sábado, 3 de noviembre de 2018

HANS URS VON BALTHASAR: XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B)


Qué mandamiento es el primero de todos? En el evangelio de hoy queda claro que no habría sido necesaria ninguna desavenencia entre judaísmo y cristianismo. Hay unidad en lo que respecta al mandamiento más importante e incluso respecto a la necesidad de añadir el mandamiento del amor al prójimo al del amor a Dios, que lo trasciende todo. Aparece incluso una declaración de Jesús según la cual el letrado que le ha interrogado:  “no está lejos del reino de Dios”. Pero la unanimidad llega aún más lejos: el letrado añade al final de su réplica, aprobando lo que acaba de decir Jesús, que ese doble primer mandamiento “vale más que todos los sacrificios”, con lo que se sitúa el cumplimiento del amor a Dios por encima de toda veneración puramente cultual; algo que, por lo demás, ya había sido previsto por Oseas: “Quiero misericordia y no sacrificios” (Os 6,6; Mt 12,7). Pero es quizá aquí donde se manifiesta la enorme distancia que existe entre la comprensión judía y la comprensión cristiana (de la que dará testimonio la segunda lectura): si los sacrificios de la Antigua Alianza se tornan caducos con Cristo, es porque su cumplimiento del amor a Dios y al prójimo en su muerte en la cruz y en la Eucaristía hace coincidir pura y simplemente amor vivido y sacrificio cultual, y porque gracias a esta suprema entrega de amor, el amor de Jesús al Padre y a nosotros los hombres alcanza una intensidad que era inconcebible en la Antigua Alianza. Pero esto no invalida el primer mandamiento que Israel supo formular de modo tan admirable (ni siquiera la Nueva Alianza pudo expresarlo mejor); la diferencia está solamente en que antes de Jesús nadie pudo llegar “hasta el extremo” (Jn 13,1), como llegó Jesús, en el amor a Dios y al prójimo.

Escucha Israel. Es aquí, en la primera lectura, donde el gran mandamiento se expresa por primera vez y en toda su perfección. Está introducido con la afirmación “El Señor nuestro Dios es solamente uno”.No hay más dioses, nuestro Dios es el único. El politeísmo divide el corazón del hombre y su culto; el único Dios exige la totalidad indivisa del corazón humano con todas sus fuerzas. Por eso entre el amor que Dios exige y el corazón humano no hay ningún dualismo no es como si el corazón estuviera dentro y el mandamiento viniera de fuera o de arriba, sino que, por el contrario, el mandamiento debe quedar escrito en el corazón del hombre : “Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria”; con otras palabras, el amor de Dios exige desde dentro todo el corazón y todas sus fuerzas.

Jesús tiene el sacrificio que no pasa. La segunda lectura subraya una vez más de la manera más clara el carácter existencial del sacerdocio de Jesús, que ya no necesita ofrecer sacrificios de animales en el Templo –algo que los sacerdotes anteriores debían hacer cada día por sus propios pecados y por los del Pueblo-, sino que se ofrece así mismo como víctima sin mancha en una autoinmolación necesaria para nuestra verdadera expiación. Y como Jesús permanece para siempre, su ofrenda sacerdotal en la cruz no es un hecho del pasado; Jesús tiene el sacerdocio que no pasa, su sacrificio es siempre para interceder a favor nuestro. Por eso su Eucaristía, a partir de esta su existencia eterna, puede hacer presenta aquí y ahora su sacrificio único en virtud de su sacerdocio que no pasa.

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