Hace pocos días, conversaba con un grupo de padres que se sentían decepcionados, y en algunos casos desorientados, por las respuestas y comportamientos de sus hijos. Uno de ellos, refería lo triste que era constatar, las respuestas que recibían con su madre, ante algunos requerimientos. La presencia en la mesa familiar, la visita a un familiar enfermo o la simple compañía de un hermano para con su hermana, eran algunos de los tantos desvelos y dolores, que confesaban los padres de estos jóvenes tener y no poder solucionar.
Los sueños que se promueven en las jóvenes generaciones, por los medios de comunicación, son luego de transitados, caminos de frustración. Esta sociedad de consumo, esconde debajo de la alfombra los escombros que produce, un dato indicativo es el aumento considerable del índice de suicidios entre los jóvenes de AL. Estamos en una sociedad de consumo, que promete la felicidad en la posesión de los bienes materiales, y que presenta como saldo final la depresión.
Qué es lo que está ocurriendo? Parece una pregunta simple y necesaria, ciertamente, no hay respuestas sencillas, porque el problema es serio. Tan serio como el divorcio, el aborto, la infidelidad y la violencia doméstica. Y lamentablemente, son motivo de un trato superficial, marcado por intereses egoístas o económicos, que alimentan proyectos de leyes en los parlamentos, con la trágica consecuencia social de ir delineando una cultura emergente, que en sus prácticas retorna al paganismo.El Cristianismo en oposición al paganismo, ha revelado el hombre al hombre.
La matriz cultural cristiana, daba a los hombres, independientemente que practicaran o no la fe católica, una escala de valores que dignificaban a la persona humana y fortalecían la misión de la familia en la construcción de la sociedad. Educaba para la libertad, actuando en el plano del conocimiento intelectual y en la práctica de las virtudes. ¡Cuánta inteligencia desperdiciada por negligencia en una vida de ocio exacerbada! ¡Qué poco se valora el esfuerzo en la educación! Se engorda la inteligencia con información, pero no se educa la voluntad.
Lo que ha entrado en crisis es la antropología, y misteriosamente en una época marcada por el giro antropológico. Parece una paradoja, pero lo cierto, es que el giro se ha tornado en una puerta giratoria que no se detiene, impidiéndole al hombre salir, si no está muy atento. " Quizá una de las más vistosas debilidades de la civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre. La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes¿Cómo se explica esa paradoja? Podemos decir que es la paradoja inexorable del humanismo ateo. Es el drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser -el Absoluto- y puesto así frente a la peor reducción del mismo ser. La constitución pastoral Gaudium et spes toca el fondo del problema cuando dice: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado» (n. 22)"." [1].
El pensamiento y la civilización moderna, en cambio, en el grado en que se emancipan de la benéfica influencia de la religión de Cristo, han originado el naufragio del Yo, aun dando pruebas de una tendencia individualista, fomentada por el predominio del subjetivismo. Se da de hecho que el epílogo de esa civilización señala la absorción de la persona humana en un Yo trascendental, anónimo, en el terreno filosófico, y el sacrificio del individuo a las exigencias de la estatolatría o del partido de masa, en el terreno político o social" . "Por el contrario el hombres intrínsecamente, y no por un revestimiento exterior, es "imagen de Dios" y está en total relación a él; y así, excluir a Dios, aunque solo sea metodológicamente, de la perspectiva sobre el hombre, quiere decir desnaturalizar al hombre y no captarlo en su verdad (cfr GS 36). Más todavía, por este camino se llega a una contradicción existencial. Somos adoradores por constitución; privados ideológicamente del verdadero Dios, necesariamente dirigimos hacia otro lado nuestros impulsos latreúticos y nos disponemos a adorar a las criaturas y al hombre como a la primera de todas
En esta situación, lo que más se ha resentido es la comprensión justa del sentido de la vida para utilizar adecuadamente nuestra libertad. El hombre de hoy, que está tan centrado sobre sí mismo, parece clamar por una ayuda para salir de esta situación.
Sin embargo, se aferra al relativismo en todas su expresiones, y ciertamente que esto hace su eclosión en el ámbito familiar. El relativismo moral es en el plano existencial una plaga que avanza, aún más devastadoramente que el Sida. El relativismo atenta contra una válida interpretación de la existencia humana, porque considera intolerante la postura de aquel que busca y cree en la Verdad. Pensar que se puede comprender la verdad esencial es visto como intolerante, porque ello atenta contra el subjetivismo imperante. El relativismo ético ha provocado la rápida transformación de las costumbres, y es objeto de impulsos destructores que minan los mismos fundamentos culturales.
Ante un panorama así, es propio del mal espíritu invitarnos a no luchar, a bajar los brazos, a plegarnos a todos lo que dicen: "no hay salida". Pero, el Señor ha trazado con su Pascua el signo indeleble de que la vida y el amor vencen en toda situación de muerte. El Señor Jesús, se detiene frente a nuestras casas, nuestras culturas, colegios, partidos políticos y nos invita a perseverar en la lucha a favor de la Verdad. Solamente la Verdad nos hará libres.
[1] Ya en 1979, Juan Pablo II proféticamente, presentaba esta situación en el discurso inaugural de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, en Puebla de los Ángeles, Mexico. "
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