martes, 27 de febrero de 2018

JOSÉ LUIS IRABURU: CONDICIONES PARA LA CONVERSIÓN


La conversión se realiza por obra del Espíritu Santo, y requiere siete convicciones humildes de la fe:
1. Vamos mal. Los falsos profetas aseguran «vamos bien, nada hay que temer; paz, paz». Los profetas verdaderos dicen lo contrario: «vamos mal, es necesario y urgente que nos convirtamos; si no, vendrán sobre nosotros males aún mayores que los que ahora estamos sufriendo» (Isaías 3; Jeremías 7; Oseas 2.8.14; Joel 2; Miqueas en 1Re 22).
2. Estamos sufriendo penalidades justas, consecuencias evidentes de nuestros pecados: apostasías en número creciente, carencia de vocaciones, etc. Nos merecemos todo eso y más: «eres justo, Señor, en cuanto has hecho con nosotros, porque hemos pecado y cometido iniquidad en todo, apartándonos en todo de tus preceptos» (cfr. Dan 3,26-45).
3. Son castigos medicinales los que, como consecuencias de nuestros pecados, la Providencia divina nos inflige. Y en esos mismos castigos la misericordia de Dios suaviza mucho su justicia: «no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas» (Sal 102,10). Esto hay que tenerlo bien presente.
4. No tenemos remedio humano. No tenemos, por nosotros mismos, ni luz de discernimiento, ni fuerza para la conversión. Para superar los enormes males que nos abruman no nos valen ni métodos, ni estrategias, ni nuevas organizaciones de nuestra acción. Tampoco tenemos guías eficaces de la reforma que necesitamos: «hasta el profeta y el sacerdote vagan desorientados por el país» (Jer 14,18).
5. Pero Dios quiere y puede salvarnos. La Iglesia, después de haber mirado a un lado y a otro, buscando «de dónde me vendrá el auxilio», y, ya desesperada de toda ayuda humana, levanta al Señor su esperanza y la pone sólo en Él: «el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 120,1-2).
6. Es necesaria la oración de súplica. La Iglesia, en tiempos de aflicción, no encuentra salvación ni a derecha ni a izquierda, sino arriba, por la oración de súplica: «levántate, Señor, extiende tu brazo poderoso, ten piedad de nosotros, por pura gracia, por pura misericordia tuya, no nos desampares, acuérdate de nuestros padres y de tus promesas». Son las súplicas que una y otra vez se hacen en las Escrituras.
7. Para la gloria de Dios. Es la oración bíblica: «no nos abandones, Señor, no permitas la destrucción del Templo de tu gloria, no dejes que se acaben los himnos y cánticos que alaban tu Nombre santo. Restáuranos, Señor, por la gloria de tu Nombre, que se ve humillado por nuestros pecados y miserias. Sálvanos con el poder misericordioso de tu brazo. Seremos fieles a tu Alianza, y te alabaremos por los siglos de los siglos. Amén».
No hay posible conversión o reforma de la Iglesia –sin la cual no hay nueva evangelización– si estas siete actitudes, hoy tan debilitadas, o algunas de ellas, faltan. Pero si se dan, esperamos con absoluta certeza la salvación, la superación de los peores males, la conversión de personas y de pueblos, aunque parezca imposible. Pedir e intentar la conversión: ora et labora.

lunes, 26 de febrero de 2018

ALÉGRATE MARÍA (ANUNCIACIÓN)

Este himno griego en honor de la Madre de Dios, puede atribuirse con gran probabilidad a Romanos Melodos (siglos VI y VII), el príncipe de todos los cantores de la iglesia griega. Originariamente, el texto se compuso para la fiesta de la Anunciación. En este himno se celebran en doce cantos los misterios de la Encarnación de Cristo y de la maternidad virginal de María.

"Un ángel de primer orden fue enviado desde el cielo a decirle a la Théotokos: ¡Alégrate! Y lleno de admiración al ver que os encarnabais, Señor, al son de esta palabra inmaterial, estaba ante ella exclamando:

¡Alégrate, tú, por quién resplandecerá la alegría!
¡Alégrate, tú, por quién se acabará la maldición!
¡Alégrate,tú, por quién Adán se levanta de su caída!
¡Alégrate,tú, que enjugas las lágrimas de Eva!
!Alégrate, cima inaccesible al pensamiento humano!
!Alégrate, abismo impenetrable aún a los ojos de los ángeles!
¡Alégrate,porque tú eres el trono del gran Rey!
¡Alégrate, porque tú llevas en tu seno a aquel que sostiene todas las cosas!
¡Alégrate,Estrella mensajera del sol!
¡Alégrate, seno de la divina Encarnación!
¡Alégrate, tú, por quién se renueva la Creación!
¡Alégrate,tú, por quién y en quién es adorado el Creador!
¡Alégrate, Esposa no desposada!¡Virgen!

viernes, 23 de febrero de 2018

HANS URS VON BALTHASAR: II DOMINGO DE CUARESMA (CICLO B)


 Toma a tu hijo, al que quieres. Al evangelio de la transfiguración le precede, como primera lectura, el relato del sacrificio de Abrahán. Con razón: pues la transfiguración del Señor será la demostración por parte de Dios de lo que es realmente “su Hijo amado”, que será ofrecido en sacrificio por los hombres. Para los judíos el sacrificio de Abrahán es el momento culminante de su relación con Dios, y subrayan que  se trata de un doble sacrificio, del padre, que toma el cuchillo para degollar a su hijo, y del hijo, que consciente en la inmolación. Se suele decir que en Abrahán es esto solo una prefiguración, pues en realidad no tuvo que ofrecer el sacrificio, no le hizo falta sacrificar a Isaac. Pero quizá lo realizó ya en su fuero interno, en su interior, en su corazón cuando tomó el cuchillo con la intención de degollar a su hijo. Se trata de algo extremo que Dios podía pedir del hombre que permanece en su alianza como imitación de su propio designio con respecto a su Hijo. Lo horrendo del caso, no está solo en la orden de matar al propio hijo – en las religiones circundantes e, ilícitamente, también en Israel  se practicaban sacrificios humanos- sino en que este hijo había sido dado expresamente por Dios mediante un milagro y estaba destinado para garantizar con su persona el cumplimiento de la promesa divina. Pero Dios no se contradice a sí mismo cuando da esta orden. Y a pesar de esta contradicción incomprensible para el hombre, éste debe obedecer, porque Dios es Dios.

No perdonó a su propio Hijo. La segunda lectura resuelve la aparente paradoja cuando dice que Dios se revela como el que es esencialmente amor, como el que no se contradice cuando entrega a su divino Hijo a la muerte real y precisamente así cumple la promesa de dar todo con él, es decir, de conferir la vida eterna. Lo más grande no es aquí la obediencia unilateral del hombre ante una orden incomprensible de Dios, sino la unidad de la obediencia del Hijo, que se entrega a la muerte por la salvación de todos, y de la abnegación del Padre, que nos da todo, sin ahorrar el sacrificio a su propio Hijo. Con ello Dios no solamente está con nosotros – como el Emmanuel veterotestamentario- , sino que intercede definitivamente por nosotros sus elegidos. Y con ello no solamente nos ha dado algo grande, sino todo lo que tiene y es. Ahora Dios está tan de nuestra parte que cualquier acusación (judicial) contra nosotros pierde toda su fuerza.  Nadie puede acusarnos ya ante el tribunal de Dios; el Hijo entregado por Dios es una bogado tan irrefutable que toda acusación humana contra nosotros enmudece.

Transfiguración. A partir de aquí resulta comprensible- en el evangelio-en su verdadero sentido la luz trinitaria que irradia desde el Hijo sobre la montaña. En modo alguno se trata de una concentración en sí mismo –como en ciertos yoguis-, sino de la esplendente verdad trinitaria de la entrega total y absoluta, que muestra lo que el Padre entrega realmente y ofrece en sacrificio por el mundo, lo que el nuevo Isaac consciente que suceda en sí, en pura obediencia amorosa al Padre, lo que la nube deslumbrante que los cubre con su espesura oculta en el misterio divino. El miedo y el balbuceo por parte de los hombres es la consecuencia necesaria; pero también lo es la orden de no profanar con habladurías lo que se ha contemplado. Todo se aclarará por sí solo en la muerte y resurrección del Señor.

jueves, 22 de febrero de 2018

BENEDICTO XVI: AGUSTÍN, LA RELACIÓN ENTRE ORACIÓN Y ESPERANZA


Agustín ilustró de forma muy bella la relación íntima entre oración y esperanza en una homilía sobre la Primera Carta de San Juan. Él define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. « Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don] ». Agustín se refiere a san Pablo, el cual dice de sí mismo que vive lanzado hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,13). 

Después usa una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano. « Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel? » El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados. Aunque Agustín habla directamente sólo de la receptividad para con Dios, se ve claramente que con este esfuerzo por liberarse del vinagre y de su sabor, el hombre no sólo se hace libre para Dios, sino que se abre también a los demás. En efecto, sólo convirtiéndonos en hijos de Dios podemos estar con nuestro Padre común. Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad. 

El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás. En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de aprender que no puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. Ha de purificar sus deseos y sus esperanzas. Debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación con Dios obliga al hombre a reconocerlas también. « ¿Quién conoce sus faltas? Absuélveme de lo que se me oculta », ruega el salmista (19[18],13). No reconocer la culpa, la ilusión de inocencia, no me justifica ni me salva, porque la ofuscación de la conciencia, la incapacidad de reconocer en mí el mal en cuanto tal, es culpa mía. Si Dios no existe, entonces quizás tengo que refugiarme en estas mentiras, porque no hay nadie que pueda perdonarme, nadie que sea el verdadero criterio. En cambio, el encuentro con Dios despierta mi conciencia para que ésta ya no me ofrezca más una autojustificación ni sea un simple reflejo de mí mismo y de los contemporáneos que me condicionan, sino que se transforme en capacidad para escuchar el Bien mismo.

Carta encíclica : Spe salvi

miércoles, 21 de febrero de 2018

QUÉ SON LOS HÁBITOS?

Es una disposición estable para obrar de una manera determinada. Concierne a las facultades o potencias operativas humanas; el hábito facilita y agiliza su actuación (el paso de la potencia al acto). Gracias a él se actúa con facilidad, con prontitud, espontáneamente. Sin la ayuda de los hábitos el sujeto carecería de estabilidad, de agilidad y de precisión en el aprender y en el obrar.

El término se deriva del latín habitus y traduce el griego éxis, que significan modo de ser, disposición, comportamiento, en una palabra el acto convertido en actitud. Los dos mayores teóricos del hábito son Aristóteles y santo Tomás. Además de la ética, tratan de los hábitos la psicología y la pedagogía.

Los hábitos atañen propiamente a las facultades superiores humanas: el entendimiento y la voluntad. Los primeros persiguen el conocimiento teórico (por ejemplo, la ciencia y la sabiduría) y se llaman cognoscitivos o especulativos; los segundos se relacionan con la actividad práctica (por ejemplo, la justicia y la templanza) y se llaman apetitivos u operativos. También se ve afectado el sustrato psico-físico, pero en una articulación de subordinación a las potencias superiores. Lo hábitos que plasman a las potencias o facultades de naturaleza estrictamente psico-física son llamados más propiamente habilidades. La ética se ocupa de los hábitos operativos virtuosos o viciosos, que inclinan la voluntad al bien o al mal moral.

En cuanto al principio, los hábitos se originan de varias maneras, en razón de su ser natural o sobrenatural. Los primeros pueden ser innatos, es decir congénitos al hombre, como la inteligencia de los primeros principios y la sindéresis; o adquiridos, o sea conseguidos mediante el ejercicio; la repetición de un acto induce al hábito. Los segundos son infundidos por Dios, fruto de la acción habilitante de la gracia. En los hábitos se puede crecer o decrecer. Y también se les puede perder. Es bueno (virtuoso) o malo (vicioso) el hábito que conforma a la libertad respectivamente con un valor o con un antivalor.
Los hábitos buenos realizan a la persona en relación con el fin, los malos obstaculizan su realización. Hacen a la persona moral como si la revistieran -dicen Aristóteles y santo Tomás- de una segunda naturaleza. El cristiano recibe de san Pablo la invitación a "desvestirse» de los hábitos viciosos del hombre viejo y a «revestirse» de los hábitos virtuosos del hombre nuevo (cf. Col 2,8.12).

Obtenidos mediante el ejercicio (los adquiridos) y correspondiendo a ellos por la fidelidad (los innatos e infusos), los hábitos son acontecimientos de libertad. En este sentido se distinguen de las «costumbres», de naturaleza psicosomática y mecánico-repetitiva. Tienen que ver con la libertad, que es plasmada, inclinada, modulada o reforzada por ellos.(M. Cozzoli)

Bibl.: Santo Tomás, Summa Theologica, III, qq. 49-54; O. Schwemmer, Hábito, en SM. 111, 359-363; J, M. Ramírez, De habitibus in communi, en Opera omnia, VI, Madrid 1973; E. Kant, Fundamentación de la metafisica de las costumbres, Espasa Calpe, Madrid 1981,

martes, 20 de febrero de 2018

JACINTA Y FRANCISCO DE FÁTIMA


FRANCISCO Y JACINTA fueron beatificados en mayo de 2000.

Francisco nació en Aljustrel, Fátima, el 11 de junio de 1908. Fue bautizado el 20 de junio de 1908.

Enfermó de neumonía en diciembre de 1918. Y falleció en Aljustrel a las 22 horas del 4 de abril de 1919. Fue enterrado en el cementerio de Fátima y después trasladado a la basílica el 13 de marzo de 1952.
Su gran preocupación era la de "consolar a Nuestro Señor". El espíritu de amor y reparación para con Dios ofendido fueron notables en su vida tan corta. Pasaba horas "pensando en Dios". Fue un contemplativo.

Jacinta también nació en Aljustrel el 11 de marzo de 1910 y fue bautizada el 19 de ese mismo mes.

Víctima de una neumonía, enfermó en diciembre de 1918. Estuvo internada en el hospital de Vila Nova de Ourém, y luego en Lisboa, en el hospital de doña Estefanía, donde murió a las 22:30 del 20 de febrero de 1920.

Se llevó el cuerpo al cementerio de Vila Nova de Ourém; el 12 de septiembre de 1935 fue trasladada al cementerio de Fátima y el 1 de mayo de 1951 se trasladó su cuerpo finalmente a la basílica del Santuario. 

Su vida se caracterizó por el espíritu de sacrificio, el amor al Corazón de María, al Santo Padre y a los pecadores. Llevada por la preocupación por la salvación de los pecadores y el desagravio al Inmaculado Corazón de María, de todo ofrecía un sacrificio a Dios, como le recomendara el Angel, diciendo siempre la oración que Nuestra Señora les había enseñado: " Oh Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores ( y añadía por el Santo Padre) y como reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María".

Vía crucis: PRIMERA Y SEGUNDA ESTACIÓN


I Estación: Jesús condenado a muerte

La sentencia de Pilato fue dictada bajo la presión de los sacerdotes y de la multitud. La condena a muerte por crucifixión debería de haber satisfecho sus pasiones y ser respuesta al grito: «¡crucifícale! ¡crucifícale! » (Mc 15, 13 -14, etc.),. El pretor romano pensó que podría eludir el dictar sentencia lavándose las manos, como se había desentendido antes de las palabras de Cristo cuando éste identificó su reino con la verdad, con el testimonio de la verdad (Jn 18, 38). En uno y otro caso Pilato buscaba conservar la independencia, mantenerse en cierto modo al «margen». Pero era sólo en apariencias. La cruz a la que fue condenado Jesús de Nazaret (Jn 18,36-37), debía afectar profundamente el alma del pretor Romano. Esta fue y es una Realeza, frente a la cual no se puede permanecer indiferente o mantenerse al margen.

El hecho de que a Jesús, Hijo de Dios, se le pregunte por su Reino, y que por esto sea juzgado por el hombre y condenado a muerte, constituye el principio del testimonio final de Dios que tanto amó al mundo (cf. Jn 3,16). También nosotros nos encontramos ante este testimonio, y sabemos que no nos es lícito lavarnos las manos.

II Estación: Jesús carga con la cruz


Empieza la ejecución, es decir, el cumplimiento de la sentencia. Cristo, condenado a muerte, debe cargar con la cruz como los otros condenados que van a sufrir la misma pena: «Fue contado entre los pecadores» (Is 53,12). Cristo se acerca a la cruz con el cuerpo entero terriblemente magullado y desgarrado, con la sangre que le baña el rostro, cayéndole de la cabeza coronada de espinas. Ecce homo! (Jn 19,5). En el se encierra toda la verdad del Hijo del hombre predicha por los profetas, la verdad sobre el siervo de Yavé anunciada por Isaías: «Fue traspasado por nuestras iniquidades... y en sus llagas hemos sido curados» (Is 53,5). Está también presente en el una cierta consecuencia, que nos deja asombrados, de lo que el hombre ha hecho con su Dios. Dice Pilato: «Ecce Homo» (Jn 19,5): «¡Mirad lo que habéis hecho de este hombre!». En esta afirmación parece oírse otra voz, como queriendo decir: «¡Mirad lo que habéis hecho en este hombre con vuestro Dios!».

Resulta conmovedora la semejanza, la interferencia de esta voz que escuchamos a través de la historia con lo que nos llega mediante el conocimiento de la fe. Ecce homo!
Jesús, «el llamado Mesías» (Mt 27, 17), carga la cruz sobre sus espaldas (Jn 19,17). Ha empezado la ejecución.

El Camino de la Cruz escrito por el Card. Karol Wojtyla

jueves, 15 de febrero de 2018

HANS URS VON BALTHASAR: I DOMINGO DE CUARESMA (CICLO B)



Creed en la Buen Noticia. El Evangelio, la Buena Noticia que Jesús comienza a proclamar ya que es un mensaje para el mundo entero, para éste y para el del más allá, comienza con su ayuno de cuarenta días. Jesús no inicia su Cuaresma por propia iniciativa, como mero ejercicio ascético, sino que es empujado al desierto por el Espíritu de Dios. Como tampoco soportará el sufrimiento en la Cruz (al final de  la Cuaresma eclesial) por ascetismo, sino por pura obediencia al Padre. La inmensa e ilimitada obra de Cristo supone tanto al principio como al final una tremenda renuncia. Durante más de un mes vive si probar bocado, se alimenta únicamente de la Palabra y de la voluntad del Padre: Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra (Jn 4,34). Siguiendo el ejemplo de Jesús, todos los santos cuya predicación haya de ser fecunda tendrán que desprenderse de lo propio para anunciar eficazmente la proximidad del Reino de Dios. El Señor vive su tiempo de ayuno entre las alimañas y los ángeles, que le servían, entre el peligro corporal y la protección sobrenatural. Vive entre los dos extremos de la creación entera. Al desprenderse de todo lo que llena la vida cotidiana de los hombres, Jesús toma conciencia de las auténticas dimensiones del cosmos, que, como Redentor del mundo, debe rescatar de Dios. Después de esta preparación lejos del mundo –renuncia a todo, incluso a lo más necesario para vivir-, puede presentarse abiertamente ante los hombres y proclamar: Se ha cumplido el plazo.

Esta es la señal del pacto. Las dos lecturas muestran las dimensiones del mundo que hay que redimir. La primera describe la alianza primigenia y fundamental de Dios con Noé. Se trata de la promesa de una reconciliación definitiva de  Dios con el mundo. Los nubarrones amenazadores del castigo inmisericorde han desaparecido definitivamente del cielo, son un pasado que nunca volverá. Tras la tormenta de la cólera ha salido el sol y se ha formado el arco iris, que se eleva desde la tierra hasta el cielo y recuerda a Dios su pacto con todos los animales, con todos los vivientes. Este pacto no ha sido abolido ni ha quedado disminuido por la alianza con Israel y por la posterior Alianza de Cristo.

 Fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados. La segunda lectura da una respuesta, aunque ciertamente misteriosa, a la cuestión de la suerte de los difuntos precristianos. Jesús murió por los culpables para conducirlos a Dios. Por eso él, corporalmente muerto, pero vivo espiritualmente, descendió a los infiernos para proclamar su mensaje de salvación a los espíritus encarcelados. Pues antes de su muerte y de su descenso a los infiernos, nadie podía llegar a Dios (Hb 11,40). Antes de la resurrección de Jesús, tampoco había Bautismo que pudiera preservarnos del seol veterotestamentario, de esa cárcel de los muertos que era una parte del mundo todavía no plenamente redimido. Pero para llegar al mundo de los muertos, Jesús tenía que someterse también él a la muerte, de la que haremos memoria al final de la Cuaresma y en virtud de la cual Cristo puede realizar la promesa contenida en la alianza pactada con Noé de someter al mundo entero, incluido el último enemigo, la muerte (I Cor 15,26), para poner al universo entero bajo los pies del Padre.