martes, 4 de diciembre de 2018

BLEST: SUBLIME GRACIA




Sublime gracia del Señor
 Que a mí, pecador salvó
 Fui ciego mas hoy veo yo
 Perdido y El me halló

 Su gracia me enseñó a temer
 Mis dudas ahuyentó !
Oh cuán precioso fue a mi ser
 Cuando El me transformó!

 En los peligros o aflicción
 Que yo he tenido aquí
 Su gracia siempre me libró
 Y me guiará feliz

 Y cuando en Sión por siglos mil
 Brillando este cual sol
 Yo cantare por siempre allí
 Su amor que me salvó//

lunes, 3 de diciembre de 2018

JULIO ALONSO AMPUERO: LECTURAS DOMINICALES DEL ADVIENTO

FUENTE- GRATIS DATE
Domingo I de Adviento
«Se acerca vuestra liberación»
Lc 21,25-28.34-36
«Se salvará Judá». Es notable que la mayor parte de los textos bíblicos de la liturgia de Adviento nos hablan de la salvación del pueblo entero. «Cumpliré mi promesa que hice a la casa de Israel». Hemos de ensanchar nuestro corazón y dejar que se dilate nuestra esperanza al empezar el Adviento. Debemos evitar reducir o empequeñecer la acción de Dios: nuestra mirada debe abarcar a la Iglesia entera, que se extiende por todo el mundo. No podemos conformarnos con menos de lo que Dios quiere darnos.
«Santos e irreprensibles». Lo mismo hemos de tener presente en cuanto a la intensidad de la esperanza. Si Cristo viene no es sólo para mejorarnos un poco, sino para hacernos partícipes de la santidad misma de Dios. Y esta obra suya de salvación quiere ser tan poderosa que se manifestará ante todo el mundo que él es nuestra santidad, que no somos santos por nuestras fuerzas, sino por la gracia suya, hasta el punto de que a la Iglesia se le pueda dar el nombre de «Señor-nuestra-justicia».
«Se acerca vuestra liberación». Toda venida de Cristo es siempre liberadora, redentora. Viene para arrancamos de la esclavitud de nuestros pecados. Por eso, nuestra esperanza se convierte en deseo apremiante, en anhelo incontenible, exactamente igual que el prisionero que contempla cercano el día de su liberación. La auténtica esperanza nos pone en marcha y desata todas nuestras energías.



Domingo II de Adviento
Acontece Dios
Lc 3,1-6
«Vino la palabra de Dios sobre Juan». Lucas, con su mentalidad de historiador, tiene mucho interés en precisar los datos históricos de la predicación del Bautista. La palabra de Dios acontece. No se nos habla de algo irreal, abstracto o ajeno a nuestra historia. Dios interviene en momentos concretos y en lugares determinados de la historia de los hombres. También de la tuya. Quizá ahora mismo, en este preciso instante...
«Un bautismo de conversión». La misión de Juan ha estado marcada por esta llamada incesante a la conversión. También la Iglesia ha recibido este encargo. Y esta invitación no siempre nos resulta grata; nos escuece, nos molesta... Y sin embargo, la llamada a la conversión es llamada a la vida: sólo mediante la conversión será realidad que «todos verán la salvación de Dios». Convertirnos es en realidad despojarnos del vestido de luto y aflicción y vestirnos las galas perpetuas de la gloria que Dios nos da (1ª lectura: Bar 5,1).
«Elévense los valles, desciendan los montes y colinas». La esperanza del adviento quiere levantarnos de los valles de nuestros desánimos y cobardías, y abajarnos de los montes de nuestros orgullos y autosuficiencias. Quiere ponernos en la verdad de Dios y en la verdad de nosotros mismos. Quiere conducirnos a no esperar nada de nosotros mismos, y al mismo tiempo a esperarlo todo de Dios, a esperar cosas grandes y maravillosas porque Dios es grande y maravilloso.


Domingo III de Adviento
¡Alégrate!
Sof 3, 14
La liturgia de este domingo quiere infundirnos una alegría desbordante: «Regocíjate... Grita de júbilo... Alégrate y gózate de todo corazón...» ¿La razón? La Iglesia presiente la inminencia de Cristo –«el Señor será el rey de Israel en medio de ti»– y no puede contener su gozo; la esperanza,, el deseo de Cristo, se transforma en júbilo porque ya viene, está a la puerta. He ahí la gran certeza de la esperanza cristiana.
Y con la presencia de Cristo, la salvación que trae: «El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos». No sólo es la alegría por la presencia del Amado, sino también el entusiasmo por la victoria: «El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva». Los males que nos rodean tienen, por fin, remedio, porque llega Cristo, Salvador del mundo.
Se nos regala un nuevo Adviento para que aprendamos a vivir esta realidad: «¡Gritad jubilosos...! ¡Qué grande es en medio de ti el santo de Israel!» Y eso que la salvación que experimentamos ya es sólo el comienzo, pues es Jesús viene a bautizarnos con Espíritu Santo y fuego. Este es su don, el don mesiánico por excelencia. Jesús anhela sumergirnos en su Espíritu. El Adviento nos abre no sólo a Navidad, sino también a Pentecostés.



Domingo IV de Adviento
Heme aquí
Lc 1,39-45
Cerca ya de la Navidad, la liturgia de este domingo nos invita a clavar nuestros ojos en el misterio de la encarnación: Cristo entrando en el mundo. Y en este acontecimiento central de la historia, la obediencia. Desde el primer instante de su existencia humana, Cristo ha vivido en absoluta docilidad al plan del Padre: «Aquí estoy para hacer tu voluntad». Y así hasta el último momento, cuando en Getsemaní exclame: «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Y gracias a esta voluntad todos quedamos santificados, pues «así como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos» (Rom 5,19).
Y, además de la obediencia, Cristo vive desde el primer instante de su existencia humana en actitud de ofrenda: «No quieres sacrificios... Pero me has preparado un cuerpo... Aquí estoy». La entrega de Cristo en la cruz no es cosa de un momento. Es que ha vivido así toda su vida humana, en oblación continua, como ofrenda permanente. Su ser de Hijo ha de expresarse necesariamente en esta manera de vivir dándonos al Padre.
Y en el misterio de la encarnación está María. Más aún, la misma encarnación es posible gracias a la fe de María que se fía de Dios y acepta totalmente su plan. Por eso se le felicita: «¡Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!» Este acto de fe tan sencillo y aparentemente insignificante ha sido la puerta por la que ha entrado toda la gracia en el mundo.

jueves, 22 de noviembre de 2018

MONSEÑOR JOSEFINO RAMÍREZ: PARTÍCIPES DE SU REINO

Solemnidad de Cristo Rey, 22/11/1993

Querido padre Tomás:

¿Recuerdas la película del príncipe africano que va a América para casarse? Se viste como un hombre sencillo para que lo quieran por sí mismo, y llega a conocer en una iglesia a la joven con la cual se enamorará. Ella acepta la propuesta matrimonial y luego descubre asombrada que es un príncipe disfrazado. El casamiento la convierte en una princesa y en la mujer más rica del mundo.

Qué historia estupenda! Pues esto no es una fantasía sino real porque es la historia de amor de Jesús en el Santísimo Sacramento, Él se viste sencillamente, oculta su gloria. Él viene humildemente hacia nosotros como “el Pan vivo bajado del cielo”. Tan profundo es su deseo de ser amado por sí mismo que se muestra como el más pobre de todos.

Él es el Rey con un corazón romántico merecedor de nuestro amor por todo lo que hizo por nuestra salvación. Esto es la adoración perpetua: proclamar a Jesús Rey dándole el honor y la gloria que le corresponde.

Mediante la adoración perpetua, una parroquia da al Rey todo el amor que Él verdaderamente se merece. Es por esta razón que la liturgia de Cristo Rey con esta oración “ Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor (Ap 5,12).

La adoración perpetua es el romance divino entre Jesús y su pueblo. Es decirle sí a su propuesta de amor. Todo lo que él quiere es nuestro amor, “porque yo quiero amor, no sacrificios” (Os 6,6).Luego,¡Él nos sorprenderá con la gloria de su reino!
Fraternalmente tuyo en su Amor Eucarístico

domingo, 11 de noviembre de 2018

HANS URS VON BALTHASAR: LA POBRE VIUDA DEL EVANGELIO

Primero hazme a mí un panecillo”. La historia de Elías y la viuda de Sarepa (primera lectura) muestra toda la grandeza de la Antigua Alianza. Se trata de una obediencia hasta la muerte. El profeta reclama de la mujer lo poco que a ésta le queda, un puñado de harina y un poco de aceite con lo que la pobre viuda había pensado hacer un pan para comerlo con su hijo antes de morir – a causa del hambre predicho por Elías -. El profeta se lo exige sin brusquedad. Comienza diciendo a la mujer: “No temas”, las palabras que Dios emplea a menudo cuando se dirige a personas asustadas para transmitirles una orden. Entonces la mujer, aunque ciertamente está en una situación desesperada, se calma y se vuelve dócil. Primero recibe la orden de preparar un panecillo para Elías (lo mismo que había decidido preparar para ella y para su hijo) y después se produce la promesa de Dios de que sus provisiones no se agotarán hasta que cese la sequía. Lo decisivo en la narración es la prioridad de la obediencia de la viuda –que llega incluso a poner en juegos la propia vida- con respecto a la promesa que garantiza su vida y la de su hijo.

Todo lo que tenía”. El episodio de la pobre viuda, que aparece depositando su limosna en el evangelio de hoy, es (en Marcos y en Lucas) el punto culminante de los hechos y dichos de Jesús antes del “pequeño Apocalipsis” y del relato de la pasión. Aquí tiene lugar una última decisión. Los ricos echan en el cepillo de lo que les sobra, sus cuantiosas limosnas no les suponen merma alguna en sus fianzas y con ellas adquieren buena reputación ante los hombres (Jesús critica duramente al comienzo de la perícopa su ambición y concluye: “Esos recibirán una sentencia más rigurosa”). La pobre viuda, en cambio, echa sólo dos reales: todo lo que tenía para vivir; lo hace libremente y sin que nadie; excepto Dios, lo advierta: en esto supera incluso la acción de la mujer veterotestamentaria. La viuda del evangelio de hoy no abre la boca, ni siquiera intercambia unas palabras con Jesús; pero Jesús la pone como ejemplo al final de toda su enseñanza: ella es, quizá sin saberlo, la que mejor ha comprendido lo que él ha querido decir en todos sus discursos. Y, al contrario que Elías, Jesús no dirá ni una palabra sobre una eventual recompensa: la acción de la mujer es tan brillante que tiene la recompensa en sí misma.
 
Cristo se ha ofrecido una sola vez”. Si se lee la segunda lectura a la luz del evangelio, el sacrificio único e irrepetible de Cristo – en lugar de los múltiples sacrificios de animales de la Antigua Alianza – aparece claramente como la entrega última y definitiva, más allá de la cual ya no es posible dar nada porque nada queda. Su sacrificio se compara expresamente con la muerte del hombre: al igual que ésta es absolutamente única e irrepetible (se muere una sola vez, en la Biblia jamás se habla de una transmigración de las almas), así también este sacrificio basta para expiar los pecados del mundo de una vez para siempre. Y tras la autoinmolación de Jesús se divisa el sacrificio del Padre, que es enteramente comparable al de la pobre viuda del evangelio: también El echa todo lo que tiene en el cepillo, lo más querido y más necesario: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único”.

martes, 6 de noviembre de 2018

BENEDICTO XVI: CÓMO HABLAR DE DIOS?

La cuestión central que nos planteamos hoy es la siguiente: ¿cómo hablar de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo comunicar el Evangelio para abrir caminos a su verdad salvífica en los corazones frecuentemente cerrados de nuestros contemporáneos y en sus mentes a veces distraídas por los muchos resplandores de la sociedad? Jesús mismo, dicen los evangelistas, al anunciar el Reino de Dios se interrogó sobre ello: «¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?» (Mc 4, 30). ¿Cómo hablar de Dios hoy? La primera respuesta es que nosotros podemos hablar de Dios porque Él ha hablado con nosotros. La primera condición del hablar con Dios es, por lo tanto, la escucha de cuanto ha dicho Dios mismo. ¡Dios ha hablado con nosotros! Así que Dios no es una hipótesis lejana sobre el origen del mundo; no es una inteligencia matemática muy apartada de nosotros. Dios se interesa por nosotros, nos ama, ha entrado personalmente en la realidad de nuestra historia, se ha auto-comunicado hasta encarnarse. Dios es una realidad de nuestra vida; es tan grande que también tiene tiempo para nosotros, se ocupa de nosotros. En Jesús de Nazaret encontramos el rostro de Dios, que ha bajado de su Cielo para sumergirse en el mundo de los hombres, en nuestro mundo, y enseñar el «arte de vivir», el camino de la felicidad; para liberarnos del pecado y hacernos hijos de Dios (cf. Ef 1, 5; Rm 8, 14). Jesús ha venido para salvarnos y mostrarnos la vida buena del Evangelio.

Hablar de Dios quiere decir, ante todo, tener bien claro lo que debemos llevar a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo: no un Dios abstracto, una hipótesis, sino un Dios concreto, un Dios que existe, que ha entrado en la historia y está presente en la historia; el Dios de Jesucristo como respuesta a la pregunta fundamental del por qué y del cómo vivir. Por esto, hablar de Dios requiere una familiaridad con Jesús y su Evangelio; supone nuestro conocimiento personal y real de Dios y una fuerte pasión por su proyecto de salvación, sin ceder a la tentación del éxito, sino siguiendo el método de Dios mismo. 

El método de Dios es el de la humildad —Dios se hace uno de nosotros—, es el método realizado en la Encarnación en la sencilla casa de Nazaret y en la gruta de Belén, el de la parábola del granito de mostaza. Es necesario no temer la humildad de los pequeños pasos y confiar en la levadura que penetra en la masa y lentamente la hace crecer (cf. Mt 13, 33). Al hablar de Dios, en la obra de evangelización, bajo la guía del Espíritu Santo, es necesario una recuperación de sencillez, un retorno a lo esencial del anuncio: la Buena Nueva de un Dios que es real y concreto, un Dios que se interesa por nosotros, un Dios-Amor que se hace cercano a nosotros en Jesucristo hasta la Cruz y que en la Resurrección nos da la esperanza y nos abre a una vida que no tiene fin, la vida eterna, la vida verdadera. 

Ese excepcional comunicador que fue el apóstol Pablo nos brinda una lección, orientada justo al centro de la fe, sobre la cuestión de «cómo hablar de Dios» con gran sencillez. En la Primera Carta a los Corintios escribe: «Cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado» (2, 1-2). Por lo tanto, la primera realidad es que Pablo no habla de una filosofía que él ha desarrollado, no habla de ideas que ha encontrado o inventado, sino que habla de una realidad de su vida, habla del Dios que ha entrado en su vida, habla de un Dios real que vive, que ha hablado con él y que hablará con nosotros, habla del Cristo crucificado y resucitado. La segunda realidad es que Pablo no se busca a sí mismo, no quiere crearse un grupo de admiradores, no quiere entrar en la historia como cabeza de una escuela de grandes conocimientos, no se busca a sí mismo, sino que san Pablo anuncia a Cristo y quiere ganar a las personas para el Dios verdadero y real. Pablo habla sólo con el deseo de querer predicar aquello que ha entrado en su vida y que es la verdadera vida, que le ha conquistado en el camino de Damasco. 

Así que hablar de Dios quiere decir dar espacio a Aquel que nos lo da a conocer, que nos revela su rostro de amor; quiere decir expropiar el propio yo ofreciéndolo a Cristo, sabiendo que no somos nosotros los que podemos ganar a los otros para Dios, sino que debemos esperarlos de Dios mismo, invocarlos de Él. Hablar de Dios nace, por ello, de la escucha, de nuestro conocimiento de Dios que se realiza en la familiaridad con Él, en la vida de oración y según los Mandamientos.

Comunicar la fe, para san Pablo, no significa llevarse a sí mismo, sino decir abierta y públicamente lo que ha visto y oído en el encuentro con Cristo, lo que ha experimentado en su existencia ya transformada por ese encuentro: es llevar a ese Jesús que siente presente en sí y se ha convertido en la verdadera orientación de su vida, para que todos comprendan que Él es necesario para el mundo y decisivo para la libertad de cada hombre. El Apóstol no se conforma con proclamar palabras, sino que involucra toda su existencia en la gran obra de la fe. Para hablar de Dios es necesario darle espacio, en la confianza de que es Él quien actúa en nuestra debilidad: hacerle espacio sin miedo, con sencillez y alegría, en la convicción profunda de que cuánto más le situemos a Él en el centro, y no a nosotros, más fructífera será nuestra comunicación. Y esto vale también para las comunidades cristianas: están llamadas a mostrar la acción transformadora de la gracia de Dios, superando individualismos, cerrazones, egoísmos, indiferencia, y viviendo el amor de Dios en las relaciones cotidianas. Preguntémonos si de verdad nuestras comunidades son así. Debemos ponernos en marcha para llegar a ser siempre y realmente así: anunciadores de Cristo y no de nosotros mismos.

En este punto debemos preguntarnos cómo comunicaba Jesús mismo. Jesús en su unicidad habla de su Padre —Abbà— y del Reino de Dios, con la mirada llena de compasión por los malestares y las dificultades de la existencia humana. Habla con gran realismo, y diría que lo esencial del anuncio de Jesús es que hace transparente el mundo y que nuestra vida vale para Dios. Jesús muestra que en el mundo y en la creación se transparenta el rostro de Dios y nos muestra cómo Dios está presente en las historias cotidianas de nuestra vida. Tanto en las parábolas de la naturaleza —el grano de mostaza, el campo con distintas semillas— o en nuestra vida —pensemos en la parábola del hijo pródigo, de Lázaro y otras parábolas de Jesús—. Por los Evangelios vemos cómo Jesús se interesa en cada situación humana que encuentra, se sumerge en la realidad de los hombres y de las mujeres de su tiempo con plena confianza en la ayuda del Padre. Y que realmente en esta historia, escondidamente, Dios está presente y si estamos atentos podemos encontrarle. Y los discípulos, que viven con Jesús, las multitudes que le encuentran, ven su reacción ante los problemas más dispares, ven cómo habla, cómo se comporta; ven en Él la acción del Espíritu Santo, la acción de Dios. En Él anuncio y vida se entrelazan: Jesús actúa y enseña, partiendo siempre de una íntima relación con Dios Padre. Este estilo es una indicación esencial para nosotros, cristianos: nuestro modo de vivir en la fe y en la caridad se convierte en un hablar de Dios en el hoy, porque muestra, con una existencia vivida en Cristo, la credibilidad, el realismo de aquello que decimos con las palabras; que no se trata sólo de palabras, sino que muestran la realidad, la verdadera realidad. Al respecto debemos estar atentos para percibir los signos de los tiempos en nuestra época, o sea, para identificar las potencialidades, los deseos, los obstáculos que se encuentran en la cultura actual, en particular el deseo de autenticidad, el anhelo de trascendencia, la sensibilidad por la protección de la creación, y comunicar sin temor la respuesta que ofrece la fe en Dios. 

También en nuestro tiempo un lugar privilegiado para hablar de Dios es la familia, la primera escuela para comunicar la fe a las nuevas generaciones. El Concilio Vaticano II habla de los padres como los primeros mensajeros de Dios (cf. Lumen gentium, 11; Apostolicam actuositatem, 11), llamados a redescubrir esta misión suya, asumiendo la responsabilidad de educar, de abrir las conciencias de los pequeños al amor de Dios como un servicio fundamental a sus vidas, de ser los primeros catequistas y maestros de la fe para sus hijos. Y en esta tarea es importante ante todo la vigilancia, que significa saber aprovechar las ocasiones favorables para introducir en familia el tema de la fe y para hacer madurar una reflexión crítica respecto a los numerosos condicionamientos a los que están sometidos los hijos. Esta atención de los padres es también sensibilidad para recibir los posibles interrogantes religiosos presentes en el ánimo de los hijos, a veces evidentes, otras ocultos. Además, la alegría: la comunicación de la fe debe tener siempre una tonalidad de alegría. Es la alegría pascual que no calla o esconde la realidad del dolor, del sufrimiento, de la fatiga, de la dificultad, de la incomprensión y de la muerte misma, sino que sabe ofrecer los criterios para interpretar todo en la perspectiva de la esperanza cristiana. La vida buena del Evangelio es precisamente esta mirada nueva, esta capacidad de ver cada situación con los ojos mismos de Dios. Es importante ayudar a todos los miembros de la familia a comprender que la fe no es un peso, sino una fuente de alegría profunda; es percibir la acción de Dios, reconocer la presencia del bien que no hace ruido; y ofrece orientaciones preciosas para vivir bien la propia existencia. Finalmente, la capacidad de escucha y de diálogo: la familia debe ser un ambiente en el que se aprende a estar juntos, a solucionar las diferencias en el diálogo recíproco hecho de escucha y palabra, a comprenderse y a amarse para ser un signo, el uno para el otro, del amor misericordioso de Dios. 

Hablar de Dios, pues, quiere decir hacer comprender con la palabra y la vida que Dios no es el rival de nuestra existencia, sino su verdadero garante, el garante de la grandeza de la persona humana. Y con ello volvemos al inicio: hablar de Dios es comunicar, con fuerza y sencillez, con la palabra y la vida, lo que es esencial: el Dios de Jesucristo, ese Dios que nos ha mostrado un amor tan grande como para encarnarse, morir y resucitar por nosotros; ese Dios que pide seguirle y dejarse transformar por su inmenso amor para renovar nuestra vida y nuestras relaciones; ese Dios que nos ha dado la Iglesia para caminar juntos y, a través de la Palabra y los Sacramentos, renovar toda la Ciudad de los hombres a fin de que pueda transformarse en Ciudad de Dios.

sábado, 3 de noviembre de 2018

HANS URS VON BALTHASAR: XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B)


Qué mandamiento es el primero de todos? En el evangelio de hoy queda claro que no habría sido necesaria ninguna desavenencia entre judaísmo y cristianismo. Hay unidad en lo que respecta al mandamiento más importante e incluso respecto a la necesidad de añadir el mandamiento del amor al prójimo al del amor a Dios, que lo trasciende todo. Aparece incluso una declaración de Jesús según la cual el letrado que le ha interrogado:  “no está lejos del reino de Dios”. Pero la unanimidad llega aún más lejos: el letrado añade al final de su réplica, aprobando lo que acaba de decir Jesús, que ese doble primer mandamiento “vale más que todos los sacrificios”, con lo que se sitúa el cumplimiento del amor a Dios por encima de toda veneración puramente cultual; algo que, por lo demás, ya había sido previsto por Oseas: “Quiero misericordia y no sacrificios” (Os 6,6; Mt 12,7). Pero es quizá aquí donde se manifiesta la enorme distancia que existe entre la comprensión judía y la comprensión cristiana (de la que dará testimonio la segunda lectura): si los sacrificios de la Antigua Alianza se tornan caducos con Cristo, es porque su cumplimiento del amor a Dios y al prójimo en su muerte en la cruz y en la Eucaristía hace coincidir pura y simplemente amor vivido y sacrificio cultual, y porque gracias a esta suprema entrega de amor, el amor de Jesús al Padre y a nosotros los hombres alcanza una intensidad que era inconcebible en la Antigua Alianza. Pero esto no invalida el primer mandamiento que Israel supo formular de modo tan admirable (ni siquiera la Nueva Alianza pudo expresarlo mejor); la diferencia está solamente en que antes de Jesús nadie pudo llegar “hasta el extremo” (Jn 13,1), como llegó Jesús, en el amor a Dios y al prójimo.

Escucha Israel. Es aquí, en la primera lectura, donde el gran mandamiento se expresa por primera vez y en toda su perfección. Está introducido con la afirmación “El Señor nuestro Dios es solamente uno”.No hay más dioses, nuestro Dios es el único. El politeísmo divide el corazón del hombre y su culto; el único Dios exige la totalidad indivisa del corazón humano con todas sus fuerzas. Por eso entre el amor que Dios exige y el corazón humano no hay ningún dualismo no es como si el corazón estuviera dentro y el mandamiento viniera de fuera o de arriba, sino que, por el contrario, el mandamiento debe quedar escrito en el corazón del hombre : “Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria”; con otras palabras, el amor de Dios exige desde dentro todo el corazón y todas sus fuerzas.

Jesús tiene el sacrificio que no pasa. La segunda lectura subraya una vez más de la manera más clara el carácter existencial del sacerdocio de Jesús, que ya no necesita ofrecer sacrificios de animales en el Templo –algo que los sacerdotes anteriores debían hacer cada día por sus propios pecados y por los del Pueblo-, sino que se ofrece así mismo como víctima sin mancha en una autoinmolación necesaria para nuestra verdadera expiación. Y como Jesús permanece para siempre, su ofrenda sacerdotal en la cruz no es un hecho del pasado; Jesús tiene el sacerdocio que no pasa, su sacrificio es siempre para interceder a favor nuestro. Por eso su Eucaristía, a partir de esta su existencia eterna, puede hacer presenta aquí y ahora su sacrificio único en virtud de su sacerdocio que no pasa.

viernes, 19 de octubre de 2018

HANS URS VON BALTHASAR: DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

Fijaos en lo que dice el juez injusto.A menudo, como ocurre en el evangelio de hoy, Jesús toma como punto de partida en sus parábolas las situaciones inmorales tal y como las que se dan en el mundo -aquí el juez injusto, en otros lugares el administrador astuto, el hijo pródigo, el rico necio, el rico epulón, los obreros de la viña-, lo que le permite, a partir de situaciones familiare para sus oyentes, elevarse hacia leyes eternas, hacia el reino de los cielos. El punto de comparación es aquí (como en la parábola del amigo inoportuno que llama a media noche) la insistencia de la súplica importuna, que no injusta. Si esto hacen los malos..., que no hará el Dios bueno? Jesús quiere hacérnoslo comprender claramente. Dios quiere hacerse rogar, incluso quiere dejarse importunar por el hombre. Si Dios da la libertad al hombre y hace incluso un pacto con él, no solamente respeta su libertad, sino que incluso se ha unido a su partener en la Alianza, sin perder por ello su libertad divina: dará siempre al que pide lo que sea mejor para él: "cosas buenas" (Mt 7,11), "el Espíritu Santo" (Lc 11,12). El que pide algo a Dios en el Espíritu de Cristo es infaliblemente escuchado (jn 14, 13-14). Y el Evangelio añade: sin tardar; Dios no escucha luego, más tarde, sino que escucha y corresponde enseguida, con lo que mejor corresponde a la demanda. Pero la oración de petión presupone la fe, y aquí el Evangelio termina con unas palabras que dan que pensar: "Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? Esta pregunta va dirigida a nosotros, que escuchamos aquí y ahora, y no a otros.

Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israél. La imagen de las manos levantadas de Moisés durante la batalla con Amalec es sumamente elocuente en la primera lectura. Mientras Josué ataca, Moisés reza y al mismo tiempo hace penitencia, pues es ciertamente pesado y doloroso tener durante tantas horas las manos levantadas hacia Dios. Así está hecha la cristiandad: unos combaten fuera mientras otros - en el convento o en la soledad de su cuarto- rezan por los que luchan. Pero la imagen va aún más lejos: como a Moisés le pesaban las manos, Aarón y Jur tuvieron que sostener sus brazos hasta la puesta del sol, hasta que Israél finalmente venció en la batalla. Las manos levantadas de los orantes y contemplativos en la Iglesia deben ser sostenidas al igual que las de Moisés, porque sin oración la Iglesia no puede vencer, no en los combates del siglo, sino en las luchas espirituales que se le exigen.Todos nosotros debemos orar y ayudar a los demás a perseverar en la oración, y a no poner su confianza en la actividad externa, si es que queremos que la Iglesia no sea derrotada en los duros combates de nuestro tiempo.

Proclama la palabra insiste a tiempo y a destiempo.La palabra de la que habla segunda lectura no es la palabra de la pura acción, de la batalla de Josué, sino de la palabra de la oración de petición, de las manos en alto de Moisés. Permanece en lo que has aprendido, es decir, en lo que conoces de la Sagrada Escritura, que en ningun sitio recomienda la pura ortopraxis. Sólo cuando el hombre de Dios, es instruido por la Escritura inspirada por Dios, está perfectamente equipado para toda obra buena, y la primera obra buena es la oración, que debe recomendarse a los cristianos con toda comprensión y pedagogía.

jueves, 18 de octubre de 2018

DÓNDE ESTÁN LOS RESTOS DEL EVANGELISTA SAN LUCAS?



La ciencia confirma la autenticidad de las reliquias de san Lucas. Desvelado el enigma del cuerpo del autor del tercer Evangelio


Gracias a largos estudios interdisciplinares, encargados por el arzobispo de Padua, monseñor Antonio Malttiazzo, un grupo de científicos están de acuerdo en sostener que el cuerpo conservado dentro de una caja de plomo (se trata de un esqueleto sin cabeza al que le falta sólo el cúbito derecho y el astrágalo izquierdo) pertenecía al autor del tercer Evangelio, médico de profesión, que murió a los 84 años en Beocia y sepultado en Tebe.
El cuerpo del evangelista, que escribió en griego con un léxico refinado en torno al año 63, fue trasladado a Constantinopla, en la época del emperador Constancio, en el siglo IV, y luego a Padua durante las Cruzadas. Desde entonces se conserva en la iglesia de Santa Justina. El cráneo fue en cambio trasladado en 1354 de Padua a Praga a la catedral de San Vito por voluntad del emperador Carlos IV.
En esta laboriosa operación científica, que ha durado años, los atestados de autenticidad son obra de prestigiosos genetistas, historiadores, biólogos y antropólogos. Los datos recogidos, además, coincidirían con un documento de finales del siglo II que habla de la muerte de Lucas y que afirma que murió en edad avanzada. Ha sido sin embargo el examen del carbono 14 el que ha eliminado definitivamente cualquier duda: la datación del esqueleto se remonta al primer siglo de la era cristiana.
El esqueleto depositado en Santa Justina fue causalmente descubierto en 1177, en una caja de plomo marcada con tres cabezas de ternero y la inscripción «S. L. Evang». En torno al 1460, llega a Venecia sin embargo otro cuerpo de San Lucas procedente de Bosnia. Nace así entre Padua y Venecia una controversia sobre la autenticidad de las respectivas reliquias. En 1980, una consulta en el archivo metropolitano de Praga indicó que los restos la cabeza del Evangelista que está en la catedral de San Vito fueron traídos en 1364 de Padua para enriquecer la colección de Carlos IV de Luxemburgo.
Las lecciones de Lucas, según Juan Pablo II

En estos días está teniendo lugar en la misma ciudad de Padua un Congreso Internacional dedicado al evangelista. Con este motivo el Papa ha enviado un mensaje al arzobispo de esa ciudad. En el texto, Juan Pablo II se detiene a analizar los rasgos fundamentales de la narración de Lucas. Sobre todo, hace énfasis en la acción del Espíritu Santo que guía a los primeros testigos de la fe hacia Roma y luego hacia el mundo entero a través de un recorrido plagado de amenazas. Un sendero que se hacía más difícil porque –escribe el Papa– Cristo «camina por un camino difícil, pone condiciones extremamente exigentes y se dirige hacia un destino paradójico, el de la Cruz». Y sin embargo, añade, al seguirlo, la Iglesia es confortada por su perenne y constante presencia.

Otro rasgo fundamental del tercer Evangelio, dice el Papa, es la atención por la figura de la Madre de Cristo: según una tradición, san Lucas tenía también el talento de la pintura y sería autor de diversas imágenes de la Virgen. Lo que sí es cierto es que sus páginas están llenas de descripciones casi visuales de la vida de la Virgen, desde la Anunciación a Pentecostés, y que en los siglos han proporcionado motivo a las obras de diversos artistas.
Por último, según las reflexiones del Pontífice, Lucas destaca un aspecto especialmente actual de la Iglesia, es decir, su carácter misionero basado sobre el punto firme de la «unicidad y la universalidad de la salvación realizada por Cristo». Un anuncio de gracia, del que –concluye Juan Pablo II– «nuestro tiempo tiene necesidad más que nunca».
Las sorpresas de un estudio científico

El Congreso Internacional de Padua, que ha recibido las palabras del Papa, tiene por tema: «San Lucas Evangelista, testigo para el 2000 de la fe que une». El acontecimiento se propone celebrar la obra y la figura del santo, patrono de los médicos y los pintores, a través de documentación, estudios, testimonios de la historia y de la tradición litúrgica.

En el curso del Congreso se han presentado los resultados del reconocimiento de las reliquias del santo. En el origen de esta investigación antropológica está la petición hecha hace algunos años por el arzobispo ortodoxo Hyeronimos, metropolita de la ciudad de Tebe, de un fragmento de las reliquias de san Lucas para colocarlo en el que la tradición considera el lugar donde fue sepultado originariamente.
Tras dos años de estudio, llegan los resultados de la investigación sobre los restos que se conservan en Padua. ¿Cuál es la actitud de la Iglesia? «Ciertamente la ciencia no podrá decirnos con certeza absoluta la credibilidad –responde el padre Gianandrea Di Donna, secretario general del Congreso, en declaraciones a «Zenit»–. Pero podemos decir que los resultados obtenidos gracias a este estudio científico no niegan la tradición secular respecto a los restos del santo».
Fuente : ROMA, 18 oct (ZENIT.org).-

SAN JUAN PABLO II: EL CUERPO DE SAN LUCAS EN PADUA

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON OCASIÓN DEL RECONOCIMIENTO
DEL CUERPO DE SAN LUCAS

1. Entre las glorias de esa Iglesia, es muy significativa la relación particular que la une a la memoria del evangelista san Lucas, cuyas reliquias, según la tradición, conserva en la espléndida basílica de Santa Justina: tesoro precioso y don verdaderamente singular, que ha llegado a través de un camino providencial. En efecto, san Lucas, según antiguos testimonios, murió en Beocia y fue enterrado en Tebas. Desde allí, como refiere san Jerónimo (cf. De viris ill. VI, I), sus huesos fueron transportados a Constantinopla, a la basílica de los Santos Apóstoles. Sucesivamente, según las fuentes que las investigaciones históricas van explorando, fueron trasladados a Padua.

El reconocimiento del cuerpo del santo evangelista y el Congreso internacional dedicado a él ofrecen ahora una ocasión propicia para renovar la atención y la veneración a esta "presencia", arraigada en la historia cristiana de esa ciudad. Se ha querido dar al congreso una significativa dimensión ecuménica, subrayada por el hecho de que el arzobispo ortodoxo de Tebas, Hieronymos, ha pedido un fragmento de las reliquias para depositarlo en el lugar donde aún hoy se venera el primer sepulcro del evangelista.

Las celebraciones que se desarrollan con ocasión de dicho congreso brindan un nuevo estímulo, para que esa amada Iglesia que está en Padua redescubra el verdadero tesoro que san Lucas nos dejó: el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles. Al alegrarme por el empeño puesto en esta dirección, deseo considerar brevemente algunos aspectos del mensaje lucano, para que esa comunidad encuentre orientación y aliento en su camino espiritual y pastoral.

2. San Lucas, ministro de la palabra de Dios (cf. Lc 1, 2), nos introduce en el conocimiento de la luz discreta, y al mismo tiempo penetrante, que ella irradia iluminando la realidad y los acontecimientos de la historia. El tema de la palabra de Dios, hilo de oro que atraviesa los dos escritos que componen la obra lucana, unifica también las dos épocas que él contempló: el tiempo de Jesús y el de la Iglesia. Casi narrando la "historia de la palabra de Dios", el relato de san Lucas sigue su difusión desde Tierra Santa hasta los confines del mundo. El camino propuesto por el tercer evangelio está profundamente marcado por la escucha de esta palabra que, como semilla, se ha de acoger con bondad y prontitud de corazón, superando los obstáculos que le impiden echar raíces y dar fruto (cf. Lc 8, 4-15).

Un aspecto importante que san Lucas pone de relieve es el hecho de que la palabra de Dios también crece y se consolida misteriosamente a través del sufrimiento y en un ambiente de oposiciones y persecuciones (cf. Hch 4, 1-31; 5, 17-42; passim). La palabra que san Lucas indica está llamada a transformarse, para cada generación, en un acontecimiento espiritual capaz de renovar la existencia. La vida cristiana, suscitada y sostenida por el Espíritu, es diálogo interpersonal que se funda precisamente en la palabra que nos dirige el Dios vivo, pidiéndonos que la acojamos, sin reservas, en la mente y el corazón. Se trata, en definitiva, de convertirse en discípulos dispuestos a escuchar con sinceridad y disponibilidad al Señor, siguiendo el ejemplo de María de Betania, que "eligió la mejor parte", porque, "sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra" (cf. Lc 10, 38-42).

Desde esta perspectiva, deseo animar, en la programación pastoral de esa amada Iglesia, el plan de las "Semanas bíblicas", el apostolado bíblico y las peregrinaciones a Tierra Santa, el lugar donde la Palabra se hizo carne (cf. Jn 1, 14). También quisiera estimular a todos, presbíteros, religiosos, religiosas y laicos, a practicar y promover la lectio divina, hasta que la meditación de la sagrada Escritura llegue a ser un elemento esencial de su vida.

3. "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lc 9, 23). Para san Lucas ser cristianos significa seguir a Jesús por el camino que él recorre (cf. Lc 19, 57; 10, 38; 13, 22; 14, 25). Jesús mismo es quien toma la iniciativa e invita a seguirlo, y lo hace de modo decidido e inconfundible, mostrando así su identidad completamente fuera de lo común, su misterio de Hijo, que conoce al Padre y lo revela (cf. Lc 10, 22). La decisión de seguir a Jesús nace de la opción fundamental por su persona. A quien no se siente fascinado por el rostro de Cristo le resulta imposible seguirlo con fidelidad y constancia, entre otras cosas porque Jesús camina por una senda difícil, pone condiciones muy exigentes y se dirige hacia un destino paradójico: la cruz. San Lucas subraya que Jesús no acepta componendas y exige el compromiso de toda la persona, un decidido desapego de toda nostalgia del pasado, de los condicionamientos familiares y de la posesión de los bienes materiales (cf. Lc 9, 57-62; 14, 26-33).

El hombre siempre estará tentado de atenuar estas exigencias radicales y adaptarlas a sus propias debilidades, o de renunciar al camino emprendido. Pero precisamente aquí se muestran la autenticidad y la calidad de vida de la comunidad cristiana. Una Iglesia que viviera de componendas sería como la sal que pierde el sabor (cf. Lc 14, 34-35).

Es necesario abandonarse a la fuerza del Espíritu, capaz de infundir luz y, sobre todo, amor a Cristo; es preciso abrirse a la fascinación interior que Jesús ejerce en los corazones que aspiran a la autenticidad, rechazando las medias tintas. Desde luego, esto es difícil para el hombre, pero resulta posible con la gracia de Dios (cf. Lc 18, 27). Por otra parte, si el seguimiento de Cristo implica llevar a diario la cruz, esta, a su vez, es el árbol de la vida que lleva a la resurrección. San Lucas, que acentúa las exigencias radicales del seguimiento de Cristo, es también el evangelista que describe la alegría de quienes se convierten en discípulos de Cristo (cf. Lc 10, 20; 13, 17; 19, 6. 37; Hch 5, 41; 8, 39; 13, 48).

4. Es conocida la importancia que san Lucas da en sus escritos a la presencia y a la acción del Espíritu, desde la Anunciación, cuando el Paráclito desciende sobre María (cf. Lc 1, 35), hasta Pentecostés, cuando los Apóstoles, impulsados por el don del Espíritu, reciben la fuerza necesaria para anunciar en todo el mundo la gracia del Evangelio (cf. Hch 1, 8; 2, 1-4). El Espíritu Santo es el que forja a la Iglesia. San Lucas delineó en los rasgos de la primera comunidad cristiana el modelo en el que debe reflejarse la Iglesia de todos los tiempos: es una comunidad unida con "un solo corazón y una sola alma", y asidua en la escucha de la palabra de Dios; una comunidad que vive de la oración, comparte con alegría el Pan eucarístico y abre su corazón a las necesidades de los pobres hasta compartir con ellos sus bienes materiales (cf. Hch 2, 42-47; 4, 32-37). Toda renovación eclesial deberá hallar en esta fuente inspiradora el secreto de su autenticidad y de su lozanía.

Desde la Iglesia madre de Jerusalén, el Espíritu ensancha los horizontes e impulsa a los Apóstoles y a los testigos hasta Roma. En el ámbito de estas dos ciudades se desarrolla la historia de la Iglesia primitiva, una Iglesia que crece y se dilata a pesar de las oposiciones que la amenazan desde fuera y las crisis que frenan su camino desde dentro. Pero en todo este recorrido, lo que realmente interesa a san Lucas es presentar a la Iglesia en la esencia de su misterio, constituido por la presencia perenne del Señor Jesús, el cual, actuando en ella con la fuerza de su Espíritu, la consuela y la anima en las pruebas de su camino en la historia.

5. Según una tradición piadosa, san Lucas es considerado el pintor de la imagen de María, la Virgen Madre. Pero el verdadero retrato que san Lucas realiza de la Madre de Jesús es el que aparece en las páginas de su obra: en escenas ya familiares para el pueblo de Dios, traza una imagen elocuente de la Virgen. La Anunciación, la Visitación, el Nacimiento, la Presentación en el templo, la vida en la casa de Nazaret, la disputa con los doctores y la pérdida de Jesús en el templo, así como Pentecostés, han proporcionado un amplio material, a lo largo de los siglos, para la creatividad incesante de pintores, escultores, poetas y músicos.

Por esta razón, el Congreso internacional ha programado oportunamente una reflexión sobre el tema del arte y a la vez ha organizado una exposición de obras de gran valor.
Sin embargo, lo más importante es captar que, a través de escenas de vida mariana, san Lucas nos introduce en la interioridad de María, permitiéndonos descubrir al mismo tiempo su función única en la historia de la salvación.

María es quien pronuncia el fiat, un sí personal y pleno a la propuesta de Dios, definiéndose "esclava del Señor" (Lc 1, 38). Esta actitud de adhesión total a Dios y de disponibilidad incondicional a su Palabra constituye el modelo más alto de fe, la anticipación de la Iglesia como comunidad de los creyentes. La vida de fe crece y se desarrolla en María mediante la meditación sapiencial de las palabras y los acontecimientos de la vida de Cristo (cf. Lc 2, 19. 51). Ella "meditaba en su corazón", para comprender el sentido profundo de las palabras y de los hechos, asimilarlo y luego comunicarlo a los demás.
El cántico del Magníficat (cf. Lc 1, 46-55) manifiesta otro rasgo importante de la "espiritualidad" de María: ella encarna la figura del pobre, capaz de poner plenamente su confianza en Dios, que derriba a los poderosos de sus tronos y enaltece a los humildes.
San Lucas nos delinea también la figura de María en la Iglesia de los primeros tiempos, mostrándola presente en el Cenáculo en espera del Espíritu Santo: "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús y de sus hermanos" (Hch 1, 14).

El grupo reunido en el Cenáculo constituye como la célula germinal de la Iglesia. Dentro de él María desempeña un papel doble: por una parte, intercede en favor del nacimiento de la Iglesia por obra del Espíritu Santo; y, por otra, comunica a la Iglesia naciente su experiencia de Jesús.

Así, la obra de san Lucas ofrece a la Iglesia que está en Padua un estímulo eficaz para valorar la "dimensión mariana" de la vida cristiana en el camino del seguimiento de Cristo.

6. Otra dimensión esencial de la vida cristiana y de la Iglesia, sobre la cual la narración lucana proyecta una luz intensa, es la de la misión evangelizadora. San Lucas indica el fundamento perenne de esta misión, es decir, la unicidad y la universalidad de la salvación realizada por Cristo (cf. Hch 4, 12). El acontecimiento salvífico de la muerte-resurrección de Cristo no concluye la historia de la salvación, sino que marca el comienzo de una nueva fase, caracterizada por la misión de la Iglesia, llamada a comunicar a todas las naciones los frutos de la salvación realizada por Cristo. Por esta razón san Lucas ofrece después del evangelio, como consecuencia lógica, la historia de la misión. Es el mismo Resucitado quien da a los Apóstoles el "mandato" misionero: "Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: "Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.

Vosotros sois testigos de estas cosas. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto"" (Lc 24, 45-48).

La misión de la Iglesia comienza en Pentecostés "desde Jerusalén", para extenderse "hasta los confines de la tierra". Jerusalén no indica sólo un punto geográfico. Significa más bien un punto focal de la historia de la salvación. La Iglesia no parte desde Jerusalén para abandonarla, sino para injertar en el olivo de Israel a las naciones paganas (cf. Rm 11, 17).

La tarea de la Iglesia consiste en introducir en la historia la levadura del reino de Dios (cf. Lc 13, 20-21). Se trata de una tarea ardua, descrita en los Hechos de los Apóstoles como un itinerario fatigoso y accidentado, pero encomendado a "testigos" llenos de entusiasmo, de iniciativa y de alegría, dispuestos a sufrir y a dar su vida por Cristo. Reciben esta energía interior de la comunión de vida con el Resucitado y de la fuerza del Espíritu que él les da. ¡Qué gran recurso puede constituir para la Iglesia que está en Padua la confrontación continua con el mensaje del Evangelista, cuyos restos mortales custodia!

7. Espero que esa comunidad diocesana, a la luz de esta visión lucana, con plena docilidad a la acción del Espíritu, testimonie con audacia creativa a Jesucristo, tanto en su propio territorio, como, según su hermosa tradición, mediante la cooperación misionera con las Iglesias de África, América Latina y Asia.

Ojalá que este compromiso misionero reciba un ulterior impulso en este Año jubilar, que celebra el bimilenario del nacimiento de Cristo e invita a la Iglesia a una profunda renovación de vida.

Precisamente el evangelio de san Lucas recoge el discurso con el que Jesús, en la sinagoga de Nazaret, proclama el "año de gracia del Señor", anunciando a los pobres la salvación como liberación, curación y buena nueva (cf. Lc 4, 14-20). El mismo evangelista presentará también la fuerza sanante del amor misericordioso del Salvador en páginas conmovedoras, como las de la oveja perdida y del hijo pródigo (cf. Lc 15).

Nuestro tiempo tiene más necesidad que nunca de este anuncio. Por tanto, aliento encarecidamente a esa comunidad para que su compromiso por la nueva evangelización sea cada vez más fuerte y eficaz. La exhorto asimismo a proseguir y desarrollar las iniciativas ecuménicas de colaboración que ha emprendido con algunas Iglesias ortodoxas en el ámbito de la caridad, de la cultura teológica y de la pastoral. Que el Congreso internacional sobre san Lucas represente una etapa significativa en el camino de esa Iglesia, ayudándole a arraigarse cada vez más en la tierra de la palabra de Dios y a abrirse con renovado impulso a la comunión y a la misión.

Con estos sentimientos, le imparto de corazón a usted, venerado hermano, y a cuantos han sido confiados a su cuidado pastoral, una especial bendición apostólica.
                                                                                         Vaticano, 15 de octubre de 2000


miércoles, 17 de octubre de 2018

SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA (+107)

Lo único que para mi habéis de pedir es fuerza interior y exterior, a fin de que no sólo de palabra, sino también de voluntad me llame cristiano y me muestre como tal... Escribo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco que estoy presto a morir de buena gana por Dios, si vosotros no lo impedís. A vosotros os suplico que no tengáis para conmigo una benevolencia intempestiva. Dejadme ser alimento de las fieras, por medio de las cuales pueda yo alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios que ha de ser molido por los dientes de las fieras, para ser presentado como pan limpio de Cristo. En todo caso, más bien halagad a las fieras para que se conviertan en sepulcro mío sin dejar rastro de mi cuerpo: así no seré molesto a nadie ni después de muerto. Cuando mi cuerpo haya desaparecido de este mundo, entonces seré verdadero discípulo de Jesucristo. Haced súplicas a Cristo por mí para que por medio de esos instrumentos pueda yo ser sacrificado para Dios... Hasta el presente yo soy esclavo: pero si sufro el martirio, seré liberto de Jesucristo, y resucitaré libre en él. Y ahora, estando encadenado, aprendo a no tener deseo alguno.(Carta a los Efesios)

lunes, 8 de octubre de 2018

MIGUEL ANGEL FUENTES IVE¿CONOCE EL DEMONIO LO QUE PENSAMOS Y LO QUE DECIMOS?


Consulta: Estimado Padre, escribo desde Brasil. Creo en la Biblia Sagrada como la Palabra de Dios; pero acerca de Satanás, me gustaría que me hiciera algunas aclaraciones: ¿sabe el demonio lo que pensamos?, ¿oye lo que decimos?, ¿hay peligro de rezar en voz alta, en el sentido de que, sabiendo lo que pedimos a Dios, él perjudique nuestros planes?

Respuesta:
Estimado:

El pensamiento del hombre, considerado en sí mismo, no puede ser conocido sino por Dios y por la persona de quien tal pensamiento procede, como explica Santo Tomás 1 . Esto mismo dice la Sagrada Escritura: El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce? Yo, Yahveh, exploro el corazón, pruebo los riñones, para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus obras (Jer 17, 9-10). También San Pablo lo atestigua: ¿Qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? (1Co 2, 11).

Pero el demonio puede conjeturar cuáles son nuestros pensamientos por otra vía indirecta, a saber, nuestros estados anímicos y físicos, del mismo modo que un médico reconoce una afección psíquica por ciertos síntomas externos. Nuestros pensamientos, en efecto, se traducen en alteraciones físicas, como el abatimiento corporal, la mirada opaca y la lentitud de movimientos manifiestan pensamientos de preocupación. Si esto ayuda a que los hombres entrevean con cierta probabilidad cuáles son los pensamientos ocultos de algunas personas, mucho más puede hacerlo tanto el ángel bueno como el malo, pues tienen más experiencia que nosotros sobre el modo de proceder de los hombres en general y de muchos de ellos en particular (por ejemplo, nuestros ángeles guardianes conocen muy bien nuestro modo habitual de pensar y obrar, sobre todo cuando tenemos mucha confianza con ellos y acostumbramos a comunicarnos en la oración; y del mismo modo, los demonios conocen a los pecadores, especialmente aquellos habituados a seguir sus inspiraciones). De aquí que San Agustín diga que “los demonios a veces descubren con toda facilidad las disposiciones de los hombres, y no sólo las que manifiestan de palabra, sino también las concebidas en el pensamiento” 2 , porque en el cuerpo se refleja el estado del alma; pero el mismo santo, en su obra “Retractaciones” afirma que no puede asegurar cómo sucede esto 3 . Este conocimiento es, sin embargo, no sólo indirecto sino también puramente conjetural, es decir, aproximado. Porque una misma persona puede tener movimientos físicos parecidos a pesar de que sus pensamientos o deseos de la voluntad sean distintos (por ejemplo, puede palidecer y quedarse helado ante un pensamiento nefasto que lo asusta, como, por ejemplo, pensar en la muerte de un ser amado, o ante un pensamiento que considera demasiado bueno, como la posibilidad de que le propongan matrimonio); más diferencia hay entre personas distintas que pueden reaccionar con parecidas manifestaciones orgánicas ante fenómenos psíquicos diversos. Ni el ángel bueno ni el malo pueden ir más allá de estos hechos externos y tratar de atar cabos para deducir cuáles podrán ser nuestros pensamientos. Dice al respecto Lépicier: “Si bien en el presente estado de vida no podemos ejercitar nuestras facultades mentales sin el concurso de los sentidos, ya internos, ya externos, no obstante, sí puede una sola y misma modificación orgánica dirigirse a varios objetos; o en otros términos, puede servir para expresar diversos conceptos formales. Con nuestra voluntad libre podemos imprimir a nuestras operaciones mentales una infinidad de aspectos, y dirigirlas a finalidades diversísimas, de forma que no sea posible, ni siquiera a la aguda inteligencia angélica, conocer, contra nuestra voluntad, cuál sea nuestro propósito actual o la finalidad de nuestras operaciones mentales” 4 . Y esto siempre y cuando Dios no quiera, por su parte, entorpecer las observaciones de los demonios respecto de alguna persona en particular. De aquí, por ejemplo, las grandes dudas que asaltaban a los demonios respecto de Jesús, como se pone en evidencia en las tentaciones en el desierto donde el diablo pone a prueba a Nuestro Señor para saber si realmente Él es el Mesías.

En cambio, de modo directo, es decir, los pensamientos tal cual están en nuestra mente o los deseos e intenciones en nuestra voluntad, no los pueden conocer, a menos que nosotros le abramos voluntariamente el alma. Así explica Santo Tomás hablando no sólo de los demonios sino de los ángeles en general 5 . En las “Colaciones de los Padres del Desierto” Juan Casiano escribía: “Los espíritus inmundos no pueden conocer la naturaleza de nuestros pensamientos. Únicamente les es dado columbrarlos merced a indicios sensibles o bien examinando nuestras disposiciones, nuestras palabras o las cosas hacia las cuales advierten una propensión por nuestra parte. En cambio, lo que no hemos exteriorizado y permanece oculto en nuestras almas les es totalmente inaccesible. Inclusive los mismos pensamientos que ellos nos sugieren, la acogida que les damos, la reacción que causan en nosotros, todo esto no lo conocen por la misma esencia del alma, antes bien, por los movimientos y manifestaciones del hombre exterior” 6 .

Respondiendo, pues, a sus preguntas, debo decirle: el demonio no sabe lo que pensamos ni lo que queremos a menos que nosotros voluntariamente le permitamos que lo conozca; puede sospechar lo que pensamos, pero no puede estar seguro. No hay ningún peligro en rezar en voz alta, pues aunque sepa cuáles son nuestros planes nada puede contra ellos sin la permisión de Dios. Por otra parte, en nuestras oraciones no hay nada que debamos ocultar ya que, como explican San Agustín y Santo Tomás, todo cuanto podamos rezar correctamente, se puede resumir, en última instancia en el “Padrenuestro” (“la oración dominical es perfectísima, porque, como escribe San Agustín, si oramos digna y convenientemente, no podemos decir otra cosa que lo que en la oración dominical se nos propuso” 7 ), y esta oración el demonio la conoce y nada puede hacer contra ella; podrá poner obstáculos, pero chocará siempre contra la eficacia que Jesús ha dado a las oraciones que hagamos en su nombre: Todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis (Mt 21, 22; cf. Mc 11, 24); Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré (Jn 14, 13-14).
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1 Cf. Santo Tomás, De malo, 16, 8.
2 San Agustín, Sobre la adivinación de los demonios, c. 5.
3 San Agustín, Retractaciones, L. 2, c. 30.
4 Lépicier, A. M., Il mondo invisibile, Vincenza (1922), 43, n. 4.
5 Cf. Santo Tomás, Suma Teológica, I, 57, 4.
6 Juan Casiano, Colaciones, 7.
7 Santo Tomás, Suma Teológica, II-II, 83, 9.



viernes, 5 de octubre de 2018

SANTA FAUSTINA KOWALSKA: CRONOLOGÍA

25 de agosto de 1905 - Sor Faustina nace en la aldea de Glogowiec (actualmente la provincia de Konin).
27 de agosto de 1905 - Es bautizada en la parroquia de San Casimiro en Swnice Warckie (diócesis de Wtoclawek) y recibe el nombre de Elena.

1912 - Por primera vez oye en su alma la voz que la llama a la vida perfecta.

1914 - Recibe la Primera Comuniónsetiembre de 1917 - Comienza la educación en la escuela primaria.

1919 - Empieza a trabajar en casa de los amigos de la familia Bryszewski en Aleksandrów Lódzki.

30 de octubre de 1921 - Recibe el Sacramento de la Confirmación administrado por el Obispo Vicente Tymieniecki en Aleksandrów Lódzki.

1922 - Vuelve a la casa familiar para pedir a los padres el permiso de entrar en un convento; recibe la negativa. otoño de 1922 - Elena va a Lódz. Durante un año trabaja en la tienda de Marejanna Sadowska, en la calle Abramowskiego 29 (2/2/1923 - 1/7/1924).

julio de 1924 - Sale a Varsovia con la intención de entrar en un convento. Se presenta en la casa de la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia, en la calle Zytnia 3/9. La Superiora promete recibirla, pero antes le encomienda reunir una pequeña dote.

1 de agosto de 1925 - Después de un año de trabajo como sirvienta, Elena Kowalska vuelve a presentarse a la Superiora del convento en la calle Zytnia. Es admitida al postulantado.

23 de enero de 1926 - Ingresa en la casa del noviciado en Cracovia.
30 de abril de 1926 - Recibe el hábito y el nombre de Sor María Faustina.
marzo-abril de 1927 - Pasa por el período de oscuridad espiritual, que durará un año y medio.

16 de abril de 1928 - El Viernes Santo el ardor del amor divino penetra a la novicia sufriente que olvida los sufrimientos experimentados, conoce con más claridad lo mucho que Cristo sufrió por ella.

30 de abril de 1928 - Al terminar el noviciado y después del retiro espiritual de 8 días, hace los primeros votos (temporales).

6-10 de octubre de 1928 - El Capítulo General que se celebra en la Congregación elige como Superiora General a la Madre Micaela Moraczewska, que va a ser la Superiora de Sor Faustina durante toda la vida. Será también su ayuda y consuelo en los momentos difíciles.

31 de octubre de 1928 - Sale a casa de la Congregación en Varsovia, en la calle Zytnia, para trabajar en la cocina.

21 de febrero-11 de junio de 1929 - Es enviada a la recién fundada casa de la Congregación en la calle Hetmanska, en Varsovia.

7 de julio de 1929 - Una breve estancia en Kierkrz, cerca de Poznan, para sustituir en la cocina a una hermana enferma.

octubre de 1929 - Sor Faustina está en la casa varsoviana de la Congregación, en la calle Zytnia.

mayo-junio de 1930 - Regresa a la casa de la Congregación en Plock. Trabaja en la panadería, en la cocina y en la tienda adjunta a la panadería.

22 de febrero de 1931 - Tiene una visión del Señor Jesús que le encomienda pintar una imagen según el modelo que ella ve.

noviembre de 1932 - Sor Faustina viene a Varsovia para su tercera probación (de cinco meses), a la que las hermanas de la Congregación se someten antes de hacer los votos perpetuos. Antes de la probación tiene el retiro espiritual en Walendów.

18 de abril de 1933 - Sale a Cracovia para celebrar el retiro espiritual de ocho días, antes de los votos perpetuos.

1 de mayo de 1933 - Hace los votos perpetuos (el obispo Estanislao Rostov preside la ceremonia).

25 de mayo de 1933 - Viaja a Vilna.
2 de enero de 1934 - Por primera vez visita al pintor E. Kazimorowski, que ha de pintar la imagen de la Divina Misericordia.

29 de marzo de 1934 - Se ofrece por los pecadores y especialmente por aquellas almas que han perdido confianza en la Misericordia de Dios.

junio de 1934 - Queda terminada la imagen de la Divina Misericordia. Sor Faustina llora porque el Señor Jesús no es tan bello como ha sido en la visión.

12 de agosto de 1934 - Un fuerte desfallecimiento de Sor Faustina. El padre Miguel Sopocko le administra el sacramento de los enfermos.

13 de agosto de 1934 - Mejora el estado de salud de Sor Faustina.

26 de octubre de 1934 - Cuando Sor Faustina, junto con las alumnas, regresa de jardín para cenar (a las seis menos diez) ve al Señor Jesús encima de la capilla en Vilna tal y como lo vio en Plock, es decir, con los rayos pálido y rojo. Los rayos envuelven la capilla de la Congregación, la enfermería de las alumnas y después se extienden sobre el mundo entero.

15 de febrero de 1935 - Recibe la noticia de una grave enfermedad de su madre y va a la casa familiar en Glogowiec. En el camino de regreso a Vilna se detiene en Varsovia para ver a la Madre General Micaela Moraczeweska y a su antigua maestra, Sor María Josefa Brzoza.

19 de octubre de 1935 - Sale a Cracovia para participar en el retiro espiritual de ocho días.

8 de octubre de 1936 - Hace una visita al arzobispo Romuald Jalbrzykowski, metropolitano de Vilna, y le comunica que el Señor Jesucristo exige la fundación de una Congregación nueva.

21 de marzo de 1936 - Sale de Vilna y se dirige a Varsovia.

25 de marzo de 1936 - Es trasladada a la casa de la Congregación en Walendów.abril de 1936 - Es trasladada a la casa en la localidad de Derdy (a 2km de Walendów).

11 de mayo de 1936 - Sale de Derdy y va a Cracovia para estar ahí hasta su muerte.

14 de setiembre de 1936 - Un encuentro con el arzobispo Jalbrzykowski quien, estando de paso en Cracovia, visita la casa de la Congregación.

19 de setiembre de 1936 - Un examen en el sanatorio de Pradnik (hoy, el Hospital Juan Pablo II).

9 de diciembre de 1936-27 de marzo de 1937 - La estancia en el hospital de Pradnik.

29 de julio-10 de agosto de 1937 - La estancia en el balneario de Rabka.

21 de abril de 1938 - Empeora su estado de salud y regresa.
agosto de 1938 - La última carta a la Superiora Genera, en la que Sor Faustina pide perdón por las desobediencias de toda la vida y la cual termina con las palabras "Hasta la vista en el cielo".

25 de agosto de 1938 - Sor Faustina recibe el sacramento de los enfermos.

2 de setiembre de 1938 - Al visitar a Sor Faustina en el hospital, el padre Sopocko la encuentra en éxtasis.

17 de setiembre de 1938 - Sor Faustina regresa del hospital al convento.

5 de octubre de 1938 - A las once menos cuarto de la noche, Sor María Faustina Kowalska, tras largos sufrimientos soportados con gran paciencia, ha ido a encontrarse con el Señor para recibir la recompensa.

7 de octubre de 1938 - Su cuerpo fue sepultado en la tumba común, en el cementerio de la Comunidad, situado al fondo del jardín de la casa de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en Cracovia-Lagiewiniki.

21 de octubre de 1965 - En la arquidiócesis de Cracovia es iniciado el proceso informativo sobre la beatificación de Sor Faustina.

25 de noviembre de 1966 - El trasaldo de los restos mortales de Sor Faustina del cementerio a la capilla de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en Cracovia-Lagiewniki.

31 de enero de 1967 - Una solemne sesión presidida por el cardenal Karol Wojtyla pone el punto final al proceso informativo diocesano. Las actas del proceso son enviadas a Roma.

31 de enero de 1968 - Con decreto de la Congregación para la Causa de los Santos se abre el proceso de beatificación de la Sierva de Dios Sor Faustina.

19 de junio de 1981 - La Sagrada Congregación de la Causa de los Santos, después de completar la investigación de todos los escritos de la Sierva de Dios Sor Faustina, emite un documento declarando que "nada se interpone para continuar" con su causa.

7 de marzo de 1992 - En presencia del Santo Padre, la Congregación de la Causa de los Santos promulga el decreto de las Virtudes Heroicas mediante el cual la Iglesia reconoce que Sor Faustina practicó todas las virtudes cristianas de manera heroica. Como resultado, ella recibe el título de "Venerable" Sierva de Dios y se abre el camino para verificar el milagro atribuido a su intercesión.

21 de diciembre de 1992 - El Santo Padre publica la aceptación del milagro como concedido por la intercesión de Sor Faustina y anuncia la fecha para su solemne beatificación.

18 de abril de 1993 - Sor Faustina es beatificada por el Papa Juan Pablo II en Roma el primer domingo después de Pascua (día revelado por Nuestro Señor a Sor Faustina como la Fiesta de la Misericordia).

30 de abril de 2000 - La Beata Faustina es canonizada por el Papa Juan Pablo II en Roma el primer domingo después de Pascua, en la Fiesta de la Misericordia.

30 de abril de 2000 - El papa, Juan Pablo II, declaro el segundo domingo de Pascua como el “Domingo de la Misericordia Divina” en el mundo entero.

29 de junio de 2002 - El Sumo Pontífice, Juan Pablo II, estableció que el “Domingo de la Misericordia Divina” se enriquezca con la indulgencia plenaria.