viernes, 10 de junio de 2016

CARTA DEL PADRE PÍO (17/11/1914)

Jesús la consuele siempre y la guarde en su santo amor. Así sea. Bendigo, amo y ruego siempre al Señor y en todo momento de mi vida le doy las gracias por tantos favores como ha concedido a Ud. y a su hermana. Sea, por siempre, jamás, bendecido el Padre de los huérfanos por haber devuelto en su bondad la vida a Juana. No les oculto el peligro extremo que corrió: fue arrebatada de las fauces de la muerte: había sido destinada a unirse con sus padres allá arriba. Solamente las numerosas oraciones pudieron suspender la ejecución. Les digo esto no para despertar en Ud. espanto y terror y sí para excitarles al agradecimiento y a una mayor confianza en el Autor de todo bien. ¡Cuán bueno es nuestro Dios! El quiso evitarles semejante desgracia.

Vuelvo a exhortarles a confiar siempre en Dios y a no abandonarse a sí mismas como por desgracia suele ocurrir: No den lugar a la tristeza en el alma que impide la libre operación del Espíritu Santo. Entristezcámonos, sí, pero con santa tristeza al ver el mal que tanto se propaga y las muchas almas que apartaban de la fe. Ese no querer someter el propio juicio al de los demás, ni siquiera al del muy experto en la cuestión, es signo de poca docilidad y signo de soberbia. Uds. mismas lo reconocen, Uds. mismas están de acuerdo. Pues bien, anímense y eviten el caer en ello; sean todo ojos al respecto; el Señor está con Uds. atento siempre a escuchar sus secretas confidencias.

Si yo realmente he presionado y presiono al Corazón del Padre celestial por la salud de Juana y por la de Uds., El lo sabe. La curación perfecta de la enfermedad que martiriza a la pobre Juana no serviría a dar gloria a Dios, ni a la salvación de su alma, ni a la edificación de las personas que viven del espíritu de Jesús; por lo cual no puedo continuar, no puedo importunar más a su divina Majestad para que se la conceda. Rezaré, sí, y no la olvidaré, dondequiera que esté y en cualquier estado que me encuentre, para que el Señor quiera concederle habitualmente la salud que necesita para cumplir su oficio. Tengo la esperanza de que el Señor, siempre bondadoso, no rechazará la oración de su siervo y de que me concederá en favor de la pobre enferma más aún de lo que me atrevo a pedirle.

El otro motivo por el cual me retraigo de pedir la curación perfecta de Juana, es porque su enfermedad le sirve de medio muy eficaz en el ejercicio de la virtud, y yo no puedo privar a esta alma generosa de tantos tesoros, por una piedad y un amor que Uds. entienden equivocadamente. Y Ud. recuerde que si hoy se encuentra en el buen camino es por aquella gracia que la Virgen de Pompeya le obtuvo en favor de su hermana. Consideren esto y no pretendan lo que el Señor no querría ni haría, porque se trata de imperfección en la fe por parte de Uds. Piensen en lo que les he dicho; que el Señor sé lo haga comprender. Manténganse fuertes en la fe y quedarán rechazadas todas las malas artes del enemigo. Esta es la advertencia que nos da San Pedro, Príncipe de los apóstoles: "Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, os acorrala buscando presa; resistidles firmes en la fe," y para dar mayores ánimos añade: "Sabiendo que lo mismo tienen que sufrir vuestros hermanos que pueblan el mundo." Sí, querida, en el momento de la lucha recuerden su fe en las verdades cristianas y de modo singular reaviven su fe en las promesas de vida eterna que el Señor ha hecho a quienes combatan con ánimo y fortaleza. Que les infunda ánimo y valor el saber que no se está solo cuando se sufre, ya que todos los cristianos del mundo sufren las mismas penas y se hallan expuestos a las mismas tribulaciones. Recordemos también que el destino de las almas elegidas es el sufrimiento, condición a la que Dios, autor de todo y de todos los dones conductores a la salvación, ha fijado para darnos la gloria.

Arriba los corazones llenos de confianza en solo Dios. Humillémonos bajo su mano poderosa, aceptando con buena cara las tribulaciones que nos manda, para que pueda exaltarnos el día de su llegada. Toda nuestra solicitud la ponemos en su amor más de lo que se pueda decir o imaginar.

Padre Pío, Capuchino

jueves, 9 de junio de 2016

DIÁCONO JORGE NOVOA: TU VIDA ESTÁ MÁS SEGURA EN MIS MANOS QUE EN LAS TUYAS..


“Tu vida está más segura en mis manos que en las tuyas ¿Crees esto?” Todo discípulo en su caminar, junto al  maestro, en algún momento de su vida siente que  en esta frase  se encuentra  el núcleo de  la propuesta del Señor. Alguno puede pensar, que esto encierra cierta pasividad,  lejos está la palabra del Señor de proponernos una actitud irresponsable.

La Iglesia custodia, interpreta y enseña la Revelación de Dios. Allí aprendemos a escuchar “la voz del Señor”, y rápidamente comprendemos que sus  caminos difieren de los nuestros, decía Isaías, como dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los tuyos…

Los caminos de Dios nos invitan a confiar, a no temer, incluso al cruzar valles oscuros nos tranquilizan anunciándonos, que su cayado nos protege. Confía. Esta es la experiencia primera en el camino de la santificación, si no te animas a confiar, siempre estarás atascado en tus propias seguridades. Dios es los único sólido, su amor es fiel y permanece a tu lado invitándote a confiar…“Tu vida está más segura en mis manos que en las tuyas ¿Crees esto? 

martes, 7 de junio de 2016

Claudio La Colombière, S.I. (1641-1682): APÓSTOL DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Claudio La Colombière, tercer hijo del notario Beltrán La Colombière y Margarita Coindat, nació el  2 de febrero de 1641 en St. Symphorien, Delfinado. Trasladada la familia a Vienne, aquí recibió Claudio la primera educación escolar, que después completó en Lyón con el estudio de la Retórica y la Filosofía. En este último período precisamente se sintió llamado a la vida religiosa en la Compañía de Jesús, si bien no conocemos los motivos que le llevaron a esta decisión. En cambio, sí nos ha dejado esta confesión en uno de sus escritos: "Sentía enorme aversión a la vida que abrazaba".

Es fácil de comprender esta afirmación para quien se haya interesado por la vida de Claudio, cuya naturaleza, muy sensible a las relaciones familiares y de amistad, era también harto inclinada a la literatura y el arte, y a cuanto hay de más digno en la vida de sociedad. Pero no era hombre que se dejase guiar del sentimiento, por otra parte A los 17 años entró en el Noviciado de la Compañía de Jesús de Aviñón. En 1660 pasó del Noviciado al Colegio, en la misma ciudad, para concluir los estudios de Filosofía y pronunciar los primeros votos religiosos. Al terminar el curso fue nombrado profesor de Gramática y Literatura, función que desempeñó durante cinco años en dicho Colegio.

En 1666 se le envió a París, a estudiar Teología en el Colegio de Clermont; en la misma época se le confió una misión de gran responsabílidad. La notable aptitud demostrada por Claudio a los estudios humanísticos, unida a sus dotes de prudencia y finura, movieron a los Superiores a elegirlo preceptor de los hijos de Colbert, Ministro de Finanzas de Luis XIV.

Finalizados los estudios de Teología y ordenado Sacerdote, volvió de nuevo a Lyón en calidad de profesor durante un tiempo para dedicarse después enteramente a la predicación y a la dirección de la Congregación Mariana.
La predicación de La Colombière se distinguió siempre por su solidez y hondura; no se perdía en vaguedades sino que habilmente se dirigía al auditorio concreto y, con tan vigorosa inspiración evangélica, que infundía en todos serenidad y confianza en Dios. Las ediciones de sus sermones produjeron -y siguen produciendo hoy- abundantes frutos espirituales; porque, tenidos en cuenta el lugar y la duración de su ministerio, resultan menos envejecidos que los de otros oradores de mayor fama.

El año 1674 fue decisivo en la vida de Claudio. Hizo la Tercera Probación en la "Maison de Saint-Joseph" de Lyón y, en el mes de Ejercicios que es costumbre hacer, el Señor lo fue preparando a la misión que le tenía reservada. Los apuntes de este período nos permiten seguir paso a paso las luchas y triunfos de su espíritu, extraordinariamente sensible a los atractivos humanos, pero generoso con Dios.

El voto que hizo de observar todas las Constituciones y Reglas de la Compañía no tenía por objeto esencial la vinculación a una serie de observancias minuciosas, sino la realización del recio ideal de apóstol descrito por San Ignacio. Precisamente porque este ideal le pareció espléndido, Claudio lo asumió como programa de santidad. El subsiguiente sentimiento de liberación que experimentó junto con una mayor apertura de los horizontes apostólicos -testimoniados en su diario espiritual- prueban que ello había respondido a una invitación de Jesucristo mismo.

El 2 de febrero de 1675 hizo la Profesión solemne y fue nombrado Rector del Colegio de Paray-le-Monial. No faltó quien se sorprendiera de que un hombre tan eminente fuera destinado a una ciudad tan recóndita como Paray. La explicación se halla en el hecho de que los Superiores sabían que aquí, en el Monasterio de la Visitación, vivía en angustiosa incertidumbre una humilde religiosa, Margarita María Alacoque, a la que el Señor estaba revelando los tesoros de su Corazón; y esperaba que el mismo Señor cumpliese su promesa de enviarle un "siervo fiel y amigo perfecto suyo" que le ayudaría a cumplir la misión a que la tenía destinada: manifestar al mundo las insondables riquezas de su amor.

Una vez en su nuevo destino y mantenidos los primeros encuentros con Margarita María, ésta le abrió enteramente su espíritu y, por tanto, también las comunicaciones que ella creía recibir del Señor. El Padre dio su aprobación plena y le sugirió que pusiera por escrito lo que ocurría en su alma, a la vez que la orientaba y sostenía en el cumplimiento de la misión recibida. Cuando después, gracias a la luz divina que recibía en la oración y el discernimiento, estuvo seguro de que Cristo deseaba el culto de su Corazón, se entregó a él sin reservas, como atestiguan su dedicación y sus apuntes espirituales. En éstos aparece claro que, ya antes de las confidencias de Margarita María Alacoque y siguiendo las directrices de San Ignacio, Claudio había llegado a la contemplación del Corazón de Cristo como símbolo de su mismo amor.

Tras año y medio de permanencia en Paray, en 1676 el P. La Colombière salió hacia Londres, nombrado predicador de la Duquesa de York. Era una misión sumamente delicada, dados los sucesos que sacudían a Inglaterra en este momento; antes de finales de octubre del mismo año, el Padre ocupaba ya el apartamento a él reservado en el palacio de St. James. Ademas de predicar en la capilla y dedicarse a la dirección espiritual sin tregua, oral y escrita, Claudio pudo entregarse a la sólida instrucción religiosa de no pocas personas que habían abandonado la Iglesia Romana.

Y, si bien entre grandes peligros, gozó del consuelo de ver volver a muchos, hasta el punto de que al cabo de un año decía: "Podría escribir todo un libro sobre las misericordias de que he sido testigo desde que estoy aquí".

Esta intensidad de trabajo y el clima minaron su salud y comenzaron a manifestarse los primeros síntomas de una afección pulmonar. Pero el P. Claudio prosiguió con su mismo plan de vida. A finales de 1678 fue arrestado de repente, bajo la acusación calumniosa de conspiración papista.

A los dos días se le trasladó a la horrenda cárcel de King's Bench y allí permaneció tres semanas sometido a graves privaciones, hasta que se le expulsó de Inglaterra por Decreto real.

Todos estos padecimientos fueron minando aún más su saludad que fue empeorando con altibajos a su vuelta a Francia. Habiéndose agravado notablemente, se le envió de nuevo a Paray. El 15 de febrero de 1682, primer Domingo de Cuaresma, al atardecer le sobrevino una fuerte hemotisis que puso fin a su vida El 16 de junio de 1929, el Papa Pío XI beatificó a Claudio La Colombière, cuyo carisma según Santa Margarita María Alacoque, consistió en elevar las almas a Dios siguiendo el camino de amor misericordia que Cristo nos revela en el Evangelio.