lunes, 25 de diciembre de 2017

HANS URS VON BALTHASAR: NAVIDAD

ls 52,7-10; Hb 1,1-6; Jn 1,1-18
La Palabra se hace carne. En el grandioso  prólogo de Juan se despliega ante nosotros toda la plenitud del plan divino de la salvación. Ciertamente dentro de la historia surge el testigo que como testimonio del precursor del más grande es la entrada en nuestro mundo de aquel que en el principio, antes de la creación de todo mundo, estaba junto a Dios y como Dios ha creado, vivificado e iluminado todo en el mundo. Navidad no es un acontecimiento intrahistórico, sino la irrupción de la eternidad en el tiempo.  Por eso Pascua tampoco será un mero evento intrahistórico, sino el retorno del Resucitado desde la historia de la eternidad.La ley dada por Moisès era intrahistórica, pero toda ella remitìa prolèpticamente al verdadero intèrprete de Dios, el “único que es Dios y està al lado del Padre,, el que nos ha mostrado a Dios tal cual es, como gracia y verdad. Verdad quiere decir: Dios es asì; y gracia quiere decir: Dios es amor puro y gratuito. Este primero de todos ha venido hoy al mundo, al mundo que èl ha creado y que le pertenece. Hay muchos hombres que no  le conocen y no le aceptan, pero a nosotros, que creemos y le amamos, se nos ha dado la gracia de poder acogerlo en nosotros , y por èlmcon èl llegar a ser hijos de Dios. Navidad no es sòlo su nacimiento, debe ser también nuestro nacimiento de Dios junto con èl.

Hoy  te he engendrado. La segunda lectura,de la carta a los Hebreos , habla igualmente  de la divinidad del Verbo encarnado. Mientras que Juan acentúa más el alfa, ahora se pone el acento sobre la omega: en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente. Ahora, en esta etapa final, al final de la historia en  la omega, el Padre ha resumido todo en una única Palabra. Pero este orien y este final de todas las cosas es un acontecimiento en el hoy. En Dios no hay ni pasado ni futuro, sino eterno presente, eterno hoy se hace presente  en lo temporal. Esto significa no solamente que todo lo precedente, lo veterotestamentario, era desde siempre el alba de este hoy , sino también que el hoy de la irrupción del acontecimiento eterno en Dios jamás podrá convertirse en un pasado temporal. En cada fiesta de Navidad, el ahora de la venida de Dios al mundo no solamente se hace de nuevo actual, sino que no puede, en ningún momento de la vida cotidiana, no ser presente. Las fiestas nos recuerdan solamente, a nosotros, hombres olvidadizos, que la entrada de Dios en la historia se realiza siempre ahora. El Señor que viene cada vez, está siempre por venir de nuevo; él nunca se aleja para poder venir de nuevo. Esto es precisamente lo que hay que tener presente para su venida eucarística.
Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios. En la primera lectura el profeta introduce otros dos elementos: en primer lugar la existencia de los mensajeros del gozo que anuncian la venida del Señor. Sin esta llamada permanente y este regocijo de los mensajeros, tal vez olvidáramos la venida del Señor. Mensajeros eran los profetas, mensajero es la Sagrada Escritura; mensajeros son en la Iglesia los santos y todos aquellos que están animados por el Espíritu Santo. Y el segundo elemento es que el mensaje gozoso de la Iglesia no es una doctrina secreta sólo conocida en algunos círculos esotéricos, sino que es un mensaje abierto al mundo: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios. En la revelación de Cristo no hay nada oculto. Jesús dirá ante Pilato: Yo he hablado públicamente a todo el mundo, siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen los judíos. La profundidad de su revelación es desde el principio un misterio sagrado, pero públicamente revelado.

sábado, 23 de diciembre de 2017

HANS URS VON BALTHASAR: NOCHE BUENA

Is 9,1-3.5-6 ; Tt 2,11-14 ; Lc 2, 1-14
 
El signo del Niño. La providencia de Dios crea la constelación perfecta que se requiere para el acto central de la historia de mundo. El Mesías, en el evangelio, debe no solamente descender de la estirpe de David, por medio de José, sino también nacer en la ciudad de David. El decreto del emperador romano debe contribuir a ello. El Mesías debe nacer como niño porque así lo quiere la profecía: Un niño nos ha nacido. Y sólo porque es un niño su reino será grande. El Niño debe nacer en la pobreza del mundo (no es casual que no haya sitio en la posada), para participar así desde el principio en su pobreza. Y si sobre esta amarga pobreza (de un establo y un pesebre) se manifiesta todo el esplendor del cielo, es sólo para, desde el gran canto de alabanza, remitir a la gente sencilla al signo más pobre todavía: en la hora suprema del cumplimiento de Israel, ésta es la señal: Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Es como una universalidad vertical: entre la gloria más esplendente de arriba y la pobreza más extrema de abajo, reina una perfecta correspondencia y unidad.

Termina la guerra. La gran alegría mesiánica resuena en la primera lectura –la profecía de Isaías- en la luz que resplandece sobre la humanidad que caminaba en tinieblas; con motivo del nacimiento del niño, su júbilo aumenta como en una donación festiva. Nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado. Todo lo que el niño será y hará, lo será y lo hará por nosotros. La profecía cumplida del Mesías sobre el trono de David nos dice que la paz hasta ahora inimaginable y la plena justicia de la alianza han comenzado definitivamente desde ahora y por siempre. Esta paz era inconcebible hasta el presente porque tiene el poder de acabar con la guerra; por este motivo, el nuevo soberano debe llamarse a la vez Dios guerrero y Príncipe de la paz. Jesús dirá las dos cosas: él ha venido para traer la paz y la espada; pero una espada que puede y debe destruir la guerra y traer una paz sin límites. Se trata de una nueva universalidad sobre todas las fuerzas y posibilidades del hombre: la guerra que supone tomar partido por el niño y comprometerse con su causa será el camino hacia su reino de paz. La muerte ha sido absorbida en la victoria (1 Co 15,54) y la guerra en la paz.

Para salvar a todos los hombres
. La última universalidad, por así decirlo horizontal, es proclamada en la segunda lectura, de la carta a Tito, que extiende la mesianidad del Niño más allá de Israel, a toda la humanidad. El pueblo purificado, que es propiedad particular de Dios, no será ya un pueblo separado del resto de los pueblos, sino que todos los que en el mundo entero se decidan a pasar del ateísmo al seguimiento de Cristo, pertenecerán en lo sucesivo a él. Por eso aquí, desde la Navidad, se mira prolépticamente a la cruz: a la entrega de Jesús por nosotros (pro nobis) para rescatarnos de toda impiedad (v.14). Navidad, como descenso de Dios en la pobreza, no es más que el preludio de lo que se consumará después en la cruz y en Pascua: la redención no sólo de Israel, sino la salvación de toda la humanidad. Como dicen los Padres de la Iglesia: Se hizo hombre para poder morir.

jueves, 21 de diciembre de 2017

HANS URS VON BALTHASAR: CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO (B)


2 S 7,1-5.8b-12,14a.16 ; Rm 16, 25-27 ; Lc 1,26-38

La casa de David. En la primera lectura, el rey David, que habita en su palacio, tiene mala con ciencia de que, mientras él vive en casa de cedro, Dios tenga que conformarse con una simple tienda. Por eso decide, como hacen casi todos los reyes de los pueblos, construir una morada digna para Dios. Pero entonces el propio Dios interviene, y sus palabras son tanto una reprensión como una promesa. David olvida que es Dios el que ha construido todo su reino, desde el mismo instante en que, siendo David un simple pastor de ovejas, le ungió rey, acompañándole desde entonces en todas sus empresas. Pero la gracia llega aún más lejos: la casa de Dios ha comenzado, el mismo Dios la construirá hasta el final: en la descendencia de David y finalmente en el gran descendiente suyo con el que culminará la obra. Dios no habita en la soledad de los palacios, sino en la compañía los hombres que creen y aman; éstos son sus templos y sus iglesias, y nunca conocerán la rutina. La casa de David se consolidará y durará por siempre en su hijo. Esto se cumple en el evangelio.

La Virgen desposada con un varón de la casa de David es elegida por Dios para ser un templo sin igual. Su hijo, concebido en su vientre por obra del Espíritu Santo, establecerá su morada en ella, y todo el ser de la Madre contribuirá a la formación del Hijo hasta convertirlo en un hombre perfecto. También aquí el trabajo de Dios no comienza sólo desde el instante de la Anunciación, sino desde el primer momento de la existencia de María. En su Inmaculada Concepción, Dios ha comenzado ya a actuar en su templo: sólo porque Dios la hace capaz de responderle con un sí incondicional, sin reservas, puede establecer su morada en ella y garantizarle, como a David, que esta casa se consolidará y durará por siempre. Reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. El Hijo de María es mucho más que el hijo de David: Es más que Salomón. (Mt 12,42). El propio David lo llama Señor (Mt 22,45). Pero aunque Jesucristo edificará el templo definitivo de Dios con piedras vivas (1 P 2,5) sobre sí mismo como piedra angular, nunca olvidará que se debe a la morada santa que es su Madre, al igual que procede de la estirpe de David por José. La maternidad de María es tan imperecedera que Jesús desde la cruz la nombrará Madre de su Iglesia: ésta procede ciertamente de su carne y sangre, pero su Cuerpo místico, la Iglesia, al ser el propio cuerpo de Jesús, no puede existir sin la misma Madre, a la que él mismo debe su existencia. Y a los que participan, dentro de la Iglesia, en la fecundidad de María, él les da también una participación en su maternidad (Metodio, Banquete III, 8).

El templo que Dios se construye no se concluirá hasta que todas las naciones hayan sido traídas a la obediencia de la fe. Eso es precisamente lo que se anuncia al final de la carta a los Romanos. Esta construcción definitiva es operada por los cristianos ya creyentes, que no se encierran dentro de su Iglesia, sino que están abiertos al misterio que les ha sido revelado por Dios y, en razón de la profecía de los Escritos proféticos, en los que se habla de David y de la Virgen, creen que el evangelio no se limita exclusivamente a la Iglesia, sino que afecta al mundo en su totalidad. El templo construido por Dios remite siempre, más allá de sí mismo, a una construcción mayor que ha sido proyectada por Dios y que no concluirá hasta que haga de los enemigos de Cristo estrado de sus pies y Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza (1 Co 15,24s).

miércoles, 13 de diciembre de 2017

HANS URS VON BALTHASAR: TERCER DOMINGO DE ADVIENTO (B)



Is 61,1-2a. 10-11 ; 1 Ts 5,16-24 ; Jn 1,6-8.19-28

Domingo de Gaudete: esperamos a Dios no con temor y temblor, sino con alegría. El profeta anuncia su llegada en la primera lectura e indica la razón de esta alegría: la venida del enviado del Señor significará la curación y la liberación para todos los pobres, atribulados, cautivos y prisioneros. Este año de gracia del Señor nos concierne a todos, porque en el fondo todos nosotros estamos encerrados en nosotros mismos, encadenados por nosotros mismos; no somos incólumes, sino que somos tan pobres y estamos tan atribulados que no podemos curarnos a nosotros mismos. Pero Dios no nos traerá esta curación desde fuera, por un milagro externo, sino desde dentro de nosotros mismos, al igual que el organismo sólo se cura desde su interior. Y como Dios ha derramado su Espíritu en nuestros corazones, éste puede transformarnos desde dentro: Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas. El Dios que nos ha creado no está lejos de nuestro fondo más íntimo, ni es ajeno a él; Dios tiene la llave de nuestra intimidad más secreta. Quizá sólo con el paso del tiempo nos demos cuenta de que Dios trabaja ya en nosotros desde hace mucho tiempo.

Crecimiento de la vida interior. Y así crecemos en los sentimientos o actitudes que la segunda lectura exige de nosotros: porque pertenecemos a Cristo, debe prevalecer en nosotros la alegría; porque no podemos curarnos a nosotros mismos ni realizarnos plenamente desde nosotros mismos, debemos rezar, dar gracias a Dios y hacer sitio al Espíritu que actúa en nosotros, no debemos menospreciar la enseñanza que viene de Dios -¡cuántas veces la dejamos de lado porque creemos que ya no tenemos nada que aprender!-; hemos de aprender a distinguir el bien del mal y, dejando hacer a Dios, no pasivamente sino activamente, dar al Espíritu que habita en nosotros la oportunidad de actuar. Como contrapartida, se nos promete la paz de Dios en todo nuestros ser, que aquí aparece dividido en tres aspectos: nuestro cuerpo, nuestra alma y, más allá de ellos, nuestro espíritu, es decir, precisamente esa profundidad secreta de nuestro yo donde actúa el Espíritu Santo y donde, en lo más profundo de nuestra intimidad, se abre una puerta hacia Dios, a través de la cual él puede entrar en su propiedad.

Distancia como proximidad. El que es consciente de esto puede, como el Bautista en el evangelio, ser testigo de la luz de Dios y a la vez negar tenaz y rotundamente que él sea la luz. Está muy lejos de querer decir que él sea la luz en lo más profundo de sí mismo, no es la luz ni siquiera en la chispa más íntima de sí mismo, donde su espíritu está en contacto con el Espíritu de Dios. Cuanto más se acerca el hombre a Dios para dar testimonio de él, tanto más claramente ve la distancia que existe entre Dios y la criatura. Cuanto más espacio deja a Dios dentro de sí, tanto más se convierte en un puro instrumento de Dios: una voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor. Cuanto más trata Dios a la Madre de su Hijo como su morada, más se siente ella como la humilde esclava. El Bautista, al que se pregunta en el evangelio con qué autoridad bautiza, distingue finalmente: Yo bautizo con agua, pero aquel de que yo doy testimonio bautizará con el Espíritu Santo; y aunque Jesús le considerará como el mayor de los profetas, él se siente indigno de desatar la correa de su sandalia. Tu puedes llamare amigo, pero yo me considero siervo (san Agustín).

ADVIENTO: TIEMPO DE LA ATENCIÓN DE MARÍA


a) La Anunciación: atención al momento divino

El pasaje de la Anunciación pone ante nuestros ojos, para que lo contemplemos, el momento de la comunicación de Dios, y el modo de comportarse de María delante del ángel. ¿Qué hace María? Escucha, se turba, pregunta, se pregunta. Es una actitud de diálogo sencillo, instintivo, lleno de fe y al mismo tiempo delicado, atento, perfectamente proporcionado a la situación que es también nueva, imprevista e inédita. María está enraizada en la fe de Israel, testigo privilegiado de la comunicación de Dios, lleva en su corazón las esperanzas de su Pueblo.


b) La Visitación: atención al momento cotidiano de la existencia humana

También encontramos la Visitación ¿Qué hace María? Va en dirección de su prima que la necesita. Dios no ha producido ningún sentimiento de alineación, lo anunciado no ha provocado en Ella un distanciamiento de las realidades cotidianas, por una infravaloración de lo ordinario. La atención al momento divino la sumerge en una más apreciable atención a lo cotidiano de la existencia humana. Podría quedarse contemplándose a sí misma y las promesas del mensaje recibido. María se pone en camino, sirve, ayuda, come y comparte la suerte de su prima con alegría. Ella esta atenta al momento humano de la existencia, está atenta a las situaciones, a las personas y a las cosas. Lo cotidiano desde la fe se torna valioso y desafiante.


En ambos hechos hemos descubierto esta actitud de atención de María, al momento divino de la acción de Dios en el mundo y al momento cotidiano de la existencia humana. Ha respondido fundamentalmente al momento de Dios, llamado en la Escritura kairos, tiempo oportuno y propicio para la obra de la salvación.


Veamos un poco, esta actitud que hemos llamado "atención" y que el es modo de ser de María que Lucas privilegia, sea ante el misterio divino, sea ante las sencillas realidades de la vida.


Atención es una actitud vigilante del corazón, es una transparencia de mirada, una prontitud para notar los signos de la voluntad de Dios a nuestro alrededor, y que nos invitan a entregarnos. Es manifestación de la presencia de un amor rico en detalles.


En cambio, desatención es la falta de vigilancia, el estar entumecidos, encerrados en si mismos; desatención es estar demasiado centrados en nosotros mismos, magnificando nuestros contratiempos y minimizando los ajenos.


Desatención es salir con una observación hiriente, sin pensar que alguno de los presentes pueda quedar herido; es no darnos cuenta de lo sucede a los otros. Son numerosos los conflictos que nacen de la falta de atención. No debemos tener miedo de mencionar cosas sencillas para favorecer en nosotros la atención.


La atención es una cualidad humana necesaria, ella permite reconocer la acción de Dios en el camino. La atención es finalmente una gracia que hay que pedir y buscar con insistencia.