Daremos oído ahora a la respuesta de Cristo: «Amén, yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». La palabra «Amén»
era usada por Cristo cada vez que quería hacer un anuncio solemne y
serio a Sus seguidores. San Agustín no ha dudado en afirmar que esta
palabra era, en boca de nuestro Señor, una suerte de juramento. No podía
por cierto ser un juramento, de acuerdo a las palabras de Cristo: «Pues yo digo que no juréis en modo alguno… Sea vuestro lenguaje: “Sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno» (84).
No podemos, por lo tanto, concluir que nuestro Señor realizara un
juramento cada vez que usó la palabra Amén. Amén era un término
frecuente en sus labios, y algunas veces no sólo precedía sus
afirmaciones con Amén, sino con Amén, amén. Así pues la observación de
San Agustín de que la palabra Amén no es un juramento, sino una suerte
de juramento, es perfectamente justa, porque el sentido de la palabra es
verdaderamente: en verdad, y cuando Cristo dice: Verdaderamente os
digo, cree seriamente lo que dice, y en consecuencia la expresión tiene
casi la misma fuerza que un juramento. Con gran razón, por ello, se
dirigió al ladrón diciendo: «Amén, yo te aseguro»,
esto es, yo te aseguro del modo más solemne que puedo sin hacer un
juramento; pues el ladrón podría haberse negado por tres razones a dar
crédito a la promesa de Cristo si Él no la hubiera aseverado
solemnemente.
En primer lugar, pudiera haberse negado a creer por razón
de su indignidad de ser el receptor de un premio tan grande, de un favor
tan alto. ¿Pues quién habría podido imaginar que el ladrón sería
transferido de pronto de una cruz a un reino? En segundo lugar podría
haberse negado a creer por razón de la persona que hizo la promesa,
viendo que Él estaba en ese momento reducido al extremo de la pobreza,
debilidad e infortunio, y el ladrón podría por ello haberse argumentado:
Si este hombre no puede durante su vida hacer un favor a Sus amigos,
¿cómo va a ser capaz de asistirlos después de su muerte? Por último,
podría haberse negado a creer por razón de la promesa misma. Cristo
prometió el Paraíso. Ahora bien, los Judíos interpretaban la palabra
Paraíso en referencia al cuerpo y no al alma, pues siempre la usaban en
el sentido de un Paraíso terrestre. Si nuestro Señor hubiera querido
decir: Este día tú estarás conmigo en un lugar de reposo con Abraham,
Isaac, y Jacob, el ladrón podría haberle creído con facilidad; pero como
no quiso decir esto, por eso precedió su promesa con esta garantía: «Amén, yo te aseguro».
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