Contra la enfermedad y la muerte. Las lecturas de hoy suscitan preguntas terribles. ¿Cristo cura a una mujer enferma y resucita a una niña muerta. Esa es su vocación ¿Por qué entonces tienen que enfermar tantos hombres después de ÉL y por qué tienen que morir todos? Quiere Dios la muerte? ¿Si nada ha cambiado en el mundo para que vino Cristo a Él?
Del largo relato del Evangelio, en el que se entremezclan dos milagros , extraigamos simplemente dos frases. De la hija del jefe de la Sinagoga, ciertamente muerta según nuestros conceptos, Jesús dice : La niña está dormida, lo que hace que los presentes se rían de él. En el caso de la mujer que padecía flujo de sangre y que toca su manto, Jesús pregunta: Quien me ha tocado el manto, con el consiguiente desconcierto de los discípulos por la pregunta. Ante la muerte corporal Jesús habla de sueño lo hará otra vez en el episodio de la resurrección de su amigo Lázaro: Jn 11,11; la verdadera muerte, la que el Apocalipsis denomina segunda “definitiva” es para él otra cosa. Por otra parte, la enfermedad , que para los judíos era una premonición de la muerte, es para él una menudencia insignificante; para curarla debe salir de él una fuerza, en Lc estos sucede en todas las curaciones. Jesús se designa a sí mismo como la vida y esta vida debe expandir sus energías para vivificar lo muerto y lo caduco¨.
Solo a partir de aquí se pueden comprender las afirmaciones de la primera lectura: Dios no hizo la muerte. Esto se repite. No hay imperio del abismo sobre la tierra, porque la justicia es inmortal. La presencia de la muerte en el mundo se atribuye a la envidia del Diablo. Como puede decir esto el sabio cuando sabe a ciencia cierta que todos los hombres, tanto justos como injustos, tienen que morir
Distingue, como Jesús, una doble muerte: una muerte natural, dada con la finitud de la existencia, y una muerte no natural, dada por la rebeldía de los hombres contra Dios. Pensemos en estas misteriosas palabras de Jesús, aunque aquí ciertamente iluminadoras: El que cree en mi, aunque haya muerto vivirá, y lo que sigue no la contradicen: Y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre (Jn 11,26). Si Dios ha creado al hombre finito, el hombre, con sus pecados, ha creado la segunda muerte, la verdadera.
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