I S 3,3b-10.19; 1 Cor 6,13c-15ª.17-20;Jn 1,35-42
Las primeras vocaciones. L a escena del Evangelio de hoy se sitúa inmediatamente después de la narración del bautismo de Jesús, que comienza ahora su actividad apostólica. Pero Jesús no comienza enseguida a llamar a sus discípulos; el Bautista –la Antigua Alianza que concluye-, que sabe que es el precursor y el que ha de preparar el camino, le envía los primeros discípulos. Uno se llama Andrés y el otro, cuyo nombre no se dice, es sin duda Juan, el propio evangelista. Seguir a Jesús significa aquí, en un sentido totalmente originario, “ir detrás de él”, sin que los discípulos sepan de momento que son enviados, que se les encomienda una misión. Pero esta situación no dura mucho, Jesús se vuelve y al ver que lo siguen les pregunta: “Qué buscáis?”. Ellos no pueden expresarlo con palabras y por eso responden: “Maestro, ¿dónde vives?.¿Dónde tienes tu casa para que podamos conocerte mejor? “Venid y lo veréis”. Se trata de una invitación a acompañarle, sin explicación previa; sólo el que le acompaña, verá. Y esto se confirma después: “lo acompañaron, vieron donde vivía y se quedaron aquel día con él”. Quedarse es en Juan sinónimo de la existencia definitiva en compañía de Jesús la expresión de la fe y del amor. Tampoco el tercer discípulo, Simón, es llamado por Jesús, sino que es traído ante él casi a la fuerza por su hermano. Jesús se le queda mirando y le dice: Yo te conozco, “tú eres Simón, hijo de Juan”. Pero yo te necesito para otra cosa : te llamarás Cefas, Piedra, Pedro. Esto sucede ya, en el primer capítulo del evangelio, absoluta y definitivamente. Jesús no solamente tienen necesidad del hombre entero, sino que necesita además a Pedro como piedra angular de todo lo que construirá en el futuro. En el último capítulo serás hasta tal punto la piedra angular, que deberá ser el fundamento de todo, incluso del amor eclesial: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
La segunda lectura aclara que quien verdaderamente ha oído la llamada de Dios, y sacado la consecuencia para su vida, no posee ya en propiedad. Ha sido comprado, se ha pagado un precio por él y pertenece al Señor como esclavo, en cuerpo y alma. Aquí se pone el acento en el cuerpo, del que el llamado ha sido desposeído, pues se ha convertido –di ce Pablo- en un miembro del cuerpo santo de Cristo; el que pecara en su propio cuerpo, mancillaría el cuerpo de Cristo. La expropiación que se produce en los relatos vocacionales precedentes no es parcial, sino total: el hombre entero, en cuerpo y alma, se pone al servicio de Dios, debe seguirle, ver y quedarse con él.
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