jueves, 13 de julio de 2017

DIÁCONO JORGE NOVOA : SOY CATÓLICO A MI MANERA...

Soy católico, pero no voy a misa. En realidad creo en Dios, pero no en la Iglesia. Las respuestas que seguramente recibirás, con algunas variantes, irán en esta dirección. ¿Qué encierra este "soy católico"? Probablemente un sentimiento de pertenencia, que vendrá por el Bautismo o la primera Comunión, o por el vínculo con algún colegio católico, nunca falta tampoco, quien guarda un grato recuerdo de su paso en la niñez o juventud, por ser como  lo llaman, un "ayudante en la misa".

Resultado de imagen para restaurante personas eligiendo enSoy católico a mi manera. Esta frase, no solo no tiene ningún fundamento, sino que en sí misma es contradictoria. Utilizarla es afirmar y negar una realidad al mismo tiempo, lo que resulta imposible. Quien hace esta afirmación, desconoce el carácter de revelación que tiene la religión cristiana. Las verdades reveladas no son realidades que se nos presentan "a la carta", para que cada uno, como en un restaurante, vaya eligiendo, por un lado las que más le agradan y por el otro, vaya rechazando las que le desagradan. La fe católica tiene su fundamento en la revelación de Dios.

Y aquí tenemos, unas características muy concretas:

Dios se manifiesta dándose a conocer. Esto supone un marco posible de comprensión por parte del hombre. El hombre puede entrar en esta relación con Dios por ser criatura suya, y haber sido dotado por Él, de la potencialidad necesaria para vivir esta comunicación. También esta afirmación supone una comprensión de Dios, muy concreta, que manifiesta su voluntad de darse a conocer. Por otra parte, se desprende que el hombre no puede alcanzar el conocimiento de lo que Dios es en sí, si éste no se lo revela. Podemos por la razón afirmar la existencia de Dios y sus atributos. Como dice san Pablo a los romanos: podemos elevarnos por medio de las criaturas al Creador. Ellas manifiestan al hombre una acción superior. Pero, quién es Él en sí, únicamente podemos alcanzarlo por la Revelación. Una acción que tiene su iniciativa en Dios.

Dios nos da a conocer quién es Él y cual es su plan de salvación. Esta acción de Dios, se realiza progresivamente y alcanza su "plenitud" en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Con Él,  Dios lleva a término su Revelación. Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios a los hombres. Ya no es un mensaje que envía a través de un mensajero, sea ángel, profeta o un rey, ahora el mensaje y su emisario son uno y el mismo. Este es Evangelio, es decir, buena noticia de Jesucristo el Hijo de Dios. Toda su existencia es Palabra de Dios, que concreta en la "carne humana" el misterio más insondable que se denomina, "Dios con nosotros". A los pastores en la noche santa, se les anuncia un signo y se les comunica una "gran alegría", ha nacido el salvador. Se concreta en la carne el anuncio esperado, y de modo inaudito la realidad  limitada ahora es habitada por Dios.

La vida de Jesús es la clave que abre las puertas de la existencia humana. Sus palabras y obras, son y siempre serán, la Verdad sobre la existencia humana, sobre su destino y el camino que deben transitar para alcanzarlo. ¿Quiénes conservaron el tesoro de sus enseñanzas y las verdades encerradas en los acontecimientos de su vida?¿Quiso Él guardar, de algún modo concreto, el tesoro de su paso en medio nuestro? 

Sí, la Iglesia nace de este deseo de Jesús por comunicar esas verdades a todas las generaciones, y no solo intelectualmente, sino celebrándolas en la fe. Luego de la Pascua, el testimonio ocular de los testigos, es iluminado por la acción del Espíritu Santo que los conduce a la verdad plena. De allí, que el Espíritu Santo  y los obispos, como sucesores de los apóstoles, garantizan en una única acción, la proclamación de esta verdad plena a todos los hombres de todos los tiempos. Esta acción ininterrumpida, fruto de la fidelidad de Dios, es obra del Espíritu Santo en la Iglesia. Como dice san Pablo: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad.

Soy católico a mi manera. Una afirmación tan sencilla, encierra errores muy importantes que no debemos soslayar. No somos un grupo de amigos que con el transcurso del tiempo, interpretamos lo que Jesús nos enseñó, y le vamos dando un toque más liberal o pragmático. Tampoco nuestro credo debe ser considerado, como la "carta de un restaurante", que nos permite seleccionar lo que más nos apetece. No hay católicos a su manera. Hay católicos prácticos, y otros que no lo son. Han recibido el Bautismo, y esto tiene gran importancia, pero lamentablemente ha quedado, en algunos,  en una foto o en alguna filmación…

HORACIO BOJORGE: EL DEMONIO DE LA ACEDIA (2)

viernes, 7 de julio de 2017

JOSE L. IRABURU: LA PARRESIA


La Sagrada Escritura emplea a veces el término parresía para designar la audaz confianza con que los enviados por Dios dan entre los hombres valiente testimonio de las verdades divinas, aún arriesgando a veces su prestigio o incluso su vida. (El Diccionario de la Real Academia da a la palabra otro significado).

Parresía significa libertad de espíritu o de palabra, confianza, sinceridad, valentía; parresiázomai quiere decir hablar con franqueza, abiertamente, sin temor, con atrevida confianza (cf. Hans-Christoph Hahn, Diccionario teológico del NT, Sígueme, Salamanca 19852, I,295-297).

«De acuerdo con su sentido originario, el término parresía (pan-rhêsis-erô, de la raíz wer-, de donde deriva también el latino verbum, y quizá el alemán wort y el inglés word, palabra) expresa la libertad para decirlo todo» (295). Y como la realización concreta de esa libertad ha de superar a veces dificultades muy grandes, surgen como significados ulteriores de parresía la intrepidez y la valentía.
En el griego profano estas palabras se usan primero en el campo de la política, para adquirir más tarde un sentido moral más general. En la versión que los LXXhicieron de las antiguas Escrituras son términos que se emplean raramente (12 veces el sustantivo, 6 el verbo) (295-296).

En cambio, en la plenitud de los tiempos, cuando la revelación de la Palabra divina alcanza su máxima luminosidad y, consiguientemente, cuando el enfrentamiento entre la luz divina y la tiniebla humana viene también en Cristo a ser máxima, estas palabras tienen mucho más uso. Y así «en el Nuevo Testamento parresía aparece 31 veces (13 en los escritos de Juan, 8 en Pablo, 5 en Hechos, 4 en Hebreos). Y el verbo parresiázomai se halla 9 veces (7 en Hechos, 2 en Pablo)» (296).
Jesús habla a los hombres con absoluta libertad, sin temor alguno, con parresía irresistible, sin «guardar su vida». Hasta sus contradictores lo reconocen: «Maestro, sabemos que eres sincero, y que con verdad enseñas el camino de Dios, sin que te dé cuidado de nadie» (Mt 22,16).

Él habla en el nombre de Dios públicamente, sin temor a nadie, libremente, sin ambigüedades (cf. Jn 7,26; 18,20; Mc 8,32). Como ya pudimos comprobar ampliamente en el primer capítulo, Él, cuando habla, cuando actúa, no trata de guardar su vida. Solo la protege, eso sí, hasta que llegue su hora, como cuando quieren matarle en Nazaret (Lc 4,30). No ejercita una parresía imprudente, como en algún momento hubieran querido sus familiares (Jn 7,3ss). Pero es evidente que hablando y actuando se entrega a la muerte.

La prudencia de Jesús, que es según el Espíritu divino, nada tiene que ver con la prudencia de la carne, que ante todo pretende evitar la cruz y obtener ventajas temporales. Por eso en Cristo prudencia y parresía no están en contradicción, sino que se identifican. Es prudente Jesús porque entregando su vida, la pierde, para la gloria de Dios y el bien de los hombres.
En los apóstoles, por obra del Espíritu Santo, sigue viva y actuante la misma prudente parresía del Maestro. «Los apóstoles daban con gran fortaleza el testimonio (martyrion) que se les había confiado acerca de la resurrección de Jesús» (Hch 4,33; con parresía, Hch 4,13; 9,27 y passim). «Los Hechos nos narran continuamente que Pedro, Pablo y otros se presentaban y anunciaban sin temor alguno ante los judíos y ante los paganos las obras de Dios» (Hahn 296).
Esa fuerza espiritual para comunicar a los hombres mundanos la Palabra divina no es una fuerza humana, es sobre-humana, es fruto del Espíritu Santo, «desciendo del Padre de las luces» (Sant 1,17), y es don recibido como respuesta a la oración de petición:

«Ahora, Señor, mira sus amenazas, y da a tus siervos firmeza (parresía) para hablar con toda libertad tu Palabra... Y cuando acabaron su oración, retembló el lugar en que estaban reunidos, y quedaron todos llenos del Espíritu Santo, y hablaban la Palabra de Dios con osada libertad (parresía)» (Hch 4,29.31).
San Pablo, por ejemplo, manda a los efesios «suplicar por todos los santos, y por mí, para que al hablar se me pongan palabras en la boca con que anunciar con franca osadía (parresía) el misterio del Evangelio, del que soy mensajero, en cadenas, a fin de que halle yo en él fuerzas para anunciarlo con libre entereza (parresía), como debo hablarlo» (Ef 6,19-20; cf. Flp 1,20; 1Tes 2,2; 1Tim 3,13; Flm 8; 1Jn 2,28; 3,21; 4,17; 5,14; Heb 3,6; 10,35).

Todos los fieles cristianos, pero de un modo muy especial quienes han sido consagrados por Dios para el ministerio apostólico, deben estar llenos de parresía en el Espíritu Santo, de modo que, sin amilanarse en absoluto ante los hombres y los ambientes mundanos –vecinos y familiares, prensa, radio, televisión, políticos e intelectuales de moda–, den vigorosamente el testimonio de Cristo, pues Él, «despojando a los principados y a las potestades [del mundo y del diablo], los expuso a la vista del mundo con osada gallardía (parresía), triunfando de ellos por la Cruz» (Col 2,15).

Obviamente, la parresía recibe toda su fuerza de la Cruz de Jesús. Se posee en el Espíritu esa fuerza espiritual en la medida en que se toma la Cruz. Puede el enviado ser «testigo-mártir de la verdad» que salva en la medida en que da su vida por «perdida», es decir, en la medida en que no tenga nada propio que conservar, proteger o guardar, en la medida en que, centrado en la Cruz y en la Eucaristía, «entregue» su vida para la gloria de Dios y el bien de los hombres. Por eso, allí donde disminuye el amor a la Cruz y a la Eucaristía, cesa la fuerza apostólica evangelizadora. El vigor espiritual no alcanza ya sino para proponer a los hombres aquellos valores que el mismo mundo acepta, al menos en teoría.

Santa Teresa echaba de menos en la Iglesia la palabra de profetas y de apóstoles, encendida en el fuego poderoso del Espíritu divino: «... no se usa ya este lenguaje. Hasta los predicadores van ordenando sus sermones para no descontentar. Buena intención tendrán y la obra lo será; mas así se enmiendan pocos. Mas ¿cómo no son muchos los que por los sermones dejan los vicios públicos? ¿Sabe qué me parece? Porque tienen mucho seso los que los predican. No están sin él, no están con el gran fuego de amor de Dios, como lo estaban los apóstoles, y así calienta poco esta llama. No digo yo sea tanta como ellos tenían, más querría que fuese más de lo que veo. ¿Sabe vuestra merced en qué debe ir mucho? En tener ya aborrecida la vida y en poca estima la honra; que no se les daba más, a trueco de decir una verdad y sustentarla para gloria de Dios, perderlo todo que ganarlo todo; que a quien de veras lo tiene todo arriscado por Dios, igualmente lleva lo uno que lo otro» (Vida 16,7).

jueves, 6 de julio de 2017

HABLEMOS SOBRE LAS PASIONES...

Qué es una pasión? Escuchamos habitualmente expresiones tales como: los jóvenes se apasionan con la música, de una muchacha se dice que está apasionadamente enamorada de un joven. Algunos se apasionan con los deportes, y otros lo hacen con los pasatiempos… En estas expresiones nos referimos a la intensidad de los sentimientos, ella es una calidad de la pasión…

Utilizaremos un ejemplo para ilustrar diversas pasiones… Cuando le avisan a Pedro que hay un asado (u otra comida que te guste mucho) se le hace agua la boca; él ama, desea y goza comiendo ese asado, pero cuando le invitan a excederse, lo rehusa y si le insisten, se irrita con su anfitrión, incluso lo entristece que insistan nuevamente con el ofrecimiento. Una variada gama de pasiones se dan cita en este ejemplo: amor, deseo, placer, tristeza, irritación, etc...Claro que en este ejemplo el objeto es trivial: un simple asado o cualquier otra comida.

Las pasiones están al servicio del bien del hombre. Lo impulsan a buscar su bien directamente en unos casos, o a buscarlo indirectamente en otros tratando de evitarle un mal. Todas las pasiones están ordenadas, directa o indirectamente, al bien del hombre. Pero, aunque todas apuntan al bien del hombre, no todas lo buscan por igual. Y esa diferencia no estriba precisamente en que unas le empujan a lo bueno y otras le apartan de lo malo. No: la base de la diferencia entre ellas es otra. Mientras Pedro no se encuentra con dificultad alguna, puesto que ni siquiera va a pagar esta comida, Pedro ama el asado, lo desea, le gusta…Solo cuando aparece la amenaza de una posible indigestión, trata de evitar seguir comiendo, se atreve a contradecir al amigo que le insiste y se irrita ante la terca insistencia...

El amor y el odio, el deseo o la aversión, el placer y el dolor versan sobre el bien y el mal considerados sin percepción de dificultad alguna. Pero apenas se presentan algunas dificultades en obtener un bien o evitar un mal, aparecen en escena otro tipo de pasiones: la esperanza o la desesperanza, el miedo o la osadía, y la ira. Las primeras se las llama simples porque no están complicadas mediante el conocimiento de alguna dificultad que obstaculice la consecución de su objetivo. Las segundas se refieren a la consecución de un bien difícil de eliminar, y se llaman pasiones irascibles, aparecen ante la emergencia de un obstáculo.

martes, 4 de julio de 2017

BEATO J.H.NEWMAN: LA VOZ DE LA CONCIENCIA

La voz de la conciencia

Saben muy bien, hermanos míos- y pocas personas lo niegan-, que en el interior de todo hombre  alienta un sentimiento o percepción que le muestra la diferencia entre el bien y el mal, y constituye la regla para medir pensamientos y acciones . Se llama conciencia, y aunque no alcance en todo tiempo la deseable fuerza para dirigirnos, es suficientemente clara y elocuente para influir en nuestras opiniones y modelar nuestros juicios en los variados asuntos que nos ocupan.

Pero la conciencia no es capaz de desempeñar adecuadamente su papel sin una ayuda exterior. Necesita ser orientada y sostenida. Dejada a sí misma, hablará con corrección al principio, pero pronto se manifestará vacilante, ambigua e incluso falsa. Requiere buenos maestros y buenos ejemplos que la mantengan en la línea del deber. Desgraciadamente esa asistencia externa, esos maestros y ejemplos faltan en muchos casos.

Es más, escasean tanto para la mayoría de todos los hombres, que la conciencia pierde frecuentemente el camino, y guía a la persona, en su recta hacia la eternidad, sólo de manera indirecta y circular. Incluso en países que llamamos cristianos, esa luz natural e íntima se oscurece, porque la luz que ilumina a todo hombre venido a este mundo es apartada de la vista.

Es un hecho descorazonador y terrible que en este país, entre gente que presume de cristianismo culto, el sol se encuentre tan eclipsado en los cielos que el espejo de la conciencia sólo capte y refleje unos pocos rayos, y ayude pobre y escasamente a preservar del error las conductas.

Aquella luz interior, aunque dada por Dios, se hace impotente para iluminar el horizonte, señalarnos una dirección, y fortalecernos con la certeza de que hemos sido creados para una morada eterna. Semejante luz fue dispuesta en nuestro interior como criterio del bien y de la verdad. Se nos dio para indicarnos nuestro deber en cualquier situación, instruirnos con detalle acerca de lo que es pecado, enjuiciar todas las cosas que vienen a nuestro encuentro, distinguir entre lo valioso y lo nocivo, protegernos de la seducción ejercida por lo simplemente amable y placentero, y disipar, en fin, los sofismas de la razón. Y sin embargo, miren que idea de la verdad, de la santidad,del heroísmo y del bien poseen la mayoría de los hombres. No me refiero ya si actúan o no impulsados por tan elevados motivos. Esta es otra cuestión. Pregunto sólo si tienen alguna noción de esas cosas; o en caso de que hayan conseguido borrar del alma sus ideas de virtud y bondad, me preguntó entonces si su manera de concebirlas y los individuos  que a sus ojos las encarnan no nos permiten afirmar de innumerables personas que " la luz que hay en ellas es oscuridad"