señor” (1,44-47), revela por esto su actitud respecto a Dios: fe, humildad, obediencia, acción de gracias. Es necesario insistir sobre su fe, semejante a la nuestra por su condición oscura (2,50;1,29), pero tan viva en su interioridad (2,19.51), tan pura y espontánea en su expresión (1,38;2,47.55)
Esta fe aparece expresada claramente en (Lc 11,27-29). Por dos veces Lc atestigua que María es Bienaventurada (1,45) y eternamente bienaventurada(1,48) precisamente por su fe. Además presenta a María como la primera que escuchó la Palabra de Dios (1,29) y la guardó en su corazón (2,19.51).

La anunciación 1,26-38

Hecho sorprendente; este texto es un verdadero tejido de alusiones escriturarias. Así por ejemplo, las palabras del ángel concernientes a la concepción milagrosa (1,37) son la repetición literal de las palabras de Gn 18,14 a Sara refiriéndose igualmente a la concepción milagrosa. El examen del Magnificat nos da la clave para responder. Cada frase de este cántico es el eco de algún pasaje de la Biblia. Se ve en él a María tan penetrada de la Palabra de Dios, que incluso la usa literalmente. Tampoco nos extrañaremos que Dios les responda del mismo modo. A la Virgen, embebida en las Escrituras, el mensajero divino le habla el lenguaje de las Escrituras. Y para quien ignore este lenguaje el mensaje permanece hermético. Tratemos de descubrir las principales claves.

El Evangelio de la anunciación se compone de tres partes: en primer lugar, la irrupción de la buena nueva (1,28.29); después dos series de precisiones, una referente al origen humano del Mesías (30,33),otra, más velada, a su origen divino (34,36).

La primera parte, el anuncio de la alegría mesiánica (expresada por el verbo jaire, que se debe traducir por alégrate) proviene de las fórmulas con las que muchos profetas (Zac 9,9;Joel 2,21.27) y en especial Sofonías 3,14.17, habían anunciado esta misma alegría y su razón profunda: Yahvéh presente “en medio” de Israel o (para traducir en su sentido etimológico la palabra beqirbek aquí empleada) en las entrañas de Israel. Pero este anuncio que los profetas habían hecho a la “Hija de Sión”, personificación simbólica de Israel, lo dirige el ángel a María personalmente. En ella, la hija de Sión deja de ser un símbolo para convertirse en una realidad personal, y la presencia de Yahvéh en el seno de Israel adquiere un sentido nuevo, el de la maternidad divina.

Sofonías 3,14-17-------- -------Lc 1,32-35
¡Alégrate! Jaire------------------- ¡Alégrate! Jaire
hija de Sión! ----------------------llena de gracia,
El rey de Israel, ------------------Yahveh El Señor
Está en medio de ti (biquirebek) --es contigo...
No temas, Sión... ------------------He aquí que
está en medio de ti (literalmente) --concebirás en tu seno
en tu seno (bequirbek)------------- y darás a luz un hijo
como poderoso Salvador. -----------y le darás por nombre Salvador,
Él reinará.

Se comprende que María se turbe ante tal anuncio. Y su emoción no proviene de la incomprensión o del temor pusilánime a los que a veces, se tiende a reducirla. Proviene del choque de uno de esos encuentros con Dios, de una de esas alegrías inmensas, que sacude a las más templadas naturalezas. María es el nuevo Israel, donde Dios viene a residir, y entrevé el modo de la realización de esta promesa: una maternidad que, cosa inaudita, parece tener por objeto a Yahveh mismo.El ángel determina la ascendencia humana del Mesías, empleando los términos de la profecía mesiánica fundamental: el oráculo de Natán a David.

2 Re 7,12-16 Lc 1,32-35.

La última parte de la perícopa (respuesta del ángel a María) precisa el origen divino del Mesías, como la segunda había precisado su origen humano.

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios”.

El alcance de este título Hijo de Dios resulta de la comparación con los otros pasajes, en los que le es conferido solemnemente a Jesús: las manifestaciones del Padre en el bautismo de Jesús (3,22) y en la transfiguración (9,55), la confesión de Cesarea (Mt 16,16), el testimonio definitivo que costará la vida de Jesús (Lc 16,61). En cuanto a la sombra que cubre a María, evoca con mucha precisión la sombra de la nube que cubría el arca de la Alianza (Ex 40,35) y que era el signo de la presencia divina. En la Transfiguración esta nube reposará encima de Jesús para atestiguar su divinidad, mientras que la voz del Padre lo declara Hijo de Dios. Lo mismo en la Anunciación, reposa sobra María para atestiguar la divinidad de su Hijo, que el ángel ha proclamado Hijo de Dios.
El fin del mensaje recobra así con nuevos términos uno de los rasgos más típicos del principio. El juego de los paralelismos en Sofonías designaba a María como la “Hija de Sión”, el resumen personal de Israel La evocación de la Shekinah la designa ahora como la nueva arca de la Alianza, en la que se realiza esta presencia. María es la Hija de Sión en el sentido de que ella es la parte más santa de Israel, el lugar consagrado en el que Dios viene a residir.Finalmente recojamos una última nota, la profecía de Simeón: “Una espada atravesará tu alma” (2,35). Esta espada que es, según el contexto, la repercusión en María de las contradicciones que sufrirá su Hijo, es el anuncio velado de la compasión dolorosa. Esta asociación de María a la pasión redentora es más manifiesta en el evangelio según san Juan. El interés que este concede a la madre de Jesús es; entre otros muchos uno de los rasgos característicos de la imagen de María.

DOS SANTOS CONTEMPORÁNEOS


lunes, 13 de febrero de 2017

J.A .FORTEA: EXISTE EL MALEFICIO, HECHIZO Y MAL DE OJO?


Mucha gente se pregunta si tiene efectividad el maleficio, es decir aquello que se hace para dañar a alguien con la intervención del demonio. Algunos inadecuadamente lo llaman mal de ojo, aunque nada tiene que ver con la mirada ni el ojo. Lo primero que hay que decir es que el que hace un maleficio, como el que lo encarga, serán los primeros perjudicados por el demonio. Sin duda serán perjudicados o con algún tipo de influencia demoniaca o con la posesión o con enfermedades. Nunca se invoca al demonio en vano. Después la gente se pregunta si tiene efectividad contra el que se ha hecho. Pues eso depende de la voluntad de Dios. Es decir, de esto se afirma lo mismo que de un accidente, enfermedad o desgracia. Dios permite que en nuestra existencia sobre la tierra haya bienes y males, porque la vida es una prueba antes del Juicio. Por supuesto que la persona que ora y vive en gracia de Dios está protegida por Dios. Cuanto más se ora y se lleva una vida espiritual uno está más protegido.


¿Cómo se puede saber si alguien es víctima de un maleficio? Pues no hay manera posible, ya que la acción del demonio es invisible. Sólo es seguro cuando se produce una posesión o una influencia demoniaca en la persona cuyos signos sí que son visibles al exorcista. También es posible saber que un mal es fruto de un maleficio cuando ese mal viene acompañado de hechos preternaturales malignos. Pero salvo que aparezcan cosas externas que delaten una causa demoniaca, no se podrá nunca saber si algo viene de causas naturales o no.

¿Qué hacer si uno tiene alguna sospecha de que alguien ha hecho un maleficio contra él? Como ya se ha dicho no es posible casi nunca llegar a la certeza en esta materia ni siquiera para el especialista, mucho menos para una persona particular sin grandes conocimientos sobre el tema. Pero si un maleficio ha sido practicado el único modo de destruirlo es hacer justo lo contrario: invocar a Dios. Es decir, si una persona ha invocado al demonio para hacer el mal, se trata de que la víctima invoque a Dios para que le proteja, le ayude y le bendiga. El bien siempre es más fuerte que el mal.

A la gente que viene a mi parroquia diciendo que sufren un maleficio les digo que, salvo excepciones, es imposible comprobar la causalidad demoniaca, pero que si sufren de verdad un maleficio la única medicina y remedio es que hagan cada día lo siguiente:
-rezar un misterio del rosario
-leer cinco minutos el Evangelio
-hablar con Dios durante unos instantes

-la misa (dominical o con más frecuencia)
-colocar en la casa un cruficijo bendecido
-colocar una imagen bendecida de la Virgen María
-santiguarse con agua bendita una vez al día

Haciendo estas cosas el mal que sufren si es del demonio irá remitiendo. Pero si no remite en ninguna medida, eso sería signo de que no estaba provocado por un maleficio.

sábado, 4 de febrero de 2017

HANS URS VON BALTHASAR: QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)


En el evangelio aparecen tres imágenes, las tres introducidas por un apostrofe que Jesús dirige a sus discípulos: "Vosotros sois". En este indicativo se encuentra también, como claramente muestra lo que sigue, un optativo: "Debéis ser esto", tenéis que serlo aunque la amenaza que sigue ( ser arrojado fuera) no deba cumplirse. Estas imágenes son muy sencillas y evidentes para todos. Los tres tienen algo en común. La sal no existe para sí misma, sino para condimentar; la luz no existe para sí misma, sino para iluminar su entorno; la ciudad está puesta en lo alto del monte para ser visible para otros e indicarles el camino.El valor de cada una de ellas consiste en la posibilidad de prodigar algo a otros seres. Esto, que para Jesús es evidente, se expresa de un modo muy peculiar en la primera lectura, donde se habla dos veces de la luz y una vez del mediodía: la luz brilla allí donde alguien parte su pan con el hambriento, viste al desnudo y hospeda a los pobres que no pueden dormir bajo techo. En la segunda lectura la fuerza de la luz y de la sal se manifiesta en el hecho de que el apóstol "no quiere saber" ni anunciar cosa alguna "sino a Jesucristo y éste crucificado" este es un don espiritual.

El desfallecimiento, Jesús lo explica en dos de las tres imágenes del evangelio: el discípulo que debe ser sal puede volverse soso; entonces ya no puede salar nada y toda la comida se vuelve insípida para la comunidad que la rodea. Jesús dice "vosotros sois": se dirige tanto a la Iglesia o a la comunidad que la rodea como a cada cristiano en particular. El cristianismo que no vive las bienaventuranzas, cada una de ellas, ya no alumbra más; no debe extrañarse de que se le tire a la calle y de que le pise la gente. En la parábola de la vid, el labrador poda las cepas, corta los sarmientos estériles y los hecha al fuego, los quema. A una comunidad, a la iglesia de un país, puede sucederle algo similar: quizá una cruel persecución sea el único medio de devolverle su capacidad de alumbrar y de salar.Por esta razón Pablo teme difundir, con "sublime elocuencia" o con "persuasiva sabiduría humana", difundir una luz falsa, una luz que no remitiría la fe de la comunidad a la fuerza y a la luz de Dios ni construiría sobre ella.Entonces el apóstol no sería una luz y haría justamente lo que Jesús quiere decir con la imagen de la vela que se mete debajo del celemín. quien se pone sobre la luz, la apaga inmediatamente por falta de aire.

Alumbrar ¿para qué?"Para que vean los hombres vuestras buenas obras y den gloria a nuestro Padre que está en el cielo"Aquí hay un peligro evidente: si los hombres ven nuestra buenas obras, podrían alabarnos como cristianos buenos y santos, y entonces ya habríamos cobrado nuestra paga (Mt 6,2.5). El justo del Antiguo Testamento está expuesto a este peligro porque todavía no conoce a Cristo:"Te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor 2(Is 58,8). Pero Cristo jamás ha irradiado su luz y su sabiduría a partir de sí mismo, sino siempre desde el Padre. Y por eso el cristiano debe ser plenamente consciente de que todo lo que él puede trasmitir le ha sido dado para los demás.Santificado sea tu nombre, hágase tu voluntad.El hombre que reza verdaderamente aprende a experimentar más profundamente que debe entregarse del todo porque Dios en sí mismo es el amor trinitario que se da, un amor en el que cada una de las personas sólo existe para las otras y no conoce ningún ser para sí.

jueves, 2 de febrero de 2017

BENEDICTO XVI: LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

La fiesta de la Presentación del Señor en el templo, cuarenta días después de su nacimiento, pone ante nuestros ojos un momento particular de la vida de la Sagrada Familia: según la ley mosaica, María y José llevan al niño Jesús al templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor (cf. Lc 2, 22). Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocen en aquel Niño al Mesías tan esperado y profetizan sobre él. Estamos ante un misterio, sencillo y a la vez solemne, en el que la santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad.

 La sugestiva procesión con los cirios al inicio de nuestra celebración nos ha hecho revivir la majestuosa entrada, cantada en el salmo responsorial, de Aquel que es "el rey de la gloria", "el Señor, fuerte en la guerra" (Sal 23, 7. 8). Pero, ¿quién es ese Dios fuerte que entra en el templo? Es un niño; es el niño Jesús, en los brazos de su madre, la Virgen María. La Sagrada Familia cumple lo que prescribía la Ley: la purificación de la madre, la ofrenda del primogénito a Dios y su rescate mediante un sacrificio.

En la primera lectura, la liturgia habla del oráculo del profeta Malaquías: "De pronto entrará en el santuario el Señor" (Ml 3, 1). Estas palabras comunican toda la intensidad del deseo que animó la espera del pueblo judío a lo largo de los siglos. Por fin entra en su casa "el mensajero de la alianza" y se somete a la Ley: va a Jerusalén para entrar, en actitud de obediencia, en la casa de Dios.

 El significado de este gesto adquiere una perspectiva más amplia en el pasaje de la carta a los Hebreos, proclamado hoy como segunda lectura. Aquí se nos presenta a Cristo, el mediador que une a Dios y al hombre, superando las distancias, eliminando toda división y derribando todo muro de separación. Cristo viene como nuevo "sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y a expiar así los pecados del pueblo" (Hb 2, 17).

Así notamos que la mediación con Dios ya no se realiza en la santidad-separación del sacerdocio antiguo, sino en la solidaridad liberadora con los hombres. Siendo todavía niño, comienza a avanzar por el camino de la obediencia, que recorrerá hasta las últimas consecuencias. Lo muestra bien la carta a los Hebreos cuando dice: "Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas (...) al que podía salvarle de la muerte, (...) y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hb 5, 7-9).

 La primera persona que se asocia a Cristo en el camino de la obediencia, de la fe probada y del dolor compartido, es su madre, María. El texto evangélico nos la muestra en el acto de ofrecer a su Hijo: una ofrenda incondicional que la implica personalmente: María es Madre de Aquel que es "gloria de su pueblo Israel" y "luz para alumbrar a las naciones", pero también "signo de contradicción" (cf. Lc 2, 32. 34). Y a ella misma la espada del dolor le traspasará su alma inmaculada, mostrando así que su papel en la historia de la salvación no termina en el misterio de la Encarnación, sino que se completa con la amorosa y dolorosa participación en la muerte y resurrección de su Hijo. Al llevar a su Hijo a Jerusalén, la Virgen Madre lo ofrece a Dios como verdadero Cordero que quita el pecado del mundo; lo pone en manos de Simeón y Ana como anuncio de redención; lo presenta a todos como luz para avanzar por el camino seguro de la verdad y del amor. Las palabras que en este encuentro afloran a los labios del anciano Simeón —"mis ojos han visto a tu Salvador" (Lc 2, 30)—, encuentran eco en el corazón de la profetisa Ana.

 Estas personas justas y piadosas, envueltas en la luz de Cristo, pueden contemplar en el niño Jesús "el consuelo de Israel" (Lc 2, 25). Así, su espera se transforma en luz que ilumina la historia. Simeón es portador de una antigua esperanza, y el Espíritu del Señor habla a su corazón: por eso puede contemplar a Aquel a quien muchos profetas y reyes habían deseado ver, a Cristo, luz que alumbra a las naciones. En aquel Niño reconoce al Salvador, pero intuye en el Espíritu que en torno a él girará el destino de la humanidad, y que deberá sufrir mucho a causa de los que lo rechazarán; proclama su identidad y su misión de Mesías con las palabras que forman uno de los himnos de la Iglesia naciente, del cual brota todo el gozo comunitario y escatológico de la espera salvífica realizada. El entusiasmo es tan grande, que vivir y morir son lo mismo, y la "luz" y la "gloria" se transforman en una revelación universal.

Ana es "profetisa", mujer sabia y piadosa, que interpreta el sentido profundo de los acontecimientos históricos y del mensaje de Dios encerrado en ellos. Por eso puede "alabar a Dios" y hablar "del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén" (Lc 2, 38). Su larga viudez, dedicada al culto en el templo, su fidelidad a los ayunos semanales y su participación en la espera de todos los que anhelaban el rescate de Israel concluyen en el encuentro con el niño Jesús.