lunes, 27 de diciembre de 2021

COLOQUIOS 6: LA PANDEMIA Y EL ADVIENTO...ENTRE INSEGURIDADES Y CERTEZAS

 

TOMMASO FEDERICI: 25 DE DICIEMBRE, UNA FECHA HISTÓRICA

Un preámbulo


Comúnmente se acepta la noticia, antigua, según la cual la celebración de la Navidad del Señor fue introducida en la primera mitad del siglo IV por la iglesia de Roma por motivos ideológicos. Se habría colocado el 25 de diciembre para contraponerse a una peligrosa fiesta pagana, el Natale Solis invicti (quizá Mitra, como es probable, o quizá el título de un emperador romano). Se habría fijado esta fiesta en el solsticio de invierno (21-22 de diciembre), cuando el sol reanudaba su marcha triunfal hacia su máximo resplandor. Por tanto, en ámbito cristiano, remontando nueve meses, se habría fijado en el 25 de marzo la celebración de la anunciación del Ángel a la Virgen María de Nazaret, y su inmaculada Concepción del Hijo y Salvador. Por consiguiente, seis meses antes de la natividad del Señor se habría colocado también la fiesta de la natividad de su precursor y profeta Juan Bautista.

Por otra parte, Occidente no celebraba el anuncio de la natividad de Juan a su padre, el sacerdote Zacarías, que, en cambio, desde fechas muy lejanas, se conmemora en el Oriente sirio el primer domingo del "Tiempo del Anuncio" (Sûbarâ), que comprende en otros cinco domingos la anunciación a la Virgen María, la visitación, la natividad del Bautista, el anuncio a José, la genealogía del Señor según Mateo.

El Oriente Bizantino, igualmente desde fechas inmemoriales, celebra el 23 de septiembre también el anuncio a Zacarías.

Tenemos, pues, cuatro fechas evangélicas consecutivas que siguiéndose se entrelazan, a saber: I) el anuncio a Zacarías y II) seis meses después la anunciación a María, III) respectivamente nueve y tres meses de las primeras dos fechas, la natividad del Bautista, y IV) respectivamente seis meses de esta última fecha, y naturalmente nueve meses después de la anunciación, la Natividad del Señor y Salvador.

La referencia, digamos, litúrgica de todo esto sería, pues, la Natividad del Señor establecida el 25 de diciembre, y basándose en esta fecha se disponen las fiestas de la anunciación nueve meses antes, y de la natividad del Bautista seis meses antes. Los historiadores y liturgistas plantean al respecto varias hipótesis que unas más y otras menos son aceptadas. El problema es que ya en los siglos II-IV fueron planteadas distintas fechas que tenían en cuenta cálculos astronómicos o ideas teológicas.

Una fecha "histórica" externa, es decir, que no fuera bíblica, patrística ni litúrgica, y que confirmase las opiniones de los estudiosos no se conocía aún.

Una referencia: el anuncio a Zacarías

Lucas está atento a la hora de situar la historia. Por ejemplo, cita un edicto de Cesar Augusto (para el censo de Quirino en torno al 6-7 a.C) durante el cual nace el Señor (Lc 2,1-2). Además coloca en el año decimoquinto del imperio de Tiberio Cesar (27-28 d.C) el comienzo de la predicación preparatoria del Señor por parte de Juan Bautista (Lc 3,1). Y escribe: "Y era el mismo Jesús, al comenzar (su ministerio después del Bautismo, Lc 3,21-22) como de treinta años” (Lc 3,23) de hecho tenía 33 o 34 años.

Según su sugestiva narración evangélica, el Ángel Gabriel, el mismo de la anunciación a María (Lc 1,26-38), al terminar Zacarías la ofrenda del incienso en el Santuario había anunciado al anciano sacerdote que su mujer Isabel, estéril y anciana, daría a luz un hijo, destinado a preparar un pueblo para Aquel que iba a venir (Lc 1,5-25). Lucas se preocupa de colocar este hecho con precisión gracias a un dato conocido por todos. Refiere que Zacarías pertenecía a la “clase (sacerdotal, ephêmería) de Abías” (Lc 1,5), y cuando se le aparece a Gabriel “ejercía su ministerio sacerdotal en el turno (táxis) de su orden (ephemería)” (Lc 1,8).

Así remite a un hecho general que no presenta dificultades, y a otro específico y puntual que presenta un problema. El primer hecho, conocido por todos, era que en el santuario de Jerusalén, según la narración del cronista, el mismo David había dispuesto que los “hijos de Aarón” estuvieran distribuidos en 24 táxeis, hebreo sebaot, los turnos perennes (1 Cr 24,1-7.19). Dichas clases, alternándose en un orden inmutable, debían prestar servicio litúrgico durante una semana, de “sábado a sábado”, dos veces al año. La lista de las clases sacerdotales hasta la destrucción del Templo (año 70 d.C) según el texto de los Setenta era establecido por sorteo de la siguiente manera: I) Yehoyarib, II) Yedayas, III) Jarín, IV) Seorín, V) Malquías, VI) Miyamín, VII) Hacós, VIII) Abías, IX) Jesús, X) Secanías, XI) Eliasib, XII) Yaquín, XIII) Jupá, XIV) Yesebab, XV) Bilgá, XVI) Imer, XVII) Jezir, XVIII) Hapisés, XIX) Petajías, XX) Ezequiel, XXI) Yaquín, XXII) Gamul, XXIII) Delayas, XXIV) Maazías (la lista de 1 Cr 24, 7-18).

El segundo hecho es que Zacarías, pertenecía al turno de Abías el VIII. El problema que plantea esto es que Lucas escribe cuando el Templo sigue en actividad y, por tanto, todos podían conocer sus funciones, y no anota cuándo estaba en ejercicio el turno de Abías. Tampoco dice en cuál de los dos ciclos anuales Zacarías recibió el anuncio del Ángel en el santuario. Y parece que a lo largo de los siglos nadie se ha interesado en recordarlo o investigarlo. La misma Comunidad madre, la Iglesia de Jerusalén, judeocristiana de idioma arameo, que tradicionalmente (al menos durante dos siglos) fue gobernada por lo parientes de Jesús, Santiago y sus sucesores, no parece que se preocupase de este detalle, que para los contemporáneos era obvio.

EL TURNO DE ABÍAS CON FECHA SEGURA
En 1953, la gran especialista francesa Annie Jaubert, en su artículo “Le calendrier des Jubilèes et de la secte de Qumrán, Ses origines bibliques” en Vetus Tetsamentum Suplemento 3 (1953) pgs 250-264, había estudiado el calendario del libro de los Jubileos,un apócrifo judío muy importante de finales del siglo II aC. Pues bien, numerosos fragmentos del texto de dicho calendario, hallados en las cuevas de Qumrán, demostraban no sólo que habían sido hecho por los Esenio que allí vivían (desde el siglo II a.C hasta el siglo I d.C) sino que seguía en uso. Este calendario es solar, y no da nombre a los meses, los llama con números consecutivos. La estudiosa había publicado además sobre este tema numeroso artículos importantes; véase también el título “calendario de Qumrán”, en Enciclopedia de la Biblia. Y en una célebre monografía, La date de la Cène, Calendrier biblique et liturgie chrètiene, Etudes Bibliques, Paris, 1957, había reconstruido la sucesión de los acontecimientos de la Semana Santa, situando de manera convincente (salvo para algunos) en martes y no en jueves.

Por su parte, también el especialista Shemarjahu Talmon, de la Universidad Hebraica de Jerusalén, había tratado sobre los documentos de Qumrán y el calendarios de los Jubileos, y había logrado establecer con precisión el desarrollo semanal del orden de los 24 turnos sacerdotales en el templo, entonces aún en función. Publicó sus resultados en el artículo “The Calendar Reckoning of the Sect from the Judean Desert. Aspects of the Dead Sea Scroll, e Scripta Hierosolymitana, vol IV, Jerusalén, 1958, pgs 162-199; se trata de un estudio esmerado e importante, pero que, hay que decirlo, pasó casi inadvertido en el gran circuito pero no para Annie Jaubert. La lista que el profesor Talmon reconstruye indica que el “turno de Abías (Al- Jah) prescrito por dos veces al año, tenía lugar: I) la primera vez, del 8 al 14 del tercer mes del calendario,y II) la segunda vez del 24 al 30 del octavo mes del calendario. Ahora bien según el calendario solar ( no lunar como es el actual calendario judío), esta segunda vez corresponde en torno a la última década de septiembre.

Como señala también Ammassari, “Alle origini del calendario natalizio”,en Euntes Docete 45 (1992), pgs 11-16, con la indicación sobre el “turno de Abías”,Lucas se remonta a una preciosa tradición judeo-cristiana jerosolimitana, que ha encontrado como narrador esmerado de historia (Lc 1,1-4), y ofrece la posibilidad de reconstruir algunas fechas históricas.

Así el rito bizantino recuerda el 23 de septiembre el anuncio a Zacarías, y conserva una fecha histórica segura, y casi precisa (quizás con un desfase de uno o dos días).

FECHAS HISTÓRICAS DEL NUEVO TESTAMENTO
La principal datación histórica sobre la vida del Señor versa sobre el acontecimiento principal: su resurrección en la narración unánime de los cuatro Evangelios (y del resto de la Tradición apostólica del Nuevo Testamento,véase 1 Cor 15,3-7) ocurrió durante el amanecer del domingo 9 de abril del año 30 d.C, fecha astronómica segura, la fecha de su muerte, por tanto, fue hacia las 15 horas del viernes 7 de abril del mismo año 30.

Según los datos establecidos por la reciente investigación, antes mencionada, hay una trama impresionante de otras fechas históricas. El ciclo de Juan Bautista tiene establecida (aproximadamente) la fecha histórica del 24 de septiembre de nuestro calendario gregoriano del año 7-6 a.C para el anuncio divino a su padre Zacarías. En el cómputo actual sería en el otoño del año 1 a.C, pero sabemos que desde el siglo VI hay un error de unos seis o cinco años sobre la fecha real del año de la natividad del Señor.

La natividad de Juan Bautista nueve meses después (lc 1,57-66), aproximadamente 24 de junio, es una fecha histórica. Por tanto, en el ciclo de Cristo Señor, que Lucas coloca en forma de díptico especular con el del Bautista, la anunciación a la Virgen María de Nazaret “en el sexto mes” después de la concepción Isabel (Lc 1,28) resulta otra fecha histórica.

Por consiguiente, y por fin, la natividad del Señor el 25 de diciembre es una fecha histórica, es decir, 15 meses después del anuncio a Zacarías, nueve meses después de la anunciación a su Madre, la Virgen María, seis meses después del nacimiento de Juan Bautista.

La santa circuncisión ocho días después del nacimiento, según la ley de Moisés (Lev 12,1-3), es una fecha histórica.

PROBLEMAS LITÚRGICOS

La fecha de la Natividad está rodeada de una serie de problemas. En primer lugar, se da el hecho de que en algunas iglesias se unió y a veces se confundió el 25 de diciembre con el 6 de enero, día que reunía la memoria de todos los acontecimientos que rodeaban la natividad del Salvador.

Luego, la distinción aproximada entre memoria de un hecho, que puede durar generaciones, la devoción en torno a este hecho, que puede manifestarse con un culto no litúrgico, y la institución de una fiesta litúrgica con fecha y oficio propios, que comprende la liturgia de las horas santas, y la de los misterios divinos.

Aquí hay que tener en cuenta, cosa que generalmente no se hace, la increíble memoria de las comunidades cristianas respecto a los acontecimientos evangélicos y los lugares donde sucedieron.

La Anunciación, por ejemplo, había entrado en las formulaciones de algunos de los “Símbolos bautismales” más antiguos ya en el siglo II. En la misma época fue representada en el arte cristiano primitivo, como en las catacumbas de Priscila. En el mismo Nazaret, como ha demostrado espléndidamente la arqueología, la comunidad local conservó y veneró sin interrupción alguna el lugar de la Anunciación, y fue visitada por un constante flujo de peregrinos a lo largo de los siglos dejaron grafitos y frases conmovedoras, hasta nuestros días. Cuando comenzó el culto litúrgico de la Madre de Dios, ya entrado en el siglo V,se creó la fiesta litúrgica del Euaggelismós, la anunciación a María. Esta adquirió una resonancia tan extraordinaria que en Occidente los Padre la incluyeron entre “los orígenes de nuestra redención” (con la Navidad, los Reyes Magos y las bodas de Caná), y en Oriente fue considerada tan solemne y casi dominante, que su fecha en el rito bizantino anula el domingo e incluso el jueves santo, cede sólo ante el viernes santo, y cae en el domingo de Resurrección divide la celebración de modo que se celebra mitad del Canon pascual y mitad del canon de la Anunciación.

Antes de la construcción de la Basílica constatiniana de Belén (tercera d{ecada del siglo IV), la comunidad cristiana había conservado ininterrumpidamente la memoria y la veneración del lugar del nacimiento del Señor. En Egipto,la Iglesia Copta conserva con constante devoción la memoria de los lugares donde la Sagrada Familia estuvo durante su huida (Mt 2,13-18), sobre los que fueron construidas iglesias que aún ofician. Podemos mencionar tambi{en los lugares santos de Palestina, sobre todo los de Jerusalén: el Anostasis , la resurrección (reducidamente llamado santo sepulcro), el Golgota,el Cenáculo,el “Monte de Galilea” que es el de la Ascensión, el Getsemaní, Betania,la piscina probática (Jn 5,1-9), donde fue construida una iglesia, el lugar de la Dormición de la Madre de Dios en Cedrón, etc. De todos estos lugares existe una documentación priciosa, impresionante e ininterrumpida, que llega hasta nuestros días, de los peregrinos que los visitaron siempre con grandes sacrificios y peligros, y dejaron descripciones y relatos escritos de la veneración que recibían, y de los usos de la devoción de los habitantes y de otros visitantes.

Aquí el problema interesante es la elección de las fechas para las celebraciones litúrgicas. Respecto a la celebración litúrgica, en el sentido que hemos visto arriba, del Señor, de su Madre y de Juan Bautista,¿se trató de decisiones arbitrarias dictadas por ideologías o cálculos ingeniosos? No creo. El 23 de septiembre y el 24 de junio para el anuncio y la natividad de Juan Bautista, y el 25 de marzo y el 25 de diciembre para la anunciación de Señor y su natividad, no fueron fechas arbitrarias ni se copiaron de ideologías de la época. Las iglesias habían conservado memorias ininterrumpidas, y cuando decidieron rendirles celebraciones litúrgicas lo único que hicieron fue sancionar el uso inmemorial de la devoción popular.

Hay que tener en cuenta también, el hecho poco señalado de que las iglesias se comunicaban las “fechas” de sus celebraciones, y así mismo, por ejemplo, las de los testimonios de los mártires a la gloria del cielo. Para los grandes aniversarios, como las fiestas del Señor, de los apóstoles, de los mártires, de los santos obispos de las iglesias locales, y, desde el siglo V, también la de la Madre de Dios las iglesias aceptaron con gusto las propuestas de las iglesias hermanas. En la práctica, casi todas las grandes fiesta del Señor y de la Madre del Señor y de la Madre de Dios proceden del Oriente palestino y fueron aceptadas con gran entusiasmo por las iglesias del imperio y, de grandes cismas del siglo V, también por la inmensa cristiandad del imperio parto. La Navidad, como aparece, procede de Roma y fue aceptada con vacilaciones, por todas las Iglesias.

Con esto queremos decir que las Iglesias tenían la posibilidad de controlar y verificar, y hay que decir .que nuestros antiguos padres no eran unos inocentes que se lo creían todo, sino que justamente desconfiaban y rechazaban todo intento ilícito me ilegítimo de culto no comprobado.

En todo esto el evangelista Lucas tiene un papel destacado, cuando con oportunas y hábiles menciones remite a lugares y acontecimientos, a fechas y personas.

EL CLAN DE CAÍN

La Iglesia madre judeo-cristiana había conservado otras muchas memorias sobre su Señor, el judío Jesús, el “Diácono de la circuncisión” (Rom 15,8), que la investigación moderna con paciencia y trabajo está sacando a la luz después de siglos de oscuridad. Algunas son intensas y resplandecientes. Una se refiere a la elección de la madre de Dios. Después de la caída de Adán, los tres se reunieron urgentemente en consejo. El padre informó que para comenzar de nuevo había elegido a María, la Virgen de Nazaret, y había decidido hacer de ella la Madre del Hijo, dotándola con la Virginidad permanente a imitación de su Virginidad paterna, informó que él también había elegido a María por madre, y había decidido que asistiera a los tres terribles Misterios, de la natividad virginal, de la Cruz y de la Resurrección gloriosa. El Espíritu Santo informó que había elegido también a la misma María, para darle como dote nupcial su divina suavidad, para entregarle su Paráklesis, la abogacía poderosa contra el Enemigo, y su consuelo irresistible. Así vino a los hombres “del Espíritu Santo y de la Virgen María”(Lc 1,32; y el símbolo apostólico)Cristo Señor, que, engendrado en la divina eternidad por el Padre sin Madre, el Mismo nació en el tiempo de los hombres de la Madre sin padre (los Padres).Así que el Hijo de Dios e Hijo de María tuvo como término humano la Virgen Madre, mediante la cual es consubstancial a todos los hombres.
Todos los hombres no ya que salvar, término que en la edad moderna se ha vuelto equívoco, sino redimir del pecado. El pecado de Adán, que se configura también con el pecado de Caín (Gn 4,1-12).Después del fratricidio consumado contra el inocente Abel, Caín tuvo miedo del castigo, pero no tanto del de su Señor misericordioso le concedió una señal, una señal de Caín, que le sirviera de salvación de la muerte.

Entonces el Señor después del diluvio, entre todos los descendiente es de Noé, actuó con sabiduría y paciencia, según las dos irresistibles leyes de la redención, la selección regresiva o concentración, que es elección de uno, un resto asumido a favor de todos los demás, y es eliminación de los demás de esta operación, y por subsunción progresiva, que es agregación universal de todos en la salvación obtenida por el resto. Por eso el Señor de todos lo pueblos de la tierra (Gen 10) eligió a Sem y a sus descendientes (Gen 10,21-31).De la descendencia de Sem eligió a la familia de Teraj, padre de Abraham (Gn 11,27-32). De los hijos de Teraj eligió a Abraham (Gen 12,1-3) y a sus descendientes Isaac y Jacob. De los doce hijos de Jacob eligió a la tribu de Judá (Gen 49,8-12). De la tribu de Judá eligió a la semitribu de los Cainitas (o Queniceos) con Caleb, y por capital Hebrón (Job 14,6-15). De esta semitribu (o clan) eligió a la familia de Jesé, y de los ocho hijos de Jesé eligió a David (1 Sam 16,1-12) sobre el que posó su Espíritu Divino omnipotente y mesiánico (1 sam 16,13).

De David por fin e irreversiblemente descendió en la carne (Mt 1,1; Ro 1,3) mediante la virgen María, sin la participación de ningún hombre (Mt 1,16), el Hijo de Dios, Hijo de Abraham, Jesucristo el Redentor.

La señal que Caín recibió es su confluencia y la de todos los pecadores en su posteridad pecadora, resumida por los Cainitas, el clan de Caín, cuyo jefe divino y humano es el Hijo de Dios, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen María. Por eso el Hijo de Dios, el Impecable “se hizo pecado por nosotros” (2 Cor 5,21), haciéndose maldito por nosotros según la ley, porque cuelga de un madero (Gál 3,13 que cita Dt 21,23) para obtener la Bendición y la Promesa de Abraham que es el Espíritu Santo (Gál 3,14), asumió la carne de pecado cargada, por tanto, de muerte (Rom 8,3) que siendo y permaneciendo Dios se hizo también esclavo obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2,6-8), llevando a la cruz a Caín y a su descendencia, el Hijo de Dios destruyó la incapacidad de Adán y Eva de dar hijos a Dios y abrió en “subsunción progresiva” ilimitada las puertas de entrada al Padre en el Espíritu Santo.

Es también el contenido de las liturgias de Oriente y Occidente para el domingo de Resurrección y el Viernes Santo, aunque también de la Navidad, la Anunciación y natividad de la Virgen.
La Navidad del Señor en la carne es una fuente inagotable, que no conoce la trivialidad del frío “árbol” material, sino la sorpresa renovada, la maravilla jamás saciada, el estupor adorante frente a Aquel que desde el Océano infinito de la divinidad bienaventurada quiso arribar a la orilla triste y dolorosa de la historia de los hombres con un único objetivo: “Dios permaneciendo lo que era quiso hacerse también lo que no era, Hombre creado, verdadero, limitado, mortal, para que los hombres creados, limitados, mortales, permaneciendo lo que eran se convirtieran en dioses por gracia del Espíritu Santo. Esta es la fórmula de intercambio o fórmula de la divinización, que procede de la Sagrada Escritura, está codificada fielmente por los Padres y se vive con eficacia infinita en la santa liturgia de la Iglesia.

sábado, 25 de diciembre de 2021

SAN FRANCISCO DE ASÍS Y LA NAVIDAD


Relato de Tomás de Celano (1 Cel 84-87)


Digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria es lo que hizo Francisco tres años antes de su gloriosa muerte, cerca de Greccio, el día de la natividad de nuestro Señor Jesucristo. Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». En oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado.

Llegó el día, día de alegría, de exultación. Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales. Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación.

El santo de Dios viste los ornamentos de diácono, pues lo era, y con voz sonora canta el santo evangelio. Su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos. Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice «el Niño de Bethleem», y, pronunciando «Bethleem» como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de tierna afección. Cuando le llamaba «niño de Bethleem» o «Jesús», se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara en su paladar la dulzura de estas palabras.

Se multiplicaban allí los dones del Omnipotente; un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño. No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.

Se conserva el heno colocado sobre el pesebre, para que, como el Señor multiplicó su santa misericordia, por su medio se curen jumentos y otros animales. Y así sucedió en efecto: muchos animales de la región circunvecina que sufrían diversas enfermedades, comiendo de este heno, curaron de sus dolencias. Más aún, mujeres con partos largos y dolorosos, colocando encima de ellas un poco de heno, dan a luz felizmente. Y lo mismo acaece con personas de ambos sexos: con tal medio obtienen la curación de diversos males.

El lugar del pesebre fue luego consagrado en templo del Señor: en honor del beatísimo padre Francisco se construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia, para que, donde en otro tiempo los animales pacieron el pienso de paja, allí coman los hombres de continuo, para salud de su alma y de su cuerpo, la carne del Cordero inmaculado e incontaminado, Jesucristo, Señor nuestro, quien se nos dio a sí mismo con sumo e inefable amor y que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén. Aleluya. Aleluya.

martes, 21 de diciembre de 2021

DIÁCONO JORGE NOVOA: NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA

No te desanimes si tus opiniones, investigaciones, recomendaciones o posiciones no son muy contempladas en tu “habitat” cotidiano. Esta afirmación del Señor se cumple en distintos planos, en la familia, el trabajo, la profesión, la docencia, la parroquia y también en la iglesia particular.

Siendo incluso el papá y la mamá, conocedores experimentados en tantas circunstancias de la vida, muchas veces no logran ser escuchados por sus hijos, e incluso reciben como respuestas a sus propuestas una cierta indiferencia.

A la hora de pensar en un predicador, siempre se espera que llegue uno del exterior, y paradojalmente en el extranjero el que es esperado es nuestro párroco. Dios hace maravillas muy cerca de ti, esa incipiente congregación que nació en tu pueblo, no sabes si no terminará extendiéndose por todo el mundo.

En el mundo profesional, siempre se mira al mundo exterior con ojos de asombro, leyendo las revistas especializadas, y mayor es el asombro al contemplar que la publicación tiene un artículo de un compatriota ¡Cuántos reconocimientos póstumos, incluso realizados por aquellos más acérrimos opositores! Hay una profesión que se ha desarrollado con nefastos resultados y es la del sembrador de dudas. Siempre con un “pero” acusador. Me vienen a la mente, los comentarios de los contemporáneos de Jesús: “no es el hijo del carpintero”, “conocemos a su madre y a su padre”, “puede salir algo bueno de Nazaret”.

Triste historia que se repite, salvo… que te animes a darle una oportunidad a los que se encuentran cerca de ti. Es posible, sé benévolo, comprensivo y creyente.


lunes, 20 de diciembre de 2021

DIÁCONO JORGE NOVOA: UNA NOCHE EN BELÉN


La gente agolpada de forma poco habitual, en la tranquila Belén, intentaba ubicarse en algún sitio. El censo decretado por el Emperador, había congregado a los descendientes de David, que venidos desde  los más inescrutables rincones de Israel, buscaban un lugar para descansar. Eran tantos y estaban tan apresurados, que en medio del día que moría lentamente, llegaba la noche amenazante para los visitantes circunstanciales que buscaban alojamiento. En esa persistente búsqueda, el NO había caído una y otra vez, sobre el matrimonio de María y José.

Era un NO que se asociaba a la noche. Un NO de puertas cerradas para los visitantes, pues, "en la posada no había lugar para ellos", y en medio de tantos NO, con la sensación de abandono, y  orfandad que producen. Surge la pregunta;  ¿quién velará por nosotros? Pues, este inhóspito recibimiento presagiaba un rechazo. Ante el multiforme NO del hombre a Dios, se aproxima el eterno SI de Dios que avanza presuroso entre las situaciones humanas que obstaculizan su realización. El SI eterno desembarcó en el si temporal de María y José, encontrando un hueco con forma de hogar, en donde recalar para quedarse con nosotros. Cálidamente preparado por Dios desde la eternidad en María.

La noche, lentamente y en forma imperceptible, comenzó a ser invadida por una luz peculiar, que no tiene su origen en la que refleja  la luna. Los pastores que cuidaban "por turnos el rebaño" se pusieron en camino, atraídos por aquel espectáculo maravilloso, pudiendo comprobar con sorpresa, que  la luz venía de un establo. Y era tan potente, que la estrella que se había posado sobre el, parecía una vela mortecina a punto de extinguirse.

A mediada que los intrigados pastores se aproximaban, crecían  los interrogantes sobre lo que estaban presenciando, ¿qué habrá dentro de la cueva que produce esa luz potente?

Los pastores al entrar en aquel recinto sagrado, sintieron  como Moisés, que la tierra que pisaban era santa. La luz misteriosa la irradiaba el  Niño. Era una luz tan amable, con un fulgor  comparable al del sol, en el que  la pobreza del establo había cobrado un brillo sin igual. Su Madre era en aquel establo la Luna, invadida por la acción de su Hijo, irradiaba una luz tan dulce como su rostro. En medio del silencio sagrado, María y José recordaban lo anunciado por el profeta Isaías: "En medio de la noche brilló una gran Luz…".

Los rostros en torno al Niño se llenaron de asombro y admiración.  Las voces endebles de los hombres fueron socorridas por los coros angélicos que glorificaban a Dios. A medida que los pastores iban llegando, se arrodillaban, y se decían suavemente unos a otros, "venid adoremos al niño".

La noche no pudo contener tanta Luz, de esta Gloria da testimonio la Iglesia. En medio de la noche de todos los tiempos, "  brilla una gran luz ". Adoremos al Señor con un silencio lleno de esperanza que embargue nuestro corazón.  Venid amigos, adoremos al Señor.

Para todo peregrino que no entra en el establo, la pregunta que éste suscita permanece sin respuestas.  Los que observan Belén desde fuera, no comprenden su  belleza eterna.

Tal vez podamos acercarnos humildemente a su Verdad, y adorar al Niño con los magos y pastores, contemplando el rostro dulce de su Madre y la nobleza sutil que se desliza en la mirada de  José su custodio. Al encontrarlo en el pesebre podemos intentar inclinarnos ante él, para beber de su secreto gozo, de su verdad inefable, y de su silencioso encanto.

"La noche no interrumpe tu historia con el hombre, la noche es tiempo de salvación"

miércoles, 8 de diciembre de 2021

DOGMA DE FE: INMACULADA CONCEPCIÓN


LA DEFINICION DOGMÁTICA

El Papa Pío IX, en la Bula Ineffabilis Deus, del 8 de diciem­bre de 1854 definió solemnemente el dogma de la Inmaculada concepción de María con estas palabras:

"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina ,"que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer ins­tante de su concepción, fue, por singular gracia y privilegio 1, Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios y, Por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles" (Dz. 1641).

EXPLICACION DEL CONTENIDO DEL DOGMA
Repasemos cada una de las proposiciones de la defini­ción.

El primer instante de la concepción de María
En la concepción de María, engendrada por sus padres, hay que distinguir la concepción activa, es decir la acción de engendrar por parte de San Joaquín y de Santa Ana, y la concepción pasiva, o sea, el resultado de la acción de engen­drar o el ser mismo de María, fruto de esa acción. El dogma se refiere a la concepción pasiva, enseñando que desde el pri­mer instante en que es constituida como persona, lo es sin mancha alguna de pecado.

Contrariamente a lo que afirmaban algunos teólogos en épo­cas pasadas ‑para salvar la universalidad del pecado origi­nal‑, que habiendo contraído el pecado estuvo sometida a él por un instante, para ser luego inmediatamente después santi­ficada por Dios en el seno de su madre.

Inmune de toda mancha de culpa original
Es dogma de fe que el pecado original se transmite a todos los hombres por generación natural, de tal modo que todos son concebidos en pecado (cfr. Conc. de Trento: DZ 791). Ahora bien, como María fue inmune de la culpa, al ser concebida sin pecado, no tuvo esa culpa y, por ello, tampoco tenía las consecuencias de esa falta. Esto supone tres cosas: l) la ausencia de toda mancha de pecado; 2) la presencia de la gracia santificante con las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo y, 3) la ausencia de inclinación al mal. Esta mala inclinación es llamada Fomes peccati.

Estos tres puntos se dieron en María:
1)Ausencia de cualquier mancha de pecado. Ella fue inmune al reato de la culpa y de la pena debidas al pecado original, en virtud de que nunca tuvo ese pecado;

2) Llena de gracia santificante. Por lo anterior, al no tener pecado, el alma de María estuvo llena de la gracia santificante, desde el primer instante de su ser, y poseía las virtudes infu­sas y los dones que acompañan ese estado de santidad;

3) Ausencia de la inclinación al mal. El pecado, que consiste en la aversión a Dios y en el amor desordenado a las criaturas provoca la inclinación al mal. En María esto no se dio, puesto que jamás tuvo pecado alguno.

martes, 7 de diciembre de 2021

JUAN PABLO II: CATEQUESIS INMACULADA CONCEPCIÓN


1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia de Oriente, la expresión llena de gracia, como hemos visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación.

Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado Protoevangelio (Gn 3,15) como una fuente escriturística de la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión latina: «Ella te aplastará la cabeza», ha inspirado muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta a la serpiente bajo sus pies.

Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción no corresponde al texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente. Ese texto, por consiguiente, no atribuye a María, sino a su Hijo la victoria sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepción bíblica establece una profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente con el sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo

2. En el mismo texto bíblico, además, se proclama la enemistad entre la mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen. Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia.
A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese período de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (AAS 45 [1953], 579).

La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra redentora.

3. El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nuestra atención hacia la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue completamente librada del influjo de Satanás, nos hacen intuir en el privilegio único concedido a María por el Señor el inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y que implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los hombres.

Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepción de María, se suele citar también el capítulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1). La exégesis actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del pueblo de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual, cuando afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro» (Ap 12,5). Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Mesías. La mujer-comunidad está descrita con los rasgos de la mujer-Madre de Jesús.

Caracterizada por su maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12,2). Esta observación remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19,25), donde participa, con el alma traspasada por la espada (cf. Lc 2,35), en los dolores del parto de la comunidad de los discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.

Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio de la Inmaculada Concepción, pueden interpretarse como expresión de la solicitud amorosa del Padre que llena a María con la gracia de Cristo y el esplendor del Espíritu.

Por último, el Apocalipsis invita a reconocer más particularmente la dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una gracia singular.

4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado.

El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50,7; Jb 14,2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rm 5,12.18). Por consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo, que «no conoció pecado» (2 Cor 5,21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia «donde abundó el pecado» (Rm 5,20).

Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que María forma parte de la humanidad pecadora. El paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo se completa con el que establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable en el drama del pecado, lo es también en la redención de la humanidad.

San Ireneo presenta a María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención.

El pecado, que como torrente arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora. Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 31-V-96]

jueves, 21 de octubre de 2021

BENEDICTO XVI: SAN JUAN PABLO II, SÍGUEME

El entonces Benedicto XVI, en una memorable homilía, presenta la invitación a Karol que Cristo realiza a seguirlo, como clave para comprender la vida de Juan Pablo II

«Sígueme», dice el Señor resucitado a Pedro, como última palabra a este discípulo elegido para apacentar a sus ovejas. «Sígueme», esta palabra lapidaria de Cristo puede considerarse como la clave para comprender el mensaje que deja la vida de nuestro difunto y amado Papa Juan Pablo II, cuyos restos depositamos hoy en la tierra como semilla de inmortalidad, con el corazón lleno de tristeza pero también de gozosa esperanza y de profunda gratitud.

Con estos sentimientos y este espíritu, hermanos y hermanas en Cristo, nos encontramos en la plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en otros diferentes lugares de la ciudad de Roma, poblada en estos días por una inmensa multitud silenciosa y orante. Saludo a todos cordialmente. En nombre del Colegio de los cardenales saludo con deferencia a los jefes de Estado, de gobierno y a las delegaciones de los diferentes países. Saludo a las autoridades y a los representantes de las Iglesias y comunidades cristianas, al igual que a los de las diferentes religiones. Saludo a los arzobispos, a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, llegados de todos los continentes; de forma especial a los jóvenes a los que Juan Pablo II definía como el futuro y la esperanza de la Iglesia. Mi saludo alcanza también a todos los que en cualquier lugar del mundo están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión, en esta participación conjunta en el solemne rito de despedida del querido pontífice.      

«Sígueme». Cuando era joven estudiante, Karol Wojtyla era un apasionado de la literatura, del teatro, de la poesía. Mientras trabajaba en una fábrica química, rodeado y amenazado por el terror nazi, escuchó la voz del Señor: ¡Sígueme! En este contexto tan particular comenzó a leer libros de filosofía y de teología, entró después en el seminario clandestino creado por el cardenal Sapieha y después de la guerra pudo completar sus estudios en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica de Cracovia. Muchas veces en sus cartas a los sacerdotes y en sus libros autobiográficos nos habló de su sacerdocio, en el que fue ordenado el 1 de noviembre de 1946. En esos textos interpreta su sacerdocio a partir de tres frases del Señor. Ante todo ésta: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Juan 15, 16). La segunda palabra es: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Juan 10, 11). Y por último: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor» (Juan 15, 9).

En estas tres frases podemos ver el alma entera de nuestro Santo Padre. Realmente ha ido a todos los lugares sin descanso para llevar fruto, un fruto que permanece. «Levantaos, vamos», es el título de su penúltimo libro. «Levantaos, vamos». Con esas palabras nos ha despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y hoy. «Levantaos, vamos», nos dice hoy también a nosotros. El Santo Padre fue además sacerdote hasta el final porque ofreció su vida a Dios por sus ovejas y por toda la familia humana, en una entrega cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las duras pruebas de los últimos meses. Así se ha convertido en una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama sus ovejas. Y finalmente «permaneced en mi amor»: el Papa, que buscó el encuentro con todos, que tuvo una capacidad de perdón y de apertura de corazón para todos, nos dice hoy también con estas palabras del Señor: «Permaneciendo en el amor de Cristo, aprendemos, en la escuela de Cristo, el arte del verdadero amor».

«Sígueme». En julio de 1958 comienza para el joven sacerdote Karol Wojtyla una nueva etapa en el camino con el Señor y tras el Señor. Karol fue, como era habitual, con un grupo de jóvenes apasionados de canoa a los lagos Masuri para pasar unos días de vacaciones juntos. Pero llevaba consigo una carta que le invitaba a presentarse ante el primado de Polonia, el cardenal Wyszynski, y podía adivinar el motivo del encuentro: su nombramiento como obispo auxiliar de Cracovia. Dejar la docencia universitaria, dejar esta comunión estimulante con los jóvenes, dejar la gran liza intelectual para conocer e interpretar el misterio de la criatura humana, para hacer presente en el mundo de hoy la interpretación cristiana de nuestro ser, todo aquello debía parecerle como un perderse a sí mismo, perder aquello que constituía la identidad humana de ese joven sacerdote. Sígueme, Karol Wojtyla aceptó, escuchando en la llamada de la Iglesia la voz de Cristo. De este modo, se dio cuenta de que es verdadera la palabra del Señor: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará» (Lucas 17, 33). Nuestro Papa, todos lo sabemos, nunca quiso salvar su propia vida, guardársela; se entregó sin reservas, hasta el último momento, por Cristo y por nosotros. De esa forma experimentó que todo lo que había puesto en manos del Señor se lo devolvía de una nueva manera: el amor a la palabra, a la poesía, a las letras fue una parte esencial de su misión pastoral y dio nueva frescura, actualidad nueva, atracción nueva al anuncio del Evangelio, precisamente cuando éste es signo de contradicción.


«Sígueme». En octubre de 1978 el cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremonia: «Simón de Juan, ¿me quieres?...


Apacienta mis ovejas». A la pregunta del Señor: Karol ¿me quieres?, el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: « Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro querido Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo arraigamiento en Cristo pudo llevar un peso, que supera las fuerzas puramente humanas: ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal. Éste no es el momento de hablar de los diferentes aspectos de un pontificado tan rico. Quisiera leer solamente dos pasajes de la liturgia de hoy, en los que aparecen elementos centrales de su anuncio. En la primera lectura dice San Pedro --y el Papa nos dice con San Pedro--: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato. Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos» (Hechos 10, 34-36). Y en la segunda lectura, San Pablo --con San Pablo nuestro Papa difunto-- nos exhorta intensamente: «Por tanto, hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor» (Filipenses 4, 1).


¡Sígueme! Junto al mandato de apacentar su rebaño, Cristo anunció a Pedro su martirio. Con esta palabra conclusiva, que resume el diálogo sobre el amor y sobre el mandato de pastor universal, el Señor recuerda otro diálogo, que tuvo lugar en la Última Cena. Esa vez, Jesús dijo: «Adonde yo voy, vosotros no podéis venir». Pedro dijo: «Señor, ¿a dónde vas?». Le respondió Jesús: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde.» (Juan 13, 33.36). Jesús va de la Cena a la Cruz y a la Resurrección y entra en el misterio pascual; Pedro, sin embargo, todavía no le puede seguir. Ahora, tras la Resurrección, llegó este momento, este «más tarde». Apacentando el rebaño de Cristo, Pedro entra en el misterio pascual, se dirige hacia la Cruz y la Resurrección. El Señor lo dice con estas palabras, «cuando eras joven…, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras» (Juan 21, 18). En el primer período de su pontificado el Santo Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los confines del mundo. Pero después compartió cada vez más los sufrimientos de Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: «Otro te ceñirá...». Y precisamente en esta comunión con el Señor que sufre anunció el Evangelio infatigablemente y con renovada intensidad el misterio del amor hasta el fin.

Él nos ha interpretado el misterio pascual como misterio de la divina misericordia. Escribe en su último libro: El límite impuesto al mal «es en definitiva la divina misericordia» («Memoria e identidad», página 70). Y reflexionando sobre el atentado dice: «Cristo, sufriendo por todos nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien» (página 199). Alentado por esta visión, el Papa ha sufrido y amado en comunión con Cristo, y por eso, el mensaje de su sufrimiento y de su silencio ha sido tan elocuente y fecundo.

Divina Misericordia: El Santo Padre encontró el reflejo más puro de la misericordia de Dios en la Madre de Dios. El, que había perdido a su madre cuando era muy joven, amó todavía más a la Madre de Dios. Escuchó las palabras del Señor crucificado como si estuvieran dirigidas a él personalmente: «¡Aquí tienes a tu madre!». E hizo como el discípulo predilecto: la acogió en lo íntimo de su ser («eis ta idia»: Juan 19,27) -- Tous tuus. Y de la madre aprendió a conformarse con Cristo.

Ninguno de nosotros podrá olvidar que en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano e impartió la bendición «Urbi et Orbi» por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén.

lunes, 18 de octubre de 2021

HORACIO BOJORGE SJ: SAN LUCAS, MÉDICO

SAN LUCAS, MÉDICO GRIEGO (1 de 19)

1) ¿Quién fue San Lucas?

He aquí la más antigua noticia escrita que nos haya quedado acerca de San Lucas evangelista:

“San Lucas fue de nacionalidad, sirio de Antioquia, médico de profesión, y habiendo sido primero discípulo de los apóstoles, después acompañó a San Pablo hasta su martirio. Sirvió al Señor sin tacha. Se mantuvo célibe y no tuvo hijos. Murió lleno del Espíritu Santo a los ochenta y cuatro años en Beocia [según otras copias del manuscrito en Bitinia, y según el manuscrito griego: en Tebas de Beocia]. Cuando ya se habían escrito los Evangelios de Mateo en Judea y de Marcos en Italia, Lucas, movido por el Espíritu Santo, escribió el suyo en Acaya, al principio del cual dice que ya se han escritos otros, pero que tiene por muy necesario exponerles a los fieles griegos de la gentilidad con todo rigor la tradición de la economía [= el plan de salvación], para que no sucumban a la atracción de las fábulas judías, ni se aparten de la verdad seducidos por las invenciones hueras de la herejía. Por este motivo comenzó [su evangelio] desde el nacimiento de Juan, con quien comienza el Evangelio, precursor de Nuestro Señor Jesucristo y asociado a Él en la obra de purificación evangélica, así como en la vía del Bautismo del Espíritu y de la Pasión. Después, el mismo Lucas escribió los Hechos de los Apóstoles”.

Este es el retrato de San Lucas más completo y más antiguo que conocemos. Se encuentra en latín como prólogo al evangelio según San Lucas en algunos manuscritos de la versión bíblica conocida como Vetus Latina. Pero su original griego se remonta posiblemente al año 160-180 d.C., y es por lo tanto anterior o contemporáneo del Código Muratori.
Esta noticia biográfica de San Lucas combina los datos explícitos de las Sagradas Escrituras con los que pueden deducirse de ella y con los que ha recogido de la tradición oral. El autor los tiene por igualmente ciertos sin distinguir diversos grados de certeza entre unos y otros y con esa certeza nos los transmite.

Esta semblanza que nos hace de San Lucas la antigua tradición eclesial, ha resistido airosamente el análisis crítico moderno. Los embates de la crítica han dado lugar a una revisión del grado de certeza mayor o menor con aquel pueden afirmarse sus diferentes rasgos. El testimonio de la tradición nos parece abonado por la convergencia de argumentos. Y si, con la discusión, el retrato de Lucas no se ha enriquecido con nuevos rasgos, éstos se han visto confirmados y han ganado en nitidez y certeza.
 
El retrato de Lucas es apenas un bosquejo trazado con escasas pinceladas. Es nuestro intento ir retocando en sucesivas entregas de este blog, este boceto biográfico de Lucas.

A partir de lo que eran los médicos griegos de aquella época, trataré de reconstruir la semblanza interior de este hombre, prestando especial atención a su perfil intelectual. ¿Qué pudo darle su origen, su formación, su educación, sus estudios? ¿Qué grado de disciplina y de método tuvo o pudo tener la mente de este hombre? ¿Cómo calibrar el valor de su testimonio y de su capacidad crítica ante el hecho cristiano? Su testimonio es particularmente atendible ante hechos como la concepción y el parto virginal de María, el nacimiento virginal de Jesucristo, las sanaciones milagrosas obradas por Cristo y los apóstoles entre las que se destaca el milagro de la resurrección de Eutico, que él presenció y nos certifica como médico en los Hechos de los Apóstoles 20, 7-9.
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Si por inadvertencia he publicado una foto que tiene derechos reservados le ruego me avise para bajarla del blog y le pido mis disculpas bojorgeh@gmail.com

PRÓLOGO DE SAN LUCAS


El prólogo al Evangelio de Lucas (Lc 1,1-4) es un elegante parágrafo con el que Lucas introduce y presenta su obra, escrito al estilo de los grandes historiadores greco-romanos y en el que expone su método y su objetivo al escribir el libro. Él es el único de los cuatro evangelistas que comienza el libro con un prólogo en el que explica sus pretensiones y el modo de realizarlas.

El evangelio según san Marcos, comienza en realidad en plena acción; la introducción propiamente dicha no ocupa ni una línea. San Mateo da inicio a su narración, con una genealogía, según modelos veterotestamentarios; ya esta mera forma sitúa al escrito de Mt en relación con la literatura palestinense. El evangelio según San Juan abre con una composición de estilo hímnico. Al principio del libro de los Hechos de los Apóstoles, la segunda parte de la obra de Lucas, otro prólogo, más breve, nos remite al primero (Hch 1,1-2).

El prólogo desde el punto de vista gramatical y literario consta de un solo período, algunas traducciones modernas rompen la longitud del párrafo, para facilitar su lectura; pero esto desvirtúa el carácter literario de la composición. Aunque presenta elementos parecidos, en Lc 3,1-2 y en Hch 1,1-2, aunque con una calidad literaria inferior, es evidente que la impronta lucana, despliega en ellos su propia capacidad literaria dentro de los moldes de la época.

Esta comparación con un escrito  de Flavio Josefo, historiador de la época, iluminará el entorno cultural. Al estudiar el prólogo, no se debe pasar por alto su equilibrada composición, tanto en la prótasis (vv.1-2) como en la apódosis (vv 3,4) (apódosis= retribución; es la proposición en que se completa el sentido de otra proposición condicional llamada prótasis). Este paralelismo aparece mejor en el texto griego, las traducciones no logran siempre plasmar el equilibrio. También aparecen una serie de contrastes de tipo formal entre "muchos" y "yo", entre "componer un relato ordenado" y "escribírtelo por su orden"

Ante todo Lucas anuncia que va a hablar de “los acontecimientos que han tenido lugar entre nosotros” (v. 1). Con estas palabras alude fundamentalmente a los hechos de la vida de Jesús, aunque también se incluyen obviamente los acontecimientos de la historia de la Iglesia, tal como son narrados en los Hechos de los Apóstoles. No es Lucas el primero que se ocupa en narrar estos sucesos (v. 3a). Existen otros que lo han hecho antes que él (es lógico pensar en el evangelio de Marcos). Lucas, un cristiano de la tercera generación, ha elaborado “lo que transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra” (v. 2); es decir, ha recogido en parte las tradiciones presentes en los evangelios de Marcos y Mateo, reflexionando sobre lo que se decía de Jesús y de su obra en la antigua comunidad cristiana. Sobre esta base de historia (“los acontecimientos que han tenido lugar entre nosotros”) y de tradición (“lo que transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra”) Lucas ha compuesto su evangelio en una forma original y cuidadosa, con un fondo religioso innegable y una expresión literaria de gran belleza. A continuación define su método: se ha informado “con todo cuidado” y ha pretendido escribir “con orden”. Él no es testigo ocular de lo que narra, pero se ha informado cuidadosamente para contarlo todo con exactitud. La lectura de su obra nos hará comprender que se trata más bien de un orden didáctico que cronológico, de la exposición pensada y reflexionada de los acontecimientos y de la enseñanza de Jesús. Lucas dedica su libro a Teófilo (cf. Hch 1,2), según la costumbre de los escritos helenísticos. Naturalmente que Lucas tiene en mente un público más amplio y lo que pretende es confirmar las enseñanzas que han recibido sus destinatarios, representados en Teófilo (v. 4).

Lc escribe como miembro de la tercera generación, de ahí que subraya cuidadosamente la distancia con respecto a "los acontecimientos" y "los testigos oculares y servidores de la Palabra". Enuncia claramente su propia contribución, ha realizado su trabajo a base de una investigación personal sobre la actividad de Jesús y su continuación. Reivindica  tres cualidades para su investigación : integridad ("todo"), exactitud ("cuidadosamente") y exhaustividad (" desde los orígenes").

Cuando dice “me pareció” no excluye la acción de Dios; porque Dios es quien prepara la voluntad de los hombres. No es una imitación servil, está en relación con los moldes estilísticos de la época, pero su lenguaje tiene una serie de matices peculiares, que no se pueden entender sino en términos de un relato del acontecimiento Cristo. No se limita exclusivamente a contar los hechos, como si fuera un historiador profano, ni a dar una interpretación  de los acontecimientos desde una neutralidad distante. Los hechos que narra, son los de la historia de la salvación, tienen un pasado que cae de lleno dentro de las promesas anunciadas por Dios en la AA. Su propósito es escribir, no repetir, un relato  de la actividad de Jesús y de su continuación.

En el prólogo encontramos, por tanto, los diversos elementos que componen el evangelio de Lucas y que tienen que ser tenidos en cuenta al momento de leerlo e interpretarlo. Como punto de partida están los hechos de la historia de Jesús, a través de los cuales Dios nos ha ofrecido su rostro y su palabra salvífica. Como interpretación de estos hechos aceptamos la experiencia de la iglesia primitiva que los ha reflexionado y los ha trasmitido. El punto final es el trabajo literario de Lucas que ha dado orden a todo el relato. La Dei Verbum en el n. 19 menciona estos tres momentos en la historia de la formación de los evangelios: (1) hechos y dichos de Jesús, (2) nueva inteligencia de la iglesia apostólica que medita, celebra y anuncia el misterio de Cristo y (3) la obra de síntesis, selección y redacción de los evangelistas al momento de escribir.

v.1. Puesto que (epeideper)
La primera palabra es una conjunción causal, expresa el motivo de un hecho o una situación ya conocida. Esta es la única vez que sale en toda la Biblia de los LXX.
  
     Muchos (polloi)
No es fácil determinar con precisión quienes y cuántos son esos muchos a los que se refiere Lc. Al mencionar a sus predecesores, admite su dependencia y el intento de realizarlo, evidentemente, que esto  le viene por el don del Espíritu Santo, de ser uno de los evangelistas.

       Han emprendido la tarea (epicheirein)
Se puede traducir también: "han intentado", "se propusieron", epicherein= poner manos a 
la obra. En general es utilizado para describir los esfuerzos que exige.

      Componer un relato ordenado Anatassesthai, significa poner en orden, poner en formación, recopilar y, sobre todo, componer. Este sentido es el que mejor cuadra, Lc tiene la intención de emprender esa tarea.

Etimológicamente "diegesis"(relato) tiene el sentido de una composición que se desarrolla progresivamente hasta su desenlace.

     Acontecimientos(Pragmata)
Son los hechos, los sucesos, que constituyen el centro de interés primario de todo historiador, pero, esos acontecimientos no tienen el sentido trivial de puros hechos fácticos, se trata de acontecimientos de la historia de la salvación.
    
Que se han cumplido
La expresión griega, según el significado del perfecto griego, designa los hechos ocurridos en el pasado que siguen desarrollándose en el presente por medio de sus efectos. Los acontecimientos tienen una dimensión actual en la vida de la comunidad cristiana. El verbo pleroporein significa, "colmar la medida" "llevar a su plenitud"
      
Entre nosotros
Este plural es todo el pueblo de la nueva historia de la salvación. El nosotros del v.1 incluye no sólo  a los muchos predecesores de Lc y a los que "desde el principio, fueron testigos oculares y servidores de la Palabra" sino incluso al propio Lc y a los demás cristianos de la tercera generación.

v.2   Como nos
Con este plural Lc  se refiere a sus propia generación, distinguiéndola de "los testigos oculares....

       han trasmitido
El aoristo paredosan, que Lc emplea precisamente aquí, y que aparece en ningún otro texto del NT, es la forma literaria clásica del verbo paradidonai, este verbo es una palabra técnica que se utiliza en el NT para describir el proceso de transmisión en la comunidad primitiva, parece que se refiere a la tradición oral, por contraste con los relatos de los predecesores que acaba de indicar.

      Los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra
Describe al grupo de los discípulos de Cristo, recordemos los requisitos para pertenecer al grupo de los doce.

v3.Yo también...he decidido
La traducción literal sería "a mi también me ha parecido".

     Después de investigarlo todo cuidadosamente
¿En qué sentido se emplea aquí, concretamente parekolouthekoti? Se entiende que la expresión designa el "seguir el desarrollo de los acontecimientos, o  investigarlos ", evidentemente, significa "seguir de cerca" o estar "íntimamente vinculado" a los sucesos.

    Todo cuidadosamente
La expresión incluye todos los acontecimientos y los relatos de los muchos predecesores de Lc. En este todo toma cuerpo la primera de las tres características que Lc reclama para su obra, es decir, la integridad. Su investigación ha sido completa.
Con akribos, a cuenta de la segunda característica de su investigación: la exactitud.

    Desde el principio
Tercera característica lucana, la exhaustividad. El verbo anothen significa, literalmente, significa, desde arriba; usado en sentido temporal, puede ser equivalente de ap'arches (Lc 1,2). El comienzo al que se hace alusión aquí parece ser a la tradición apostólica.

    Excelentísimo Teófilo
A partir del siglo III a.C, el nombre de Teófilo es relativamente frecuente en la onomástica de papiros encontrados en Egipto y Grecia, no era exclusivamente un nombre pagano, había judíos que también lo levaban. El personaje del prólogo, vuelve a aparecer en Hch, luego desaparece totalmente. No hay razón para poner en duda la existencia histórica de ese  personaje, tampoco hay razones convincentes para atribuir una interpretación simbólica del nombre. Dado el calificativo que utiliza Lc, kratistos, se puede decir que Teófilo pertenecía probablemente a una clase acomodada. Según la Tradición  probablemente Teófilo, fuera un catecúmeno.

v.4 Para que comprendas

Significa, "reconocer", "caer en la cuenta" de un hecho, o también "averiguar" "comprobar", como verbo compuesto que lleva la preposición "epi", tiene un matiz intensivo : "conocer profundamente".