viernes, 15 de junio de 2012

GIANFRANCO RAVASI: SALMO 23 (22) EL SEÑOR ES MI PASTOR

La expresión decisiva se halla toda en el v.4: Tú vas conmigo. La confianza nace espontánea y no vuelve a apagarse, no obstante las oscuridades que nos depara el itinerario de la existencia humana.

Esta breve y deliciosa oración, que ignora ansiedades y temores, se desarrolla en torno a dos centros simbólicos, el pastor que avanza con el rebaño hacia un terreno y verde extensión (vv. 1-4) y una copa llena sobre la mesa preparada, signo de hospitalidad (vv.5-6).

El rebaño está en marcha para cambiar de sitio. La búsqueda de nuevos pastos había dado origen a la fiesta del plenilunio de primavera, transformada luego en la fiesta histórica de la Pascua: bastón y vestidos de viaje, panes ázimos cocidos sobre una laja, hierbas amargas recogidas en la estepa, cordero con los huesos intactos como auspicio de reproducción en la fecundidad de la grey, sangre derramada como exorcismo contra los poderes maléficos del largo viaje: elementos todos pastoriles y pascuales (Ex 12).
Para el semita, el pastor expresa más que un simple guía que sabe repentinamente orientar hacia verdes pastos, o hacia un oasis, o que sabe avanzar sobre una senda sin peligros. Es sobre todo el constante compañero de viaje para quien las horas de su rebaño son también suyas y propios los riesgos, y propias la sed y el hambre, y el sol golpea implacable sobre él y su rebaño. Sólo él sabe brindar seguridad y certeza, porque con su vara y su cayado da sosiego (v.4) descartando los senderos falsos y engañosos.

El Pastor es, pues, el salvador, su capacidad de guiar a lugares donde hay hierba decide de la suerte de las ovejas. La metáfora es transparente: sólo el Señor es Pastor, a pleno título, como gustaban de repetir los profetas (Os 4, 16; Jr 23,3;Is 40,11;49,9). También los guías del pueblo, los reyes de Israel son pastores e incluso Ciro es denominado por Dios “mi pastor” (Is 44,28). Homero mismo y los mesopotámicos definían a sus soberanos como pastores de sus pueblos; pero hay una diferencia radical con Dios. El Señor es el pastor –salvador absoluto, no derrotado por ningún obstáculo en su obra de salvación: Él no conoce retardos ni equivocaciones en su camino, supera hasta los precipicios más peligrosos para el paso lento de su grey. Y sobre todo nunca traiciona a sus ovejas. No es como los pastores que describe Ezequiel (34) “que se apacientan a sí mismos…, que no han fortalecido a las ovejas débiles, se han vestido con su lana, han sacrificado las ovejas más pingues; no han apacentado el rebaño”(2.4).

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