lunes, 29 de octubre de 2012

MONSEÑOR HÉCTOR AGUER: AÑO DE LA FE


El Papa Benedicto XVI ha convocado a un Año de la Fe, que comenzará el 11 de octubre de 2012 y se extenderá hasta el 24 de noviembre de 2013. Estas fechas han sido elegidas cuidadosamente: el 11 de octubre del año próximo se cumplirán 50 años del inicio del Concilio Vaticano II y el 24 de Noviembre de 2013 será la Fiesta de Jesucristo, Rey del el Universo.
¿Qué se propone el Papa al presentarnos este Año de la Fe? Él mismo lo expresa, claramente, en un documento que ha emitido hace pocos días y donde dice que quiere reanimar la fe del Pueblo de Dios e invitarlo a una profesión nueva, más profunda y ardiente, de esa misma fe.
Este propósito coincide con la intención de todo el pontificado de Benedicto XVI: desde el principio, es la centralidad de Dios, el valor de la adoración de Dios y el proponer la fe como el camino de encuentro con Jesucristo que nos salva.
El Papa hace referencia, en este documento al que yo aludía, en que también el año próximo se cumplen 20 años de la promulgación del “Catecismo de iglesia Católica.
La fe es una entrega a Dios como respuesta a Él que nos sale al encuentro y que nos manifiesta su misterio. La fe es un acto de toda la persona que no puede poner el hombre sin el influjo de la gracia de Dios. Importa mucho esa apertura del corazón, para un crecimiento continuo de la fe como obediencia a la gracia de Dios que se nos ha manifestado.
Pero también la fe implica convicciones, implica un conocimiento de fe. No es un mero  sentimiento, no es una emoción, sino es la convicción por la cual uno adhiere a Dios, que es la Verdad. Y adhiere a todo lo que Jesucristo nos ha revelado. Ese cuerpo de verdades que tiene su apoyo en la verdad misma de Dios.
Por eso la promulgación del “Catecismo de la Iglesia Católica”, en su momento, quiso ser una fuente de conocimiento de fe para todos los miembros de la Iglesia. El Papa nos propone, otra vez, volver al Catecismo para poder conocer más profundamente lo que Dios nos ha revelado y para poder, entonces, responder con nuestra vida de un modo más pleno a ese don que Dios nos ha hecho.
Esta cuestión acerca del conocimiento de la fe es importante, especialmente en la actualidad, para entablar el diálogo con la cultura contemporánea. Porque muchas veces se piensa –aún personas que tienen una formación intelectual importante- que la fe es algo irracional, que la fe está en contra de la razón. La verdad es todo lo contrario, porque la fe se apoya en Dios que es la Verdad Suprema, que es la inteligencia máxima, que es la verdad segura. Entonces no es un acto irracional por el cual yo me atrevo a creer, sino que yo creo, por la gracia de Dios y porque veo que es conveniente creer, que es razonable hacerlo. Será muy importante el año próximo ir profundizando a las razones que nos acercan a la fe.
Hay una disciplina, casi  iba a decir “había” porque hoy día no está muy de moda, que se llama apologética. ¿Qué quiere decir apologética? Es el discurso a favor de la verdad, a favor de la  fe. Y la apologética tiene que mostrar que no hay una oposición entre las verdades de la fe y las verdades científicas claramente establecidas por la razón, porque Dios es el autor  de la razón y de la fe.
Entonces la apologética, y una apologética nueva que tome en cuenta las seguras conquistas de la ciencia, nos permite mostrar todo el soporte racional de la fe.
El Papa en ese documento en el que promulga el “Año de la Fe” cita a San Agustín y dice que la fe crece en los creyentes y se fortalece creyendo. Es decir ejercitándose como puesta en acto de la fe: cuando yo digo “creo” me pongo en las manos de Dios, me confío totalmente a Él pero al mismo tiempo pienso lo que creo y adhiero intelectualmente a ese contenido.
Por eso tendríamos que proponernos, en este próximo Año de la Fe, estudiar en serio el “Catecismo de la Iglesia Católica”. Este es un libro de formación religiosa personal.
Entonces quiero dejarles a ustedes esta inquietud. De modo que podamos prepararnos a dar una buena respuesta a esta iniciativa extraordinaria de nuestro gran Pontífice que es que toda la Iglesia, el año próximo, reavive su fe y aspire a una fe luminosa, a una fe inteligente, a una fe ardiente, porque la fe obra por medio del amor, por medio de la caridad. El testimonio de la verdad tiene que ir acompañado del testimonio de la vida, del testimonio de las obras del amor.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

domingo, 28 de octubre de 2012

DIÁCONO JORGE NOVOA:JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS AL SERVICIO DE LA CONFUSIÓN


El teólogo jesuita, José Ignacio Gonzales Faus, sembró confusión y desconcierto en los católicos uruguayos, que recibieron por los medios de prensa sus opiniones personales, por lo general publicitadas por medios hostiles a la Iglesia Católica en Uruguay, lamentable su presencia y palabras, desconocen las horas de lucha y sacrificio de la Igleisa que peregrina en Uruguay.

Personalmente, entiendo que no estamos en comunión, sus enseñanzas sobre temas medulares de la fe disienten tanto con los que la Iglesia enseña por su Magisterio, que es bueno reconocer que sus palabras no nos representan y poco pueden enseñarnos, más bien confundir a los sencillos, cosa sobre la que el Señor ha lanzado una dura advertencia, que al escuchar a "un sacerdote" piensan  que escucharán las enseñanzas de la Iglesia Católica y se encuentran con un ministro de la Iglesia que se vale de su investidura para enseñar sus propias posturas personales.

Lamentable, pero recurrente y no ocasional, sino estatégicamente presentes, al servicio de los que tratan de descristianizar la sociedad. Pagola, Faus y otros, con el trabajo que tienen en Europa, si están interesados en anunciar a Cristo, o creerán que sería mejor que la América Latina creyente se vuelva como la Europa secularizada, y para ello vienen? Hay ideologías anticristianas que están interesadas en la presencia de estos profetas de la confusión...


La Compañía de Jesús en Uruguay, ha publicado una declaración que ponemos a continuación:

Sobre las declaraciones del P. José Ignacio González Faus

La Compañía de Jesús en Uruguay quiere manifestar su más profundo pesar por las declaraciones hechas a la prensa (La Diaria, lunes 22 de octubre)  por el P. Jose Ignacio Gonzalez Faus, sacerdote jesuita perteneciente a la Provincia de Cataluña (España), quien se encontraba en esos días de visita en Uruguay.

Queremos expresar, con claridad, que la posición de la Compañía de Jesús en relación a los temas que abora el P. González Faus en la citada  entrevista no es otra que la de la Iglesia Católica, y que las declaraciones del referido sacerdote en nada reflejan nuestro pensar ni nuestro sentir.

Creemos, junto con otros que nos lo han manifestado así, que sus lamentables declaraciones no hacen otra cosa que generar confusión en la gente;  particularmente la forma en la que él aborda la temática de la despenalización del aborto, que además de ser contraria a la postura de la Iglesia en general, desconoce absolutamente lo actuado por nuestra Iglesia uruguaya en relación a este tema en los últimos meses, así como también la declaración hecha por la Universidad Católica del Uruguay, confiada a la Compañía de Jesús, para dejar sentada su posición en defensa de la vida desde el momento mismo de la concepción.

Han sido muchos los sacerdotes, religiosos y laicos que se han esforzado por presentar de manera clara la posición de la Iglesia Católica y se han manifestado públicamente para defenderla; en eso hemos estado también nosotros. Por lo tanto, además de considerar desacertadas sus expresiones, compartimos el rechazo que han generado, ya que no respetan el compromiso por la vida que como cristianos estamos llamados a asumir, y muestran un rostro de Iglesia que consideramos ajeno a nuestra realidad.

viernes, 26 de octubre de 2012

BENEDICTO XVI: QUÉ ES LA FE?


El miércoles pasado, con el inicio del Año de la fe, comencé una nueva serie de catequesis sobre la fe. Y hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre una cuestión fundamental: ¿qué es la fe? ¿Tiene sentido aún la fe en un mundo donde la ciencia y la tecnología han abierto horizontes, hasta hace poco tiempo impensables? ¿Qué significa creer hoy?

En efecto, en nuestro tiempo es necesaria una renovada educación en la fe, que incluya por cierto un conocimiento de su verdad y de los acontecimientos de la salvación, pero que principalmente nazca de un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarlo, de confiar en él, de tal modo que toda la vida esté involucrada con él.

Hoy, junto a muchos signos de buena, crece a nuestro alrededor también un cierto desierto espiritual. A veces, se tiene la sensación, por ciertos hechos que conocemos todos los días, de que el mundo no va hacia la construcción de una comunidad más fraterna y pacífica; las mismas ideas de progreso y bienestar también muestran sus sombras. A pesar del tamaño de los descubrimientos de la ciencia y de los resultados de la tecnología, el hombre hoy no parece ser verdaderamente más libre, más humana; todavía permanecen muchas formas de explotación, de manipulación, de violencia, de opresión, de injusticia… Luego, un cierto tipo de cultura ha educado a moverse solo en el horizonte de las cosas, de lo posible, a creer solo en lo que vemos y tocamos con las manos. Por otro lado, sin embargo, crece el número de personas que se sienten desorientados y, al tratar de ir más allá de una realidad puramente horizontal, se predisponen a creer en todo y su contrario. En este contexto, surgen algunas preguntas fundamentales, que son mucho más concretas de lo que parecen a primera vista: ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las generaciones futuras? ¿En qué dirección orientar las decisiones de nuestra libertad en pos de un resultado bueno y feliz de la vida? ¿Qué nos espera más allá del umbral de la muerte?

A partir de estas ineludibles preguntas, surge como un mundo de la planificación, del cálculo exacto y de la experimentación, en una palabra, el conocimiento de la ciencia, que si bien son importantes para la vida humana, no es suficiente. Nosotros necesitamos no solo el pan material, necesitamos amor, sentido y esperanza, de un fundamento seguro, de un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico, incluso en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y en los problemas cotidianos.
La fe nos da esto: se trata de una confianza plena en un "Tú", que es Dios, el cual me da una seguridad diferente, pero no menos sólida que la que proviene del cálculo exacto o de la ciencia. La fe no es un mero asentimiento intelectual del hombre frente a las verdades en particular sobre Dios; es un acto por el cual me confío libremente a un Dios que es Padre y me ama; es la adhesión a un "Tú" que me da esperanza y confianza. Ciertamente que esta adhesión a Dios no carece de contenido: con ella, sabemos que Dios se ha revelado a nosotros en Cristo, hizo ver su rostro y se ha vuelto cercano a cada uno de nosotros. En efecto, Dios ha revelado que su amor por el hombre, por cada uno de nosotros, es sin medida: en la cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, nos muestra del modo más luminoso a qué grado llega este amor, hasta darse a sí mismo, hasta el sacrificio total.

Con el misterio de la Muerte y Resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para que llevarla a Él, para elevarla hasta que alcance su altura. La fe es creer en este amor de Dios, que no diminuye ante la maldad de los hombres, ante el mal y la muerte, sino que es capaz de transformar todas las formas de esclavitud, dando la posibilidad de la salvación. Tener fe, entonces, es encontrar ese "Tú", Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible, que no solo aspira a la eternidad, sino que le da; es confiar en Dios con la actitud del niño, el cual sabe que todas sus dificultades, todos sus problemas están a salvo en el "tú" de la madre. Y esta posibilidad de salvación a través de la fe es un don que Dios ofrece a todos los hombres.

Creo que deberíamos meditar más a menudo --en nuestra vida diaria, marcada por problemas y situaciones a veces dramáticas--, en el hecho que creer cristianamente significa este abandonarme con confianza al sentido profundo que me sostiene a mí y al mundo; una sensación de que no somos capaces de darnos, sino de solo recibir como un don, y que es la base sobre la que podemos vivir sin miedo. Y esta certeza liberadora y tranquilizadora de la fe, debemos ser capaces de proclamarla con la palabra y demostrarla con nuestra vida de cristianos.

A nuestro alrededor, sin embargo, vemos cada día que muchos son indiferentes o se niegan a aceptar este anuncio. Al final del Evangelio de Marcos, tenemos palabras duras del Señor resucitado que dice: "El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará" (Mc. 16,16), se pierde a sí mismo. Los invito a reflexionar sobre esto. La confianza en la acción del Espíritu Santo, nos debe empujar siempre a ir y predicar el Evangelio, al testimonio valiente de la fe; pero, además de la posibilidad de una respuesta positiva al don de la fe, también existe el riesgo de un rechazo del Evangelio, del no acoger el encuentro vital con Cristo. Ya san Agustín ponía este tema en su comentario sobre la parábola del sembrador: "Nosotros hablamos –decía--, echamos la semilla, la extendemos. Hay quienes desprecian, critican, se burlan. Si les tememos, no tenemos nada que sembrar y el día de la cosecha se quedara sin que se recoja. Por tanto, venga la semilla de la tierra buena" (Discorsi sulla disciplina cristiana, 13,14: PL 40, 677-678). En consecuencia, la negativa no puede desalentarnos. Como cristianos, somos testigos de este suelo fértil: nuestra fe, a pesar de nuestros límites, demuestra que hay buena tierra, donde la semilla de la Palabra de Dios produce frutos abundantes de justicia, de paz y de amor, de nueva humanidad, de salvación. Y toda la historia de la Iglesia, con todos los problemas, demuestra también que hay la tierra buena, que existe una semilla buena, y que da fruto.

Pero preguntémonos: ¿de dónde saca el hombre esa apertura del corazón y de la mente para creer en el Dios que se ha hecho visible en Jesucristo, muerto y resucitado, para recibir su salvación, de tal modo que Él su evangelio sean la guía y la luz de la existencia? Respuesta: nosotros podemos creer en Dios porque Él se acerca a nosotros y nos toca, porque el Espíritu Santo, don del Señor resucitado, nos hace capaces de acoger el Dios vivo. La fe es, pues, ante todo un don sobrenatural, un don de Dios. El Concilio Vaticano II dice: "Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da “a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad”".(Dei Verbum, 5). En la base de nuestro camino de fe está el bautismo, el sacramento que nos da el Espíritu Santo, volviéndonos hijos de Dios en Cristo, y marca la entrada en la comunidad de fe, en la Iglesia no creo uno por sí mismo, sin la gracia previa del Espíritu; y no se cree solo, sino junto a los hermanos. Desde el Bautismo en adelante, cada creyente está llamado a revivir esto y hacer propia esta confesión de fe, junto a los hermanos.

La fe es un don de Dios, pero también es un acto profundamente humano y libre. El Catecismo de la Iglesia Católica dice claramente: "Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre" (n. 154). Más aún, las implica y las exalta, en una apuesta de vida que es como un éxodo, es decir, en un salir de sí mismo, de las propias seguridades, de los propios esquemas mentales, para confiarse a la acción de Dios que nos muestra el camino para obtener la verdadera libertad, nuestra identidad humana, la verdadera alegría del corazón, la paz con todos. Creer es confiar libremente y con alegría en el plan providencial de Dios en la historia, como lo hizo el patriarca Abraham, al igual que María de Nazaret. La fe es, pues, un acuerdo por el cual nuestra mente y nuestro corazón dicen su propio "sí" a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este "sí" transforma la vida, abre el camino hacia una plenitud de sentido, la hace nueva, llena de alegría y de esperanza fiable.

Queridos amigos, nuestro tiempo requiere de cristianos que estén aferrados de Cristo, que crezcan en la fe a través de la familiaridad con la Sagrada Escritura y los sacramentos. Personas que sean casi un libro abierto que narra la experiencia de la vida nueva en el Espíritu, la presencia de un Dios que nos sostiene en el camino y que nos abre hacia la vida que no tendrá fin. Gracias.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.

jueves, 25 de octubre de 2012

ENCUENTROS CON JESÚS: 27 DE OCTUBRE DE 2012

El próximo sábado realizaremos un nuevo Encuentros con Jesús, se trata de un retiro espiritual  abierto y gratuito, por  el que buscamos hacer silencio interior para escuchar la voz de Dios. Qué quiere de mi? Cuál será su voluntad?

El Señor está muy cerca de ti, mucho más de lo que puedes imaginar, y quiere compartir contigo su vida, esa que tanto necesitamos para encontrar el verdadero rumbo de nuestra existencia...

El texto que nos guiará, está tomado del encuentro que tiene con Zaqueo, a quien le dice:

"BAJA ZAQUEO, QUE HOY VOY A ENTRAR EN TU CASA"

16 HS- ADORACIÓN Y SANTO ROSARIO
17 HS- PREDICACIÓN DIÁC. JORGE NOVOA
18 HS- PASEO CON EL SANTÍSIMO SACRAMENTO
19 HS- SANTA MISA
20 HS- ORACIÓN CON IMPOSICIÓN DE MANOS

          CAPILLA MARÍA REINA DE LA PAZ
                 

TÚ TAMBIÉN DARÉIS TESTIMONIO

Muy recomendable, realizado por el equipo de Infinito+1, para la Jornada de la Juventud 2012 en España.

miércoles, 24 de octubre de 2012

BENEDICTO XVI: EL TÉRMINO GÉNERO


Porque la fe en el Creador es una parte esencial del Credo Cristiano, la Iglesia no puede y no debe limitarse a trasmitir a sus fieles solamente el mensaje de la salvaciónTiene una responsabilidad por lo creado y debe hacer valer esta responsabilidad también en público. Y haciéndolo, debe defender, no solamente la tierra, el agua y el aire como dones de la creación pertenecientes a todos. Debe proteger también al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que exista algo así como una “ecología del hombre”, entendida en el sentido justo. No se trata de una metafísica superada si la Iglesia habla de la naturaleza del ser humano como hombre y mujer y exige que este orden de la creación sea respetado. Aquí se trata, de hecho, de la fe en el Creador y de la escucha del lenguaje de la creación, cuyo desprecio sería una autodestrucción del hombre y por tanto una destrucción de la obra misma de Dios. 

Lo que frecuentemente se expresa y se entiende con el término “género”, se resuelve en definitiva en la autoemancipación del hombre respecto de lo creado y del Creador. El hombre quiere hacerse solo y disponer siempre y exclusivamente de aquello que se refiere a él. Pero de este modo vive contra la verdad, vive contra el Espíritu creador. Las selvas tropicales merecen, sí, nuestra protección, pero no menos la merece el hombre como creatura, en la cual está escrito un mensaje que no significa contradicción a nuestra libertad, sino su condición de posibilidad. Grandes teólogos de la Escolástica han calificado el matrimonio, es decir, el vínculo para toda la vida entre el varón y la mujer, como sacramento de la creación, que el mismo Creador ha instituido y que Cristo – sin modificar el mensaje de la creación – ha luego recogido en la historia de su alianza con los hombres. Es parte del anuncio que la Iglesia debe realizar el testimonio a favor del Espíritu creador presente en la naturaleza en su conjunto y de modo especial en la naturaleza del hombre, creado a imagen de Dios. Partiendo de esta perspectiva se debería releer la Encíclica “Humanae Vitae”: la intención del Papa Pablo VI era defender el amor contra la sexualidad como consumo, el futuro contra la pretensión exclusiva del presente, y la naturaleza del hombre  contra su manipulación.

jueves, 18 de octubre de 2012

PBRO RAÚL DÍAZ: WALTER CHANGO Y EL MILAGRO DE LOS ROSALES


        Rosales que florecen.
        En febrero del año 1939 Walter comienza a sentir los síntomas de su enfermedad. En ningún momento perdió la calma ni la fe.  Cuando le era posible escribía todo lo que iba viviendo.  Fue muy consciente de que estaba al final de sus días.  Dice a su madre: "No somos de este mundo; somos de Dios y  vamos a Dios".
                Su último año no lo pasó en el barrio de  la Aguada sino en Sayago. Un amigo de su padre le prestó una casa ubicada en la calle Garzón en el mismo predio vivió la poetisa Delmira Agustini. Hoy en día solo se puede apreciar la parte inferior de la fuente que daba al jardín de dicha casa y apenas unos rastros de los cimientos  entre los pastos.
                Allí  en aquella casa cuando su estado de salud se lo permitía Walter  se sentaba debajo de un árbol de magnolio a meditar, rezar y también a jugar a la ajedrez que tanto le gustaba. En una oportunidad viendo los rosales que rodeaban la fuente le dijo a su madre que al morir quería ser cubierto con rosas.
                Y ese día no se hizo esperar. Comenzó a agravarse y sus fuerzas físicas fueron decayendo. Ya en la camilla, cuando lo llevaban a la mesa de operaciones, dijo a su padre: "No llores papito. Ya ves, yo que me voy estoy tranquilo".
El sacerdote que siempre lo atendió, el P Nicoli nos cuenta esos últimos momentos.
"Reclamaba la eucaristía, la que no se le podía proporcionar debido a sus frecuentes vómitos, y se tranquilizó cuando le sugerí que Jesús quería asociarlo a su pena en el abandono de la Cruz, recordándole aquellas palabras: "¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?"; tomó entonces su crucifijo y se quedó en contemplación profunda. Su fin se acercaba... le ofrecí administrarle la Extrema Unción. Se incorporó en el lecho, su rostro se iluminó por la alegría que experimentaba; llamó a su padre junto a la cama y le manifestó lo que le acababa de prometer. Tomó su misalito, que ya tenía señalado en las páginas de este sacramento, siguió las oraciones. Rezo en latín el "Confiteor" y se prestaba, como demostración viva y generosidad a la unción de cada uno de los órganos de sus sentidos; con emoción siguió hasta el final esta ceremonia de suyo impresionante.
                Concluida la administración del sacramento se recoge unos instantes, junta sus manos para besar sus propias palmas, y pareciéndole que aún había óleo en ellas, lleno de santo respeto me pidió que se las secara..."
                Luego dijo a sus padres: "Muero puro y casto, sin haber profanado jamás  mi cuerpo con ningún acto impuro" y tomando el crucifijo los  bendijo.  Instantes después apretando el crucifijo junto a su pecho musitó:  "muero tranquilo" fueron sus últimas palabras y su cabeza calló sobre la almohada...
                Era el 18 de noviembre de 1939. Siete de la tarde.  La noticia de su fallecimiento corrió rápidamente y a su velatorio llegaron importantes autoridades de la iglesia uruguaya. Mons. Antonio Barbieri  que era obispo auxiliar de Montevideo mandó a buscar a un fotógrafo para documentar el milagro de las rosas.
                La madre de Walter se acordó del pedido de las rosas y fue de inmediato a buscarlas al jardín pero los rosales no las tenían. Al instante ocurrió lo inesperado. Por tres veces consecutivas en el mismo día florecieron todos los rosales  hasta poder cubrir el  cuerpo de Walter. También el magnolio que hasta entonces no había dado flores le tributó su homenaje.

VICARÍA PARA LA FAMILIA: ANTE LA DESPENALIZACIÓN DEL ABORTO...


Ante la aprobación por parte del Senado del proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo, que en la práctica es una ley que legaliza el aborto en el Uruguay, la Vicaría de la Familia y la Vida  de la Arquidiócesis de Montevideo, quiere expresar su profundo dolor y el rechazo a esta ley.
Esta decisión que va contra el primer derecho humano que es el derecho a la vida, contradice la Constitución de la República y  el Pacto de San José de Costa Rica, es una agresión  al ser humano más inocente, y por lo tanto a la sociedad uruguaya en su conjunto y es una ofensa a Dios Creador.
Nos enorgullecemos de ser uno de los primeros países  que abolió la pena de muerte, hoy  nos entristecemos por ser el segundo país de América Latina en legalizar el aborto.
La Iglesia comprende el drama que muchas parejas y especialmente muchas mujeres viven frente a un embarazo no deseado, pero siempre ha entendido que esta situación desafía a losmismos involucrados, a las familias, a la sociedad civil  y a las autoridades, a buscar solucionesque respeten la vida.
Si el hecho que con el aborto se esté eliminando una vida humana no cuenta con la unanimidad de opiniones, a pesar que la ciencia así lo avala, la sola duda que esto genera debería bastar paradetener su aprobación.
Los diversos eufemismos con los que se disfraza esta ley no quitan nada a la gravedad de lo aprobado. Es un día triste para el Uruguay, un país que fue refugio de tanta gente que vino en busca de nuevas oportunidades, una sociedad donde muchos encontraron motivos para seguir viviendo, hoy niega a otros uruguayos el derecho a vivir. La ley aprobada hoy por el Senado  es una herida a la nación, a las más nobles tradiciones de nuestra tierra.
Porque confiamos en Jesucristo, Señor de la vida y de la historia, continuamos mirando con esperanza nuestro futuro, y contribuyendo a la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural.

domingo, 14 de octubre de 2012


Acabamos de conferir o, mejor dicho, acabamos de reconocer a Santa Teresa de Jesús el título de doctora de la Iglesia.
El solo hecho de mencionar en este lugar y en esta circunstancia, el nombre de esta santa tan singular y tan grande, suscita en nuestro espíritu un cúmulo de pensamientos.

El primero es la evocación de la figura de Santa Teresa. La vemos ante nosotros como una mujer excepcional, como a una religiosa que, envuelta toda ella de humildad, de penitencia y de sencillez, irradia en torno a sí la llama de la vitalidad humana y de su dinámica espiritualidad; la vemos, además, como reformadora y fundadora de una histórica e insigne Orden religiosa, como escritora genial y fecunda, como maestra de vida espiritual, como contemplativa incomparable e incansable alma activa. ¡Qué grande, única y humana, que atrayente es esta figura!

Antes de hablar de otra cosa, nos sentimos tentados a hablar de ella, de esta santa interesantísima bajo tantos aspectos. Pero no esperéis que, en este momento, os hablemos de la persona y de la obra de Teresa de Jesús. Sería suficiente la doble biografía recogida en el volumen preparado con tanto esmero por nuestra Sagrada Congregación para las causas de los santos para desanimar a quien pretendiese condensar en breves palabras la semblanza histórica y biográfica de esta santa, que parece desbordar las líneas descriptivas en las que uno quisiera encerrarlas. Por otra parte, no es precisamente en ella donde quisiéramos fijar durante un momento nuestra atención, sino más bien en el acto que ha tenido lugar hace poco, en el hecho que acabamos de grabar en la historia de la Iglesia y que confiamos a la piedad y a la reflexión del Pueblo de Dios, en la confesión del título de doctora a Teresa de Avila, a Santa Teresa de Jesús, la eximia carmelita.
El significado de este acto es muy claro. Un acto que quiere ser intencionalmente luminoso, y que podría encontrar su imagen simbólica en una lámpara encendida ante la humilde y majestuosa figura de la Santa. Un acto luminoso por el haz de luz que ese mismo título doctoral proyecta sobre ella; un acto luminoso por el otro haz de luz que ese mismo título doctoral proyecta sobre nosotros.

Significación del título concedido a Santa Teresa

Hablemos primero sobre ella, sobre Teresa. La luz del título doctoral pone de relieve valores indiscutibles que ya le habían sido ampliamente reconocidos; ante todo, la santidad de vida, valor este oficialmente proclamado el 12 de marzo de 1622 - Santa Teresa había muerto 30 años antes- por nuestro predecesor Gregorio XV en el célebre acto de la canonización que incluyó en el libro de los santos, junto con esta santa carmelita, a Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Isidro Labrador, todos ellos gloria de la España católica, y al mismo tiempo al florentino-romano Felipe Neri. Por otra parte, la luz del título doctoral pone de relieve la eminencia de la doctrina y esto de un modo especial.


Los carismas de la doctrina teresiana

La doctrina de Teresa de Avila brilla por los carismas de la verdad, de la fidelidad a la fe católica, de la utilidad para la formación de las almas. Y podríamos resaltar de modo particular otro carisma, el de la sabiduría, que nos hace pensar en el aspecto más atrayente y al mismo tiempo más misterioso del doctorado de Santa Teresa, o sea, en el influjo de la inspiración divina en ésta prodigiosa y mística escritora.
¿De dónde le venía a Teresa el tesoro de su doctrina?. Sin duda alguna, le venía de su inteligencia y de su formación cultural y espiritual, de sus lecturas, de su trato con los grandes maestros de la teología y de espiritualidad, de su singular sensibilidad, de su habitual e intensa disciplina ascética, de su meditación contemplativa, en una palabra de su correspondencia a la gracia acogida en su alma, extraordinariamente rica y preparada para la práctica y para la experiencia de la oración. Pero¿ era ésta la única fuente de su eminente doctrina?.¿ O acaso no se encuentran en Santa Teresa hechos, actos y estados en los que ella no es el agente, sino más bien el paciente, o sea, fenómenos pasivos y sufridos, místicos en el verdadero sentido de la palabra, de tal forma que deben ser atribuidos a una acción extraordinaria del Espíritu Santo?.
Estamos, sin duda alguna, ante un alma en la que se manifiesta la iniciativa divina extraordinaria del Espíritu Santo? .
Estamos, sin duda alguna, ante un alma en la que se manifiesta la iniciativa extraordinaria, sentida y posteriormente descrita llana, fiel y estupendamente por Teresa con un lenguaje literario peculiarísimo.

Una vida consagrada a la contemplación y comprometida en la acción

Al llegar aquí, las preguntas se multiplican. La originalidad de la acción mística es uno de los fenómenos psicológicos más delicados y más complejos, en los que pueden influir muchos factores, y obligan al estudioso a tomar las más severas cautelas, al mismo tiempo que en ellos se manifiestan de modo sorprendente las maravillas del alma humana, y entre ellas la más comprensiva de todas: el amor, que encuentra en la profundidad del corazón sus expresiones más variadas y más auténticas; ese amor que llegamos a llamar matrimonio espiritual, porque no es otra cosa que el encuentro del amor divino inundante, que desciende al encuentro del amor humano, que tiende a subir con todas sus fuerzas.
Se trata de la unión con Dios más íntima y más fuerte que sea dado experimentar a un alma viviente en esta tierra, de una unión que se convierte en luz y en sabiduría, sabiduría de las cosas divinas y sabiduría de las cosas humanas.
De todos estos secretos nos habla la doctrina de Santa Teresa. Son los secretos de la oración. Esta es su enseñanza. Ella tuvo el privilegio y el mérito de conocer estos secretos por vía de la experiencia, vivida en la santidad de una vida consagrada a la contemplación y, al mismo tiempo, comprometida en la acción, por vía de experiencia simultáneamente sufrida y gozada en la efusión de carismas espirituales extraordinarios. Santa Teresa ha sido capaz de contarnos estos secretos, hasta el punto de que se la considera como uno de los supremos maestros de la vida espiritual. No en vano la estatua de la fundadora Teresa colocada en la basílica lleva la inscripción que tan bien define a la Santa: Mater spiritualium.

Maestra de oración

Todos reconocían, podemos decir que con unánime consentimiento, ésta prerrogativa de Santa Teresa de ser madre y maestra de las personas espirituales. Una madre llena de encantadora sencillez, una maestra llena de admirable profundidad. El consentimiento de la tradición de los santos, de los teólogos, de los fieles y de los estudiosos, se lo había ganado ya. Ahora lo hemos confirmado nosotros, a fin de que, nimbada por este título magistral, tenga en adelante una misión más autorizada que llevar a cabo dentro de su familia religiosa, en la Iglesia orante y en el mundo, por medio de su mensaje perenne y actual: el mensaje de la oración.
Esta es la luz, hecha hoy más viva y penetrante, que el título de doctora conferido a Santas Teresa reverbera sobre nosotros.
El mensaje de oración nos llega a nosotros, hijos de la Iglesia, en una hora caracterizada por un gran esfuerzo de reforma y de renovación de la oración litúrgica; nos llega a nosotros, tentados, por el reclamo y por el compromiso del mundo exterior, a ceder al trajín de la vida moderna y a perder los verdaderos tesoros de nuestra alma por la conquista de los seductores tesoros de la tierra.
Este mensaje llega a nosotros, hijos de nuestro tiempo, mientras no sólo se va perdiendo la costumbre del coloquio con Dios, sino también el sentido y la necesidad de adorarlo y de invocarlo.
Llega a nosotros el mensaje de la oración, canto y música del espíritu penetrado por la gracia y abierto al diálogo de la fe, de la esperanza y de la caridad, mientras la exploración psicoanalítica desmonta el frágil y complicado instrumento que somos, no para escuchar la voces de la humanidad dolorida y redimida, sino para escuchar el confuso murmullo del subconsciente animal y los gritos de las indomadas pasiones y de la angustia desesperada.
Llega ahora a nosotros el sublime y sencillo mensaje de la oración de parte de la sabia Teresa, que nos exhorta a comprender "el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad…,que no es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama".

Este es, en síntesis, el mensaje que nos da Santa Teresa de Jesús, doctora de la santa Iglesia. Escuchémoslo y hagámoslo nuestro.

La mujer no está destinada a tener en el Iglesia funciones jerárquicas

Debemos añadir dos observaciones que nos parecen importantes. En primer lugar hay que notar que santa Teresa de Avila es la primera mujer a quien la Iglesia confiere el título de doctora; y esto no sin recordar las severas palabras de S. Pablo: "Las mujeres cállense en las iglesias"( 1 Cor 14,34); lo cual quiere decir todavía hoy que la mujer no está destinada a tener en la Iglesia funciones jerárquicas de magisterio y de ministerio. ¿Se habrá violado entonces el precepto apostólico?.
Podemos responder con claridad: no. Realmente no se trata de un título que compromete funciones jerárquicas de magisterio, pero a la vez debemos señalar que este hecho no supone en ningún modo un menosprecio de la sublime misión de la mujer en el seno del Pueblo de Dios.
Por el contrario, ella, al ser incorporada a la Iglesia por el bautismo, participa de ese sacerdocio común de los fieles, que la capacita y la obliga a "confesar delante de los hombres la fe que recibió de Dios mediante la Iglesia".

Y en esa confesión de fe de tantas mujeres han llegado a las cimas más elevadas, hasta el punto que su palabra y sus escritos han sido luz y guía de sus hermanos. Luz alimentada cada día en el contacto íntimo con Dios, aún en las formas más elevadas en la oración mística, para la cual San Francisco de Sales llega a decir que poseen una especial capacidad. Luz hecha vida de manera sublime para el bien y el servicio de los hombres.
Por eso el concilio ha querido reconocer la preciosa colaboración, con la gracia divina, que las mujeres están llamadas a ejercer para instaurar el Reino de Dios en la tierra, y, al exaltar la grandeza de su misión, no duda en invitarlas igualmente a ayudar " a que la humanidad no decaiga", "a reconciliar a los hombres con la vida", "a salvar la paz del mundo".

Teresa, santa española con temple de reformadora

En segundo lugar, no queremos pasar por alto el hecho de que Santa Teresa era española, y con razón España la considera una de sus grandes glorias. En su personalidad se aprecian los rasgos de su patria: la reciedumbre de espíritu, la profundidad de sentimientos, la sinceridad de alma, el amor a la Iglesia. Su figura se centra en una época gloriosa de santos y de maestros que marcan su siglo con el florecimiento de la espiritualidad. Los escucha con la humildad de la discípula, a la vez que sabe juzgarlos con la perspicacia de una gran maestra de vida espiritual, y como tal la consideran ellos.
Por otra parte, dentro y fuera de las fronteras patrias se agitan violentos los aires de la Reforma, enfrentando entre sí a los hijos de la Iglesia. Ella, por su amor a la verdad y por el trato íntimo con el Maestro, hubo de afrontar sinsabores e incomprensiones de toda índole, y no sabía como dar paz a su espíritu ante la rotura de la unidad: "Fatiguéme mucho- escribe- y, como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba redimiese tanto mal"
Este su sentir con la Iglesia, probado en el dolor que consumía sus fuerzas, la llevó a reaccionar con toda la entereza de su espíritu castellano en un afán de edificar el reino de Dios; ella decidió penetrar en el mundo que la rodeaba con una visión reformadora para darle un sentido, una armonía, un alma cristiana.

Hija de la Iglesia

A distancia de cinco siglos, Santa Teresa de Avila sigue marcando las huellas de su misión espiritual, de la nobleza de su corazón, sediento de catolicidad; de su amor, despojado de todo apego terreno para entregarse totalmente a la Iglesia. Bien pudo decir, antes de su último suspiro, como resumen de su vida:" En fin, soy hija de la Iglesia".

En esta expresión, presagio y gusto de la gloria de los bienaventurados para Teresa de Jesús, queremos adivinar la herencia espiritual por ella legada a España entera. Debemos ver asimismo una llamada dirigida a todos a hacernos eco de su voz, convirtiéndola en lema de nuestra vida para poder repetir con ella: ¡Somos hijos de la Iglesia!
Con nuestra bendición apostólica.
Texto íntegro de la homilía pronunciada por el Papa Pablo VI, en al basílica de San Pedro, durante el acto de la proclamación de Santa Teresa como doctora de la Iglesia Universal (27 de setiembre de 1970, L'Observatore Romano)

miércoles, 10 de octubre de 2012

SÍNODO SOBRE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN: MONS. ALBERTO SANGUINETTI


De la manera de celebrar los Sacramentos de la lniciación cristiana dependerá el rostro futuro del cristianismo en Occidente (Ins. Lab.131; Lin.18).

Es incorrecto que la diferenciación práctica, que pospone la Confirmación a la Eucaristía, sea de orden meramente pastoral y no dogmático (1.1.136). Al contrario, el orden de los sacramentos - bautismo - confirmación - eucaristía proviene de la Tradición autentica de Oriente y Occidente. Este dato dogmático debe guiar toda pastoral.
Por el bautismo y la confirmación somos insertos en la Nueva Alianza por la participación en la muerte y glorificación de Jesucristo y la efusión escato1ógica del Espíritu Santo. Esto proviene de las misiones de las Personas Divinas y, últimamente, de las Procesiones Trinitarias. La Misa es la actualización del sacrificio glorioso de Cristo y del envío del Espiritu. Por eso, la Comunión Eucarística es la culminación de toda la iniciación cristiana y su renovada actualización.
Altera la economía sacramental dar la Primera Comunión al bautizado no confirmado, que no está plenamente iniciado. Mayor violencia es dejar sistemáticamente la Confirmación para después de la Primera Comunión. La confirmación debe seguir al bautismo y anteceder a la Primera Comunión.

SÍNODO SOBRE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN: CARDENAL DOLAN

 El gran predicador americano, el Venerable Arzobispo Fulton J. Sheen, comentó: “La primera palabra de Jesús en el Evangelio fue ‘ven”; la última palabra de Jesús fue ‘id’”.
La Nueva Evangelización nos recuerda que los verdaderos agentes de la evangelización deben ser evangelizados primero.

San Bernardo dijo: “Si quieres ser un canal, antes debes ser un embalse”.
Por eso yo creo que el primer sacramento de la Nueva Evangelización es el sacramento de la penitencia, y agradezco al Papa Benedicto que nos lo haya recordado.Sí, los sacramentos de iniciación - Bautismo, Confirmación, Eucaristía - encomiendan, retan y equipan a los agentes de la evangelización.

Pero los sacramentos de reconciliación evangelizan a los evangelizadores, pues sacramentalmente nos acercan a Jesús, quien nos llama a una conversión del corazón y nos inspira a responder a Su invitación de arrepentimiento.El Concilio Vaticano II hizo un llamamiento a la renovación del sacramento de la penitencia; en cambio lo que tristemente conseguimos, en muchos lugares, fue la desaparición de dicho sacramento
.
Nos hemos ocupado mucho en reformar estructuras, sistemas, instituciones y a la gente más que a nosotros mismos. Sí, esto es bueno.Pero la respuesta a la pregunta: “¿Qué es lo que va mal en el mundo?” no es la política, la economía, el secularismo, la contaminación, el calentamiento global... no. Como escribió Chesterton: ‘La respuesta a la pregunta ‘¿Qué es lo que va mal en el mundo? son dos palabras: Soy yo’”.
¡Soy yo! Admitir esto lleva a la conversión de nuestro corazón y al arrepentimiento, el centro de la invitación del Evangelio. Esto sucede en el Sacramento de la Penitencia. Este es el sacramento de la Nueva Evangelización.

[00031-04.03] [IN008] [Texto original: inglés]

martes, 9 de octubre de 2012

MONSEÑOR JOSÉ IGNACIO MUNILLA: CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

BENEDICTO XVI: PARA EL AÑO DE LA FE, HAY QUE REZAR EL ROSARIO

BENDICTO XVI: APERTURA DEL SÍNODO

ALFREDO SÁENZ sj: SAN PABLO,ENAMORADO DE JESUCRISTO



1. La contemplación de Cristo
Si, al decir de Santo Tomás, el apostolado es entregar a los demás lo que previamente se ha contemplado, pocos como San Pablo han sido apóstoles de manera tan cabal.
 «Si es menester gloriarse, aunque no conviene –les escribe a los corintios– vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, tampoco lo sé, Dios lo sabe fue arrebatado hasta el tercer cielo; y sé que este hombre si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir» (2 Cor 12,1-4).

 El apóstol de la evangelización ha debido ser primero el contemplador de lo inefable. En el orden de la misión evangélica no es posible hablar con eficacia si anteriormente no se ha entrevisto la inefable sublimidad del mensaje que hay que transmitir. San Pablo ha penetrado como nadie en el corazón de Dios, en el corazón de Cristo. En carta a los efesios, les comunica su propia experiencia, deseándoles :«que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, de modo que arraigados y fundados en la caridad, podáis comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura, la longura, la altura y la profundidad, y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios» (Ef 3,17 19).

Se trata, al parecer, de una mutua inhesión: Pablo ha penetrado en el corazón de Cristo, ha sondeado sus abismos, se ha encendido en ese horno ardiente de caridad, ha mensurado la inconmensurabilidad del amor encarnado, por una parte; pero por otra, ese Cristo ha penetrado en su corazón humano y lo ha ensanchado a la medida de su corazón divino, para hacerlo capaz de contemplar lo que no se puede ver.

Cada santo capta con más intensidad un aspecto particular de la polifacética riqueza de Cristo. Porque el misterio de Cristo es inagotable. Quizás el aspecto que contempló mejor San Pablo y se apoderó de él sea la misión recapitulatoria de Cristo, su señorío y su realeza eterna y temporal. Según la visión paulina, Dios se propuso un plan en Cristo, para que fuese realizado al cumplirse la plenitud de los tiempos, «recapitulando todas las cosas en El, las del cielo y las de la tierra» (Ef 1,10). Todo lo puso bajo sus pies, y a El lo puso por cabeza de todas las cosas, en la Iglesia, que es su cuerpo (cf. Ef 1,22-23), «para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Fil 2,10-11)

La totalidad de] apostolado de San Pablo no brotará sino de la contemplación de este misterio, que será el leit motiv de su diario trajinar: a la realeza de Cristo debía ordenarse la universalidad de las cosas.
«Ya el mundo, ya la vida, ya la muerte; ya lo presente, ya lo venidero, todo es vuestro les decía a los corintios; y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios» (1 Cor 3,21-23).
De esa intuición, que va al centro del misterio de Cristo, deduciría el Apóstol todas las consecuencias para su vida interior y para su trabajo apostólico, sabiendo que Dios «nos ha de dar con El todas las cosas» (Rom 8,32).

2. La identificación con Cristo
El intenso amor que Pablo experimenta por Cristo no es sino el eco del amor que Cristo el primero le tuvo a él. Impresiona el uso sereno del pronombre personal en primera persona: «Me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20). El mismo Pablo, que con acentos tan encendidos predicara el amor universal del Redentor, sabe bien que dicho amor no se diluye en el anonimato de un rebaño numeroso sino que se vuelca con toda su fuerza infinita sobre cada uno de los fieles, concretamente sobre él: «me amó». Este amor es un amor de amistad, fundado en la gracia, la vida divina que corre por las venas del cuerpo de Cristo y por las venas del alma de Pablo.

Se produce como una suerte de transfusión de sangre, de vida, de ideas, de voluntades, desde Cristo a su apóstol amado. No resulta, pues, petulante la afirmación de San Pablo: «Nosotros tenemos el pensamiento de Cristo» (1 Cor 2,16). Es que se ha hecho uno con el Amado, como lo dejó expresado tan admirablemente en la catequesis bautismal que incluye en su carta a los romanos, cuando dice que por el bautismo hemos sido injertados en Cristo, hemos muerto con El y con El hemos resucitado (cf. Rom 6,5-9); los adjetivos que emplea precedidos por la conjunción griega syn = con (co-muertos, co-resucitados) implican una intimidad profunda, casi metafísica. No exagera lo más mínimo cuando en su carta a los gálatas afirma llevar en su cuerpo «los estigmas del Señor» Tras haber dicho: «Jamás me gloriaré a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gal 6,14).

Pablo no aspira a otra cosa que al acrecentamiento de esta identificación. Lo único que anhela es que Cristo sea glorificado en su cuerpo, ya sea viviendo, ya muriendo, «que para mí la vida es Cristo, y la muerte, ganancia» (Fil 1,21). Se trata de un proceso de identificación progresiva, que poco a poco va extinguiendo todo lo que en Pablo no es asimilable por Cristo, hasta llegar a una especie de transustanciación mística, que le permitirá decir: «Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,19.20).

Ha vencido el más fuerte; el más débil ha hecho suyos los pensamientos, los afectos, las voluntades de Cristo. Esto y no otra cosa es la amistad consumada. Ya nadie podrá distanciar lo que Dios ha unido.

«¿Quién nos separará del amor de Cristo? –exclama, arrebatado, en carta a los romanos– ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Según está escrito: Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día, somos mirados como ovejas destinadas a la muerte. Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rom 8,35 39).

3. El apostolado en Cristo
Pablo ha quedado definitivamente polarizado en Cristo. En adelante sabe que ya coma, ya beba o ya haga cualquier otra cosa, lo hará todo para la gloria de Dios en Cristo (cf. 1 Cor 10,31). «Si vivimos, dice, para el Señor vivimos; y si morimos, morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos» (Rom 14,8). Es el lenguaje del enamorado.

Propio es de la amistad amar todo lo que el amado ama. Una amistad que no llegara hasta allí estaría radicalmente falseada; no será sincera ni íntegra. Pues bien, Pablo sabe que Cristo no sólo «lo amó» a él, personalmente, sino que también dio su vida por toda la humanidad, como lo expresara en apretada frase: «Cristo nos amó y se entregó por nosotros en ofrenda» (Ef 5,2). Ese mismo Jesús le había enseñado que El se identificaba con los cristianos cuando Pablo, entre anheloso y deslumbrado, le preguntara, en el camino de Damasco, al caer del caballo: «¿Quién eres, Señor?» y El le respondiera: «Soy Jesús a quien tú persigues» (Hch 9,5).
Perseguir a los cristianos no era otra cosa que perseguir a Jesús. A partir de ese momento, el Apóstol comprendió que no podría amar a Jesús de veras si excluía de su amor a aquellos por los cuales el Señor no había trepidado en darse hasta su último aliento. La llama de su apostolado se ha encendido en el corazón generoso de Cristo, horno ardiente de caridad Al evangelizar, será Cristo quien a través de él evangelice: «Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Cristo os exhortase por medio de nosotros» (2 Cor 5,20; cf. también 2 Cor 4,5). El enamorado ha encarnado la persona del amado.