En el evangelio aparecen tres imágenes, las tres introducidas por un apostrofe que Jesús dirige a sus discípulos: "Vosotros sois". En este indicativo se encuentra también, como claramente muestra lo que sigue, un optativo: "Debéis ser esto", tenéis que serlo aunque la amenaza que sigue ( ser arrojado fuera) no deba cumplirse. Estas imágenes son muy sencillas y evidentes para todos. Los tres tienen algo en común. La sal no existe para sí misma, sino para condimentar; la luz no existe para sí misma, sino para iluminar su entorno; la ciudad está puesta en lo alto del monte para ser visible para otros e indicarles el camino.El valor de cada una de ellas consiste en la posibilidad de prodigar algo a otros seres. Esto, que para Jesús es evidente, se expresa de un modo muy peculiar en la primera lectura, donde se habla dos veces de la luz y una vez del mediodía: la luz brilla allí donde alguien parte su pan con el hambriento, viste al desnudo y hospeda a los pobres que no pueden dormir bajo techo. En la segunda lectura la fuerza de la luz y de la sal se manifiesta en el hecho de que el apóstol "no quiere saber" ni anunciar cosa alguna "sino a Jesucristo y éste crucificado" este es un don espiritual.
El desfallecimiento, Jesús lo explica en dos de las tres imágenes del evangelio: el discípulo que debe ser sal puede volverse soso; entonces ya no puede salar nada y toda la comida se vuelve insípida para la comunidad que la rodea. Jesús dice "vosotros sois": se dirige tanto a la Iglesia o a la comunidad que la rodea como a cada cristiano en particular. El cristianismo que no vive las bienaventuranzas, cada una de ellas, ya no alumbra más; no debe extrañarse de que se le tire a la calle y de que le pise la gente. En la parábola de la vid, el labrador poda las cepas, corta los sarmientos estériles y los hecha al fuego, los quema. A una comunidad, a la iglesia de un país, puede sucederle algo similar: quizá una cruel persecución sea el único medio de devolverle su capacidad de alumbrar y de salar.Por esta razón Pablo teme difundir, con "sublime elocuencia" o con "persuasiva sabiduría humana", difundir una luz falsa, una luz que no remitiría la fe de la comunidad a la fuerza y a la luz de Dios ni construiría sobre ella.Entonces el apóstol no sería una luz y haría justamente lo que Jesús quiere decir con la imagen de la vela que se mete debajo del celemín. quien se pone sobre la luz, la apaga inmediatamente por falta de aire.
Alumbrar ¿para qué?"Para que vean los hombres vuestras buenas obras y den gloria a nuestro Padre que está en el cielo"Aquí hay un peligro evidente: si los hombres ven nuestra buenas obras, podrían alabarnos como cristianos buenos y santos, y entonces ya habríamos cobrado nuestra paga (Mt 6,2.5). El justo del Antiguo Testamento está expuesto a este peligro porque todavía no conoce a Cristo:"Te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor 2(Is 58,8). Pero Cristo jamás ha irradiado su luz y su sabiduría a partir de sí mismo, sino siempre desde el Padre. Y por eso el cristiano debe ser plenamente consciente de que todo lo que él puede trasmitir le ha sido dado para los demás.Santificado sea tu nombre, hágase tu voluntad.El hombre que reza verdaderamente aprende a experimentar más profundamente que debe entregarse del todo porque Dios en sí mismo es el amor trinitario que se da, un amor en el que cada una de las personas sólo existe para las otras y no conoce ningún ser para sí.
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