sábado, 2 de junio de 2012

HANS URS VON BALTHASAR: SANTÍSIMA TRINIDAD


Bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El Señor glorificado da la orden de bautizar a todos los hombres que pueda bajo el signo de la Trinidad de Dios. El Bautismo cristiano es designado a menudo también como la marca de un sello; el bautizado debe saber a quién pertenece y según que vida y qué ejemplo ha de conducirse. La Trinidad divina no es para nosotros simplemente un misterio impenetrable (como se la presenta a menudo), es más bien l forma en que Dios ha querido darse a conocer al mundo y especialmente a nosotros los cristianos: El es nuestro Padre que nos ha amado tanto que entregó a su Hijo por nosotros y además  nos dio su Espíritu. Pero es precisamente este Espíritu el que Él ha puesto en nuestros corazones: “Así conocemos a fondo los dones que Dios nos ha hecho” (I Cor 2,12). Si se conoce la verdad cristiana, es absolutamente falso decir que el hombre es incapaz de conocer a Dios. Dios no sólo nos ha hecho conocer su existencia (de la que tiene un presentimiento todo hombre que ve que las cosas del mundo no se ha hecho a sí mismas), sino que nos ha proporcionado también una idea de su esencia íntima. Esto es lo que la Iglesia debe anunciar a todos los pueblos.
   
Que somos hijos de Dios. La segunda lectura nos dice que la Iglesia trasmite a los creyentes y bautizados no solamente esa visión de la interioridad de Dios, por así decirlo, desde fuera, sino que nos permite penetrar en su vida íntima como amor. La lectura comienza con el Espíritu Santo que nos ha sido dado y que nos muestra, si lo aceptamos, que somos en Jesucristo “hijos de Dios” Padre: para esto hemos sido creados (Ef 1,4-12). Y como en Cristo “se esconden todos los tesoros del saber y del conocer” (Col 2,3), los cristianos nos convertimos en coherederos de todas esas riquezas, que no son tesoros terrenales sino los tesoros del amor eterno, que son los auténticos tesoros a los que el hombre aspira porque sabe que los bienes terrenales son efímeros y la polilla los hecha pronto a perder. La esencia de Dios que el propio Dios nos revela como el amor infinito siempre nuevo y nunca aburrido es mucho más de lo que el anhelo humano más exigente puede desear para sí.

Algún Dios intento jamás...? Ya en la antigua Alianza, dice la primera lectura, Israel quedó deslumbrado por el gran amor que Dios le dispensó. Israel sabía que no hay nada en ninguna de las religions del mundo que sea comparable a este amor. Se nos invita a expeimentar esto por nosotros mismos: "Pregunta, desde un extremo a otro del cielo", si hay algo comparable con este amor que Dios ha demostrado al hombre. Esto adquiere todo su sentido cuando Dios culmina su Alianza pactada con Israel en la vida, muerte y resurrección de Cristo, desvelándonos así totalmente la gloria de su amor; cuando el velo que cubría todavía el Antiguo Testamento  se quita y nosotros "con la cara descubierta reflejamos la gloria del Señor" y nos "vamos transformando" cada vez  más profundamente en esa gloria del amor ( 2 Cor 3,18).

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