“¿Jesús tenía hermanos?” Desde cierta literatura teológica se ha divulgado ante el gran público los pretendidos hallazgos de la última exégesis bíblica acerca de la existencia de hermanos carnales de Jesús. Dicho más concretamente, de otros hijos de María, frutos de su matrimonio con José.
La respuesta adecuada desde la fe católica y desde la ciencia histórico-crítica simultáneamente, ante los problemas planteados, podría ser muy extensa. Aquí nos ceñimos a brindarla en sus rasgos fundamentales.
Ante todo, debemos distinguir en esta cuestión dos aspectos: 1) los resultados de las investigaciones de la ciencia bíblica positiva, que se mueve con métodos propios y con altas exigencias de cientificidad crítica, métodos que el creyente respeta con la plena seguridad de que rectamente aplicados, lejos de conmover su fe vienen a iluminarla con luces nuevas; 2) la certeza de la fe del creyente, que se funda en la interpretación constante de la Iglesia sobre la virginidad perpetua, ya atestiguada desde el siglo II y asumida como doctrina de fe por el Magisterio eclesiástico (Concilio de Constantinopla II, año 553).
En cuanto al primer aspecto, recogemos a continuación los resultados mejor garantizados de los estudios bíblicos.
1. La Sagrada Escritura brinda sólidos indicios para pensar que la palabra “hermano” puede abarcar también en el griego del Nuevo Testamento (adelphos), tanto como en la lengua hebrea y aramea (ah), una gama de significados mucho más amplia que la de hijos de los mismos padres.
2. En ningún pasaje del Nuevo Testamento se afirma que estos hermanos y hermanas de Jesús sean hijos de María, ni siquiera cuando ella, después de la ascensión, está rodeada de los “hermanos” de Jesús (Hch 1, 14). No se dice que ella sea la madre de estos. Ella es simplemente la “madre de Jesús”.
3. La lengua griega, a diferencia de la hebrea, dispone de palabras distintas para distinguir primo (anepsios) de hermano (adelphos). No obstante lo cual, la antigua versión griega de la Biblia, llamada de los Setenta, emplea esta última palabra. para designar a quienes son claramente primos. Baste un ejemplo. En el primer libro de las Crónicas 23,22 leemos: “Eleazar murió sin tener hijos, sino sólo hijas, a las cuales desposaron los hijos de Quis, sus hermanos (adelphoi)”. Leyendo en versículo 21 descubrimos que Eleazar y Quis son hermanos carnales y por tanto las hijas de Eleazar se casan con sus primos, llamados igualmente “hermanos”. De este modo, los traductores griegos del original hebreo se adaptaron a la mentalidad semita. Los ejemplos podrían multiplicarse (Abraham y Lot, Labán y Jacob, tíos y sobrinos respectivamente, son llamados “hermanos”).
4. Al escribir la expresión “hermanos y hermanas de Jesús”, los autores del Nuevo Testamento tienen detrás la mentalidad y el estilo de pensamiento del mundo semita. Ningún argumento convincente se opone a esta afirmación.
5. Admitamos que no puede probarse con un texto explícito del Nuevo Testamento que la palabra “hermano” tenga un significado más amplio que el de hermano carnal; con el mismo rigor crítico tampoco puede probarse la tesis contraria. Dicho en forma negativa, la afirmación común a cristianos católicos y ortodoxos (tanto como a Lutero en uno de los artículos de Esmalcalda) acerca de la permanencia de María en su estado de virginidad después de concebir a Jesús, no se ve amenazada por los resultados de la más rigurosa exégesis bíblica. Admitir que “hermano” en el Nuevo Testamento sólo significa hijo de los mismos padres, aun desde el punto de vista crítico, genera tantos o más inconvenientes que los que pretende resolver.
6. Cuando se afirma lo contrario, es porque se ha ido más allá de lo que el propio método histórico-crítico permite. Se ha dado el paso de una conjetura que debe ser probada, a una opinión o certeza que es deudora no ya de la ciencia bíblica sino de presupuestos de otro tipo: filosóficos, culturales o dogmáticos...
Esto nos lleva a entrar en el segundo aspecto de la cuestión, que enunciábamos más arriba: la ininterrumpida Tradición eclesial, que desde muy temprano y hasta el presente, sirve de sólido fundamento para la interpretación de las Escrituras.
7. Sobre este tema, ya desde la antigüedad surgieron explicaciones divergentes: los Padres de la Iglesia, por un lado, no cesaron de afirmar la permanencia perpetua de María en el estado de virginidad; unos pocos escritores eclesiásticos, por otro, negaron esto y terminaron apartándose de la Iglesia.
8. El Espíritu Santo asiste continuamente a la Iglesia para que ésta interprete rectamente los contenidos de las Escrituras. Así lo afirma de manera explícta Jesús en los Evangelios. La Iglesia y los cristianos no conocemos el sentido de las Escrituras con la sola razón humana (conceptos, razonamientos, exégesis histórica), sino con la luz sobrenatural de la gracia. La garantía última de que la interpretación eclesial coincide con el dato bíblico, descansa en la clara promesa del mismo Cristo: “el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa” (Juan 16,13).
9. La afirmación de la virginidad perpetua de María indica su plena y servicial entrega a la obra de salvación de su Hijo Jesucristo. De este modo se pone también al servicio de todos los hombres. Se convierte en modelo inspirador de los que por vocación divina abrazan el celibato “por el Reino de los cielos” y lejos de ser un menosprecio del matrimonio constituye una invitación a considerarlo como servicio dentro de la Iglesia y de la sociedad.
Este breve artículo fue escrito para el diario Clarín, donde fue publicado el 26 de mayo de 1996, a pedido del cardenal Quarracino, en respuesta a un cuestionamiento pseudocientífico de la virginidad perpetua de María. Puesto que algunos me lo han solicitado, lo pongo a disposición de todos, omitiendo algunos datos circunstanciales. Si dispusiera de tiempo me gustaría ampliarlo.
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