domingo, 11 de noviembre de 2018

HANS URS VON BALTHASAR: LA POBRE VIUDA DEL EVANGELIO

Primero hazme a mí un panecillo”. La historia de Elías y la viuda de Sarepa (primera lectura) muestra toda la grandeza de la Antigua Alianza. Se trata de una obediencia hasta la muerte. El profeta reclama de la mujer lo poco que a ésta le queda, un puñado de harina y un poco de aceite con lo que la pobre viuda había pensado hacer un pan para comerlo con su hijo antes de morir – a causa del hambre predicho por Elías -. El profeta se lo exige sin brusquedad. Comienza diciendo a la mujer: “No temas”, las palabras que Dios emplea a menudo cuando se dirige a personas asustadas para transmitirles una orden. Entonces la mujer, aunque ciertamente está en una situación desesperada, se calma y se vuelve dócil. Primero recibe la orden de preparar un panecillo para Elías (lo mismo que había decidido preparar para ella y para su hijo) y después se produce la promesa de Dios de que sus provisiones no se agotarán hasta que cese la sequía. Lo decisivo en la narración es la prioridad de la obediencia de la viuda –que llega incluso a poner en juegos la propia vida- con respecto a la promesa que garantiza su vida y la de su hijo.

Todo lo que tenía”. El episodio de la pobre viuda, que aparece depositando su limosna en el evangelio de hoy, es (en Marcos y en Lucas) el punto culminante de los hechos y dichos de Jesús antes del “pequeño Apocalipsis” y del relato de la pasión. Aquí tiene lugar una última decisión. Los ricos echan en el cepillo de lo que les sobra, sus cuantiosas limosnas no les suponen merma alguna en sus fianzas y con ellas adquieren buena reputación ante los hombres (Jesús critica duramente al comienzo de la perícopa su ambición y concluye: “Esos recibirán una sentencia más rigurosa”). La pobre viuda, en cambio, echa sólo dos reales: todo lo que tenía para vivir; lo hace libremente y sin que nadie; excepto Dios, lo advierta: en esto supera incluso la acción de la mujer veterotestamentaria. La viuda del evangelio de hoy no abre la boca, ni siquiera intercambia unas palabras con Jesús; pero Jesús la pone como ejemplo al final de toda su enseñanza: ella es, quizá sin saberlo, la que mejor ha comprendido lo que él ha querido decir en todos sus discursos. Y, al contrario que Elías, Jesús no dirá ni una palabra sobre una eventual recompensa: la acción de la mujer es tan brillante que tiene la recompensa en sí misma.
 
Cristo se ha ofrecido una sola vez”. Si se lee la segunda lectura a la luz del evangelio, el sacrificio único e irrepetible de Cristo – en lugar de los múltiples sacrificios de animales de la Antigua Alianza – aparece claramente como la entrega última y definitiva, más allá de la cual ya no es posible dar nada porque nada queda. Su sacrificio se compara expresamente con la muerte del hombre: al igual que ésta es absolutamente única e irrepetible (se muere una sola vez, en la Biblia jamás se habla de una transmigración de las almas), así también este sacrificio basta para expiar los pecados del mundo de una vez para siempre. Y tras la autoinmolación de Jesús se divisa el sacrificio del Padre, que es enteramente comparable al de la pobre viuda del evangelio: también El echa todo lo que tiene en el cepillo, lo más querido y más necesario: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único”.

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