lunes, 21 de agosto de 2017

SAN ALBERTO HURTADO: MADRE MÍA QUERIDA Y MUY QUERIDA!

¡Madre mía querida y muy querida!
Ahora que ves en tus brazos a ese bello Niño
no te olvides de este siervo tuyo,
aunque sea por compasión mírame;
ya sé que te cuesta apartar los ojos de Jesús
para ponerlos en mis miserias,
pero, madre, si tú no me miras,
¿cómo se disiparán mis penas?

Si tú no te vuelves hacia mi rincón,
¿quien se acordará de mí?
Si tú no me miras,
Jesús que tiene sus ojitos clavados en los tuyos, no me mirará.
Si tú me miras, El seguirá tu mirada y me verá
y entonces con que le digas
“¡Pobrecito! necesita nuestra ayuda”;
Jesús me atraerá a sí y me bendecirá
y lo amaré y me dará fuerza y alegría,
confianza y desprendimiento.

Me llenará de su amor y de tu amor
y trabajaré mucho por El y por Ti,
haré que todos te amen
y amándote se salvarán.
¡Madre! ¡Y solo con que me mires!

jueves, 10 de agosto de 2017

DIÁCONO JORGE NOVOA: ESO NO PUEDE PASARTE....

" Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y
padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo.
-¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
-Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios."

 El  pasaje que meditamos es conocido como la confesión de fe de Pedro, el Señor revela que su respuesta es fruto de una gracia de revelación del Padre. La verdad contenida en la respuesta de Pedro no se origina en su capacidad intelectual, es iluminación divina, que se plasma en lenguaje humano, para que los hombres conozcan la verdad sobre Jesús.

El Padre que está en el cielo, se hace presente en la tierra en su Hijo muy amado, y por la comunicación de la verdad contenida en la expresión de Pedro: "tu eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo". Jesús como en otras oportunidades se goza de los designios del Padre,  reconoce en Pedro a uno de los sencillos que reciben la revelación celestial :" Bienaventurado tú"...

Esta  expresión gozosa de Jesús cambiará ante la decisión que Pedro manifiesta de impedir que el Señor vaya a Jerusalén. Enérgicamente Jesús le responderá: "Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios". La escena es la misma, y en ella se manifiesta claramente estos dos comportamientos  contrapuestos. 

Dejemos a Pedro, y veamos que resonancias trae el texto  para nosotros. Dóciles instrumentos al servicio del Señor y su designio o gobernados por los pensamientos de los hombres sin Dios, que son causa de tropiezo para muchos. Un binomio que está presente en nosotros y en nuestras decisiones.

La docilidad es un gracia que hay que implorar. Es necesario habituarse a sintonizar con las mociones del Espíritu Santo, su presencia silenciosa y amable nos impulsa descubriéndonos los caminos de Dios. El modelo de disponibilidad es la Madre del Señor, ella, en las escenas evangélicas nos muestra la escucha atenta y  su pronta respuesta ante los proyectos de Dios.

También vive en nosotros "el hombre viejo", con sus sueños egoístas , soberbio y demasiado centrado sobre sí mismo. Cuando la escena queda dominada por él, as cosas de Dios las vive con su lógica humana, y trata de dominarlo todo siguiendo su propia voluntad. 

La Iglesia nos enseña  el valor de la fe, y ha dicho que es para la vida del hombre como un "giro coopernicano", pues  del mismo modo que la teoría de Coopernico reconoció que en el centro estaba el sol, desplazando  a la tierra a su órbita, la fe pone en el centro a Dios y nos ubica en el lugar justo. No gira Dios alrededor nuestro, somos nosotros los que giramos alrededor de Dios.

sábado, 5 de agosto de 2017

NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES: 5 DE AGOSTO

Nuestra Señora se apareció a un matrimonio en Roma y al Santo Padre. Según una tradición, en el siglo IV vivía en Roma una piadosa pareja. Él se llamaba Juan Patricio mientras que el nombre de su esposa se desconoce. Habían sido bendecidos con abundancia de bienes y también de fe. Sin embargo, su gran dolor era no tener hijos con los que pudieran compartir sus dones. Durante años habían rezado por un hijo y heredero. En esta situación pasaron muchos años sin ningún resultado. Por fin decidieron nombrar como heredera a la Santísima Virgen y le rezaron con devoción para que los guiara en la asignación de la herencia.


Nuestra Señora les agradeció sobremanera y la noche del 4 de agosto, se le apareció a Juan Patricio y a su esposa, diciéndoles que deseaba que construyeran una basílica en el Monte Esquilino (una de las siete colinas de Roma), en el punto preciso que ella señalaría con una nevada. También se le apareció al Papa Liberio con el mismo mensaje. En la mañana siguiente, el 5 de agosto, mientras brillaba el sol en pleno verano, la ciudad quedó sorprendida al ver un terreno nevado en el Monte Esquilino. La pareja, feliz, se apresuró al lugar y el Papa Liberio marchó hacia el mismo en solemne procesión. La nieve cubrió exactamente el espacio que debía ser utilizado para la basílica y desapareció una vez señalado el lugar. Pronto se construyó la Basílica de Santa María la Mayor.


viernes, 4 de agosto de 2017

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO: VUELVE A NOSOTROS ESOS TUS OJOS MISERICORDIOSOS


San Epifanio llama a María "la de los muchos ojos"; la que es todo ojos para ver de socorrer a los necesitados. Exorcizaban a un poseído por el demonio; y al preguntarle el exorcista qué hacía María, respondió el poseso: "baja y sube". Quería decir, que esta benignísima Señora no hace otra cosa más que bajar a la tierra para traer gracias a los hombres, y subir al cielo para obtener el divino beneplácito para nuestras súplicas. Con razón san Andrés Avelino llama a la Virgen la administradora del Paraíso que de continuo se ocupa de obtener misericordia, impetrando gracias para todos, tanto justos como pecadores. "El Señor tiene los ojos sobre los justos" (Sal 33,16). Pero los ojos de la Señora, dice Ricardo de San Lorenzo, están vueltos, tanto hacia los justos como hacia los pecadores. Y es porque los ojos de María son ojos de madre, y la madre no sólo mira porque su hijo no caiga, sino para que, habiendo caído, lo pueda levantar.

Bien lo dio a entender el mismo Jesús a santa Brígida cuando le oyó que hablando a su Madre le decía: "Madre, pídeme lo que quieras". Esto es lo que siempre le está diciendo el Hijo a María, gozando en complacer a esta su amada Madre en todo lo que pide. Y ¿qué le pide María al Hijo? Santa Brígida oyó que ella le decía: "Pido misericordia para los pecadores". Como si dijese: "Hijo, tú me has nombrado Madre de la misericordia, refugio de los pecadores, abogada de los desgraciados y me dices que te pida lo que quiera. ¿Qué he de pedirte? Te pido que tengas misericordia de los necesitados". "Así que, oh María -le dice con ternura san Buenaventura- tú estás tan llena de misericordia, y tan atenta a socorrer a los necesitados, que parece que no tienes otro deseo ni otro afán más que éste". Y porque entre los necesitados, los más desgraciados de todos son los pecadores, afirma Beda el Venerable, María está siempre rogando al Hijo en favor de los pecadores.

Aun viviendo en la tierra, dice san Jerónimo, fue María de corazón tierno y piadoso con los humanos, que no ha habido persona que sufra tanto con las penas propias, como María con las de los demás. Bien demostró la compasión que sentía por las aflicciones ajenas en las bodas de Caná, como lo recordamos en anterior capítulo, cuando al ver que faltaba el vino, sin ser requerida, como escribe san Bernardino de Siena, tomó el oficio de piadosa consoladora. Y por pura compasión de la aflicción de aquellos recién casados, intercedió con su Hijo y obtuvo el milagro de la conversión del agua en vino.

Contemplando a María, le dice san Pedro Damiano: "¿Acaso por haber sido ensalzada como Reina del cielo te habrás olvidado de nosotros los miserables? Jamás se puede pensar semejante cosa. Nada tiene que ver con una piedad tan grande como la que hay en el corazón de María, el olvidarse de tan gran miseria como la nuestra". No va con María el proverbio "Honores mudan costumbres". Esto sucede a los mundanos que, ensalzados a cualquier dignidad, se llenan de soberbia y se olvidan de los amigos de antes que han quedado pobres; pero no sucede con María, que es feliz de verse tan ensalzada para poder así socorrer mejor a los necesitados. Considerando esto mismo san 

Buenaventura, le aplica a la Virgen las palabras del libro de Ruth: "Has sobrepujado tu primera bondad con la que manifiestas ahora" (Rt 3,10), queriendo decir, como él mismo lo declara, que si fue grande la piedad de María para con los necesitados cuando vivía en la tierra, mucho mayor es ahora que ella reina en el cielo. Y da la razón el santo diciendo que la Madre de Dios muestra ahora su total misericordia con las innumerables gracias que nos obtiene, porque ahora conoce mejor nuestras miserias. Por lo que, como el sol con su esplendor supera inmensamente al brillo de la luna, así la piedad de María, ahora que está en el cielo, supera a la piedad que tenía de los hombres cuando estaba en la tierra. ¿Quién hay en el mundo que no disfrute de los rayos del sol? Y ¿quién hay, sobre el que no resplandezca la misericordia de María?

Por eso ella fue llamada "elegida como el sol" (Ct 6,9), porque no hay nadie que quede excluido del calor de semejante sol, como dice san Buenaventura. Esto le reveló santa Inés, desde el cielo a santa Brígida, al decirle que nuestra Reina ahora que está unida a su Hijo en el cielo, no puede olvidarse de su innata bondad, aun para los pecadores más perdidos; de modo que, como los cuerpos se ven iluminados por el sol, así, por la dulzura de María no hay en el mundo quien, si se lo pide, no participe gracias a ella de la divina misericordia.

Un gran pecador, en el reino de Valencia, desesperado y, para no caer en manos de la justicia, había resuelto hacerse turco; y ya estaba para embarcarse, cuando pasó providencialmente ante una iglesia en la que predicaba acerca de la misericordia de Dios el P. Jerónimo López, jesuita; al oírlo, se convirtió y se confesó con el mismo padre. Este le preguntó si había tenido alguna devoción con Dios, que le hubiera merecido aquella gran misericordia. Le respondió el penitente que no había tenido más devoción que la de rezar todos los días a la Santísima Virgen pidiéndole que no lo abandonase. El mismo padre vio en el hospital a un pecador que desde hacía cincuenta años no se había confesado, y que sólo había tenido esta pequeña devoción de saludar a cualquier imagen de la Virgen que encontraba rogándole no lo dejara morir en pecado mortal. Y le contó además que, en una riña se le rompió la espalda. Entonces le rezó a la Virgen: "Ahora me mata y me condeno; Madre de los pecadores, ayúdame". Y dicho esto, se encontró, sin saber cómo, lejos y en lugar seguro. Hizo confesión general y murió lleno de confianza en Dios.

Escribe san Bernardo que María se hace todo para todos y que abre los senos de su misericordia, para que todos reciban de su plenitud; el esclavo la redención, el enfermo la salud, el afligido consuelo, el pecador perdón de sus culpas, Dios su gloria; de tal forma que no hay nadie que no participe de su calor, siendo el sol celestial. Dice san Buenaventura: "¿Habrá en el mundo quien no ame a esta amabilísima Reina? Ella es más hermosa que el sol, más dulce que la miel; ella es un tesoro de bondad llena de amor para todos, y con todos cariñosa y llena de atenciones. Por eso yo te saludo -dice el santo enamorado- oh Señora y Madre mía, mi corazón y mi alma. Discúlpame, oh María, si te digo que te amo, porque si no soy digno de amarte, tú sí que eres digna de ser amada por mí".

Se le reveló a santa Gertrudis que, cuando se dice a María con devoción esta plegaria: "Ea pues, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos", no puede María dejar de inclinarse en favor de la súplica de quien le ruega. "Gran Señora -le habla así san Bernardo- es tan enorme tu misericordia, que todo el mundo está lleno de ella". Y dice san Buenaventura que nuestra Madre tiene tanto deseo de hacer bien a todos, que se siente como ofendida por quienes no le piden nada. "Tú, Señora -le dice san Ildeberto- nos enseñas a esperar gracias mayores de las que merecemos, ya que no cesas de darnos constantemente gracias que superan con mucho lo que pudiéramos merecer".
Ya anunció el profeta Isaías que, con la gracia de la Redención de los hombres, había de establecerse para todos ellos, un trono de divina misericordia. "Su trono se ha de fundar sobre la misericordia" (Is 16,5). ¿Cuál es este trono?, pregunta san Buenaventura, y responde: Este trono es María, junto al cual, justos y pecadores, encuentran el consuelo de su misericordia. Así como el Señor está lleno de piedad, así también lo está nuestra Señora; y lo mismo que el Hijo, así también la Madre no sabe negar su misericordia a quien la invoca. El abad Guérrico hace hablar a Jesús de este modo dirigiéndose a su Madre: "Madre mía, en ti he colocado el trono de mi imperio, pues por tu medio concederé todas las gracias que se me pidan. Tú me has dado el ser hombre, y yo te doy el ser como Dios, o sea, todo el poder para ayudar a salvar a los que quieras".

Un día en que santa Gertrudis rezaba con afecto a la Madre de Dios aquella oración: "Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos", vio que la Santísima Virgen le indicaba los ojos del Hijo que tenía en brazos, y le decía: "Estos son los ojos misericordiosos que yo puedo inclinar para salvar a todos los que me invocan". Lloraba una vez un pecador ante una imagen de María, pidiéndole que le obtuviera el perdón de Dios; y oyó que la Virgen, vuelta hacia el niño que tenía en sus brazos le dijo: "¿Se perderán estas lágrimas, Hijo mío?" Y se le dio a entender que Jesucristo le había perdonado.

Y ¿cómo podrá perderse jamás el que se encomienda a esta buena Madre, cuando el Hijo, que es Dios, ha prometido por su amor, y porque a él así le place, tener misericordia con todos los que a ella se encomiendan? Esto le reveló el Señor a santa Brígida, haciéndole oír estas palabras que le decía a María: "Por mi omnipotencia, Madre venerada, te he concedido el perdón de todos los pecadores que invocan con piedad tu auxilio, de la manera que a ti te agrade". Considerando el abad Adán de Perseigne, el gran poder que tiene María para con Dios, y su gran piedad para con nosotros, desbordando confianza le dice: "¡Madre de misericordia, tan grande es tu poder, como tu piedad! Tan piadosa eres para perdonar, como poderosa para alcanzar perdón. ¿Cuándo se ha dado el caso de que no hayas tenido compasión de los desdichados siendo la Madre de la misericordia? Y ¿cuándo se ha visto que no puedas ayudar, siendo la Madre del Todopoderoso? Con la misma facilidad con que conoces nuestras miserias, las remedias cuando quieres". Alégrate -le dice el abad Ruperto- alégrate, excelsa Reina, de la gloria de tu Hijo, y por compasión, no por nuestros méritos, danos de lo que te sobra a nosotros tus humildes siervos e hijos.

Y si tal vez nuestros pecados nos hacen desconfiar, digámosle con Guillermo de París: Señora, no presentes mis pecados en mi contra, porque yo les opondré tu misericordia. Y jamás se diga que mis pecados pueden competir y vencer a tu misericordia, que es más poderosa para obtenerme el perdón, que todos mis pecados para condenarme.

BENEDICTO XVI: SAN JUAN MARÍA VIANNEY

San Juan María Vianney, cura de Ars
Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy quiero recorrer de nuevo la vida del santo cura de Ars subrayando algunos de sus rasgos, que pueden servir de ejemplo también para los sacerdotes de nuestra época, ciertamente diferente de aquella en la que él vivió, pero en varios aspectos marcada por los mismos desafíos humanos y espirituales fundamentales. Precisamente ayer se cumplieron 150 años de su nacimiento para el cielo: a las dos de la mañana del 4 de agosto de 1859 san Juan Bautista María Vianney, terminado el curso de su existencia terrena, fue al encuentro del Padre celestial para recibir en herencia el reino preparado desde la creación del mundo para los que siguen fielmente sus enseñanzas (cf. Mt 25, 34). ¡Qué gran fiesta debió de haber en el paraíso al llegar un pastor tan celoso! ¡Qué acogida debe de haberle reservado la multitud de los hijos reconciliados con el Padre gracias a su obra de párroco y confesor! He querido tomar este aniversario como punto de partida para la convocatoria del Año sacerdotal que, como es sabido, tiene por tema: "Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote". De la santidad depende la credibilidad del testimonio y, en definitiva, la eficacia misma de la misión de todo sacerdote.

Juan María Vianney nació en la pequeña aldea de Dardilly el 8 de mayo de 1786, en el seno de una familia campesina, pobre en bienes materiales, pero rica en humanidad y fe. Bautizado, de acuerdo con una buena costumbre de esa época, el mismo día de su nacimiento, consagró los años de su niñez y de su adolescencia a trabajar en el campo y a apacentar animales, hasta el punto de que, a los diecisiete años, aún era analfabeto. No obstante, se sabía de memoria las oraciones que le había enseñado su piadosa madre y se alimentaba del sentido religioso que se respiraba en su casa.
Los biógrafos refieren que, desde los primeros años de su juventud, trató de conformarse a la voluntad de Dios incluso en las ocupaciones más humildes. Albergaba en su corazón el deseo de ser sacerdote, pero no le resultó fácil realizarlo. Llegó a la ordenación presbiteral después de no pocas vicisitudes e incomprensiones, gracias a la ayuda de prudentes sacerdotes, que no se detuvieron a considerar sus límites humanos, sino que supieron mirar más allá, intuyendo el horizonte de santidad que se perfilaba en aquel joven realmente singular. Así, el 23 de junio de 1815, fue ordenado diácono y, el 13 de agosto siguiente, sacerdote. Por fin, a la edad de 29 años, después de numerosas incertidumbres, no pocos fracasos y muchas lágrimas, pudo subir al altar del Señor y realizar el sueño de su vida.

El santo cura de Ars manifestó siempre una altísima consideración del don recibido. Afirmaba: "¡Oh, qué cosa tan grande es el sacerdocio! No se comprenderá bien más que en el cielo... Si se entendiera en la tierra, se moriría, no de susto, sino de amor" (Abbé Monnin, Esprit du Curé d'Ars, p. 113). Además, de niño había confiado a su madre: "Si fuera sacerdote, querría conquistar muchas almas" (Abbé Monnin, Procès de l'ordinaire, p. 1064). Y así sucedió. En el servicio pastoral, tan sencillo como extraordinariamente fecundo, este anónimo párroco de una aldea perdida del sur de Francia logró identificarse tanto con su ministerio que se convirtió, también de un modo visible y reconocible universalmente, en alter Christus, imagen del buen Pastor que, a diferencia del mercenario, da la vida por sus ovejas (cf. Jn 10, 11). A ejemplo del buen Pastor, dio su vida en los decenios de su servicio sacerdotal. Su existencia fue una catequesis viviente, que cobraba una eficacia muy particular cuando la gente lo veía celebrar la misa, detenerse en adoración ante el sagrario o pasar muchas horas en el confesonario.

El centro de toda su vida era, por consiguiente, la Eucaristía, que celebraba y adoraba con devoción y respeto. Otra característica fundamental de esta extraordinaria figura sacerdotal era el ministerio asiduo de las confesiones. En la práctica del sacramento de la Penitencia reconocía el cumplimiento lógico y natural del apostolado sacerdotal, en obediencia al mandato de Cristo: "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 23).
Así pues, san Juan María Vianney se distinguió como óptimo e incansable confesor y maestro espiritual. Pasando, "con un solo movimiento interior, del altar al confesonario", donde transcurría gran parte de la jornada, intentó por todos los medios, en la predicación y con consejos persuasivos, que sus feligreses redescubriesen el significado y la belleza de la Penitencia sacramental, mostrándola como una íntima exigencia de la Presencia eucarística (cf. Carta a los sacerdotes para el Año sacerdotal).

Los métodos pastorales de san Juan María Vianney podrían parecer poco adecuados en las actuales condiciones sociales y culturales. De hecho, ¿cómo podría imitarlo un sacerdote hoy, en un mundo tan cambiado? Es verdad que los tiempos cambian y que muchos carismas son típicos de la persona y, por tanto, irrepetibles; sin embargo, hay un estilo de vida y un anhelo de fondo que todos estamos llamados a cultivar. Mirándolo bien, lo que hizo santo al cura de Ars fue su humilde fidelidad a la misión a la que Dios lo había llamado; fue su constante abandono, lleno de confianza, en manos de la divina Providencia.

Logró tocar el corazón de la gente no gracias a sus dotes humanas, ni basándose exclusivamente en un esfuerzo de voluntad, por loable que fuera; conquistó las almas, incluso las más refractarias, comunicándoles lo que vivía íntimamente, es decir, su amistad con Cristo. Estaba "enamorado" de Cristo, y el verdadero secreto de su éxito pastoral fue el amor que sentía por el Misterio eucarístico anunciado, celebrado y vivido, que se transformó en amor por la grey de Cristo, los cristianos, y por todas las personas que buscan a Dios.

Su testimonio nos recuerda, queridos hermanos y hermanas, que para todo bautizado, y con mayor razón para el sacerdote, la Eucaristía "no es simplemente un acontecimiento con dos protagonistas, un diálogo entre Dios y yo. La Comunión eucarística tiende a una transformación total de la propia vida. Con fuerza abre de par en par todo el yo del hombre y crea un nuevo nosotros" (Joseph Ratzinger, La Comunione nella Chiesa, p. 80).

Así pues, lejos de reducir la figura de san Juan María Vianney a un ejemplo, aunque sea admirable, de la espiritualidad católica del siglo XIX, es necesario, al contrario, percibir la fuerza profética, de suma actualidad, que distingue su personalidad humana y sacerdotal. En la Francia posrevolucionaria que experimentaba una especie de "dictadura del racionalismo" orientada a borrar la presencia misma de los sacerdotes y de la Iglesia en la sociedad, él vivió primero -en los años de su juventud- una heroica clandestinidad recorriendo kilómetros durante la noche para participar en la santa misa. Luego, ya como sacerdote, se caracterizó por una singular y fecunda creatividad pastoral, capaz de mostrar que el racionalismo, entonces dominante, en realidad no podía satisfacer las auténticas necesidades del hombre y, por lo tanto, en definitiva no se podía vivir.

Queridos hermanos y hermanas, a los 150 años de la muerte del santo cura de Ars, los desafíos de la sociedad actual no son menos arduos; al contrario, tal vez resultan todavía más complejos. Si entonces existía la "dictadura del racionalismo", en la época actual reina en muchos ambientes una especie de "dictadura del relativismo". Ambas parecen respuestas inadecuadas a la justa exigencia del hombre de usar plenamente su propia razón como elemento distintivo y constitutivo de la propia identidad. El racionalismo fue inadecuado porque no tuvo en cuenta las limitaciones humanas y pretendió poner la sola razón como medida de todas las cosas, transformándola en una diosa; el relativismo contemporáneo mortifica la razón, porque de hecho llega a afirmar que el ser humano no puede conocer nada con certeza más allá del campo científico positivo. Sin embargo, hoy, como entonces, el hombre "que mendiga significado y realización" busca continuamente respuestas exhaustivas a los interrogantes de fondo que no deja de plantearse.

Tenían muy presente esta "sed de verdad", que arde en el corazón de todo hombre, los padres del concilio ecuménico Vaticano ii cuando afirmaron que corresponde a los sacerdotes, "como educadores en la fe", formar "una auténtica comunidad cristiana" capaz de preparar "a todos los hombres el camino hacia Cristo" y ejercer "una auténtica maternidad" respecto a ellos, indicando o allanando a los no creyentes "el camino hacia Cristo y su Iglesia", y siendo para los fieles "estímulo, alimento y fortaleza para el combate espiritual" (cf.Presbyterorum ordinis, 6).

La enseñanza que al respecto sigue transmitiéndonos el santo cura de Ars es que en la raíz de ese compromiso pastoral el sacerdote debe poner una íntima unión personal con Cristo, que es preciso cultivar y acrecentar día tras día. Sólo enamorado de Cristo, el sacerdote podrá enseñar a todos esta unión, esta amistad íntima con el divino Maestro; podrá tocar el corazón de las personas y abrirlo al amor misericordioso del Señor. Sólo así, por tanto, podrá infundir entusiasmo y vitalidad espiritual a las comunidades que el Señor le confía.

Oremos para que, por intercesión de san Juan María Vianney, Dios conceda a su Iglesia el don de santos sacerdotes, y para que aumente en los fieles el deseo de sostener y colaborar con su ministerio. Encomendemos esta intención a María, a la que precisamente hoy invocamos como Virgen de las Nieves.

martes, 1 de agosto de 2017

SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT: PARA HALLAR LA GRACIA DE DIOS HAY QUE HALLAR A MARÍA

 Todo se reduce, pues, a hallar un medio fácil con que consigamos de Dios la gracia necesaria para ser santos, y éste es el que te voy a enseñar. Digo, pues, que para hallar esta gracia de Dios hay que hallar a María. Por las siguientes razones:
 *Sólo María es la que ha hallado gracia delante de Dios, ya para Sí, ya para todos y cada uno de los hombres en particular; que ni los patriarcas, ni los profetas, ni todos los santos de la ley antigua pudieron hallarla.
 *María es Madre de la gracia, Mater gratiae, porque Ella es la que dio el ser y la vida al Autor de toda gracia.
*Dios Padre, de quien todo don perfecto y toda gracia desciende como fuente esencial, dándole al Hijo, le dio todas las gracias; de suerte, que, como dice San Bernardo, se le ha dado en Él y con Él la voluntad de Dios.
*Dios la ha escogido por tesorera, administradora y dispensadora de todas las gracias, de suerte que todas las gracias y dones pasan por sus manos y conforme al poder que ha recibido reparte Ella a quien quiere, como quiere, cuando quiere y cuanto quiere, las gracias del Eterno Padre, las virtudes de Jesucristo y los dones del Espíritu Santo.
Así como en el orden de la naturaleza es necesario que tenga el niño padre y madre, así en el orden de la gracia es necesario que el verdadero hijo de la Iglesia tenga por Padre a Dios y a María por Madre; y el que se jacte de tener a Dios por padre, sin la ternura de verdadero hijo para con María, es un engañador.
Puesto que María ha formado la Cabeza de los predestinados, Jesucristo, tócale a Ella el formar los miembros de esa Cabeza, los verdaderos cristianos: que no forman las madres cabezas sin miembros, ni miembros sin cabeza. Quien quiera, pues, ser miembro de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad, debe formarse en María, mediante la gracia de Jesucristo, que en Ella plenamente reside, para de lleno comunicarse a los verdaderos miembros de Jesucristo, que son verdaderos hijos de María.
El Espíritu Santo, que se desposó con María, y en Ella, por Ella y de Ella, produjo su obra maestra, el Verbo encarnado Jesucristo, continúa produciendo todos los días en Ella y por Ella a los predestinados, por verdadero aunque misterioso modo.
María ha recibido de Dios particular dominio sobre las almas, para alimentarlas y hacerlas crecer en Él. Aun llega a decir San Agustín que en este mundo los predestinados todos están encerrados en el seno de María, y que no salen a la luz hasta que esta buena Madre les conduce a la vida eterna. Por consiguiente, así como el niño saca todo su alimento de la madre, que se lo da proporcionado a su debilidad, así los predestinados sacan todo su alimento espiritual y toda su fuerza de María.
María es a quien ha dicho el Padre: "in Jacob inhabita", hija mía, mora en Jacob, es decir, en mis predestinados, figurados por Jacob; María es a quien ha dicho el Hijo: "in Israel haereditare", hereda en Israel, madre querida, es decir, en los predestinados; María es a quien ha dicho el Espíritu Santo: "in electis meis mitte radices", arraiga fiel esposa, en mis elegidos. Quienquiera, pues, que sea elegido o predestinado, tiene a María por moradora de su casa, es decir, de su alma y la deja echar raíces de humildad profunda, de caridad ardiente y de todas las virtudes.
Molde viviente de Dios, "forma Dei", llama San Agustín a María y, en efecto, lo es. Quiero decir que en Ella sola se formó Dios hombre, al natural, sin que rasgo alguno de divinidad le faltara; y en Ella sola también puede formarse el hombre en Dios, al natural, en cuanto es capaz de ello la naturaleza humana, con la gracia de Cristo. 

De dos maneras puede un escultor sacar al natural una estatua o retrato: primera, con fuerza y saber y buenos instrumentos puede labrar la figura en materia dura e informe; y segunda, puede vaciarla en un molde. Largo, difícil, expuesto a muchos tropiezos es el primer modo; un golpe mal dado, de cincel o de martillo, basta, a veces, para echarlo a perder todo. Pronto, fácil y suave es el segundo, casi sin trabajo y sin gastos, con tal que el molde sea perfecto y que represente al natural la figura; con tal que la materia de que nos servimos sea manejable y de ningún modo resista a la mano.
El gran molde de Dios, hecho por el Espíritu Santo, para formar al natural un Hombre-Dios, por la unión hipostática, y para formar un hombre-Dios por la gracia, es María. Ni un solo rasgo de divinidad falta en este molde; cualquiera que se meta en él y se deje modelar, recibe allí todos los rasgos de Jesucristo, verdadero Dios; y esto de manera suave y proporcionada a la debilidad humana, sin grandes trabajos ni agonías; de manera segura y sin miedo de ilusiones, puesto que el demonio no tuvo ni tendrá jamás entrada en María, Santa e Inmaculada, sin la menor mancilla de culpa.
¡Oh alma querida, cuánto va del alma formada en Jesucristo, por los medios ordinarios de la que, como los escultores, se fía de su pericia, y se apoya en su industria, al alma bien tratable, bien desligada, bien fundida, que sin estribar en sí, se mete dentro de María y se deja manejar allí por la acción del Espíritu Santo! ¡Cuántas tachas, cuántos defectos, cuántas tinieblas, cuántas ilusiones, cuánto de natural y humano hay en la primera! Y la segunda, ¡cuán pura es y divina y semejante a Cristo! 
No hay ni habrá jamás criatura, sin exceptuar bienaventurados, ni querubines, ni serafines de los más altos en el mismo cielo, en que Dios sea más grande que en la Bienaventurada Virgen María. Ella es el paraíso de Dios y su mundo inefable, donde el Hijo de Dios entró para hacer maravillas, para guardarle y tener en Él sus complacencias. Un mundo hecho para el hombre peregrino, que es la tierra que habitamos; otro mundo para el hombre bienaventurado, que es el paraíso; mas para Sí mismo, ha hecho otro mundo y lo ha llamado María; mundo desconocido a casi todos los mortales de la tierra, e incomprensible a los ángeles y bienaventurados del cielo, que, admirados de ver a Dios tan elevado y lejano, tan escondido en su mundo que es la Bienaventurada Virgen María, claman sin cesar: "Santo, Santo, Santo".
Feliz y mil veces feliz es en la tierra el alma a quien el Espíritu Santo revela el Secreto de María para que lo conozca, a quien abre este huerto cerrado, para que en él entre, y esta fuente sellada para que de ella saque el agua viva de la gracia y beba en larga vena de su corriente. Puesto que en todas partes está Dios, en todas se le puede hallar: pero no hay sitio en que la criatura encontrarle pueda tan cerca y tan al alcance de su debilidad como en María, pues para eso bajó a Ella. En todas partes es el Pan de los fuertes y de los ángeles, pero en María es el Pan de los niños.
Nadie, pues, se imagine, como algunos falsos iluminados, que María, por ser criatura, es impedimento para la unión con el Creador. No es ya María quien vive, es sólo Jesucristo, es sólo Dios quien vive en Ella. La transformación de María en Dios excede a la de San Pablo y otros santos más que el cielo se levanta sobre la tierra. Sólo para Dios nació María, y tan lejos está de ¡retener! consigo a las almas que, por el contrario, hace que remonten hasta Dios su vuelo, y tanto más perfectamente las une con Él, cuanto con Ella están más unidas.
María es eco admirable de Dios, que cuando se grita: María, no responde más que: Dios; y cuando con Santa Isabel se la saluda bienaventurada, no hace más que engrandecer a Dios. Si los falsos iluminados, de quienes tan miserablemente ha abusado el demonio, hasta en la oración, hubieran sabido hallar a María y por María a Jesús y por Jesús a Dios, no hubieran dado tan terribles caídas. Una vez que se ha encontrado a María, y por María a Jesús y por Jesús a Dios Padre, se ha encontrado todo bien, como dicen las almas santas.  Quien dice todo, nada exceptúa: toda gracia y amistad cerca de Dios, toda seguridad contra los enemigos de Dios, toda verdad contra la mentira, toda facilidad para vencer las dificultades en el camino de la salvación, toda dulzura y gozo en las amarguras de la vida.

 Y no es que esté exento de sufrimientos y cruces el que ha encontrado a María mediante la verdadera devoción: lejos de eso, más que a ningún otro le asaltan, porque María, que es la madre de los vivientes, da a sus hijos los trozos del Árbol de la Vida,que es la Cruz de Jesucristo; mas al repartirles buenas cruces, les da gracias para llevarlas con paciencia y aun con alegría (de suerte que las cruces que da Ella a los suyos son cruces de dulce, almibaradas más bien que amargas); o si por algún tiempo gustas la amargura del cáliz, que necesariamente han de beber los amigos de Dios, la consolación y gozo que esta buena Madre hace suceder a la tristeza, les alienta infinito para llevar otras cruces, aun más amargas y pesadas.

SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT: DEFORMACIONES DEL CULTO A MARÍA


En efecto, hoy más que nunca, nos encontramos con falsas devociones que fácilmente podrían tomarse por verdaderas. El demonio, como falso acuñador de moneda y ladrón astuto y experimentado, ha engañado y hecho caer ya a muchas almas por medio de falsas devociones a la Santísima Virgen y cada día utiliza su experiencia diabólica para engañar a muchas otras, entreteniéndolas y adormeciéndolas en el pecado, so pretexto de algunas oraciones mal recitadas y de algunas prácticas exteriores inspiradas por él.

Como un falsificador de moneda no falsifica ordinariamente sino el oro y la plata y muy rara vez los otros metales, porque no valen la pena, así el espíritu maligno no falsifica las otras devociones tanto como las de Jesús y María la devoción a la Sagrada. Comunión y la devoción a la Virgen porque son entre las devociones, lo que el oro y la plata entre los metales.

 Es, por ello, importantísimo:

1° conocer las falsas devociones para evitarlas y las verdaderas para abrazarlas,

 2° conocer cuál es, entre las diferentes formas de devoción verdadera a la Santísima Virgen, la más perfecta, la más agradable María, la más gloriosa para el Señor y la más eficaz para nuestra santificación, a fin de optar por ella.
Hay, a mi parecer, siete clases de falsos devotos y falsas devociones a la Santísima Virgen, a saber:

1° los devotos críticos;

2° los devotos escrupulosos;

3° los devotos exteriores;

4° los devotos presuntuosos;
5° los devotos inconstantes;
6° los devotos hipócritas;
7° los devotos interesados. 

a. Los devotos críticos

Los devotos críticos son, por lo común, sabios orgullosos, engreídos y pagados de sí mismos, que en el fondo tienen alguna devoción a la Santísima Virgen, pero critican casi todas las formas de piedad con las que las gentes sencillas honran ingenua y santamente a esta buena Madre, sólo porque no se acomodan a sus fantasías. Ponen en duda todos los milagros e historias referidas por autores fidedignos o extraídas de las crónicas de las Ordenes religiosas, que atestiguan la misericordia y poder de la Santísima Virgen. Se irritan al ver a las gentes sencillas y humildes arrodilladas para rogar a Dios ante un altar o imagen de María o en la esquina de una calle... Llegan hasta a acusarlas de idolatría, como si adorarán la madera o la piedra. En cuanto a ellos así dicen no gustan de tales devociones exteriores ¡ni son tan cándidos para creer a tantos cuentos e historietas como corren acerca de la Santísima Virgen! Si se les recuerdan las admirables alabanzas que los Santos Padres tributan a María, responden que hablaban como oradores, en forma hiperbólica, o dan una falsa explicación de sus palabras. Esta clase de falsos devotos y gente orgullosa y mundana es mucho de temer: hace un daño incalculable a la devoción a la Santísima Virgen, alejado de Ella definitivamente a los pueblos so pretexto de desterrar abusos.

(Iremos dando a conocer en el correr del mes las otras 6 clases de falsos devotos)
Tomado de la obra : Tratado sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen

SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT: LOS DEVOTOS PRESUNTUOSOS

Los devotos presuntuosos son pecadores aletargados en sus pasiones o amigos de lo mundano. Bajo el hermoso nombre de cristianos y devotos de la Santísima Virgen, esconden el orgullo, la avaricia, la lujuria, la embriaguez, el perjurio, la maledicencia o la injusticia, etc.; duermen en sus costumbres perversas, sin hacerse mucha violencia para corregirse, confiados en que son devotos de la Santísima Virgen; se prometen a sí mismos que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión ni se condenarán, porque rezan el Rosario, ayunan los sábados, pertenecen a la cofradía del Santo Rosario, a la del escapulario y otras congregaciones, llevan el hábito o la cadenilla de la Santísima Virgen, etc.

Cuando se les dice que su devoción no es sino ilusión diabólica y perniciosa presunción, capaz de llevarlos a la ruina, se resisten a creerlo. Responden que Dios es bondad y misericordia; que no nos ha creado para perdición; que no hay hombre que no peque, que basta un buen "¡Señor, pequé!" a la hora de la muerte. Y añaden que son devotos de la Santísima Virgen; que llevan el escapulario, que todos los días rezan puntualmente siete Padrenuestros y Avemarías en su honor y, algunas veces, el Rosario o el Oficio de Nuestra Señora, que ayunan, etc.

Para confirmar sus palabras y cegarse aún más, alegan algunos hechos verdaderos o falsos poco importa que han oído o leído, en los que se asegura que personas muertas en pecado mortal y sin confesión, gracias a que durante su vida hablan rezado algunas oraciones o ejercitado algunas prácticas de devoción en honor de la Virgen resucitaron para confesarse o su alma permaneció milagrosamente en el cuerpo hasta que lograron confesarse o, a la hora de la muerte, obtuvieron del Señor, por la misericordia de María, el perdón y la salvación. ¡Ellos esperan correr la misma suerte!

Nada, en el cristianismo, es tan perjudicial a las gentes como esta presunción diabólica. Porque, ¿Cómo puede alguien decir con verdad que ama y honra a la Santísima Virgen, mientras con sus pecados hiere, traspasa, crucifica y ultraja despiadadamente a Jesucristo, su Hijo? Si María se obligara a salvar por su misericordia a esta clase de personas, ¡Autorizaría el pecado y ayudaría a crucificar a su Hijo! Y esto, ¿quién osaría siquiera pensarlo?

Protesto que abusar así de la devoción a la Santísima Virgen devoción que después de la que se tiene al Señor en el Santísimo Sacramento es la más santa y sólida de todas constituye un horrible sacrilegio, el mayor y menos digno de perdón después de la comunión sacrílega. Confieso que, para ser verdadero devoto de la Santísima Virgen, no es absolutamente necesario que seas tan santo, que llegues a evitar todo pecado aunque esto sería lo más deseable. Pero es preciso, al menos (¡nota bien lo que digo!):
1º mantenerse sinceramente resuelto a evitar, por lo menos, todo pecado mortal, que ultraja tanto a la Madre como al Hijo;

2º violentarse para evitar el pecado;

3º inscribirse en las cofradías, rezar los cinco o quince misterios del Rosario u otras oraciones, ayunar los sábados, etc.
Todas estas buenas obras son maravillosamente útiles para lograr la conversión de los pecadores por endurecidos que estén. Y si tú, lector, fueras uno de ellos, aunque ya tuvieras un pie en el abismo... te las aconsejo, a condición de que las realices con la única intención de alcanzar de Dios por intercesión de la Santísima Virgen la gracia de la contrición y perdón de tus pecados y vencer tus hábitos malos y no para permanecer tranquilamente en estado de pecado, no obstante los remordimientos de la conciencia, el ejemplo de Jesucristo y de los santos y las máximas del Santo Evangelio.

RP HORACIO BOJORGE SJ: EL DEMONIO DE LA ACEDIA (3)

SAN LUIS MARÍA GRINION DE MONTFORT: LOS DEVOTOS EXTERIORES



 Los devotos exteriores son personas que cifran toda su devoción a María en prácticas externas. Solo gustan de lo exterior de esta devoción, porque carecen de espíritu interior. Rezan muchos Rosarios, pero atropelladamente. Participan en muchas Misas, pero sin atención. Se inscriben en todas las cofradías marianas, pero sin enmendar su vida, sin vencer sus pasiones, ni imitar las virtudes de la Santísima Virgen. Sólo gustan de lo sensible de la devoción, no buscan lo sólido. De suerte que si no experimentan algo sensible en sus prácticas piadosas, creen que no hacen nada, se desalientan y lo abandonan todo o lo hacen por rutina.

El mundo está lleno de esta clase de devotos exteriores. No hay gente que más critique a las personas de oración, que se empeñan en lo interior como lo esencial, aunque sin menospreciar la modestia exterior, que acompaña siempre a la devoción verdadera.