miércoles, 27 de febrero de 2019

SAN ROBERTO BELARMINO: AMÉN, TE ASEGURO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO

Daremos oído ahora a la respuesta de Cristo: «Amén, yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». La palabra «Amén» era usada por Cristo cada vez que quería hacer un anuncio solemne y serio a Sus seguidores. San Agustín no ha dudado en afirmar que esta palabra era, en boca de nuestro Señor, una suerte de juramento. No podía por cierto ser un juramento, de acuerdo a las palabras de Cristo: «Pues yo digo que no juréis en modo alguno… Sea vuestro lenguaje: “Sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno» (84). 

No podemos, por lo tanto, concluir que nuestro Señor realizara un juramento cada vez que usó la palabra Amén. Amén era un término frecuente en sus labios, y algunas veces no sólo precedía sus afirmaciones con Amén, sino con Amén, amén. Así pues la observación de San Agustín de que la palabra Amén no es un juramento, sino una suerte de juramento, es perfectamente justa, porque el sentido de la palabra es verdaderamente: en verdad, y cuando Cristo dice: Verdaderamente os digo, cree seriamente lo que dice, y en consecuencia la expresión tiene casi la misma fuerza que un juramento. Con gran razón, por ello, se dirigió al ladrón diciendo: «Amén, yo te aseguro», esto es, yo te aseguro del modo más solemne que puedo sin hacer un juramento; pues el ladrón podría haberse negado por tres razones a dar crédito a la promesa de Cristo si Él no la hubiera aseverado solemnemente. 

En primer lugar, pudiera haberse negado a creer por razón de su indignidad de ser el receptor de un premio tan grande, de un favor tan alto. ¿Pues quién habría podido imaginar que el ladrón sería transferido de pronto de una cruz a un reino? En segundo lugar podría haberse negado a creer por razón de la persona que hizo la promesa, viendo que Él estaba en ese momento reducido al extremo de la pobreza, debilidad e infortunio, y el ladrón podría por ello haberse argumentado: Si este hombre no puede durante su vida hacer un favor a Sus amigos, ¿cómo va a ser capaz de asistirlos después de su muerte? Por último, podría haberse negado a creer por razón de la promesa misma. Cristo prometió el Paraíso. Ahora bien, los Judíos interpretaban la palabra Paraíso en referencia al cuerpo y no al alma, pues siempre la usaban en el sentido de un Paraíso terrestre. Si nuestro Señor hubiera querido decir: Este día tú estarás conmigo en un lugar de reposo con Abraham, Isaac, y Jacob, el ladrón podría haberle creído con facilidad; pero como no quiso decir esto, por eso precedió su promesa con esta garantía: «Amén, yo te aseguro».

lunes, 25 de febrero de 2019

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO: CONSAGRADA ENTERAMENTE A DIOS

María se consagró a Dios por entero
            
La niña María conocía bien con luz del cielo, que Dios no acepta un corazón partido sino que lo
quiere consagrado a su amor conforme al mandato sagrado: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón” (Dt 4, 5). Por lo que ella, desde que comenzó a vivir, comenzó a amar a Dios con todas sus fuerzas y del todo se entregó a él.
 
        Ella, por complacer a Dios le consagró su virginidad, consagración que fue la primera en hacer, según dice Bernardino de Busto: “María se consagró del todo y perpetuamente a Dios”.
      Con cuánto amor le podía decir al Señor: “Mi amado es para mí y yo para mi amado” (Ct 2, 16). “Para mi amado”, comenta el cardenal Hugo, pues para él viviré del todo. Señor mío y Dios mío, le diría, yo he venido sólo para agradarte y darte todo el honor que pueda. Quiero vivir del todo para ti. Acepta el ofrecimiento de ésta tu humilde esclava y ayúdame a serte fiel.
 
         María, cual aurora naciente (Ct 4, 9), crecía siempre en la perfección como se acrecienta la luz de la aurora. ¿Quién podrá explicar cómo resplandecían en ella, cada vez más, de día en día sus hermosas virtudes, su caridad y modestia, su silencio y humildad, su mortificación y mansedumbre? Plantada en la casa del Señor cual frondoso olivo, dice san Juan Damasceno y regada con la gracia del Espíritu Santo, fue la morada de todas las virtudes. La Santísima Virgense mostraba modesta en el semblante, amable en las palabras que salían de un interior equilibrado. La Virgen, dice en otro lugar, tenía su mente alejada del deseo desordenado de lo terreno; abrazándose a todo lo que fuera virtud; y de este modo, ejercitándose en toda perfección, aprovechó tanto que mereció ser templo digno de Dios.
 
       Hablando san Anselmo del comportamiento de María en el templo, dice que era dócil y sumisa, sobria en hablar, de admirable compostura, sin reírse ni turbarse; constante en la oración y en tratar de comprenderla Sagrada Escritura, y asidua en toda obra de virtud. San Jerónimo dice que pasaba el tiempo en la oración, siendo la más fiel en la observancia de la Ley, la más humilde, y la más perfecta en todo. Jamás se la vio airada. Sus palabras eran siempre tan llenas de dulzura que pareciera que Dios hablaba por su boca.
 
       Reveló la Madre de Dios a santa Isabel, religiosa benedictina del monasterio de Schoenau, según refiere san Buenaventura, que sólo pensaba en tener a Dios por padre y en qué podía hacer para complacerle; que le tenía consagrada su virginidad; que no ambicionaba nada de este mundo, entregándole al Señor toda su voluntad y que le pedía le concediera la gracia de conocer a la Madre del Redentor, rogándole le conservara los ojos para contemplarla, la lengua para alabarla, las manos y los pies para servirla, y las rodillas para poder arrodillarse ante ella para adorar al Hijo de Dios que llevaba en su seno. “Pero Señora –le dijo santa Isabel–, ¿no estabas llena de gracia y de virtud?” A lo que María respondió: “Has de saber que yo me tenía por la más insignificante y menos merecedora de la gracia y de la virtud, por eso las pedía tanto. ¿Crees que yo tuve la gracia y la virtud sin esfuerzo?”.
 
       Son dignas de consideración las revelaciones hechas a santa Brígida sobre las virtudes que practicó María desde su más tierna infancia: “Desde niña, María estuvo llena del Espíritu Santo, y conforme crecía en edad, se acrecentaba en ella la gracia. Desde entonces estuvo resuelta a amar a Dios con todo su corazón con obras y palabras, sin jamás ofenderle; y por eso desdeñaba todos los bienes terrenales. Daba lo que podía a los pobres. Era tan mortificada en el alimento, que sólo tomaba lo necesario para sostener la vida del cuerpo. Penetrando en la Sagrada Escritura sobre aquello de que Dios debía nacer de una virgen para redimir el mundo, se inflamaba de tal modo en el amor de Dios, que sólo suspiraba por él y en él pensaba, y dichosa sola con Dios, evitaba todas las conversaciones que de él lo apartasen. Y deseaba en gran manera encontrarse en el templo al llegar el Mesías para poder ser la sierva de la dichosa virgencita que mereciera ser su madre. Esto dicen las revelaciones de santa Brígida.
 

martes, 19 de febrero de 2019

DIÁCONO JORGE NOVOA: QUIÉN DICEN QUE SOY YO? (Mt 16, 13-23)

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta
pregunta a sus discípulos:
“¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”
Ellos le respondieron:
“Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.
Luego les preguntó:
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
Simón Pedro tomóla palabra y le dijo:
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Jesús le dijo entonces:
“¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
A partir de entonces, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole:
“No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a ti”. Pero Jesús se volvió a Pedro y le dijo:
“¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!”


La escena narrada, que transcurre en Cesárea de Filipo, nos muestra al Señor, que realiza a sus discípulos las siguientes preguntas: 1)quién dice la gente que es el Hijo del hombre?2) y ustedes,¿quien dicen que soy yo?. La primera recoge lo que piensa la gente, y desde luego, lo  que escuchan sus discípulos, pero esto no basta, ahora la pregunta es para ellos.

Todo discípulo de Cristo, tarde o temprano, debe responder a esta pregunta: quién soy yo para ti?Un maestro, hombre ejemplar,revolucionario, mi maestro, el Señor, mi Dios. La respuesta nace de la relación que nos une a Él, de que modo lo llamas en la intimidad de tu oración?

Jesús recibe la confesión de fe de Pedro. Esto no nace en Pedro como el resultado de un razonamiento lógico,  no es alcanzable por la inteligencia  humana ,por más sublime que sea, es revelación del Padre. Solamente el Padre conoce el misterio del Hijo, y lo revela a quien quiere. El conocimiento eclesiástico del Señor es gracia de revelación del Padre, comunicada por el Espíritu Santo.  Es el Padre el que atrae a los hombres hacia Cristo. Esta acción del Espíritu Santo, también está presente en nuestra confesión sobre el misterio del Hijo.

La revelación del misterio del Hijo, es vínculo con Él y conocimiento para el hombre del designio de Dios para su vida. Pedro inspirado, ha manifestado por su confesión, la verdad que estaba  en Jesús oculta a los ojos de sus discípulos, ahora Jesús le da a conocer el designios de Dios para él. Cuando nos encontramos con Él y le reconocemos, confesándolo, Él nos revela el designio de Dios para nuestra vida, nos da a conocer lo que somos en el plan de Dios.

Simón ahora será Pedro, en la Escritura el cambio de nombre , se refiere a la misión, en este caso, "Kefa", roca, lugar sobre el que se edifica, la fe de Pedro es el lugar sobre el que se edifica la Iglesia. Este texto, recibe aún mayor claridad , si recordamos la promesa de Jesús: " yo rezaré por ti,  para que tu fe no desfallezca". La fe de Pedro está sostenida por la oración de Jesús, por ello, el Señor mismo le encomienda, custodiar la  fe y confirmar a los hermanos en ella.

La misión  encomendada,  conlleva una doble potestad,contra los poderes del infierno y el atar y desatar , simbolizado en las llaves. Jesús para la misión, sabe que es necesario un vínculo estrecho, que Él garantiza, entre el cielo y la tierra.

La segunda parte del texto, comienza con el anuncio escandalizante  del camino de padecimientos  que transitará el Mesías, va por el sendero del siervo  sufriente, profetizado por Isaías. El mismo Pedro, que acaba de confesar su fe en él, se revela contra  el anuncio de los sufrimientos de su Maestro. A Pedro lo escandaliza el camino elegido por el Padre y cumplido fielmente por el Hijo, y esto hace que se vuelva  instrumento del enemigo, intentando disuadir al Señor de cumplir la voluntad de su Padre. Permanecían en Él los vestigios de un Mesías triunfante.

Jesús lo reprende severamente, y revela al que se encuentra en el origen del planteamiento de Pedro, ciertamente que él no es Satanás, pero ha puesto en acción su plan al dar lugar en su corazón a la tentación del Maligno. Este es el pan del Maligno, apartar a Jesús del camino del sufrimiento expiatorio.

El sufrimiento escandaliza y muchas veces nos lleva a preguntarnos, dónde está Dios? Si Él existe no debe querer el  mal? Ciertamente, el mal no entró en el mundo por Dios, sino por libertad mal empleada del hombre, que abandonó a Dios por las criaturas. Lo que padecemos son las consecuencias de nuestras decisiones al abandonar a Dios, y de vivir como si Él no existiera. El mal permitido por Dios, es una oportunidad para unirnos a la cruz de Cristo, en ella, el bien ha vencido al mal definitivamente, nosotros aguardamos  a que la plenitud de esta promesa se realice en nosotros y toda la creación.

Crees en el Señor? Aceptas sus caminos, incluso cuando son misteriosos y transitan por senderos de sufrimiento?Quién es El para ti? O incluso más fuertemente expresado: quién soy yo para ti?

GUARDAOS DE LA LEVADURA DE LOS FARISEOS...


"Estad alerta, y guardaos de la levadura de los fariseos, y de la levadura de Herodes" (Mc 8,16-21)

San Mateo dice: De la levadura de los fariseos y saduceos 

(Mt 16,6); San Marcos de los fariseos y de Herodes; y San Lucas (12,1) de los fariseos solamente. Los tres Evangelistas nombran a los fariseos como a los principales, pero San Mateo y San Marcos los juntan con los saduceos y con Herodes."Llama levadura de los fariseos y herodianos a su doctrina por lo dañina, fácil de corromperse y llena de la antigua malicia: los herodianos eran los doctores que decían que Herodes era Cristo" (Teofilacto).

San Beda comenta:" la levadura de los fariseos es el posponer los decretos de la ley divina a las tradiciones de los hombres; predicar la ley con las palabras, e impugnarla con los hechos; tentar al Señor y no creer en su doctrina ni en sus obras. La levadura de Herodes es el adulterio, el homicidio, la temeridad del juramento, la hipocresía y el odio a Cristo y a su precursor".
 

En las sagradas Escrituras la levadura ha sido siempre considerada como símbolo de la iniquidad y del pecado. Por lo cual, nuestro Señor Jesucristo exhorta a sus santos discípulos que se abstengan del pan fermentado de los fariseos y saduceos, diciendo:  Tened cuidado con la levadura de los fariseos y saduceos. Igualmente, el doctísimo Pablo escribe a los santificados recomendándoles que se mantengan lo más alejados posible dla levadura de la impureza que mancha el alma: Barred –dice– la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos.
 
Para estar espiritualmente unidos a Cristo, nuestro Salvador, y tener un alma pura, no es, pues, inútil, antes muy necesario y hemos de tomarlo muy a pecho, librarnos de nuestras miserias y evitar el pecado; en una palabra, mantener nuestra alma alejada de todo lo que pudiera contaminarla. De este modo, libres de todo culpable remordimiento, podremos acercarnos dignamente a la comunión. (San Cirilo de Alejandría)

lunes, 11 de febrero de 2019

SAN JUAN PABLO II: DIOS: ETERNIDAD QUE COMPRENDE TODO

1. La Iglesia profesa incesantemente la fe expresada en el primer artículo de los más antiguos símbolos cristianos: "Creo en un solo Dios, Padre omnipotente, creador del Cielo y de la tierra". En estas palabras se refleja de modo conciso y sintético, el testimonio que el Dios de nuestra fe, el Dios vivo y verdadero de la Revelación, ha dado de sí mismo, según la Carta a los Hebreos, hablando "por medio de los profetas", y últimamente "por medio del Hijo" (Heb 1, 1-2). La Iglesia saliendo al encuentro de las cambiantes exigencias de los tiempos, profundiza la verdad sobre Dios, como lo atestiguan los diversos Concilios. Quiero hacer referencia aquí al Concilio Vaticano I, cuya enseñanza fue dictada por la necesidad de oponerse, de una parte, a los errores del panteísmo del siglo XIX, y de otra, a los del materialismo, que entonces comenzaba a afirmarse.

2. El Concilio Vaticano I enseña: "La santa Iglesia cree y confiesa que existe un sólo Dios vivo y verdadero, creador y Señor del cielo y de la tierra, omnipotente, eterno, inmenso, incomprensible, infinito por inteligencia, voluntad y toda perfección; el cual, siendo una única sustancia espiritual, totalmente simple e inmutable, debe ser predicado real y esencialmente distinto del mundo, felicísimo en sí y por sí, e inefablemente elevado sobre toda las cosas, que hay fuera de Él y puedan ser concebidas" (Cons. Dei Filius, can. 1-4, DS 3001).

3. Es fácil advertir que el texto conciliar parte de los mismos antiguos símbolos de fe que también rezamos: "creo en Dios... omnipotente, creador del cielo y de la tierra", pero que desarrolla esta formulación fundamental según la doctrina contenida en la Sagrada Escritura, en la tradición y en el Magisterio de la Iglesia. Gracias al desarrollo realizado por el Vaticano I, los "atributos" de Dios se enumeran de forma más completa que la de los antiguos símbolos.

Por "atributos" entendemos las propiedades del "Ser" divino que se manifiestan en la Revelación, como también en la mejor reflexión filosófica (Cf. por ej. Summa Theol., I, qq. 3 ss.). La Sagrada Escritura describe a Dios utilizando diversos adjetivos. Se trata de expresiones del lenguaje humano, que se manifiesta muy limitado, sobre todo cuando se trata de expresar la realidad totalmente trascendente que es Dios en sí mismo.

4. El pasaje del Concilio Vaticano I antes citado confirma la imposibilidad de expresar a Dios de modo adecuado. Es incomprensible e inefable. Sin embargo, la fe de la Iglesia y su enseñanza sobre Dios, aún conservando la convicción de su "incomprensibilidad" e "inefabilidad", no se contenta, como hace la llamada teología apofática, con limitarse a constataciones de carácter negativo, sosteniendo que el lenguaje humano, y, por tanto, también el teológico, puede expresar exclusivamente, o casi, sólo lo que Dios no es, al carecer de expresiones adecuadas para explicar lo que Él es.

5. Así el Vaticano I no se limita a afirmaciones que hablan de Dios según la "vía negativa", sino que se pronuncia también según la "vía afirmativa". Por ejemplo, enseña que este Dios esencialmente distinto del mundo ("a menudo distinctus re et essentia"), es un Dios eterno. Esta verdad está expresada en la Sagrada Escritura en varios pasajes y de modos diversos. Así, por ejemplo, leemos en el libro del Sirácida: "El que vive eternamente creó juntamente todas las cosas" (Sir 18, 1), y en el libro del Profeta Daniel: "El es el Dios vivo, y eternamente subsiste" (6, 27).

Parecidas son las palabras del Salmo 101/102, de las que se hace eco la Carta a los Hebreos. Dice el Salmo: "al principio cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. Ellos perecerán, Tú permaneces, se gastarán como la ropa, serán como un vestido que se muda. Tú, en cambio, eres siempre el mismo, tus años no se acabarán" (Sal 101/102, 26-28). Algunos siglos más tarde el autor de la Carta a los Hebreos volverá a tomar las palabras del citado Salmo: "Tú, Señor, al principio, fundaste la tierra, y los cielos son obras de tus manos. Ellos perecerán, y como un manto los envolverás, y como un vestido se mudarán; pero Tú permaneces el mismo, y tus años no se acabarán" (Heb 1, 10-12).

La eternidad es aquí el elemento que distingue esencialmente a Dios del mundo. Mientras éste está sujeto a cambios y pasa, Dios permanece por encima del devenir del mundo: Él es necesario e inmutable: "Tú permaneces el mismo".

Consciente de la fe en este Dios eterno, San Pablo escribe: "Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (1 Tim 1, 17). La misma verdad tiene en el Apocalipsis aún otra expresión: "Yo soy el alfa y el omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era, el que viene, el Todopoderoso" (Ap 1, 8).

6. En estos datos de la revelación halla expresión también la convicción racional a la que se llega cuando se piensa que Dios es el Ser subsistente, y, por lo tanto, necesario, y, por lo mismo, eterno, ya que no puede no ser no puede tener ni principio ni fin, ni sucesión de momentos en el Acto único e infinito de su existencia. La recta razón y la revelación encuentran una admirable coincidencia sobre este punto. Siendo Dios absoluta plenitud de ser (ipsum Esse subsistens) su eternidad "grabada en la terminología del ser" debe entenderse como "posesión indivisible, perfecta y simultánea de una vida sin fin" y, por lo mismo, como un atributo del ser absolutamente "por encima del tiempo".

La eternidad de Dios no corre con el tiempo del mundo creado, "no corresponde a El"; no lo "precede" o lo "prolonga" hasta el infinito; sino que está más allá de Él y por encima de Él. La eternidad, con todo el misterio de Dios, comprende en cierto sentido "desde más allá" y "por encima" de todo lo que está "desde dentro" sujeto al tiempo, al cambio, a lo contingente. Vienen a la mente las palabras de San Pablo en el Areópago de Atenas; "en Él... vivimos y nos movemos y existimos" (Act 17, 28). Decimos "desde el exterior" para afirmar con esta expresión metafórica la trascendencia de Dios sobre las cosas y de la eternidad sobre el tiempo, aún sabiendo y afirmando una vez más que Dios es el Ser que es interior al ser mismo de las cosas, y, por tanto, también al tiempo que pasa como un sucederse de momentos, cada uno de los cuales no está fuera de su abrazo eterno.

El texto del Vaticano I expresa la fe de la Iglesia en el Dios vivo, verdadero y eterno. Es eterno porque es absoluta plenitud de ser que, como indican claramente los textos bíblicos citados, no puede entenderse como una suma de fragmentos o de "partículas" del ser que cambian con el tiempo. La absoluta plenitud del ser sólo puede entenderse como eternidad, es decir, como la total e indivisible posesión de ese ser que es la vida misma de Dios. En este sentido Dios es eterno: un "Nunc", un "Ahora", subsistente e inmutable, cuyo modo de ser se distingue esencialmente del de las criaturas, que son seres "contingentes".

7. Así, pues, el Dios vivo que se ha revelado a sí mismo, es el Dios eterno. Más correctamente decimos que Dios es la eternidad misma. La perfecta simplicidad del Ser divino ("Omnino simplex") exige esta forma de expresión.

Cuando en nuestro lenguaje humano decimos; "Dios es eterno", indicamos un atributo del Ser divino. Y, puesto que todo atributo no se distingue concretamente de la esencia misma de Dios (mientras que los atributos humanos se distinguen del hombre que los posee), al decir: "Dios es eterno", queremos afirmar: "Dios es la eternidad".

Esta eternidad para nosotros, sujetos al espacio y al tiempo, es incomprensible como la divina Esencia; pero ella nos hace percibir, incluso bajo este aspecto, la infinita grandeza y majestad del Ser divino, a la vez que nos colma de alegría el pensamiento de que este Ser-Eternidad comprende todo lo que es creado y contingente, incluso nuestro pequeño ser, cada uno de nuestros actos, cada momento de nuestra vida. "En Él vivimos, nos movemos y existimos".

DIÁCONO JORGE NOVOA: ESCUCHAR A LA MADRE ES ESCUCHAR AL PADRE


La Virgen visita la tierra con un mensaje del cielo. La Iglesia Católica a lo largo de la historia, con la seriedad que la caracteriza, ha estudiado las presuntas apariciones de la santísima Virgen María en distintas partes del mundo.


Muchas están hoy aprobadas: como Fátima, Lourdes y Guadalupe, por mencionar algunas, otras han sido rechazadas como falsas, y otras están a estudio de las autoridades competentes, como Medjugorje o Salta. Obviamente, no todas se encuentran en la misma situación. Cómo deben comportarse los católicos ante las apariciones de la Virgen aprobadas por la Iglesia?

La Virgen es portadora de abundantes gracias para la humanidad, ésta es la característica de sus visitas, sus mensajes y santuarios, se vuelven lugares para el arrepentimiento y la conversión. Se constituyen como potentes focos de oración, como selvas que oxigenan el planeta, los santuarios marianos son irradiación de salud y Vida eterna.

La Madre siempre es portadora de un mensaje para la humanidad, un mensaje que tiene su origen en Dios, no se trata de una decisión personal de la Virgen, o una suerte de “golpe de estado” dado por Ella, contra la voluntad de las personas divinas. Su presencia y mensajes son gracias que el Padre envía y comunica por la Madre de su Hijo. Los bienaventurados en el cielo tienen absoluta comunión con la voluntad divina.

Si en la Cruz, se nos ha revelado su misión maternal, su presencia entre nosotros, es el ejercicio de esa realidad. Ciertamente que son revelaciones privadas, pero la actitud de indiferencia ante ellas, cuando no de rechazo, puede encerrar la ausencia del vínculo al que alude el pasaje del calvario. El texto de Jn 19, concluye diciendo que el discípulo la llevó a su casa, otros prefieren traducir “y el discípulo la hizo propia”, ésta traducción más acorde nos muestra que no se trata de un preocupación puramente material, sino de una nueva misión, que incluye la preocupación material, pero que tiene un alcance más profundo.

“Hacerla propia”, es aceptarla por Madre y vivir con Ella esta relación, de allí que un hijo no debe pasar indiferentemente ante el mensaje de su Madre que tiene su origen en el cielo. Escuchar a la Madre es escuchar al Padre, Ella es el eco de su Voz, actuar con indiferencia ante las palabras de la Madre es obrar con cierta insensatez.

Concluimos con estas palabras de San Juan Pablo II, en el libro  en Cruzando el umbral de la esperanza:

"El modo en que María participa en la victoria de Cristo yo lo he conocido sobre todo por la experiencia de mi nación. De boca del cardenal Stefan Wyszynski sabía también que su predecesor, el cardenal August Hlond, al morir, pronunció estas significativas palabras: «La victoria, si llega, llegará por medio de María.» Durante mi ministerio pastoral en Polonia, fui testigo del modo en que aquellas palabras se iban realizando.


Mientras entraba en los problemas de la Iglesia universal, al ser elegido Papa, llevaba en mí una convicción semejante: que también en esta dimensión universal, la victoria, si llega, será alcanzada por María. Cristo vencerá por medio de Ella, porque Él quiere que las victorias de la Iglesia en el mundo contemporáneo y en el mundo del futuro estén unidas a Ella.