jueves, 15 de febrero de 2018

HANS URS VON BALTHASAR: I DOMINGO DE CUARESMA (CICLO B)



Creed en la Buen Noticia. El Evangelio, la Buena Noticia que Jesús comienza a proclamar ya que es un mensaje para el mundo entero, para éste y para el del más allá, comienza con su ayuno de cuarenta días. Jesús no inicia su Cuaresma por propia iniciativa, como mero ejercicio ascético, sino que es empujado al desierto por el Espíritu de Dios. Como tampoco soportará el sufrimiento en la Cruz (al final de  la Cuaresma eclesial) por ascetismo, sino por pura obediencia al Padre. La inmensa e ilimitada obra de Cristo supone tanto al principio como al final una tremenda renuncia. Durante más de un mes vive si probar bocado, se alimenta únicamente de la Palabra y de la voluntad del Padre: Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra (Jn 4,34). Siguiendo el ejemplo de Jesús, todos los santos cuya predicación haya de ser fecunda tendrán que desprenderse de lo propio para anunciar eficazmente la proximidad del Reino de Dios. El Señor vive su tiempo de ayuno entre las alimañas y los ángeles, que le servían, entre el peligro corporal y la protección sobrenatural. Vive entre los dos extremos de la creación entera. Al desprenderse de todo lo que llena la vida cotidiana de los hombres, Jesús toma conciencia de las auténticas dimensiones del cosmos, que, como Redentor del mundo, debe rescatar de Dios. Después de esta preparación lejos del mundo –renuncia a todo, incluso a lo más necesario para vivir-, puede presentarse abiertamente ante los hombres y proclamar: Se ha cumplido el plazo.

Esta es la señal del pacto. Las dos lecturas muestran las dimensiones del mundo que hay que redimir. La primera describe la alianza primigenia y fundamental de Dios con Noé. Se trata de la promesa de una reconciliación definitiva de  Dios con el mundo. Los nubarrones amenazadores del castigo inmisericorde han desaparecido definitivamente del cielo, son un pasado que nunca volverá. Tras la tormenta de la cólera ha salido el sol y se ha formado el arco iris, que se eleva desde la tierra hasta el cielo y recuerda a Dios su pacto con todos los animales, con todos los vivientes. Este pacto no ha sido abolido ni ha quedado disminuido por la alianza con Israel y por la posterior Alianza de Cristo.

 Fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados. La segunda lectura da una respuesta, aunque ciertamente misteriosa, a la cuestión de la suerte de los difuntos precristianos. Jesús murió por los culpables para conducirlos a Dios. Por eso él, corporalmente muerto, pero vivo espiritualmente, descendió a los infiernos para proclamar su mensaje de salvación a los espíritus encarcelados. Pues antes de su muerte y de su descenso a los infiernos, nadie podía llegar a Dios (Hb 11,40). Antes de la resurrección de Jesús, tampoco había Bautismo que pudiera preservarnos del seol veterotestamentario, de esa cárcel de los muertos que era una parte del mundo todavía no plenamente redimido. Pero para llegar al mundo de los muertos, Jesús tenía que someterse también él a la muerte, de la que haremos memoria al final de la Cuaresma y en virtud de la cual Cristo puede realizar la promesa contenida en la alianza pactada con Noé de someter al mundo entero, incluido el último enemigo, la muerte (I Cor 15,26), para poner al universo entero bajo los pies del Padre.  

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