miércoles, 31 de julio de 2019

HORACIO BOJORGE SJ : EL AGUA DE SAN IGNACIO

El pueblo fiel invocaba la intercesión de San Ignacio, convencido de que Dios le concedería lo que le pidiese por ser siervo suyo. Esa intercesión se imploraba acompañándola con el uso de un sacramental: el agua de San Ignacio, que los enfermos bebían o con la que se lavaban implorando la curación.

La costumbre de beber agua santificada para obtener algún favor de Dios se remonta a los primeros siglos de la Iglesia. Podía ser simplemente agua bendita, pero algunas veces, para obtener mayor eficacia, se ponía en contacto con las reliquias de los Santos o del 'Lignum Crucis' (=madera de la Cruz). La aplicación de esta práctica al culto del Fundador de la Compañía dio lugar al 'agua de San Ignacio', cuyo uso comenzó a extenderse algunos años después de su muerte.

El Padre Pedro de Ribadeneyra refiere que, en la peste de Burgos de 1599, muchos enfermos recobraron la salud por beber agua que había estado en contacto con un huesecillo de San Ignacio. A falta de otro testimonio anterior, éste sería el dato más antiguo sobre la eficacia del agua ignaciana. Los testimonios sobre el uso milagroso del agua de San Ignacio son muy abundantes a partir del siglo XVII, a medida que los jesuitas extendían por todo el mundo la devoción a su Fundador. [REVUELTA GONZÁLEZ, Manuel, El Agua de San Ignacio, artículo en la revista: XX Siglos Revista de Historia de la Iglesia y Cultura (Madrid), 2 (1991)Nº 6, pp. 66-75]
El P. Luis Fiter S.J. difusor del agua de San Ignacio

Este jesuita es uno 'de los muchos' que, según dice la Leyenda de Oro, difundieron la memoria de los milagros obrados por Ignacio y la confianza en su intercesión. El Padre Luis Fiter, en un folleto publicado en 1885, divulgó muchos de los prodigios atribuidos al agua de San Ignacio, tomados de los Bolandistas y de los biógrafos antiguos del Santo. Los capítulos de ese folleto recorren los amplios espacios a los que se extiende la eficacia del agua de San Ignacio: remedio para los enfermos desahuciados y todo género de dolencias, motivo de verdadera esperanza para los moribundos, socorro muy eficaz en los partos difíciles y peligrosos, auxilio en los infortunios temporales, preservativo y curativo de la peste y del cólera, protección y defensa de los combates espirituales.

El autor explica después el modo de usar el agua, que es muy sencillo: 'Basta tomarla una vez al día en poquísima cantidad mientras subsiste la epidemia o hay peligro de ella. Cuando se desee la curación de alguna enfermedad, puede además lavarse la parte enferma del cuerpo o hacer sobre ella la señal de la cruz con algún lienzo empapado en agua de San Ignacio'. Además de beberla, los devotos deben rezar tres veces el Padre Nuestro, Ave María y Gloria a la Santísima Trinidad, acabando con la invocación: 'San Ignacio, rogad por nosotros'. El Padre Fiter añadía recomendaciones para evitar toda superstición o imprudencia. Por eso aconsejaba a los devotos que no prescindieran de las precauciones higiénicas ni de los remedios médicos, y les recordaba que el principal requisito para obtener los favores celestiales era la fe en Dios en conformidad con la voluntad divina. ( M. Revuelta-G., artículo citado)
El agua de San Ignacio durante la epidemia de cólera en España en 1885

El historiador Manuel González Revuelta, (M. Revuelta-G., artículo citado), nos relata esta interesante historia, que trasunta la misma relación de confianza entre Ignacio y el pueblo fiel que denotan los hechos que hemos venido contando:

Las grandes epidemias han excitado siempre el sentimiento religioso de los pueblos. El avance incontenible de la enfermedad y de la muerte fomentaba el sentimiento de la limitación humana e impulsaba a buscar remedios en los auxilios celestiales. Toda España se sintió abatida con la gran epidemia de 1885. Los jesuitas, como otros religiosos y sacerdotes, procuraron atender a los enfermos ofreciéndoles sus servicios espirituales o despachando comida a los pobres. Cuando pasó la epidemia, el Provincial de Aragón (que gobernaba a los jesuitas de Cataluña, Aragón, Valencia y Baleares) envió una circular a las casas de su jurisdicción pidiendo datos estadísticos sobre el número de enfermos y muertos de cada población, los servicios espirituales y temporales ejercitados por los jesuitas, los frutos de sus trabajos, y los hechos edificantes dignos de mención. Del conjunto de las respuestas se saca, como conclusión, que los jesuitas prestaron en general buenos servicios a las poblaciones afligidas, y que la epidemia había fomentado las prácticas religiosas (conversiones, confesiones, oraciones y rogativas). Otro de los efectos de la epidemia había sido el uso masivo del agua de San Ignacio, hasta entonces desconocida, con resultados doblemente satisfactorios, en primer lugar, por las admirables curaciones obtenidas, y en segundo lugar, por haber extendido la devoción al Fundador de la Compañía.

Aunque de todas las ciudades llegaron afirmaciones generales sobre la eficacia del agua de San Ignacio, por el contenido de las cartas se deduce que el uso que de ella se hizo fue desigual. En Barcelona, Gerona y Manresa se distribuyó agua en abundancia, pero no sucedieron casos llamativos. En el Colegio Máximo de Tortosa, sin embargo, se atribuía al agua milagrosa el que ninguno de la casa hubiera caído enfermo. De Tarragona llegó la noticia de un hecho que fue considerado como milagroso. Una mujer, que venía de la iglesia de los jesuitas con un cántaro de agua de San Ignacio, oyó los gritos de un hombre acometido por el cólera. La mujer acudió a darle agua mientras le decía: 'tingui fe, tingui fe'.

En acabando de beber, el enfermo, dando un grito de admiración y entusiasmo, exclama: 'ja estich curat, l’aigua santa me ha curat', l’aigua santa me ha curat'. Efectivamente, a la hora de haber tomado el agua, levantóse el enfermo de la cama y púsose a comer tranquilamente con su familia.

En Aragón los jesuitas que vivían en el Noviciado de Veruela y en el Colegio del Salvador de Zaragoza no pudieron contar hechos maravillosos del agua de San Ignacio. Mucho más admirable que los posibles prodigios fue el ejemplo que dieron de caridad cristiana. Los novicios atendieron en los oficios más humildes a los coléricos de la vecina ciudad de Tarazona, donde el Padre José Armengol murió heroicamente sirviendo a los enfermos. Fue considerado como un mártir de la caridad. También en Zaragoza doce jesuitas del Colegio asistieron a los enfermos, y el Rector acudió a Calatayud cuando más arreciaba allí la enfermedad. Cuando amainaba la epidemia en Zaragoza, la enfermedad invadió el Colegio, donde murieron tres jesuitas jóvenes, mientras otros trece fueron atacados de gravedad.

De la región valenciana llegaron noticias sorprendentes. En la ciudad de Valencia, donde la incidencia del cólera había sido muy fuerte, se repartieron en el Colegio de los jesuitas 22.574 raciones de caldo a los pobres, y hubo días en que se bendijeron 16 cántaros de agua de San Ignacio, a la que muchos enfermos atribuían efectos maravillosos. La demanda del agua milagrosa alcanzó extremos inusitados en dos pueblos cercanos. En Agullent, donde pasaban sus vacaciones algunos jesuitas, las gentes acudían al médico, en última instancia, y como los enfermos morían llegaron a acusarle de envenenar a los enfermos. El pobre médico cayó enfermo, y también el cura. El alcalde pidió entonces ayuda a los jesuitas, y acudieron los Padres Pedro Torras y Nicolás Falomir, que fueron recibidos "como ángeles venidos del cielo" y no dejaron de repartir agua de San Ignacio. Los del pueblo de Onteniente, deseando beneficiarse de aquella medicina, enviaron una comisión a Agullent para solicitar agua de San Ignacio. En pocas horas un Padre bendijo de 300 a 400 cántaros de agua, y otros más en los días siguientes.

Se hizo además un triduo al Cristo de la Agonía y hubo numerosas conversiones. Las defunciones fueron disminuyendo desde que se bendijo el agua de San Ignacio. Las mayores maravillas atribuidas al agua de San Ignacio llegaron de Orihuela, donde los jesuitas del Colegio de Santo Domingo gozaban de gran prestigio. Para dar a conocer aquellos prodigios se difundió un relato ciclostilado, en el que se afirmaba que el agua de San Ignacio, que antes era desconocida en Orihuela, 'obtuvo con ocasión del cólera una aceptación y fama universal'.

Empezaron a usarla los Padres del Colegio por orden del Padre Rector. Al extenderse la noticia de los buenos efectos que producía el agua, 'el pueblo venía en tropel a proveerse de ella', y como no sabían la cantidad que habían de tomar hubo que explicarles que bastaba tomar una copita o media jícara, aconsejándoles el rezo del Padre Nuestro y Ave María 'y advirtiéndoles que San Ignacio miraría con mejores ojos y escucharía las súplicas de los que, purificada la conciencia, tomasen el agua con mucha fe y confianza'. De Orihuela voló la noticia a los pueblos vecinos. El relato nombra a 17 de estos pueblos, desde los que se acudía a Orihuela en busca de agua. Las gentes tenían tanta fe en ella que preferían un pucherito a cualquier otra medicina. En poco más de un mes un Padre muy cuidadoso, que se encargaba de bendecir el agua a todas horas, despachó 4.730 litros a los devotos. Otro relato, también poligrafiado, narra 35 curaciones con los nombres de las personas curadas y de los testigos que las confirmaban, más otros cinco casos que se añaden en un apéndice. Como conclusión del relato se dice: 'el Santo, que apenas se conocía en este país, ha sido verdaderamente glorificado'.
De otras partes de España no tenemos tantas noticias. El Padre Juan José de la Torre, que era consejero del Padre General en Italia, se hacía eco de los prodigios que le contaban: 'del agua de San Ignacio cuentan que hace maravillas'. En el País Vasco, donde se mantuvo siempre la tradicional devoción a San Ignacio, se le invocó en aquellos momentos con especial fervor. La crónica latina de la Residencia de los jesuitas de Bilbao del año 1885 dice lo siguiente: 'Después de celebrar en la iglesia de Santiago el mes de junio en honor del Sagrado Corazón de Jesús, se dedicó el mes de julio a honrar al Santo Padre Ignacio, que es el Patrono principal de la Provincia de Vizcaya. El altar del Santo Padre fue adornado espontáneamente con flores y cirios por el pueblo, al igual que el año pasado. Tan pronto como la gente tuvo noticia del agua bendita de San Ignacio, acudió a surtirse de ella, como si se tratara de una fuente; todos acudían a nuestra casa con mucha frecuencia, y un día vinieron más de 150. El mes concluyó con una novena expiatoria, al estilo de una misión: se le dio ese carácter para que Dios se dignase alejar el azote de la peste asiática, que ya ha empezado a visitar algunos pueblos y ciudades en Francia y en España, de esta ciudad y región, por la intercesión y méritos del Santo Padre, que le tienen como Patrono'.

Cuando pasó la epidemia se mantuvo en muchos lugares la devoción a San Ignacio. Un testimonio de Orihuela lo afirma claramente. 'La gente ha cobrado gran devoción a San Ignacio desde el cólera, en que el agua del Santo hizo prodigios. El altar en que se colocó una estatua del Santo tiene muchísimos exvotos, y algunos son de plata'. De otros lugares llegaban parecidos testimonios. Un jesuita residente en Tortosa escribía a un compañero que muchos campesinos del barrio habían ido a misa el día de San Ignacio y algunos habían hecho fiesta; 'usan de su bendita agua con mucha frecuencia, devoción y fe, y más a ella que a las medicinas atribuyen sus curaciones'"( Manuel Revuelta, Artículo citado en nota 1)

martes, 30 de julio de 2019

SAN IGNACIO DE LOYOLA: REGLAS DE DISCERNIMIENTO (PRIMERA SEMANA)

[313] REGLAS PARA EN ALGUNA MANERA SENTIR Y CONOCER LAS VARIAS MOCIONES QUE EN LA ANIMA SE CAUSAN: LAS BUENAS PARA RECIBIR Y LAS MALAS PARA LANZAR,Y SON MAS PROPIAS PARA LA PRIMERA SEMANA. 


[314] La primera regla. En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, acostumbra comúnmente el enemigo proponerles placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales, por más los conservar y aumentar en sus vicios y pecados; en las cuales personas el buen espíritu usa contrario modo, punzándoles y remordiéndoles las conciencias por el sindérese de la razón.

[315] La segunda. En las persona que van intensamente purgando sus pecados, y en el servicio de Dios nuestro Seńor de bien en mejor subiendo, es el contrario modo que en la primera regla; porque entonces propio es del mal espíritu morder, tristar y poner impedimentos, inquietando con falsas razones para que no pase adelante; y propio del bueno dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante.

[316] La tercera, de consolación espiritual. Llamo consolación cuando en el ánima se causa alguna moción interior, con la cual viene la ánima a inflamarse en amor de su Criador y Seńor; y consequentar, cuando ninguna cosa criada sobre la haz de la tierra puede amar en sí, sino en el Criador de todas ellas. Asimismo, cuando lanza lágrimas motivas a amor de su Seńor, ahora sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Seńor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en su Criador y Seńor.

[317] La cuarta, de desolación espiritual. Llamo desolación todo el contrario de la tercera regla, así como oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Seńor. Porque, así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los pensamientos que salen de la consolación son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación.

[318] La quinta. En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar.

[319] La sexta. Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación, así como es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia.

[320] La séptima. El que está en desolación considere cómo el Seńor le ha dejado en prueba, en sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta: porque el Seńor le ha abstraído su mucho hervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole tambien gracia suficiente para la salud eterna.

[321] La octava. El que está en desolación trabaje de estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado, poniendo las diligencias contra la tal desolación, como está dicho en la sexta regia.

[322] La nona. Tres causas principales son porque nos hallamos desolados: la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros; la segunda, por probarnos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias, la tercera, por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Seńor; y porque en casa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación.

[323] La décima. El que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces.

[324] La undécima. El que está consolado procure humillarse y bajarse cuanto puede, pensando cuán para poco es en el tiempo de la desolación sin la tal gracia o consolación. Por el contrario, piense el que está en desolación que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando fuerzas en su Criador y Seńor.

[325] La duodécima. El enemigo se hace como mujer en ser flaco por fuerza y fuerte de grado. Porque, así como es propio de la mujer, cuando rińe con algún varón, perder ánimo, dando huida cuando el hombre le muestra mucho rostro; y por el contrario, si el varón comienza a huir perdiendo ánimo, la ira, venganza y ferocidad de la mujer es muy crecida y tan sin mesura: de la misma manera es propio del enemigo enflaquecerse y perder ánimo, dando huida sus tentaciones cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo, haciendo el opósito per diametrum; y por el contrario, si la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la haz de la tierra como el enemigo de natura humana en prosecución de su dańada intención con tan crecida malicia.

[326]La terdéeima. Asimismo se hace como vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto. Porque, así como el hombre vano, que, hablando a mala parte, requiere a una hija de un buen padre o a una mujer de buen marido, quiere que sus palabras y sus acciones sean secretas; y el contrario le displace mucho, cuando la hija al padre o la mujer al marido descubre sus vanas palabras y intención depravada, porque fácilmente colige que no podrá salir con la impresa comenzada: de la misma manera, cuando el enemigo de natura humana trae sus astucias y suasiones a la ánima justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; mas cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus engańos y malicias, mucho le pesa; porque colige que no podrá salir con su malicia comenzada, en ser descubiertos sus engańos manifiestos.

[327] La cuatuordécima. Asimismo se ha como un caudillo, para vencer y robar lo que desea; porque así como un capitán y caudillo del campo, asentando su real y mirando las fuerzas o disposición de un castillo, le combate por la parte más flaca, de la misma manera el enemigo de natura humana, rodeando, mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos.

sábado, 27 de julio de 2019

P.JOSÉ LUIS IRABURU: SAN IGNACIO DE LOYOLA

Un converso. San Ignacio de Loyola (1491-1556), que «hasta los veintiséis años de su edad fue hombre dado a las vanidades del mundo» (Autobiografía 1), pasa totalmente del mundo al Reino, y con un estilo tan medieval como renacentista, llega a ser, con su Compañía, un gran Capitán al servicio de Cristo.


Principio y fundamento. Ya convertido, Ignacio de Loyola entiende que el principio y fundamento de todo está en que el hombre ha sido puesto en la tierra para amar y servir a su Creador. Y que, indiferente a todos los bienes mundanos, debe tomarlos o dejarlos tanto en cuanto le ayuden para amar y servir a Cristo (Ejercicios 23).


Cristo Rey llama a cada uno en particular con términos muy claros: «Mi voluntad es conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, para que siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria» (95). El cristiano, por tanto, poniéndose bajo la bandera del Reino de Cristo, ha de pretender con todas sus fuerzas, potenciadas inmensamente por la gracia divina, conquistar el mundo para Dios.


Libres del mundo. Se comprende bien, en esta perspectiva, que ante todo y sobre todo Ignacio exija para su Compañía de Jesús hombres perfectamente libres del mundo. «Los que entran en la Compañía han de considerar delante de nuestro Creador y Señor lo que sigue: en cuánto grado aprovecha para la vida espiritual aborrecer en todo y no en parte cuanto el mundo ama y abraza. Admitir y y desear con todas las fuerzas posibles cuanto Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado. Y como los mundanos aman y buscan con tanta diligencia honras, fama, etc., así los que van en espíritu y siguen de veras a Cristo nuestro Señor aman y desean intensamente lo contrario. Y vístense de la misma vestidura y librea de su Señor, por su divino amor y reverencia. De modo que, donde a su divina Majestad no le fuese ofensa, ni al prójimo imputado a pecado, deben desear pasar injurias, falsos testimonios y ser tenidos por locos, no dando ellos ocasión de ello, para desear padecer e imitar en alguna manera a nuestro Creador y Señor Jesucristo, pues de ello nos ha dado ejemplo en sí, y hecho vía que nos lleva a la verdad y vida» (Regla 23; +Const.101; 288).

Tanto importa esto a los ojos de Ignacio, que el que quiera ingresar en la Compañía debe demostrar, con signos bien ciertos, su menosprecio del mundo. En primer lugar, el aspirante ha de distribuir todos sus bienes en forma irrevocable, «apartando de sí toda confianza de poder haber en tiempo alguno los tales bienes» (Const. 53). Más aún, el que entre en la Compañía «haga cuenta de dejar el padre y la madre, hermanos y hermanas, y cuanto tenía en el mundo, y así debe procurar perder toda la afición carnal, y convertirla en espiritual con los deudos» (61; +Regla 7-8).

Por otra parte, esta perfecta libertad del mundo debe ser probada y manifiesta, pues de otro modo el religioso jesuita no podrá servir por amor a Cristo Rey, con abnegación, fidelidad y perseverancia. Por eso, en el tiempo de su probación, pase un mes o lo que convenga sirviendo en hospitales, peregrinando sin dinero, ejercitándose en oficios bajos y humillantes, enseñando el catecismo a niños y gente ruda, etc. Y todo eso han de hacer los jesuitas, «por más se abajar y humillar, dando entera señal de sí, que de todo el siglo y sus pompas y vanidades se apartan, para servir en todo a su Creador y Señor, crucificado por ellos» (Const. 66). Y aún más, incluso han de ayudarse «en los vestidos para la mortificación y abnegación de sí mismos, y poner debajo de los pies el mundo y sus vanidades» (297).

Un caballero del XVI, sin caballo, sin armas, sin atuendos vistosos...

Doctrina de validez universal. La doctrina espiritual ignaciana, por ejemplo, la de los Ejercicios, es tan profunda, tan centrada en lo fundamental, que vale lo mismo para religiosos o laicos. Lo que Ignacio pretende, recordando una y otra vez las consabidas frases radicales del Evangelio, es que la vida entera del ejercitante, y cada uno de sus aspectos particulares, quede orientada y polarizada en Dios por el amor y el servicio.

Contemplativo y activo. Ignacio de Loyola fue hombre de pocos libros (non multa, sed multum), y siempre tuvo a mano la Imitación de Cristo. Y para él, «la mayor consolación que recibía era mirar el cielo y las estrellas, lo cual hacía muchas veces y por mucho espacio, porque con aquello sentía en sí un muy grande esfuerzo para servir a nuestro Señor» (Autobiografía 11). Pues bien, precisamente por esto, porque Ignacio tenía el mundo secular y sus vanidades bien debajo de sus pies, y mantenía los ojos puestos en lo invisible, arriba, donde está Cristo a la derecha de Dios (+2Cor 4,18; Col 3,1-2), precisamente por eso, mostró tan eficacísimo sentido práctico para actuar en el mundo y tanta fuerza para transformarlo y sujetarlo al influjo benéfico del Reino.

Así fue Ignacio y así fueron sus hermanos jesuitas, que antes de su muerte ya eran tres mil. Así fue San Francisco de Javier y San Francisco de Borja. Y ésa es la formidable espiritualidad que, bien organizada, se difunde entre religiosos y laicos durante siglos. Obras como la del padre Alonso Rodríguez, Ejercicio de perfección y virtudes cristianas (1609), que tantas veces cita a los monjes del desierto, al Crisóstomo, a Agustín o a Bernardo, han hecho y hacen gran provecho a laicos, sacerdotes y religiosos.



J.L.Iraburu, De Cristo o del mundo. (Fundación Gratis date)

miércoles, 24 de julio de 2019

DIÁCONO JORGE NOVOA: DEL GIRO ANTROPOLÓGICO A LA PUERTA GIRATORIA

Hace pocos días, conversaba con un grupo de padres que se sentían decepcionados,  y en algunos casos desorientados, por las respuestas y comportamientos de sus hijos. Uno de ellos, refería lo triste que era constatar, las respuestas que recibían con su madre, ante algunos requerimientos. La presencia en la mesa familiar, la visita a un familiar enfermo o la simple compañía de un hermano para con su hermana, eran algunos de los tantos desvelos y dolores, que confesaban los padres de estos jóvenes tener y no poder solucionar.

Los sueños que se promueven en las jóvenes generaciones, por los medios de comunicación, son luego de transitados, caminos de frustración. Esta sociedad de consumo, esconde debajo de la alfombra los escombros que produce, un dato indicativo es el aumento considerable  del índice de suicidios entre los jóvenes de AL.  Estamos en una sociedad de consumo, que promete la felicidad en la posesión de los bienes materiales, y que presenta como saldo final la depresión.

Qué es lo que está ocurriendo? Parece una pregunta simple y necesaria, ciertamente, no hay respuestas sencillas, porque el problema es serio. Tan serio como el divorcio, el aborto, la infidelidad y la violencia doméstica. Y lamentablemente, son motivo de un trato superficial, marcado por intereses egoístas o  económicos, que alimentan proyectos de leyes en los parlamentos, con la trágica consecuencia social de ir delineando una cultura  emergente, que en sus prácticas retorna al paganismo.El Cristianismo en oposición al paganismo, ha revelado el hombre al hombre.

La matriz cultural cristiana, daba a los hombres, independientemente que practicaran o no la fe católica, una escala de valores que dignificaban a la persona humana y fortalecían la misión de la familia en la construcción de la sociedad. Educaba para la libertad, actuando en el plano del conocimiento intelectual  y en la práctica de las virtudes. ¡Cuánta inteligencia desperdiciada por negligencia en una vida de ocio exacerbada! ¡Qué poco se valora el esfuerzo en la educación! Se engorda la inteligencia con información, pero no se educa la voluntad.


Lo que ha entrado en crisis es la antropología, y misteriosamente en una época marcada por el giro antropológico. Parece una paradoja, pero lo cierto, es que el giro se ha tornado en una puerta giratoria que no se detiene, impidiéndole al hombre salir, si no  está muy atento. " Quizá una de las más vistosas debilidades de la civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre. La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes¿Cómo se explica esa paradoja? Podemos decir que es la paradoja inexorable del humanismo ateo. Es el drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser -el Absoluto- y puesto así frente a la peor reducción del mismo ser. La constitución pastoral Gaudium et spes toca el fondo del problema cuando dice: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado» (n. 22)"." [1].

El pensamiento y la civilización moderna, en cambio, en el grado en que se emancipan de la benéfica influencia de la religión de Cristo, han originado el naufragio del Yo, aun dando pruebas de una tendencia individualista, fomentada por el predominio del subjetivismo. Se da de hecho que el epílogo de esa civilización señala la absorción de la persona humana en un Yo trascendental, anónimo, en el terreno filosófico, y el sacrificio del individuo a las exigencias de la estatolatría o del partido de masa, en el terreno político o social" . "Por el contrario el hombres intrínsecamente, y no por un revestimiento exterior, es "imagen de Dios" y está en total relación a él; y así, excluir a Dios, aunque solo sea metodológicamente, de la perspectiva sobre el hombre, quiere decir desnaturalizar al hombre y no captarlo en su verdad (cfr GS 36). Más todavía, por este camino se llega a una contradicción existencial. Somos adoradores por constitución; privados ideológicamente del verdadero Dios, necesariamente dirigimos hacia otro lado nuestros impulsos latreúticos y nos disponemos a adorar a las criaturas y al hombre como a la primera de todas

En esta situación, lo que más se ha resentido es la comprensión justa del sentido de la vida para utilizar adecuadamente nuestra libertad. El hombre de hoy,  que está tan centrado sobre sí mismo, parece clamar por una ayuda para salir de esta situación.

Sin embargo, se aferra al relativismo en todas su expresiones, y ciertamente que esto hace su eclosión en el ámbito familiar. El relativismo moral es en el plano existencial una plaga que avanza, aún más devastadoramente que el Sida.  El relativismo atenta contra una válida interpretación de la existencia humana, porque considera intolerante la postura de aquel que busca y cree en la Verdad. Pensar que se puede comprender la verdad esencial es visto como intolerante, porque ello atenta contra el subjetivismo imperante.  El relativismo ético ha provocado la rápida transformación de las costumbres, y es objeto de impulsos destructores que minan los mismos fundamentos culturales.

Ante un panorama así, es propio del mal espíritu invitarnos a no luchar, a bajar los brazos, a plegarnos a todos lo que dicen: "no hay salida". Pero, el Señor ha trazado con su Pascua el signo indeleble de que la vida y el amor vencen en toda situación de muerte. El Señor Jesús, se detiene frente a nuestras casas, nuestras culturas, colegios, partidos políticos y nos invita a perseverar en la lucha a favor de la Verdad.  Solamente la Verdad nos hará libres.


[1] Ya en 1979, Juan Pablo II proféticamente, presentaba esta situación en el discurso inaugural de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, en Puebla de los Ángeles, Mexico.  "

jueves, 11 de julio de 2019

SAN FRANCISCO DE SALES: EL SENTIR Y EL CONSENTIR


EL SENTIR Y EL CONSENTIR 


Es muy admirable la historia de santa Catalina de Sena en ocasión parecida. El espíritu maligno obtuvo de Dios el poder de combatir la pureza de esta santa virgen con todo su furor, pero sin que pudiese tocarla. 

Sugirió, pues, toda clase de deshonestidades a su corazón, y, para excitarla más, se le apareció con otros diablos, en forma de hombres y mujeres, y comenzó a cometer en su presencia mil y mil clases de deshonestidades y acciones lúbricas, añadiendo palabras y conversaciones muy desvergonzadas; y, aunque todas estas cosas eran exteriores, entraban, por los sentidos, muy adentro del corazón de la virgen, que, como ella misma confesaba, se veía llena de estas imágenes, y únicamente su voluntad superior quedaba libre de aquella tempestad de vileza y delectación carnal. 

Esto duró mucho tiempo, hasta que un día Nuestro Señor se le apareció, y ella le dijo: «¿Dónde estabas, mi amado Señor, cuando mi corazón estaba tan lleno de tinieblas y de inmundicias?» El Señor le respondió: «Estaba dentro de tu corazón, hija mía». «¿Y cómo -replicó ella- habitabas en mi corazón, lleno de tantas vilezas? ¿Cómo estabas en un lugar tan deshonesto?» Y Nuestro Señor le dijo: «Dime: estos feos pensamientos de tu corazón, ¿te causaban placer o tristeza, amargura o deleite?» Y ella le dijo: «Muy grande amargura y tristeza». Replicó el Señor: «¿Y quién infundía esta amargura y esta tristeza en tu corazón, sino yo, que permanecía escondido en medio de tu alma? 

Cree, hija mía, que si yo no hubiese estado presente, aquellos pensamientos que sitiaban tu voluntad, sin poderla asaltar, la habrían vencido, habrían penetrado en ella y habrían sido recibidos con complacencia por tu libre albedrío y, así, habrían dado muerte a tu alma; mas, porque yo estaba dentro, infundía aquella resistencia y aquel disgusto en tu corazón, merced a lo cual alejabas cuanto podías la tentación, y, no pudiendo rechazarla tanto como deseabas, sentías el mayor disgusto y el mayor aborrecimiento contra ella y contra ti misma; y, así, estas penas eran para ti un gran mérito, una gran ganancia y un gran aumento de tu virtud y de tu fortaleza.» Repara, pues, Filotea, cómo este fuego estaba cubierto de ceniza, y cómo la tentación y la delectación habían entrado dentro del corazón y habían sitiado la voluntad, y cómo ésta, sola, pero asistida del Salvador, había resistido con amargura, disgusto y detestación al mal que le había sido sugerido, negando con constancia el consentimiento al pecado que le cercaba.


¡ Dios mío, qué angustia para una alma que ama a Dios no saber si Él está en ella o no, si el amor divino, por el cual combate, está o no está del todo apagado en ella! Mas esto es la delicada flor de la perfección del amor celestial: hacer que el amador sufra y combata por el amor, sin que sepa si posee el amor por el cual combate.



viernes, 5 de julio de 2019

DIÁCONO JORGE NOVOA: HAY QUE OÍR LA PALABRA Y VIVIRLA

Se presentaron donde él su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte.» Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen.»

La gente se agolpaba para escuchar a Jesús, sus parientes aunque intentaban verlo, no  podían  llegar hasta Él, a causa de la multitud  que lo rodeaba, la designación de hermanos no supone afirmar que la Santísima Virgen María tuviera otros hijos. La Sagrada Escritura brinda sólidos indicios para pensar que la palabra “hermano” puede abarcar también en el griego del Nuevo Testamento (adelphos), tanto como en la lengua hebrea y aramea (ah), una gama de significados mucho más amplia que la de hijos de los mismos padres. No existen testimonios de la antigüedad que hablen de los hermanos de Jesús, y sí muy tempranamente la Iglesia, enseña sobre la virginidad perpetua  de María.

La respuesta de Jesús, puede resultar a primera vista desconcertante, es que niega la relación con María su Madre? Jesús establece por la fe unos nuevos lazos familiares, ellos no se originan por " la carne y la sangre", dos realidades serán centrales para los miembros de la comunidad : a) escuchar la Palabra b) y cumplirla.

Dios ha dirigido su palabra amorosa a la humanidad, Israel es el primogénito depositario de esta realidad, con distintos instrumentos les ha comunicado su designio salvífico de modo ininterrumpido. El pueblo de Dios,desde el comienzo ha sido invitado por Él, a una total apertura y disponibilidad, " escucha Israel". Ella alcanza su plenitud en la disponibilidad de la Virgen María, la servidora humilde del Señor, de modo que lo característico en la vida de la Virgen, fue escuchar la Palabra y vivirla. Las exigencias de Jesús, se cumplen de modo perfecto en la la Madre del Señor.

Ella como Madre de los creyentes, ha sido saludada como bendita, porque ha creído, ha hecho suyo el mensaje enviado por Dios con una disponibilidad incondicional. Ha recibido la Palabra y la ha meditado en su corazón, volviéndose  un relicario que conservó los tesoros  de la sabiduría divina para los hombres. Jesús con su respuesta, está lejos de distanciarse de su Madre, muy por el contrario,  de esta exigencia su Madre es modelo.

La Palabra de Dios es alimento para nuestra vida, luz para nuestro camino y consuelo para nuestras penas, cada día debemos escuchar al Señor que nos habla a través de su Palabra. Y a imitación de la Virgen debemos meditarla en nuestro corazón, permitiéndole resonar en nuestro interior, para saborearla y servirla.

Santiago en su carta advierte sobre lo que llama: " oyentes olvidadizos" (St 1,25), porque han escuchado, pero no viven las exigencias de la Palabra pronunciada. Ella alcanza sus oídos pero no  sus corazones, permanece como un libro, no como la Palabra del Dios Vivo.

Pidámosle  al Espíritu Santo que nos introduzca en toda su Verdad, Bondad y Belleza, que nos abra el corazón para escuchar al Señor, dándonos el valor necesario para seguirlo.