martes, 31 de enero de 2012

P.MIGUEL A. TABET: NOCIÓN DE BIBLIA CATÓLICA

Según la teología católica, existen tres elementos que caracterizan esencialmente la noción de ‘Biblia’. En primer lugar, su unión indisoluble a la Tradición viva de la Iglesia[1], de modo que forma junto con ella «un único depósito sagrado de la Palabra de Dios» (DV10).

La misma formación de la Escritura constituye un momento singular del camino recorrido por la Tradición, ya que forma parte constitutiva de la misma. La Iglesia católica confiesa por esto que no es posible alcanzar exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado, y que ha de recibir y respetar la Tradición «con el mismo espíritu de devoción» que la Escritura (DV 9)[2]. La conciencia eclesial reconoce además que entre los varios carismas distribuidos por el Espíritu en la Iglesia para la interpretación de la Escritura, uno del todo específico corresponde a la autoridad magisterial, pues, si bien es verdad que «todos los miembros de la Iglesia tienen un papel en la interpretación de las Escrituras», en el ejercicio de su ministerio pastoral «los obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles, son los primeros testigos y garantes de la Tradición viva en la cual las Escrituras son interpretadas en cada época»[3].

Un segundo aspecto que define la ‘Biblia católica’ concierne al modo en que se concibe la puesta por escrito de los libros que la forman, o lo que es lo mismo, al concepto de ‘inspiración bíblica’. Según la teología católica, el proceso de composición de los libros sagrados fue un proceso divino-humano en el que Dios y el autor humano intervinieron cada uno con la propia potencialidad creativa, de modo que, si por una parte Dios se debe considerar ‘Autor’ de la Sagrada Escritura, lo es en cuanto que inspira a los autores humanos: «Dios, actuando en ellos y por medio de ellos, hizo que éstos escribieran, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería», según la fórmula adoptada por el Concilio Vaticano II (cf DV 11).

De ahí que «todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo» (DV 11). Según la teología católica,en consecuencia, «las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios» (DV 24). Por otra parte, los autores humanos son «verdaderos autores» de sus libros.

El tercer elemento que identifica la Biblia católica está vinculado al problema hermenéutico. En la teología católica, en efecto, se reconoce la existencia de dos principios fundamentales de interpretación, íntimamente vinculados e irrenunciables, radicados en el hecho de que «Dios ha hablado a los hombres en la Escritura a la manera humana» (DV 12).

Por esto, junto al fundamental quehacer hermenéutico de indagar lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar por medio de sus palabras teniendo en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura (a través del estudio de los géneros literarios y de las maneras de sentir, de hablar y de narrar en los tiempos remotos), hay otro principio no menos importante y sin el cual la Escritura quedaría como letra muerta: «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita» (DV 12).

Esta afirmación implica tres exigencias fundamentales en la interpretación, señalados también en DV 12: a) prestar atención «al contenido y a la unidad de toda la Escritura», pues por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro; b) leer la Escritura en «la Tradición viva de toda la Iglesia», pues la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios; y c) estar atento «a la analogía de la fe» (cf Rm 12, 6) o «regla de verdad», es decir, a la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación .

1. Se trata de la Tradición que, derivada de los apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia
del Espíritu Santo. Sobre esta noción, cf la constitución dogmática Dei Verbum 7-9 (para este documento utilizaremos la sigla: DV).

2.No extraña por esto que la teología patrística y medieval designase generalmente con el solo término ‘Escritura’ la ‘Escritura leída en la Tradición’.

3.Pontificia Comisión Bíblica, Inst. La interpretación de la Biblia en la Iglesia: EB 1466. Este documento será citado con la sigla IBI.


(Recomendamos la lectura de los libros de Introducción del P.Miguel A Tabet)

miércoles, 25 de enero de 2012

MEDJUGORJE: MENSAJE 25 DE ENERO

  ¡Queridos hijos! Con alegría también hoy los invito a abrir sus corazones y a escuchar mi llamado. Yo deseo acercarlos de nuevo a mi Corazón Inmaculado, donde encontrarán refugio y paz. Ábranse a la oración, hasta que ésta se convierta en alegría para ustedes. A través de la oración, el Altísimo les dará abundancia de gracia y ustedes llegarán a ser mis manos extendidas en este mundo inquieto que anhela la paz. Hijitos, testimonien la fe con sus vidas y oren para que la fe crezca en sus corazones día tras día. Yo estoy con ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

domingo, 22 de enero de 2012

Confesiones: Andrés, de la oscuridad a la luz



Andrés es un joven de 28 años, su niñez está marcada por la incomprensión y el rechazo por medio de las burlas de sus compañeros de primaria. La adolescencia se torna ingobernable, cursa solamente un año de secundaria y comienza a trabajar con su padre. La agresión que experimenta en lo afectivo y en el mundo de las relaciones lo sumergen en la cultura de la música pesada, es el inicio de un camino de oscuridad que lo llevará, por el rock satánico, las drogas y todo tipo de relaciones violentas…Andrés como tantos, va cayendo en un pozo cada vez más profundo, para muchos está totalmente perdido..Para Jesús no lo estaba…. No dejes de escuchar este valiosísimo testimonio… http://www.badongo.com/es/file/8767262 (Baja en 8 minutos...)

sábado, 21 de enero de 2012

HANS URS VON BALTHASAR: TERCER DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

Jon 3,1-5.10 ; 1 Co 7,29-31 ; Mc 1,14-20
El tema de los tres textos es la urgencia de la conversión; ya no hay tiempo para nada más.
La predicación de Jonás. La primera lectura ha sido motivo de sorpresa para muchos. Jonás invita a la ciudad de Nínive a la conversión: Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada. La conversión se produce, la destrucción no. Está claro que lo que Dios quería era lograr esa conversión; en realidad la destrucción no le importaba. Y como se produjo la conversión deseada, no había necesidad de ninguna destrucción. Pero con la amenaza de destrucción Dios no pretende dar un simple susto a los habitantes de Nínive, la amenaza se pronuncia totalmente en serio y como tal la toman los ninivitas. Estos comprendieron quizá también su lado positivo: que Dios quiere siempre el bien y nunca la destrucción, y que solamente cuando no se produce la conversión, debe aniquilar el mal por amor al bien. La indignación del profeta a causa de la inconstancia de Yahvé se debe al carácter más bien irónico del libro de Jonás: ¿cómo puede un Dios amenazar con catástrofes y luego no llevarlas a cabo?
En la segunda lectura Pablo saca no pocas consecuencias de la brevedad del tiempo. No se trata de una espera inminente, sino más bien del carácter general del tiempo terrestre. Este tiempo es de por sí tan apremiante que nadie puede instalarse en él cómoda y despreocupadamente. Todos los estados de vida en la Iglesia deben sacar las consecuencias; el apóstol se refiere aquí sólo a los laicos: a todas sus actividades y formas de conducta se añade coeficiente negativo: llorar, como si no se llorase; estar casado, como si no se tuviese mujer; comprar como si no se poseyera nada, etc. Todos los bienes que poseemos y necesitamos en este mundo debemos poseerlos y utilizarlos con una indiferencia tal que en cualquier momento podamos renunciar a ellos, porque el tiempo apremia y la frágil figura de este mundo se termina. Todo nuestro vivir es emprestado y el tiempo nos ha sido dado con la condición de que en cualquier momento se nos puede privar de él.
El evangelio muestra las consecuencias del plazo anunciado también por Jesús como cumplido. Con este cumplimiento el reino de Dios se encuentra en el umbral del tiempo terrestre, y de este modo adquiere pleno sentido consagrarse enteramente, con toda la propia existencia, a esta realidad que comienza infaliblemente. Esto no se hace espontáneamente, se es llamado y equipado por Dios para ello. En este caso son cuatro los discípulos a los que Jesús invita a dejar su actividad mundana – y ellos obedecen a esta llamada sin hablar palabra – para ser equipados con la vocación que les corresponde en el reino de Dios: en lo sucesivo serán pescadores de hombres - pescar pueden ciertamente, ya que son pescadores de profesión-. Son éstas vocaciones ejemplares, pero no se trata propiamente de excepciones. También muchos cristianos que permanecen dentro de sus profesiones seculares, son llamados al servicio del reino que Jesús anuncia; éstos cristianos necesitan, para poder seguir esta llamada, precisamente la indiferencia de la que hablaba Pablo en la segunda lectura. Al igual que los hijos de Zebedeo dejan a su padre y a los jornaleros para seguir a Jesús, así también el cristiano permanece en el mundo debe dejar mucho de lo que le parece irrenunciable, si quiere seguir a Jesús seriamente. El que echa mano del arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios (Lc 9,62).

viernes, 13 de enero de 2012

MONS. DEMETRIO FERNANDEZ/ HUID DE LA FORNICACIÓN



La sexualidad humana vista con ojos limpios es el lenguaje y la expresión del amor verdadero, de un amor que no busca sólo su interés y su satisfacción, sino que es donación, entrega.

Impacta escuchar tan directamente esta palabra en la liturgia de este domingo. Parece dirigida especialmente a nuestro tiempo, donde la incitación a la fornicación es continua en los medios de comunicación, en el cine, en la TV, incluso hasta en algunas escuelas de secundaria, dentro de los programas escolares.
 
San Pablo se dirige a los corintios, una ciudad portuaria donde había de todo, también de lo malo. En el imperio romano, la honestidad y la castidad fue decayendo y las costumbres entre los jóvenes y adolescentes era en ciertos ambientes, sobre todo deportivos, una depravación. San Pablo se dirige directamente a los jóvenes y les exhorta: “Huid de la fornicación”, y les da una razón de peso: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo…que habita en vosotros? No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros” (1Co 6,20). Precisamente, una de las ideas que hoy más se gritan con ansia de libertad es la contraía: “Yo soy mía/mío, y con mi cuerpo hago lo que quiero”.
 
El Evangelio de Jesucristo tiene repercusiones en todos los ámbitos de la persona, también en el campo de la sexualidad. La sexualidad humana vista con ojos limpios es el lenguaje y la expresión del amor verdadero, de un amor que no busca sólo su interés y su satisfacción, sino que es donación, entrega. Un amor que busca la felicidad del otro y que está dispuesto al sacrificio y a la renuncia. Un amor que tiene su ámbito y su cauce en el matrimonio estable y bendecido por Dios.
 
La castidad es la virtud que educa la sexualidad, haciéndola humana y sacándola de su más brutal animalidad. Cuando la sexualidad está bien encauzada, la persona vive en armonía consigo misma y en armonía con los demás, evitando toda provocación o violencia. La castidad viene protegida por el pudor. Cuando la sexualidad está desorganizada es como una bomba de mano, que puede explotar en cualquier momento y herir al que la lleva consigo. Y esto sea dicho para todos los estados de vida: para la persona soltera, en la que no hay lugar para el ejercicio de la sexualidad, para la persona casada, que ha de saber administrar sus impulsos en aras del amor auténtico, para la persona consagrada, que vive su sexualidad sublimada en un amor más puro y oblativo.
 
“Huid de la fornicación”, nos dice san Pablo. Me ha llamado la atención un libro publicado estos días, en el que una candidata a miss Venezuela explica su experiencia reciente con un título que lo dice todo: “Virgen a los treinta”. Precisamente no alcanzó el título al que se presentaba por no aceptar la propuesta de la fornicación, que al parecer era una condición (no escrita) del concurso. En ella se ha cumplido esta palabra de san Pablo. Y el libro se ha convertido en bestseller (el más vendido) entre los jóvenes y las jóvenes de su entorno, de nuestro tiempo. Es posible llegar virgen al matrimonio, aunque el ambiente no sea favorable. Es posible vivir una consagración  total, de alma y cuerpo, al Señor como una ofrenda al Señor que beneficia a los demás. Es posible ser fiel al propio marido, a la propia mujer. Más aún, a eso invita la Palabra de Dios en este domingo, huyendo de la fornicación. Y la Palabra de Dios tiene fuerza para que se cumpla en nuestras vidas.
 
“Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo…glorificad a Dios con vuestro cuerpo!” Damos gloria a Dios no sólo con nuestros buenos pensamientos y deseos, con nuestra voluntad que busca someterse a la voluntad divina, purificando continuamente la intención. Damos gloria a Dios también con nuestro cuerpo. Dios nos ha amado también corporalmente, al hacerse carne el Hijo de Dios. El cristianismo es la religión de la redención de nuestra carne. Nuestro amor a Dios, a Jesucristo, pasa por nuestro cuerpo. La gracia de Dios es capaz de organizar nuestra sexualidad humana y hacerla progresivamente capaz de expresar el amor más auténtico, el único que hace feliz a toda persona humana.
 
Recibid mi afecto y mi bendición:
 
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

miércoles, 11 de enero de 2012

HANS URS VON BALTHASAR: SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

I S 3,3b-10.19; 1 Cor 6,13c-15ª.17-20;Jn 1,35-42

Las  primeras  vocaciones. L a escena del Evangelio de hoy se sitúa inmediatamente después de la narración del bautismo de Jesús, que comienza ahora su actividad apostólica. Pero Jesús no comienza enseguida a llamar a sus discípulos; el Bautista –la Antigua Alianza que concluye-, que sabe que es el precursor y el que ha de  preparar el camino, le envía los primeros discípulos. Uno se llama Andrés y el otro, cuyo nombre no se dice, es sin duda Juan, el propio evangelista. Seguir a Jesús significa aquí, en un sentido totalmente originario, “ir detrás de él”, sin que los discípulos sepan de momento que son enviados, que se les encomienda una misión. Pero esta situación no dura mucho, Jesús se vuelve y al ver que lo siguen les pregunta: “Qué buscáis?”. Ellos no pueden expresarlo con palabras y por eso responden: “Maestro, ¿dónde vives?.¿Dónde tienes tu casa para que podamos conocerte mejor? “Venid y lo veréis”. Se trata de una invitación a acompañarle, sin explicación previa; sólo el que le acompaña, verá. Y esto se confirma después: “lo acompañaron, vieron donde vivía y se quedaron aquel día con él”. Quedarse es en Juan sinónimo de la existencia definitiva en compañía de Jesús la expresión  de la fe y del amor. Tampoco el tercer discípulo, Simón, es llamado por Jesús, sino que es traído ante él casi a la fuerza por su hermano. Jesús se le queda mirando y le dice: Yo te conozco, “tú eres Simón, hijo de Juan”. Pero yo te necesito para otra cosa : te llamarás Cefas, Piedra, Pedro. Esto sucede ya, en el primer capítulo del evangelio, absoluta y definitivamente. Jesús no solamente tienen  necesidad del hombre entero, sino que necesita además a Pedro como piedra angular de todo lo que construirá en el futuro. En el último capítulo serás hasta tal punto la piedra angular, que deberá ser el fundamento de todo,  incluso del amor eclesial: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

 Un relato vocacional. La primera lectura narra la vocación del primer profeta, el joven Samuel. Dios lo llama mientras el muchacho está durmiendo.  Samuel oye la llamada pero no sabe quién lo ha llamado. Aún no conocía Samuel al Señor. Por eso cuando se produce la primera y la segunda llamada va a donde está Elí, hasta que el sacerdote comprende finalmente que es el mismo Dios el que llama a Samuel y dice al muchacho: Si te llama alguien, responde: Habla, Señor, que tu siervo escucha. Esto es, visto desde el Nuevo Testamento, la mediación eclesial, sacerdotal, de la llamada de Dios. Ciertamente los jóvenes oyen una llamada, pero no están seguros, no pueden comprenderla ni interpretarla correctamente. Entonces interviene la Iglesia, el sacerdote, que sabe lo que es una auténtica vocación y una vocación sólo presunta. El Dios que llama confía en esta mediación. El sacerdote –como Elí en la Antigua Alianza- ha de poder discernir si es realmente Dios el que llama y, en caso afirmativo, educar para una perfecta audición de la palabra de Dios y para ponerse enteramente a su servicio.
La segunda lectura aclara que quien verdaderamente ha oído la llamada de Dios, y sacado la consecuencia para su vida,  no posee ya en propiedad. Ha sido comprado, se ha pagado un precio por él y pertenece al Señor como esclavo, en cuerpo y alma. Aquí se pone el acento en el cuerpo, del que el llamado ha sido desposeído, pues se ha convertido –di ce Pablo- en un miembro del cuerpo santo de Cristo; el que pecara en su propio cuerpo, mancillaría el cuerpo de Cristo. La expropiación que se produce en los relatos vocacionales precedentes no es parcial, sino total: el hombre entero, en cuerpo y alma, se pone al servicio de Dios, debe seguirle, ver y quedarse con él.

EL EVANGELIO EN TIEMPOS DE FACEBOOK


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 11 enero 2012 (ZENIT.org).- Facebook, la red social de internet más popular del mundo no tiene manitas con el dedo hacia abajo, sí en cambio las figuras o thumbs con el pulgar hacia arriba. Aquí las relaciones se pueden ‘romper’ sin que la otra persona se entere.
Es una curiosidad del network, indicada ayer en un artículo del diario vaticano L'Osservatore Romano, firmado por Cristian Martini Grimaldi.
Para hacer amistad hay que clicar un botón y quien recibe el pedido si está de acuerdo, hace lo mismo.
Entretanto cuando uno en Facebook borra a un amigo de su lista de amistades, no necesita el consentimiento del otro, pero además este otro ni siquiera se entera.
¿Es posible que nuestras amistades sean reputadas tan frágiles como para sucumbir si uno recibe una cancelación de amistad virtual a través de un feedback negativo?
"Será un caso –indica el articulista- pero corresponde al más antiguo principio de amor hacia el prójimo que la humanidad haya conocido. "Todo lo que quieres que los hombres hagan contigo, también tú házselo a ellos; esta es de hecho la ley de los profetas".
¿Qué sucedería, se pregunta, si todos los inscritos en Facebook comenzaran a recibir notificación de la pérdida de amigos? Se correría el riesgo de desencadenar una serie de venganzas por las cuales muchos borrarían a amigos de amigos, etc.
Menos suscritos se transforman en menos clic y por lo tanto en menos poder para el network. Quien ideó Facebook, indica el artículo del diario vaticano, pensó bien en no darnos los instrumentos que nos podrían poner en dicha tentación.
Facebook, un sistema en internet al que se accede como en cualquier página web y en la que la persona se inscribe, tiene millones de usuarios que primero se aceptan como amigos y entonces se pueden envían mensajes, fotos, cartas, etc.
Quien está inscrito en Facebook, va a una ventanita de la página y pone el nombre de algún amigo que conoce o que considera importante contactar, o del cual perdió contacto y le envía su solicitud de amistad.
El artículo considera que los programadores de Facebook instruidos por los administradores y pensadores que crearon el sistema, han inspirado el corazón de su máquina de hacer o encontrar amigos, en la más antigua receta para una sana economía: difundir el mayor optimismo posible.
Originalmente era un sitio para estudiantes de la Universidad de Harvard, pero actualmente está abierto a cualquier persona que tenga una cuenta de correo electrónico y que navegue en internet.
En julio de 2010, Facebook tenía 500 millones de miembros, y traducciones a 70 idiomas. En noviembre de 2011, alcanzó los 800 millones de usuarios.
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martes, 3 de enero de 2012

MEDJUGORJE MENSAJE 2 DE ENERO DE 2012



“Queridos hijos, mientras con preocupación maternal miro sus corazones, veo en ellos dolor y sufrimiento. Veo un pasado herido y una búsqueda continua. Veo a mis hijos que desean ser felices, pero no saben cómo. ¡Ábranse al Padre! Ese es el camino a la felicidad, el camino por el que deseo guiarlos. Dios Padre jamás deja solos a sus hijos, menos aún en el dolor y en la desesperación. Cuando lo comprendan y lo acepten serán felices. Su búsqueda terminará. Amarán y no tendrán temor. Su vida será esperanza y verdad, que es mi Hijo. ¡Les agradezco! Les pido: oren por quienes mi Hijo ha elegido. No deben juzgarlos, porque todos serán juzgados”
Message January 2, 2012

lunes, 2 de enero de 2012

BENEDICTO XVI . LA PAZ ES LA SUMA Y SÍNTESIS DE TODAS LAS BENDICIONES


Queridos hermanos y hermanas

En el primer día del año, la liturgia hace resonar en toda la Iglesia extendida por el mundo la antigua bendición sacerdotal que hemos escuchado en la primera lectura: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz» (Nm 6,24-26). Esta bendición fue confiada por Dios, a través de Moisés, a Aarón y a sus hijos, es decir, a los sacerdotes del pueblo de Israel. Es un triple deseo lleno de luz, que brota de la repetición del nombre de Dios, el Señor, y de la imagen de su rostro. En efecto, para ser bendecidos hay que estar en la presencia de Dios, recibir sobre sí su Nombre y permanecer bajo el cono de luz que parte de su rostro, en el espacio iluminado por su mirada, que difunde gracia y paz.

Esta es también la experiencia que han tenido los pastores de Belén, que aparecen de nuevo en el Evangelio de hoy. Han tenido la experiencia de encontrarse en la presencia de Dios, de su bendición, no en la sala de un palacio majestuoso, delante de un gran soberano, sino en un establo, delante de un «niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16). Ese niño, precisamente, irradia una luz nueva, que resplandece en la oscuridad de la noche, como podemos ver en tantas pinturas que representan el Nacimiento de Cristo. 

La bendición, en efecto, viene de él: de su nombre, Jesús, que significa «Dios salva», y de su rostro humano, en el que Dios, el Omnipotente Señor del cielo y de la tierra, ha querido encarnarse, esconder su gloria bajo el velo de nuestra carne, para revelarnos plenamente su bondad (cf. Tt 3,4).

María, la virgen, esposa de José, que Dios ha elegido desde el primer instante de su existencia para ser la madre de su Hijo hecho hombre, ha sido la primera en ser colmada de esta bendición. Ella es, como la saluda santa Isabel, «bendita entre las mujeres» (Lc 1,42). Toda su vida está bajo la luz del Señor, en radio de acción del nombre y el rostro de Dios encarnado en Jesús, el «fruto bendito de su vientre». Así nos la presenta el Evangelio de Lucas: completamente dedicada a conservar y meditar en su corazón todo lo que se refiere a su hijo Jesús (cf. Lc 2,19.51). El misterio de su maternidad divina, que celebramos hoy, contiene de manera sobreabundante aquel don de gracia que toda maternidad humana lleva consigo, de modo que la fecundidad del vientre se ha asociado siempre a la bendición de Dios. La Madre de Dios es la primera bendecida y es ella quien lleva la bendición; es la mujer que ha acogido en ella a Jesús y lo ha dado a luz para toda la familia humana. Como reza la Liturgia: «Y, sin perder la gloria de su virginidad, derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo, Señor nuestro» (Prefacio I de Santa María Virgen).

María es madre y modelo de la Iglesia, que acoge en la fe la Palabra divina y se ofrece a Dios como «tierra fecunda» en la que él puede seguir cumpliendo su misterio de salvación. También la Iglesia participa en el misterio de la maternidad divina mediante la predicación, que esparce por el mundo la semilla del Evangelio, y mediante los sacramentos, que comunican a los hombres la gracia y la vida divina. La Iglesia vive de modo particular esta maternidad en el sacramento del Bautismo, cuando engendra los hijos de Dios por el agua y el Espíritu Santo, el cual exclama en cada uno de ellos: «Abbà, Padre» (Ga 4,6). La Iglesia, al igual que María, es mediadora de la bendición de Dios para el mundo: la recibe acogiendo a Jesús y la transmite llevando a Jesús. Él es la misericordia y la paz que el mundo no se puede dar por sí mismo y que es tan necesaria siempre, o más que el pan.

Queridos amigos, la paz, en su sentido más pleno y alto, es la suma y la síntesis de todas las bendiciones. Por eso, cuando dos personas amigas se encuentran se saludan deseándose mutuamente la paz. También la Iglesia, en el primer día del año, invoca de modo especial este bien supremo, y, como la Virgen María, lo hace mostrando a todos a Jesús, ya que, como afirma el apóstol Pablo, «él es nuestra paz» (Ef 2,14), y al mismo tiempo es el «camino» por el que los hombres y los pueblos pueden alcanzar esta meta, a la que todos aspiramos. Así pues, llevando en el corazón este deseo profundo, me alegra acogeros y saludaros a todos los que habéis venido a esta Basílica de San Pedro en esta XLV Jornada Mundial de la Paz: Señores Cardenales; Embajadores de tantos países amigos que, como nunca en esta ocasión comparten conmigo y con la Santa Sede la voluntad de renovar el compromiso por la promoción de la paz en el mundo; el Presidente del Consejo Pontificio «Justicia y Paz», que junto al Secretario y los colaboradores trabajan de modo especial para esta finalidad; los demás Obispos y 

Autoridades presentes; los representantes de Asociaciones y Movimientos eclesiales y todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, de modo particular los que trabajáis en el campo de la educación de los jóvenes. En efecto, como ya sabéis, en mi Mensaje de este año he seguido la perspectiva educativa.

«Educar a los jóvenes en la justicia y la paz» es la tarea que atañe a cada generación y, gracias a Dios, la familia humana, después de las tragedias de las dos grandes guerras mundiales, ha mostrado tener cada vez más consciente de ello, como lo demuestra, por una parte declaraciones e iniciativas internaciones y, por otra, la consolidación en los últimos decenios entre los mismos jóvenes de muchas y diferentes formas de compromiso social en este campo. Para la Comunidad eclesial, educar para la paz forma parte de la misión que ha recibido de Cristo, forma parte integrante de la evangelización, porque el Evangelio de Cristo es también el Evangelio de la justicia y la paz. Pero la Iglesia en los últimos tiempos se ha hecho portavoz de una exigencia que implica a las conciencias más sensibles y responsables por la suerte de la humanidad: la exigencia de responder a un desafío tan decisivo como es el de la educación. 

¿Por qué «desafío»? Al menos por dos motivos: en primer lugar, porque en la era actual, caracterizada fuertemente por la mentalidad tecnológica, querer no solo instruir sino educar no se puede presuponer, sino que es una opción; en segundo lugar, porque la cultura relativista plantea una cuestión radical: ¿Tiene sentido todavía educar? Y, después, ¿educar para qué?

Lógicamente no podemos abordar ahora estas preguntas de fondo, a las que ya he tratado de responder en otras ocasiones. En cambio, quisiera subrayar que, frente a las sombras que hoy oscurecen el horizonte del mundo, asumir la responsabilidad de educar a los jóvenes en el conocimiento de la verdad y en los valores fundamentales, significa mirar al futuro con esperanza. En este compromiso por una educación integral, entra también la formación para la justicia y la paz. Los muchachos y las muchachas actuales crecen en un mundo que se ha hecho, por decirlo así, más pequeño, en donde los contactos entre las diferentes culturas y tradiciones son constantes, aunque no siempre dirigidos. Para ellos es hoy más que nunca indispensable aprender el valor y el método de la convivencia pacífica, del respeto recíproco, del diálogo y la comprensión. Por naturaleza, los jóvenes están abiertos a estas actitudes, pero precisamente la realidad social en la que crecen los puede llevar a pensar y actuar de manera contraria, incluso intolerante y violenta. Solo una sólida educación de sus conciencias los puede proteger de estos riesgos y hacerlos capaces de luchar siempre y solo contando con la fuerza de la verdad y el bien. Esta educación parte de la familia y se desarrolla en la escuela y en las demás experiencias formativas. Se trata esencialmente de ayudar a los niños, los muchachos, los adolescentes, a desarrollar una personalidad que combine un profundo sentido de justicia con el respeto del otro, con la capacidad de afrontar los conflictos sin prepotencia, con la fuerza interior de dar testimonio del bien también cuando supone sacrificio, con el perdón y la reconciliación. Así podrán llegar a ser hombres y mujeres verdaderamente pacíficos y constructores de paz.

En esta labor educativa de las nuevas generaciones, una responsabilidad particular corresponde también a las comunidades religiosas. Todo itinerario de formación religiosa auténtica acompaña a la persona, desde su más tierna edad, a conocer a Dios, a amarlo y hacer su voluntad. Dios es amor, es justo y pacífico, y quien quiere honrarlo debe sobre todo comportarse como un hijo que sigue el ejemplo del padre. Un salmo afirma: «El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos … El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia» (Sal103,6.8). Como Jesús nos ha demostrado con el testimonio de su vida, justicia y misericordia conviven en Dios perfectamente. En Jesús «misericordia y fidelidad» se encuentran, «la justicia y la paz» se besan (cf. Sal 85,11). En estos días la Iglesia celebra el gran misterio de la encarnación: la verdad de Dios ha brotado de la tierra y la justicia mira desde el cielo, la tierra ha dado su fruto (cf. Sal 85,12.13). Dios nos ha hablado en su Hijo Jesús. Escuchemos lo que nos dice Dios: Él «anuncia la paz» (Sal 85,9). La Virgen María hoy nos lo indica, nos muestra el camino: ¡Sigámosla! Y tú, Madre Santa de Dios, acompáñanos con tu protección. Amén.

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RANIERO CANTALAMESSA: Palabras «inútiles» y palabras «eficaces»(Mt 12,36)


En el evangelio de Mateo, en el contexto del discurso sobre las palabras que revelan el corazón, se refiere una palabra de Jesús que ha hecho temblar a los lectores del Evangelio de todos los tiempos: «Pero yo os digo que de toda palabra inútil que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio» (Mt 12,36).

Siempre ha sido difícil explicar qué entendía Jesús por «palabra inútil». Cierta luz nos llega de otro pasaje del evangelio de Mateo (7,15-20), donde vuelve el mismo tema del árbol que se reconoce por los frutos y donde todo el discurso aparece dirigido a los falsos profetas: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis...».

Si el dicho de Jesús tiene relación con lo de los falsos profetas, entonces podemos tal vez descubrir qué significa la palabra «inútil». El término original, traducido con «inútil», es argòn, que quiere decir «sin efecto» (a --privativo--; ergos --obra--). Algunas traducciones modernas, entre ellas la italiana de la CEI [Conferencia Episcopal italiana. Ndt], vinculan el término a «infundada», por lo tanto a un valor pasivo: palabra que carece de fundamento, o sea, calumnia. Es un intento de dar un sentido más tranquilizador a la amenaza de Jesús. ¡No hay nada, de hecho, particularmente inquietante si Jesús dice que de toda calumnia se debe dar cuentas a Dios!

Pero el significado de argòn es más bien activo; quiere decir: palabra que no funda nada, que no produce nada: por lo tanto, vacía, estéril, sin eficacia [1]. En este sentido era más adecuada la antigua traducción de la Vulgata, verbum otiosum, palabra «ociosa», inútil, que por lo demás es la que se adopta también hoy en la mayoría de las traducciones.

No es difícil intuir qué quiere decir Jesús si comparamos este adjetivo con el que, en la Biblia, caracteriza constantemente la palabra de Dios: el adjetivo energes, eficaz, que obra, que se sigue siempre de efecto (ergos) (el mismo adjetivo del que deriva la palabra «enérgico»). San Pablo, por ejemplo, escribe a los Tesalonicenses que, habiendo recibido la palabra divina de la predicación del Apóstol, la han acogido no como palabra de hombres, sino como lo que es verdaderamente, como «palabra de Dios que permanece operante (energeitai) en los creyentes» (Cf. 1 Ts 2,13). La oposición entre palabra de Dios y palabra de hombres se presenta aquí, implícitamente, como la oposición entre la palabra «que obra» y la palabra «que no obra», entre la palabra eficaz y la palabra vana e ineficaz.

También en la carta a los Hebreos encontramos este concepto de la eficacia de la palabra divina: «Viva y eficaz es la Palabra de Dios» (Hb 4,12). Pero es un concepto que viene de lejos; en Isaías, Dios declara que la palabra que sale de su boca no vuelve a Él jamás «de vacío», sin haber realizado aquello para lo que fue enviada (v. Is 55,11).

La palabra inútil, de la que los hombres tendrán que dar cuentas el día del Juicio, no es por lo tanto toda y cualquier palabra inútil; es la palabra inútil, vacía, pronunciada por aquél que debería en cambio pronunciar las «enérgicas» palabras de Dios. Es, en resumen, la palabra del falso profeta, que no recibe la palabra de Dios y sin embargo induce a los demás a creer que sea palabra de Dios. Ocurre exactamente al revés de lo que decía san Pablo: habiendo recibido una palabra humana, se la toma no por lo que es, sino por lo que no es, o sea, por palabra divina. ¡De toda palabra inútil sobre Dios el hombre tendrá que dar cuentas!: he aquí, por lo tanto, el sentido de la grave advertencia de Jesús.

La palabra inútil es la falsificación de la palabra de Dios, es el parásito de la palabra de Dios. Se reconoce por los frutos que no produce, porque, por definición, es estéril, sin eficacia (se entiende, en el bien). Dios «vela sobre su palabra» (Cf. Jr 1,12), es celoso de ella y no puede permitir que el hombre se apropie del poder divino en ella contenido.

El profeta Jeremías nos permite percibir, como en un altavoz, la advertencia que se oculta bajo esa palabra de Jesús. Se ve ya claro que se trata de los falsos profetas: «Así dice Yahveh Sebaot: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan. Os están embaucando. Os cuentan sus propias fantasías, no cosa de boca de Yahveh... Profeta que tenga un sueño, cuente un sueño, y el que tenga consigo mi palabra, que hable mi palabra fielmente. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano? --oráculo de Yahveh--. ¿No es así mi palabra, como el fuego, y como un martillo golpea la peña? Pues bien, aquí estoy yo contra los profetas --oráculo de Yahveh-- que se roban mis palabras el uno al otro» (Jr 23,16.28-31).