lunes, 8 de junio de 2020

MONS. JOSÉ IGNACIO MUNILLA AGUIRRE: CORAZÓN DE CRISTO ,SANADOR


Introducción:
Constatamos la cantidad de males que padece la humanidad: guerras, pobreza, injusticias, discriminaciones injustas, inseguridad ciudadana, flujos migratorios desesperados, rupturas familiares, etc. Frente a todos estos males morales, son muchos los que apuestan por la superación de los males del mundo, a partir de la transformación de sus estructuras políticas.

Sin embargo, el pensamiento cristiano sostiene que el mal del mundo no podrá ser superado, sino como consecuencia de un cambio profundo en el corazón del hombre. Por ello, nosotros hemos comenzado constatando en la catequesis anterior la situación de “emergencia” en la que se encuentra el “corazón” humano; que es la fuente desde la que se derivan los males sociales.

La transformación de las estructuras injustas es totalmente necesaria, pero sería del todo inútil, si no fuese acompañada de la conversión personal del ser humano. El principio cristiano es que toda la transformación del mundo debe partir de la transformación del hombre. Porque somos nosotros, los hombres, los que construimos el mundo. La crisis del mundo tiene su raíz en el hombre, en el corazón del hombre.

El niño y el puzzle.
El padre estaba trabajando en su despacho y el niño molestándolo un poco, así es que para entretenerlo arrancó de una revista la fotografía de un mapamundi y la recortó en bastantes pedacitos para que el niño hiciera el puzzle. El padre siguió trabajando feliz con la buena idea que había tenido. Pero, al momento, el niño otra vez estaba allí:
-"¡Ya está, papá!".
-"¿Cómo lo has hecho?", le contestó el padre asombrado.
-"Es que por detrás aparecía la foto de un hombre, reconstruí el hombre y quedó arreglado el mundo".

 ¿Cómo se reconstruye el corazón del hombre?

1)      Sólo Dios salva.
Pero, ¿cómo se arregla el corazón del hombre? ¿Es esto posible para nosotros?
Constatamos con nuestra propia experiencia, además de a la luz de la Revelación, que el hombre no puede transformar su corazón con sus solas fuerzas. Ningún hombre es capaz de “autorredimirse”. Nada somos sin la gracia de Dios, tal y como nos lo explica el propio Jesucristo: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).
Como decía Benedicto XVI a los jóvenes en Colonia: "¿Qué puede salvarnos sino el amor?". En efecto, Dios es Amor; y por ello, sólo Él puede salvar, sanar y transformar al hombre…

2) Encarnación, el camino de salvación
Dios es todopoderoso. El podría haber optado entre muchos caminos para salvar al hombre. Sin embargo, su amor infinito le ha llevado a elegir el “camino” de la encarnación… Se ha hecho uno de nosotros, para salvarnos desde nuestra propia condición humana. Lo sorprendente es que para salvar al hombre, se ha hecho hombre. O dicho de otro modo, el que venía a “sanar” nuestro corazón enfermo, ha querido hacerlo sirviéndose para ello de un “corazón de hombre” –el Corazón de Jesús- como instrumento de salvación.
El propio nombre de “Jesús”, significa “salvador”. Recordamos el texto de los Hechos de los Apóstoles: “Él es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4, 11-12)

 3)      Misterio de la Redención
Jesucristo es el Salvador, y todos los episodios de su vida son redentores… Así podemos decir que Jesús nos salva naciendo en Belén, en su vida oculta en Nazaret, en su predicación del Reino, haciendo milagros, venciendo las tentaciones del desierto, curando enfermos, etc, etc. Pero hay un momento especialmente redentor de la vida de Cristo: su muerte y resurrección.

En el episodio de Getsemaní se da a conocer el sentido profundo de la redención de la humanidad. Solamente Jesús es capaz de comprender la hondura de la ofensa del pecado de los hombres. Hay que conocer el amor de Dios Padre -como lo conoce Jesús- para entender la gravedad del “desprecio” al Amor de Dios… Jesús tiene plena conciencia de que en la cruz va a asumir los pecados de toda la humanidad, y de cada uno de nosotros en particular. Las palabras pronunciadas por Cristo en la institución de la eucaristía, la víspera de su pasión, no dejan lugar a dudas: “Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros… Ésta es mi sangre derramada por el perdón de los pecados

La cruz es la síntesis de toda la Redención de Jesús. Porque en ninguna parte nos ha mostrado tanto el amor que nos tiene, la misericordia del Padre y la gravedad del pecado. "Mirarán al que atravesaron". Miramos con fe y gratitud la cruz del Señor: 

Atravesado por amor. Jesús nos dice que nos ama hasta el extremo. Por amor al hombre se da, se entrega. Por amor al hombre se deja herir, se deja traspasar. “A mí nadie me quita la vida, sino que yo la doy voluntariamente…” (Jn 10, 18)

Atravesado por nuestros pecados. Esa lanza que se hunde atravesando el Costado de Cristo significa el pecado del hombre. "Ha sido atravesado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes" (Is 53, 5).

Atravesado para nuestra salvación. Sigue diciendo Isaías: "…sus heridas nos han curado". La sangre y el agua que brota del Costado de Cristo –imagen de los sacramentos de la Iglesia- es fuente de salvación.

 4)      El Espíritu Santo nos ofrece un “corazón nuevo”
-         El Espíritu Santo formó en las entrañas de la Virgen María el Corazón de Jesús.
-         Del Corazón de Jesús traspasado por la lanza, brotó el Espíritu Santo (simbolizado por el agua).
-         El Espíritu Santo tiene ahora la tarea de formar en cada uno de nosotros un nuevo corazón, a imagen del Corazón de Cristo.

 El Espíritu Santo lleva a cabo la obra de la santificación en nuestras vidas: la transformación del corazón egoísta en un corazón semejante al de Jesús. Sólo así podremos construir la tan deseada Civilización del Amor, capaz de transformar las estructuras injustas de nuestra sociedad.

Necesitamos más unidad entre nosotros para poder construir el Reino de Dios, sin caer en la tentación de buscar cada uno sus intereses particulares (¡Cor unum et anima una! ¡Un solo corazón y una sola alma!). Este fue el ideal por el que Jesús oró al Padre en su oración sacerdotal: "Que todos sean uno, como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti…" (Jn 17, 21).

No olvidemos que el ideal de la unión entre los hombres requiere la unión en Cristo. Sólo seremos capaces de construir un mundo unido y justo, si el Corazón de Cristo es nuestro punto de encuentro. 

Profecía de Ezequiel
“Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.
Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios”.  (Ez 36, 24-28)

lunes, 1 de junio de 2020

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


El viernes siguiente al segundo domingo después de Pentecostés, la Iglesia celebra la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús. Además de la celebración litúrgica, otras muchas expresiones de piedad tienen por objeto el Corazón de Cristo. No hay duda de que la devoción al Corazón del Salvador ha sido, y sigue siendo, una de las expresiones más difundidas y amadas de la piedad eclesial.

Entendida a la luz de la sagrada Escritura, la expresión "Corazón de Cristo" designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y de santificación para toda la humanidad. El "Corazón de Cristo" es Cristo, Verbo encarnado y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus hermanos.

Como han recordado frecuentemente los Romanos Pontífices, la devoción al Corazón de Cristo tiene un sólido fundamento en la Escritura.

Jesús, que es uno con el Padre (cfr. Jn 10,30), invita a sus discípulos a vivir en íntima comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como norma de conducta, y se presenta a sí mismo como maestro "manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Se puede decir, en un cierto sentido, que la devoción al Corazón de Cristo es la traducción en términos cultuales de la mirada que, según las palabras proféticas y evangélicas, todas las generaciones cristianas dirigirán al que ha sido atravesado (cfr. Jn 19,37; Zc 12,10), esto es, al costado de Cristo atravesado por la lanza, del cual brotó sangre y agua (cfr. Jn 19,34), símbolo del "sacramento admirable de toda la Iglesia".

El texto de san Juan que narra la ostensión de las manos y del costado de Cristo a los discípulos (cfr. Jn 20,20) y la invitación dirigida por Cristo a Tomás, para que extendiera su mano y la metiera en su costado (cfr. Jn 20,27), han tenido también un influjo notable en el origen y en el desarrollo de la piedad eclesial al sagrado Corazón.

Estos textos, y otros que presentan a Cristo como Cordero pascual, victorioso, aunque también inmolado (cfr. Ap 5,6), fueron objeto de asidua meditación por parte de los Santos Padres, que desvelaron las riquezas doctrinales y con frecuencia invitaron a los fieles a penetrar en el misterio de Cristo por la puerta abierta de su costado. Así san Agustín: "La entrada es accesible: Cristo es la puerta. También se abrió para ti cuando su costado fue abierto por la lanza. Recuerda qué salió de allí; así mira por dónde puedes entrar. Del costado del Señor que colgaba y moría en la Cruz salió sangre y agua, cuando fue abierto por la lanza. En el agua está tu purificación, en la sangre tu redención".

La Edad Media fue una época especialmente fecunda para el desarrollo de la devoción al Corazón del Salvador. Hombres insignes por su doctrina y santidad, como san Bernardo (+1153), san Buenaventura (+1274), y místicos como santa Lutgarda (+1246), santa Matilde de Magdeburgo (+1282), las santas hermanas Matilde (+1299) y Gertrudis (+1302) del monasterio de Helfta, Ludolfo de Sajonia (+1378), santa Catalina de Siena (+1380), profundizaron en el misterio del Corazón de Cristo, en el que veían el "refugio" donde acogerse, la sede de la misericordia, el lugar del encuentro con Él, la fuente del amor infinito del Señor, la fuente de la cual brota el agua del Espíritu, la verdadera tierra prometida y el verdadero paraíso.

En la época moderna, el culto del Corazón de Salvador tuvo un nuevo desarrollo. En un momento en el que el jansenismo proclamaba los rigores de la justicia divina, la devoción al Corazón de Cristo fue un antídoto eficaz para suscitar en los fieles el amor al Señor y la confianza en su infinita misericordia, de la cual el Corazón es prenda y símbolo. San Francisco de Sales (+1622), que adoptó como norma de vida y apostolado la actitud fundamental del Corazón de Cristo, esto es, la humildad, la mansedumbre (cfr. Mt 11,29), el amor tierno y misericordioso; santa Margarita María de Alacoque (+1690), a quien el Señor mostró repetidas veces las riquezas de su Corazón; San Juan Eudes (+1680), promotor del culto litúrgico al sagrado Corazón; san Claudio de la Colombiere (+1682), San Juan Bosco (+1888) y otros santos, han sido insignes apóstoles de la devoción al sagrado Corazón.

Las formas de devoción al Corazón del Salvador son muy numerosas; algunas han sido explícitamente aprobadas y recomendadas con frecuencia por la Sede Apostólica. Entre éstas hay que recordar:

- la consagración personal, que, según Pío XI, "entre todas las prácticas del culto al sagrado Corazón es sin duda la principal";

- la consagración de la familia, mediante la que el núcleo familiar, partícipe ya por el sacramento del matrimonio del misterio de unidad y de amor entre Cristo y la Iglesia, se entrega al Señor para que reine en el corazón de cada uno de sus miembros;

- las Letanías del Corazón de Jesús, aprobadas en 1891 para toda la Iglesia, de contenido marcadamente bíblico y a las que se han concedido indulgencias;

- el acto de reparación, fórmula de oración con la que el fiel, consciente de la infinita bondad de Cristo, quiere implorar misericordia y reparar las ofensas cometidas de tantas maneras contra su Corazón;

- la práctica de los nueve primeros viernes de mes, que tiene su origen en la "gran promesa" hecha por Jesús a santa Margarita María de Alacoque. En una época en la que la comunión sacramental era muy rara entre los fieles, la práctica de los nueve primeros viernes de mes contribuyó significativamente a restablecer la frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. En nuestros días, la devoción de los primeros viernes de mes, si se practica de un modo correcto, puede dar todavía indudable fruto espiritual. Es preciso, sin embargo, que se instruya de manera conveniente a los fieles: sobre el hecho de que no se debe poner en esta práctica una confianza que se convierta en una vana credulidad que, en orden a la salvación, anula las exigencias absolutamente necesarias de la fe operante y del propósito de llevar una vida conforme al Evangelio; sobre el valor absolutamente principal del domingo, la "fiesta primordial", que se debe caracterizar por la plena participación de los fieles en la celebración eucarística.

La devoción al sagrado Corazón constituye una gran expresión histórica de la piedad de la Iglesia hacia Jesucristo, su esposo y señor; requiere una actitud de fondo, constituida por la conversión y la reparación, por el amor y la gratitud, por el empeño apostólico y la consagración a Cristo y a su obra de salvación. Por esto, la Sede Apostólica y los Obispos la recomiendan, y promueven su renovación: en las expresiones del lenguaje y en las imágenes, en la toma de conciencia de sus raíces bíblicas y su vinculación con las verdades principales de la fe, en la afirmación de la primacía del amor a Dios y al prójimo, como contenido esencial de la misma devoción.

La piedad popular tiende a identificar una devoción con su representación iconográfica. Esto es algo normal, que sin duda tiene elementos positivos, pero puede también dar lugar a ciertos inconvenientes: un tipo de imágenes que no responda ya al gusto de los fieles, puede ocasionar un menor aprecio del objeto de la devoción, independientemente de su fundamento teológico y de contenido histórico salvífico.

Así ha sucedido con la devoción al sagrado Corazón: ciertas láminas con imágenes a veces dulzonas, inadecuadas para expresar el robusto contenido teológico, no favorecen el acercamiento de los fieles al misterio del Corazón del Salvador.

En nuestro tiempo se ha visto con agrado la tendencia a representar el sagrado Corazón remitiéndose al momento de la Crucifixión, en la que se manifiesta en grado máximo el amor de Cristo. El sagrado Corazón es Cristo crucificado, con el costado abierto por la lanza, del que brotan sangre y agua (cfr. Jn 19,34).

FUENTE: DIRECTORIO DE PASTORAL POPULAR

DIÁCONO JORGE NOVOA: EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (4)