jueves, 26 de octubre de 2017

MAMERTO MENAPACE osb: LOS TRES ÁRBOLES

Había una vez tres árboles en una colina de un bosque. Hablaban acerca de sus sueños y esperanzas y el primero dijo:
"Algún día seré cofre de tesoros. Estaré lleno de oros, plata y piedras preciosas. Estaré decorado con labrados artísticos y tallados finos, todos verán mi belleza".

El segundo árbol dijo:
"Algún día seré una poderosa embarcación. Llevaré a los más grandes reyes y reinas a través de los océanos, e iré a todos los rincones del mundo. Todos se sentirán seguros por mi fortaleza, fuerza y mi poderoso casco".
Finalmente el tercer árbol dijo:
"Yo quiero crecer para ser el más recto y grande de todos los árboles en el bosque. La gente me verá en la cima de la colina, mirará mis poderosas ramas y pensarán en el Dios de los cielos, y cuán cerca estoy de alcanzarlo. Seré el más grande árbol de todos los tiempos y la gente simpre me recordará".

Después de unos años de que los árboles oraban para que sus sueños se convirtieran en realidad, un grupo de leñadores vino donde estaban los árboles.Cuando uno vio al primer árbol dijo: "Este parece un árbol fuerte, creo que podría vender su madera a un carpintero", y comenzó a cortarlo. El árbol estaba muy feliz debido a que sabía que el carpintero podría convertirlo en cofre para tesoros. El otro leñador dijo mientras observaba al segundo árbol: "Parece un árbol fuerte, creo que lo podré vender al carpintero del puerto". El segundo árbol se puso muy feliz porque sabía que estaba en camino a convertirse en una poderosa embarcación.

El último leñador se acercó al tercer árbol, este muy asustado, pues sabía que si lo cortaban, su sueño nunca se volvería realidad. El leñador dijo entonces: "No necesito nada especial del árbol que corte, así que tomaré éste", y cortó el tercer árbol.

Cuando el primer árbol llegó donde el carpintero, fue convertido en un cajón de comida para animales, y fue puesto en un pesebre y llenado con paja. Se sintió muy mal pues eso no era por lo que tanto había orado.El segundo árbol fue cortado y convertido en una pequeña balsa de pesca, ni siquiera lo suficientemente grande para navegar en el mar, y fue puesto en un lago. Y vio como sus sueños de ser una gran embarcación cargando reyes habían llegado a su final. El tercer árbol fue cortado en largas y pesadas tablas y dejado en la oscuridad de una bodega.

Años más tarde, los árboles olvidaron sus sueños y esperanzas por las que tanto habían orado. Entonces un día un hombre y una mujer llegaron al pesebre. Ella dio a luz un niño, y lo colocó en la paja que había dentro del cajón en que fue transformado el primer árbol. El hombre deseaba haber podido tener una cuna para su bebé, pero este cajón debería serlo. El árbol sintió la importancia de este acontecimiento y supo que había contenido el más grande tesoro de la historia.

Años más tarde, un grupo de hombres entraron en la balsa en la cual habían convertido al segundo árbol. Uno de ellos estaba cansado y se durmió en la barca. Mientras ellos estaban en el agua una gran tormenta se desató y el árbol pensó que no sería lo suficientemente fuerte para salvar a los hombres. Los hombres despertaron al que dormía, éste se levantó y dijo: "¡Calma! ¡Quédate quieto!" y la tormenta y las olas se detuvieron. En ese momento el segundo árbol se dio cuenta de que había llevado al Rey de Reyes y Señor de Señores.

Finalmente un tiempo después alguien vino y tomó al tercer árbol convertido en tablas. Fue cargado por las calles al mismo tiempo que la gente escupía, insultaba y golpeaba al Hombre que lo cargaba. Se detuvieron en una pequeña colina y el Hombre fue clavado al árbol y levantado para morir en la cima de la colina. Cuando llegó el domingo, el tercer árbol se dio cuenta que él fue lo suficientemente fuerte para permanecer erguido en la cima de la colina, y estar tan cerca de Dios como nunca, porque Jesús había sido crucificado en él.

La moraleja de esta Historia es:
Cuando parece que las cosas no van de acuerdo a tus planes, debes saber que siempre Dios tiene un plan para uno. Si pones tu confianza en él, te va a dar grandes regalos a su tiempo. Recuerda que cada árbol obtuvo lo que pidió, sólo que no en la forma en que pensaba.No siempre sabemos lo que Dios planea para nosotros, sólo sabemos que:
Sus caminos no son nuestros caminos, pero sus caminos siempre son los mejores!!!

JESÚS ES OLVIDADO POR LOS SUYOS


Querido padre Tomás:


La obra "Los miserables" de Victor Hugo tiene un mensaje de mucha actualidad. Trata de un pobre carpintero sin trabajo. Su crimen: haber robado un pedazo de pan para alimentar a sus hijos hambrientos. Su sentencia: cinco años de prisión.Al pretender escapar, es capturado para servir a la cruel justicia del gobierno por quince años más. En la prisión es olvidado por los suyos.

¿No podría ser ésta la historia de Jesús en el Santísimo Sacramento? Para alimentar espiritualmente a los hambrientos hijos de su Padre, Jesús se convierte en el Pan vivo bajado del cielo. Este es su crimen. Él no es retribuido con agradecimeinto y adoración y es castigado poniéndolo en la prisión del sagrario.. Ahí en el calabozo es olvidado y abandonado por los suyos. Nos avergonzamos y no lo exponemos. Por estar demasiado ocupados, no lo honramos. La custodia es su trono de donde Él quiere librarse para reinar con Rey de Amor.Pero, por el contrario, se le encierra y se le trata como a aquel "criminal" de los Miserables.

Jesús se describe a sí mismo como un prisionero de Amor.No hay exageración en lo que te digo. Todo esto es lo que Jesús reveló a Santa Margarita María. Ella estaba orando cuando se le apareció en el Santísimo Sacramento y le dijo: "He aquí este Corazón que ama tanto y, a cambio, es tan poco amado". Le explicó que la corona de espinas alrededor de su Corazón es un símbolo del dolor que sufre por la ingratitud e indiferencia de sus sacerdotes y de su pueblo a su amor en el Santísimo Sacramento. Luego, Jesús le manifestó que Él sufría más por esta indiferencia e ingratitud de lo que sufrió durante su Pasión. Por esta razón Jesús nos llama a cada uno diciéndonos: "tengo sed, una ardiente sed de ser amado por ustedes en el Santísimo Sacrmaneto".

El Santísimo Sacramento es el Sagrado Corazón de Jesús en medio de nosotros. Hoy Él llora como lloró por Jesrusalén ¡Cuánto desea Él reunir a cada uno de nosotros en su Corazón, así como la gallina reúne a sus polloelos debajo de sus alas!

Cambia su llanto en una sonrisa. Establece la adoración perpetua en tu parroquia y cambiarás las espinas de su Corazón en muchas flores de consuelo. Cada hora santa repará toda la indiferencia e ingratitud del mundo.¡Qué gracias tan grandes!

Fraternalmente tuyo en su Amor Eucarístico.

martes, 24 de octubre de 2017

ENCUENTROS CON JESÚS: SÁBADO 28 DE OCTUBRE

ENCUENTROS CON JESÚS
(RETIRO GRATUITO Y ABIERTO)
SÁBADO 28 DE OCTUBRE DE 2017

16 A 20 HS
PARROQUIA MARÍA REINA DE LA PAZ

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"MIENTRAS LA GENTA DORMÍA, VINO SU ENEMIGO Y SEMBRÓ CIZAÑA" (MT 13,25)


16 HS- ADORACIÓN Y SANTO ROSARIO
            BENDICIÓN MATERNAL IMAGEN DE LA VIRGEN

17 HS- ENCUENTRO CON LA PALABRA DEL SEÑOR
            "EL TRIGO Y LA CIZAÑA" DIÁC. JORGE NOVOA

18 HS- PASEO CON EL SANTÍSIMO SACRAMENTO

19 HS- SANTA MISA
            PRESIDE PADRE MARCELO MARCIANO

LUEGO DE LA MISA HABRÁ ORACIÓN CON IMPOSICIÓN DE MANOS.
CONFESIONES DESDE LAS 17HS

jueves, 19 de octubre de 2017

SANTO TOMÁS DE AQUINO: BAJO EL VELO DE LA FE

Oh Dios todopoderoso y eterno, he aquí que me acerco al sacramento de tu unigénito Hijo Jesucristo, nuestro Señor; me acerco como  enfermo al médico de la vida, como  inmundo a la fuente de la misericordia, como  ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y necesitado al Señor de los cielos y de la tierra.

Imploro la abundancia de tu infinita generosidad para que te dignes curar mi enfermedad, lavar mi impureza, iluminar mi ceguera, remediar mi pobreza y vestir mi desnudez, para que me acerque a recibir el Pan de los ángeles, al Rey de reyes y Señor de señores con tanta reverencia y humildad, con tanta pureza y fe, con tal propósito e intención como conviene a la salud de mi alma.

Te pido que me concedas recibir no sólo el sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor, sino la gracia y la virtud de ese sacramento.

Oh Dios benignísimo, concédeme recibir el cuerpo de tu unigénito Hijo Jesucristo, Señor nuestro, nacido de la Virgen María, de tal modo que merezca ser incorporado a su cuerpo místico y contado entre tus miembros.

Oh Padre amantísimo, concédeme contemplar eternamente a tu querido Hijo, a quien, bajo el velo de la fe, me dispongo a recibir ahora. Que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. 

Amén.

HORACIO BOJORGE SJ: MARÍA A TRAVES DE LOS EVANGELISTAS

miércoles, 18 de octubre de 2017

BENEDICTO XVI: QUÉ ES LA FE?

Hoy desearía reflexionar con vosotros sobre una cuestión fundamental: ¿qué es la fe? ¿Tiene aún sentido la fe en un mundo donde ciencia y técnica han abierto horizontes hasta hace poco impensables? ¿Qué significa creer hoy? De hecho en nuestro tiempo es necesaria una renovada educación en la fe, que comprenda ciertamente un conocimiento de sus verdades y de los acontecimientos de la salvación, pero que sobre todo nazca de un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarle, de confiar en Él, de forma que toda la vida esté involucrada en ello.

Hoy, junto a tantos signos de bien, crece a nuestro alrededor también cierto desierto espiritual. A veces se tiene la sensación, por determinados sucesos de los que tenemos noticia todos los días, de que el mundo no se encamina hacia la construcción de una comunidad más fraterna y más pacífica; las ideas mismas de progreso y bienestar muestran igualmente sus sombras. A pesar de la grandeza de los descubrimientos de la ciencia y de los éxitos de la técnica, hoy el hombre no parece que sea verdaderamente más libre, más humano; persisten muchas formas de explotación, manipulación, violencia, vejación, injusticia... Cierto tipo de cultura, además, ha educado a moverse sólo en el horizonte de las cosas, de lo factible; a creer sólo en lo que se ve y se toca con las propias manos. Por otro lado crece también el número de cuantos se sienten desorientados y, buscando ir más allá de una visión sólo horizontal de la realidad, están disponibles para creer en cualquier cosa. En este contexto vuelven a e
merger algunas preguntas fundamentales, que son mucho más concretas de lo que parecen a primera vista: ¿qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las nuevas generaciones? ¿En qué dirección orientar las elecciones de nuestra libertad para un resultado bueno y feliz de la vida? ¿Qué nos espera tras el umbral de la muerte?

De estas preguntas insuprimibles surge como el mundo de la planificación, del cálculo exacto y de la experimentación; en una palabra, el saber de la ciencia, por importante que sea para la vida del hombre, por sí sólo no basta. El pan material no es lo único que necesitamos; tenemos necesidad de amor, de significado y de esperanza, de un fundamento seguro, de un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico también en la crisis, las oscuridades, las dificultades y los problemas cotidianos. La fe nos dona precisamente esto: es un confiado entregarse a un «Tú» que es Dios, quien me da una certeza distinta, pero no menos sólida que la que me llega del cálculo exacto o de la ciencia. La fe no es un simple asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que me confío libremente a un Dios que es Padre y me ama; es adhesión a un «Tú» que me dona esperanza y confianza. Cierto, esta adhesión a Dios no carece de contenidos: con ella somos conscientes de que Dios mismo se ha mostrado a nosotros en Cristo; ha dado a ver su rostro y se ha hecho realmente cercano a cada uno de nosotros.

Es más, Dios ha revelado que su amor hacia el hombre, hacia cada uno de nosotros, es sin medida: en la Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, nos muestra en el modo más luminoso hasta qué punto llega este amor, hasta el don de sí mismo, hasta el sacrificio total. Con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para volver a llevarla a Él, para elevarla a su alteza. La fe es creer en este amor de Dios que no decae frente a la maldad del hombre, frente al mal y la muerte, sino que es capaz de transformar toda forma de esclavitud, donando la posibilidad de la salvación. Tener fe, entonces, es encontrar a este «Tú», Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible que no sólo aspira a la eternidad, sino que la dona; es confiarme a Dios con la actitud del niño, quien sabe bien que todas sus dificultades, todos sus problemas están asegurados en el «tú» de la madre. Y esta posibilidad de salvación a través de la fe es un don que Dios ofrece a todos los hombres. Pienso que deberíamos meditar con mayor frecuencia -en nuestra vida cotidiana, caracterizada por problemas y situaciones a veces dramáticas- en el hecho de que creer cristianamente significa este abandonarme con confianza en el sentido profundo que me sostiene a mí y al mundo, ese sentido que nosotros no tenemos capacidad de darnos, sino sólo de recibir como don, y que es el fundamento sobre el que podemos vivir sin miedo. Y esta certeza liberadora y tranquilizadora de la fe debemos ser capaces de anunciarla con la palabra y mostrarla con nuestra vida de cristianos.

Con todo, a nuestro alrededor vemos cada día que muchos permanecen indiferentes o rechazan acoger este anuncio. Al final del Evangelio de Marcos, hoy tenemos palabras duras del Resucitado, que dice: «El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado» (Mc 16, 16), se pierde él mismo. Desearía invitaros a reflexionar sobre esto. La confianza en la acción del Espíritu Santo nos debe impulsar siempre a ir y predicar el Evangelio, al valiente testimonio de la fe; pero, además de la posibilidad de una respuesta positiva al don de la fe, existe también el riesgo del rechazo del Evangelio, de la no acogida del encuentro vital con Cristo. Ya san Agustín planteaba este problema en un comentario suyo a la parábola del sembrador: «Nosotros hablamos -decía-, echamos la semilla, esparcimos la semilla. Hay quienes desprecian, quienes reprochan, quienes ridiculizan. Si tememos a estos, ya no tenemos nada que sembrar y el día de la siega nos quedaremos sin cosecha. Por ello venga la semilla de la tierra buena» (Discursos sobre la disciplina cristiana, 13,14: PL 40, 677-678). El rechazo, por lo tanto, no puede desalentarnos. Como cristianos somos testigos de este terreno fértil: nuestra fe, aún con nuestras limitaciones, muestra que existe la tierra buena, donde la semilla de la Palabra de Dios produce frutos abundantes de justicia, de paz y de amor, de nueva humanidad, de salvación. Y toda la historia de la Iglesia con todos los problemas demuestra también que existe la tierra buena, existe la semilla buena, y da fruto.

Pero preguntémonos: ¿de dónde obtiene el hombre esa apertura del corazón y de la mente para creer en el Dios que se ha hecho visible en Jesucristo muerto y resucitado, para acoger su salvación, de forma que Él y su Evangelio sean la guía y la luz de la existencia? Respuesta: nosotros podemos creer en Dios porque Él se acerca a nosotros y nos toca, porque el Espíritu Santo, don del Resucitado, nos hace capaces de acoger al Dios viviente. Así pues la fe es ante todo un don sobrenatural, un don de Dios. El concilio Vaticano II afirma: «Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede “a todos gusto en aceptar y creer la verdad”» (Const. dogm. Dei Verbum, 5). En la base de nuestro camino de fe está el bautismo, el sacramento que nos dona el Espíritu Santo, convirtiéndonos en hijos de Dios en Cristo, y marca la entrada en la comunidad de fe, en la Iglesia: no se cree por uno mismo, sin el prevenir de la gracia del Espíritu; y no se cree solos, sino junto a los hermanos. Del bautismo en adelante cada creyente está llamado a revivir y hacer propia esta confesión de fe junto a los hermanos.

La fe es don de Dios, pero es también acto profundamente libre y humano. El Catecismo de la Iglesia católica lo dice con claridad: «Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre» (n. 154). Es más, las implica y exalta en una apuesta de vida que es como un éxodo, salir de uno mismo, de las propias seguridades, de los propios esquemas mentales, para confiarse a la acción de Dios que nos indica su camino para conseguir la verdadera libertad, nuestra identidad humana, la alegría verdadera del corazón, la paz con todos. Creer es fiarse con toda libertad y con alegría del proyecto providencial de Dios sobre la historia, como hizo el patriarca Abrahán, como hizo María de Nazaret. Así pues la fe es un asentimiento con el que nuestra mente y nuestro corazón dicen su «sí» a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este «sí» transforma la vida, le abre el camino hacia una plenitud de significado, la hace nueva, rica de alegría y de esperanza fiable.

Queridos amigos: nuestro tiempo requiere cristianos que hayan sido aferrados por Cristo, que crezcan en la fe gracias a la familiaridad con la Sagrada Escritura y los sacramentos. Personas que sean casi un libro abierto que narra la experiencia de la vida nueva en el Espíritu, la presencia de ese Dios que nos sostiene en el camino y nos abre hacia la vida que jamás tendrá fin. Gracias.

viernes, 13 de octubre de 2017

BENEDICTO XVI: SANTA TERESA DE JESÚS

[Vídeo]
A lo largo de las catequesis que he querido dedicar a los Padres de la Iglesia y a grandes figuras de teólogos y de mujeres del Medievo me detuve también a hablar de algunos santos y santas que fueron proclamados doctores de la Iglesia por su eminente doctrina. Hoy quiero iniciar una breve serie de encuentros para completar la presentación de los doctores de la Iglesia. Y comienzo con una santa que representa una de las cimas de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos: santa Teresa de Ávila (de Jesús).

Nace en Ávila, España, en 1515, con el nombre de Teresa de Ahumada. En su autobiografía ella misma menciona algunos detalles de su infancia: su nacimiento de «padres virtuosos y temerosos de Dios», en el seno de una familia numerosa, con nueve hermanos y tres hermanas. Todavía niña, cuando tiene menos de nueve años, lee las vidas de algunos mártires que le inspiran el deseo del martirio, hasta el punto de que improvisa una breve huida de casa para morir mártir y subir al cielo (cf. Vida 1, 5); «quiero ver a Dios» dice la pequeña a sus padres. Algunos años más tarde, Teresa hablará de sus lecturas de la infancia y afirmará que en ellas descubrió la verdad, que resume en dos principios fundamentales: por un lado «el hecho de que todo lo que pertenece al mundo de aquí, pasa»; y, por otro, que sólo Dios es «para siempre, siempre, siempre», tema que se reitera en la famosísima poesía 
«Nada te turbe / nada te espante; / todo se pasa. / Dios no se muda; / la paciencia todo lo alcanza; / quien a Dios tiene / nada le falta / ¡Sólo Dios basta!». Al quedar huérfana de madre a los 12 años, pide a la santísima Virgen que le haga de madre (cf. Vida 1, 7).

Aunque en la adolescencia la lectura de libros profanos la había llevado a las distracciones de una vida mundana, la experiencia como alumna de las religiosas agustinas de Santa María de las Gracias de Ávila y la lectura de libros espirituales, sobre todo clásicos de la espiritualidad franciscana, le enseñan el recogimiento y la oración. A la edad de 20 años, entra en el monasterio carmelita de la Encarnación, también en Ávila; en la vida religiosa toma el nombre de Teresa de Jesús. Tres años después, enferma gravemente; tanto que permanece cuatro días en coma, aparentemente muerta (cf. Vida 5, 9). Incluso en la lucha contra sus enfermedades la santa ve el combate contra las debilidades y las resistencias a la llamada de Dios: «Deseaba vivir —escribe—, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a sí y yo dejádole» (Vida 8, 2). En 1543 pierde la cercanía de sus familiares: su padre muere y todos sus hermanos emigran, uno tras otro, a América. En la Cuaresma de 1554, a los 39 años, Teresa alcanza la cima de la lucha contra sus debilidades. El descubrimiento fortuito de la estatua de «un Cristo muy llagado» (Vida 9, 1) marca profundamente su vida. La santa, que en aquel período encuentra profunda consonancia con el san Agustín de las Confesiones, describe así el día decisivo de su experiencia mística:
«Acaecíame... venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en él» (Vida 10, 1).

Paralelamente a la maduración de su interioridad, la santa comienza a desarrollar concretamente el ideal de reforma de la Orden carmelita: en 1562 funda en Ávila, con el apoyo del obispo de la ciudad, don Álvaro de Mendoza, el primer Carmelo reformado, y poco después recibe también la aprobación del superior general de la Orden, Giovanni Battista Rossi. En los años sucesivos prosigue las fundaciones de nuevos Carmelos, en total diecisiete. Es fundamental el encuentro con san Juan de la Cruz, con quien, en 1568, constituye en Duruelo, cerca de Ávila, el primer convento de Carmelitas Descalzos. En 1580 obtiene de Roma la erección como provincia autónoma para sus Carmelos reformados, punto de partida de la Orden religiosa de los Carmelitas Descalzos. 

La vida terrena de Teresa termina precisamente mientras está comprometida en la actividad de fundación. En efecto, en 1582, después de haber constituido el Carmelo de Burgos y mientras se encuentra camino de regreso a Ávila, muere la noche del 15 de octubre en Alba de Tormes, repitiendo humildemente dos expresiones: «Al final, muero como hija de la Iglesia» y «Ya es hora, Esposo mío, de que nos veamos». Una existencia consumida dentro de España, pero entregada por toda la Iglesia. Beatificada en 1614 por el Papa Pablo V y canonizada por Gregorio xv en 1622, el siervo de Dios Pablo vi la proclama «doctora de la Iglesia» en 1970.

Teresa de Jesús no tenía una formación académica, pero siempre sacó provecho de las enseñanzas de teólogos, literatos y maestros espirituales. Como escritora, siempre se atuvo a lo que personalmente había vivido o había visto en la experiencia de otros (cf. Prólogo al Camino de perfección), es decir, a la experiencia. Teresa teje relaciones de amistad espiritual con numerosos santos, en particular con san Juan de la Cruz. Al mismo tiempo, se alimenta con la lectura de los Padres de la Iglesia, san Jerónimo, san Gregorio Magno, san Agustín. Entre sus principales obras hay que recordar ante todo la autobiografía, titulada Libro de la vida, que ella llama Libro de las misericordias del Señor. Compuesta en el Carmelo de Ávila en 1565, refiere el itinerario biográfico y espiritual, escrito, como afirma la propia Teresa, para someter su alma al discernimiento del «Maestro de los espirituales», san Juan de Ávila. El objetivo es poner de relieve la presencia y la acción de Dios misericordioso en su vida: por esto, la obra refiere a menudo su diálogo de oración con el Señor. Es una lectura que fascina, porque la santa no sólo cuenta, sino que muestra que revive la experiencia profunda de su relación con Dios. En 1566, Teresa escribe el Camino de perfección, que ella llama Avisos y consejos que da Teresa de Jesús a sus hermanas. Las destinatarias son las doce novicias del Carmelo de san José en Ávila. Teresa les propone un intenso programa de vida contemplativa al servicio de la Iglesia, cuya base son las virtudes evangélicas y la oración. Entre los pasajes más preciosos está el comentario al Padre nuestro, modelo de oración. 

La obra mística más famosa de santa Teresa es el Castillo interior, escrito en 1577, en plena madurez. Se trata de una relectura de su propio camino de vida espiritual y, al mismo tiempo, de una codificación del posible desarrollo de la vida cristiana hacia su plenitud, la santidad, bajo la acción del Espíritu Santo. Teresa se refiere a la estructura de un castillo con siete moradas, como imagen de la interioridad del hombre, introduciendo, al mismo tiempo, el símbolo del gusano de seda que renace mariposa, para expresar el paso de lo natural a lo sobrenatural. La santa se inspira en la Sagrada Escritura, en particular en el Cantar de los cantares, por el símbolo final de los «dos esposos», que le permite describir, en la séptima morada, el culmen de la vida cristiana en sus cuatro aspectos: trinitario, cristológico, antropológico y eclesial. A su actividad de fundadora de los Carmelos reformados Teresa dedica el Libro de las fundaciones, escrito entre 1573 y 1582, en el cual habla de la vida del grupo religioso naciente. Como en la autobiografía, la narración trata de poner de relieve sobre todo la acción de Dios en la obra de fundación de los nuevos monasterios.

No es fácil resumir en pocas palabras la profunda y articulada espiritualidad teresiana. Quiero mencionar algunos puntos esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica, y esto nos atañe a todos; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura.  

En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los cantares y con el apóstol san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús eucarístico.Asimismo, la santa subraya cuán esencial es la oración; rezar, dice, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como «amicitia quaedam hominis ad Deum», un tipo de amistad del hombre con Dios, que fue el primero en ofrecer su amistad al hombre; la iniciativa viene de Dios (cf. Summa Theologiae ii-ii, 23, 1). La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento, hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima Trinidad. Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda la vida. Más que una pedagogía de la oración, la de Teresa es una verdadera «mistagogia»: al lector de sus obras le enseña a orar rezando ella misma con él; en efecto, con frecuencia interrumpe el relato o la exposición para prorrumpir en una oración.

Otro tema importante para la santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con él por gracia, por amor y por imitación. De aquí la importancia que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia, para la vida de cada creyente y como corazón de la liturgia. Santa Teresa vive un amor incondicional a la Iglesia: manifiesta un vivo «sensus Ecclesiae» frente a los episodios de división y conflicto en la Iglesia de su tiempo. Reforma la Orden carmelita con la intención de servir y defender mejor a la «santa Iglesia católica romana», y está dispuesta a dar la vida por ella (cf. Vida 33, 5).

Un último aspecto esencial de la doctrina teresiana, que quiero subrayar, es la perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final de la misma. La santa tiene una idea muy clara de la «plenitud» de Cristo, que el cristiano revive. Al final del recorrido del Castillo interior, en la última «morada» Teresa describe esa plenitud, realizada en la inhabitación de la Trinidad, en la unión con Cristo a través del misterio de su humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día. Que el ejemplo de esta santa, profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su amistad y así la verdadera vida; porque realmente muchos de nosotros deberían decir: «no vivo, no vivo realmente, porque no vivo la esencia de mi vida».

Por esto, el tiempo de la oración no es tiempo perdido; es tiempo en el que se abre el camino de la vida, se abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente a él, a su Iglesia, y una caridad concreta para con nuestros hermanos. Gracias.

miércoles, 11 de octubre de 2017

P. JOSÉ ANTONIO FORTEA: CUÁLES SON LOS NOMBRES DE LOS DEMONIOS?


 Satán: es el más poderoso, inteligente y bello de los demonios que se rebelaron. Se le llama Satán o Satanás en el Antiguo Testamento. Su raíz primitiva significaría atacar, acusar, ser un adversario, resistir. Satán significaría adversario, enemigo, opositor.

Diablo: es como llama el Nuevo Testamento a Satán. Diablo viene del verbo griego "diaballo", acusar. La gente usa lapalabra diablo y demonio como sinónimos, pero la Biblia no. La Biblia siempre usa la palabra Diablo en singular y refiriéndose al más poderoso de todos ellos. La Sagrada Escritura también le llama el Acusador, el Enemigo, el Tentador, el Maligno, el Asesino desde el principio, el Padre de la mentira, Príncipe de este mundo, la Serpiente.

Belcebú: usualmente usado este nombre como sinónimo del Diablo. Proviene de Baal-sebil que significa señor de las moscas. Aparece en 2 Re 1, 2.

Lilith: aparece en Is 34, 14, la tradición judía lo consideró como un ser demoníaco. En la mitología mesopotámica es un genio con cabeza y cuerpo de mujer, pero con alas y extremidades inferiores de pájaro.

Asmodeo: aparece en el libro de Tobías, del persa aesma daeva que significa espíritu de cólera. 

Seirim: aparecen en Is 13, 21, Lev 17, 7 y en Bar 4, 35, suele traducirse como los peludos. Deriva del hebreo sa'ir que significa peludo o macho cabrío.

Demonio: del griego daimon que significa genio. En la mitología grecorromana no era necesariamente una entidad maléfica. Pero en el Nuevo Testamento, siempre es usado como término para designar seres espirituales malignos. 

Belial: o Beliar, de la raíz baal, que significa señor. Aparece por ejemplo en 2 Cor 6, 15.

Apollyon: significa destructor, aparece en Ap 9, 11. Se dice de él que su nombre en hebreo es Abaddón, que significa  perdición, destrucción.

Lucifer: es un nombre extrabíblico que significa "estrella de la mañana". La inmensa mayoría de los textos eclesiásticos usa el nombre de Lucifer como sinónimo del Diablo. Sin embargo, el padre Gabriele Amorth considera que es el nombre propio del demonio segundo en importancia en la jerarquía demoníaca. Soy enteramente de la misma opinión y lo que conocemos por los exorcismos nos confirmaría que Lucifer es alguien distinto de Satán.

El nombre le viene de que fue un ángel especialmente privilegiado en su naturaleza en los cielos angélicos, antes de rebelarse y deformarse. Algunos traducen el nombre de Lucifer como "el que porta la luz". Esa traducción es errónea ya que tal palabra en latín era luciferarius.

Como curiosidad diré que en un exorcismo un demonio dijo que los cinco demonios más poderosos del Infierno eran por este orden: Satán, Lucifer, Belcebú, Belial y Meridiano. ¿Es segura esta jerarquía? Solo Dios lo sabe. 

Lo que es seguro, y lo sabemos por la Sagrada Escritura y por los exorcismos, es que cada demonio tiene un nombre. Un nombre dado por Dios que expresa la naturaleza de su pecado. Distintos nombres de demonios dichos por ellos en exorcismos son: Perversión, Muerte, Puerta, Morada, etc. Otros, sin embargo, dicen nombres que no sabemos que significan: Elisedei, Quobad, Jansen, Eishelij, etc.

Fuente: Summa Demoniaca

QUÉ SON LAS JACULATORIAS ?

Las jaculatorias son oraciones breves, para alabar al Señor, obtener ayuda o para implorar perdón, se descubre en la temprana tradición cristiana. 

Ya en tiempos de Casiano (360-435) se va enlazando esta práctica con el propósito de alcanzar la oración continua. Otro testigo, de los numerosos que se pueden aducir, es San Juan Crisóstomo (344- 407), quien recomienda la repetición frecuente y sucesiva de unas mismas breves palabras. 

Sin embargo, la explícita invocación al Señor Jesús, como en la 'oración', no está necesariamente ligada a esta difundida práctica. Existe una gran libertad en la elección de la sentencia que se repite buscando la comunión con Dios. 

Así, por ejemplo, el mismo Casiano recomendaba en sus Consolaciones: «Si queréis que el pensamiento de Dios more sin cesar en vosotros, debéis proponer continuamente a vuestra mirada interior esta fórmula de devoción: "Ven, oh Dios, en mi auxilio, apresúrate, Señor, a socorrerme".  No sin razón ha sido preferido este versículo entre todos los de la Escritura. Contiene en cifra todos los sentimientos que puede tener la naturaleza humana. Se adapta felizmente a todos los estados, y ayuda a mantenerse firme ante las tentaciones que nos asechan». 

Arsenio (449), monje del desierto, cuyos dichos son repetidos reverentemente por los monjes, por ejemplo, oraba diciendo: «Señor, dirígeme por el camino de la salvación»

Sería fácil seguir citando oraciones breves de diversos padres en las que no se menciona explícitamente 'Jesús' ni 'Señor Jesús' o 'Jesucristo'

También es posible encontrar referencias a la invocación del nombre del Reconciliador,pero sin el recurso a la fórmula en la que cristalizó la llamada 'oración a Jesús' ni al marco metódico psico-físico que la acompaña. Como un ejemplo se puede citar una oración de Isaac de Siria, Obispo de Nínive (s. VII): «Oh nombre de Jesús, llave de todos los dones,abre para mí la gran puerta de tu casa del tesoro para que pueda entrar y alabarte, con la alabanza que nace del corazón, como respuesta a tus misericordias que vengo experimentando de un tiempo acá; pues tú has venido y me has renovado con la conciencia del Nuevo Mundo». 

Otro ejemplo, entre los muchos citables, es el del abba Sisoes, quien en una ocasión confiesa que durante treinta años había rezado así: «Señor Jesús, protégeme de mi lengua».

martes, 10 de octubre de 2017

ALONSO AMPUERO: ESTER, UNA MUJER QUE SUPO ARRIESGARSE


A veces se dan situaciones en la vida de una persona en que hay que realizar opciones de una trascendencia enorme. 

La persona se encuentra ante circunstancias en las que se juega mucho –para sí mismo o para otros– y no puede eludir la necesidad de optar. Es como una encrucijada de consecuencias incalculables según se tome un camino u otro. En esos casos se precisa lucidez para discernir, pero sobre todo valentía para arriesgar.

Este fue el caso de Ester, una de las mujeres más conocidas de la Biblia.

Su historia está ambientada en la época de domino persa, concretamente en tiempo del rey Asuero (Jerjes I: 486-465 a. C.). El hecho de que este marco histórico pudiera ser una ficción literaria para aludir en realidad a la situación de persecución religiosa bajo Antíoco IV Epífanes, no quita nada de valor a la vivencia de nuestro personaje.
Al caer en desgracia la reina Vasti, Asuero designa en su lugar a Ester, una judía de la diáspora que reside en Susa junto a su tío Mardoqueo, el cual es también empleado de la corte real.

Contemporáneamente, Amán es elevado al rango de ministro plenipotenciario del rey Asuero y los funcionarios de palacio tienen el deber de saludarle doblando ante él su rodilla.

Mardoqueo, el tío de Ester, se niega por motivos de conciencia, por fidelidad a su fe judía. Y esto ocasiona que Amán decida vengarse no sólo de él, sino del pueblo al que pertenece. En consecuencia, planea –con el consentimiento del rey– el exterminio del pueblo judío en todo el imperio.

A Ester se le da a conocer la situación y Mardoqueo la apremia a intervenir ante el rey Asuero. Sin embargo, sólo puede hacerlo si es invitada por el rey; pues quien se acerque al trono sin llamada expresa del soberano es reo de muerte.

La nueva reina se encuentra así ante un dilema doloroso: por un lado, el exterminio de su pueblo –incluida en primer lugar la muerte de su propio tío, que la ha criado y a quien tanto debe–; por otro, el riesgo de su propia vida (al elegirla reina, Asuero le ha demostrado evidente simpatía, pero desconoce hasta dónde llega el favor del rey, sobre todo cuando está por medio la desobediencia explícita a una orden suya).

Ester sufre lo indecible en su corazón. Debe optar, y cualquiera de las opciones conlleva riesgos. Más aún, de ningún modo puede eludir la opción: dejar de intervenir ante el rey equivale en realidad a aceptar el exterminio de su pueblo.

Comprende que se encuentra en un momento decisivo de su vida. Se da cuenta que no es casual que haya sido elegida reina precisamente en el momento en que se decreta la aniquilación de su propio pueblo, el pueblo de Dios. Y Mardoqueo se encarga de recordárselo: «¡Quién sabe si precisamente para esta ocasión has llegado a ser reina!» (Est 4,14).

Ve que debe arriesgar. Pero se siente débil. El paso que ha de dar le hiela la sangre. La posibilidad real y cercana de la muerte la paraliza... Ella es joven, y se trata de una muerte fácilmente evitable para ella: simplemente callar. La tentación de lavarse las manos debió ser muy fuerte para Ester.

Se siente débil e incapaz. Por eso pide que oren y ayunen por ella. Y ella misma se hunde en la oración: tres días enteramente dedicados a la oración y al ayuno. El texto bíblico nos dice que «la reina Ester se refugió en el Señor, presa de mortal angustia» (4,17k).

Hay decisiones que el hombre es incapaz de tomar sin la fuerza de Dios. Hay riesgos que es impotente para asumir si no es sostenido por el poder de su Creador.

Ester va a la oración para presentar a su Dios una situación que la desborda. Su pueblo se encuentra en gran aflicción y a la desesperada. Pero ella se encuentra llena de temor, porque su vida también está seriamente amenazada.

Pero el sentimiento que más capta su corazón en esas circunstancias es la soledad. Más aún que el miedo: dos veces expresa en su oración este sentimiento de estar sola. Y es que cuando el hombre debe tomar decisiones de tanto riesgo y trascendencia experimenta más que nunca la soledad. Entonces de nada sirven la presencia de los demás, ni su afecto o su compasión. Entonces sólo Dios es apoyo adecuado. Sólo en la oración se experimenta la presencia y la fuerza de Aquel que es capaz de sostenernos cuando está en juego la vida propia y la de los demás.

Y Ester decide arriesgar. Sin dejar de sentir miedo, pero sostenida por la oración –la suya y la de su pueblo–, asume finalmente la decisión que compromete su vida: «A pesar de la ley, me presentaré ante el rey; y si tengo que morir, moriré» (4,16).

Una vez tomada la decisión, los acontecimientos siguen su curso. Fortalecida por la confianza en Dios, se siente capaz de abordar al rey. Sabe que debe actuar, y actúa. Pero a la vez espera todo del único que puede volver del revés los acontecimientos. Y todo acaba bien, tanto para ella como para su pueblo.

Pero hay un último detalle que conviene resaltar: ahora Ester se siente plenamente solidaria de su pueblo. Antes había visto un dilema: la salvación de su pueblo o su propia seguridad. Ahora se ve unificada con su pueblo, y por eso pide al rey su vida y la vida de su pueblo, pues «yo y mi pueblo hemos sido vendidos para ser exterminados, muertos y aniquilados» (7,3-4). Aunque la decisión le haya costado, sabe que su vida es inseparable de la de su pueblo; por eso no oculta su condición de judía. En realidad, la disyuntiva era falsa: el egoísmo siempre destruye, tanto la vida propia como la de los demás. Sólo el amor que está dispuesto a dar la vida es el que redime y salva.

MONS.JOSÉ IGNACIO MUNILLA: EL AUGE DEL ESOTERISMO

Asistimos, en nuestro tiempo, a la proliferación de libros, revistas, programas radiofónicos y televisivos, de tipo esotérico. No es fácil encontrar el denominador común en el que se mueven todas estas manifestaciones. Si por algo se caracterizan, es por ser un auténtico cóctel: astrología, parasicología, magia, sincretismo de creencias religiosas, etc. Sin embargo, este "revoltijo" responde a una demanda: el deseo de conocimiento de lo oculto, lo enigmático, lo incomprensible. Y esta demanda a la que me refiero, revela unas necesidades que están ocultas en el hombre moderno: la búsqueda de respuestas a los interrogantes del ser humano (el futuro, el más allá de la muerte, etc.) y la necesidad de saciar el deseo de trascendencia en nuestra vida. Por otra parte, no se puede negar que, junto a estas motivaciones, se encuentran otras mucho más intrascendentes, como la de salir de la rutina diaria y buscar sensaciones diferentes, al modo como algunos recurren a las películas de terror. Es un fenómeno complejo.

Pero, el auge del esoterismo es especialmente merecedor de estudio, en cuanto que tiene lugar en una sociedad en la que la increencia y el secularismo alcanzan una fuerte implantación. Incluso, el esoterismo y la increencia, lejos de ser dos fenómenos opuestos, pueden llegar a ser perfectamente compatibles. ¿Será acaso el esoterismo un sucedáneo o sustitutivo de la religión?

Frente a esta realidad, cabe la crítica y también la autocrítica. A las dos me voy a referir brevemente:

· Crítica al esoterismo: “Cuando el hombre deja de creer en Dios, termina por creer en cualquier cosa” (Chesterton)

Una primera crítica, es la de falta de rigor científico…: psicofonías, campos de energía, ovnis, espectros, etc. Un batiburrillo tal de datos tomados de distintos campos, le recuerda a uno, aquello del cajón de sastre en el que hay de todo, pero en el que, a la hora de la verdad, no se encuentra nada. Pero claro, es evidente que la rigurosidad científica vende menos que toda esta especie de literatura barata esotérica, que despierta curiosidad y morbo.

Contrariamente a lo que muchos piensan, el enemigo de la fe no es la razón, sino la superstición. Es decir, la crisis de la religión no está motivada por el hecho de que nuestra cultura sea excesivamente racionalista, sino por todo lo contrario: la crisis de la razón es la que ha provocado el debilitamiento de la fe, desde el momento en que la filosofía ha renunciado a plantearse las preguntas por el sentido y la comprensión global de la vida, y se limita a tratar cuestiones fragmentarias y a refugiarse en la duda y en el subjetivismo. En definitiva: a más razón, más fe y menos superstición; y a menos razón, menos fe y más superstición.

También cabe hacer otras críticas, no menos importantes, ya que el esoterismo responde a un deseo de controlar lo misterioso, lo trascendente, y ponerlo a nuestro servicio, con el consiguiente peligro de manipulación. En este sentido, da la impresión de que busca llenar el espacio de religiosidad que todo hombre lleva en su interior, pero desligándolo de cualquier exigencia ética en la vida diaria, bien sea personal o social. Sacia la curiosidad por lo trascendente, sin que exija mayores compromisos morales... ¡Una religión light!

· Autocrítica sobre el esoterismo: “No os avergoncéis jamás del Evangelio” (Juan Pablo II)

Es justo y necesario, también en este tema, que tengamos nuestra dosis de autocrítica. Sabemos que muchas inquietudes y dudas que buscan ser satisfechas en el confuso campo del ocultismo esotérico, tienen una clara respuesta en las Sagradas Escrituras y en el Magisterio de la Iglesia. Me refiero, principalmente, a las verdades de la fe católica que hacen referencia a la vida después de la muerte: la existencia del cielo, infierno, purgatorio, la inmortalidad del alma, la resurrección de la carne, el juicio final, etc. El problema está en que, a veces, hemos dejado de predicarlas porque nos resultaban incómodas, o porque pensábamos que no respondían al lenguaje del hombre moderno. Y ahora, resulta que el hombre de nuestros días se plantea, fuera de la Iglesia Católica, esas inquietudes y preguntas legítimas. Y, con perplejidad y preocupación, vemos proliferar programas de radio y televisión a los que acuden católicos, pretendiendo encontrar las respuestas que no han encontrado en la Iglesia. Como ejemplo, pensemos en la difusión que tiene en nuestros días la creencia en la reencarnación. Ante este hecho, en ocasiones, se ha echado de menos una exposición clara de la doctrina, que contraponga a la reencarnación, la inmortalidad del alma y la resurrección final. De hecho, existen católicos que ni tan siquiera saben que la reencarnación es incompatible con su credo. En el seno de la Iglesia, acaso tengamos nuestra parte de culpa, por las veces que hayamos podido silenciar, y quizá hasta deformar, los contenidos de la fe católica que profesamos.

Y es que… contra el auge del esoterismo, que es uno de tantos signos de debilitamiento y descomposición de la cultura occidental, el mejor remedio es la fidelidad a nuestra fe.

lunes, 9 de octubre de 2017

HORACIO BOJORGE SI: QUÉ ES LA VIRTUD DE LA FRUGALIDAD?

A la gula se le opone la virtud de la frugalidad o templanza en el comer. La Templanza es una de las cuatro virtudes cardinales. Consiste en el recto y moderado uso de los bienes. Cuando uno aprende a comer templada y moderadamente, también usará más fácilmente con templanza y moderación todos los demás bienes deleitables: el sueño, las fuerzas físicas, el dinero, el trabajo, las diversiones, el esparcimiento, el deporte....

Los ayunos y abstinencias que nos manda la Iglesia son una escuela de templanza en el comer. Así aprendemos a dominar y a mortificar nuestros apetitos, no sólo el de comer y beber, sino también todos los demás.

Jesús es nuestro modelo de templanza, tanto en el ayuno como en el comer. Jesús ayunó como el Bautista, pero también comió con publicanos y pecadores, y con sus discípulos. Por eso lo criticaron algunos:"Ha venido Juan Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y decís: ´tiene demonio´. Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: ´ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores. (Lucas 7,33-34).

Jesús nos enseña que la mesa es una ocasión sagrada y religiosa del encuentro de personas. Y así ha de ser la mesa familiar, de la que hay que desterrar toda discusión, ira, violencia o malos sentimientos. Y en la que se debe evitar todo lo que impida o dificulte la comunicación entre las personas: por ejemplo la Televisión, las lecturas, etc.

San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, le da al ejercitante reglas para ordenarse en el comer en adelante. El principio que regula la comida en ejercicios, es medirse por lo que facilita la comunicación con Dios en la oración. La comida es un medio para estar físicamente en forma para comunicarme con Dios y con mis hermanos.

Por algo Dios ha elegido la Eucaristía, es decir un banquete, una comida, y los sacramentos del pan y el vino, para comunicársenos y darnos vida. Jesús nos enseña también que nuestro cuerpo es un instrumento del encuentro con Dios y con los demás. Él nos da su cuerpo en alimento. Así que nuestro cuerpo no es, como lo sugiere la propaganda de nuestra cultura, para ser contemplado y cultivado como un fin en sí mismo. Eso es egolatría y soberbia de esta vida. El cuerpo es instrumento de encuentro con Dios y con los demás e instrumento de la propagación de la vida a través de la maternidad y la paternidad.

Los corintios tenían un refrán que decía: "La comida para el vientre y el vientre para la comida".San Pablo lo retoma pero lo corrige diciéndoles: "lo uno y lo otro lo destruirá el Señor. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo... no sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo" (10 Corintios 6, 12-19).

HORACIO BOJORGE SJ: EL DEMONIO DE LA ACEDIA (6)

martes, 3 de octubre de 2017

SAN FRANCISO: LA ALEGRÍA PERFECTA


Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Angeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante (5), y le habló así:


-- ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta.



Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco segunda vez:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no es ésa la alegría perfecta.

Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte:

-- ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta.

Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó fuerte:

-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alegría perfecta.

Así fue continuando por espacio de dos millas. Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó:

-- Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta.

Y San Francisco le respondió:

-- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!» Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta.

-- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6,14).

A Él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.