viernes, 10 de febrero de 2012

HANS URS VON BALTHASAR: SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)


Lv 13,1-2.43 ac44ab.45-46; 1 Co 10,31-11,1; Mc 1,40-45
 Quiero queda limpio. El encuentro de Jesús con el leproso, que le suplica de rodillas que le cure, muestra la total novedad de la conducta de Cristo con respecto al comportamiento veterotestamentario y rabínico. Un leproso no sólo estaba excluido de la comunidad –algo comprensible según las prescripciones higiénicas del Pentateuco-, sino que los rabinos afirmaban que la causa de esta enfermedad eran los graves pecados cometidos por el leproso y prohibían acercarse a él; cuando un leproso se acercaba se le alejaba a pedradas. Jesús deja que el leproso del evangelio se le acerque y hace algo impensable para un judío; lo toca. Él es precisamente el Salvador enviado por Dios que como buen médico no sólo se preocupa de los enfermos del alma -los sanos no necesitan médico-, sino que indica, al tocar al leproso, que no tienen miedo al contagio; más aún: toma sobre sí conscientemente la enfermedad del hombre y sus pecados.
 A propósito del comportamiento de Jesús, Mateo cita las palabras del siervo de Dios: él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades (Mt 8,17; Is 53,4). Pero no sucede en la impasibilidad más absoluta: el texto griego habla de una cólera de Jesús (le increpó) ante la miseria de los hombres, miseria que Dios no ha querido. Y cuando el leproso queda limpio, Jesús le ordena, para cumplir lo que manda la ley, que se presente ante el sacerdote, que ha de constatar la curación. “Para que conste” significa dos cosas: para que sepan que puedo curar enfermos y para que vean que no elimino la ley sino que la cumplo. Que el ex-leproso no respete el silencio que Jesús le impone, es una desobediencia que dificulta no poco la actividad de Jesús: Ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo. Jesús no quiere que se le confunda con ningún curandero.
¡Impuro, impuro! La primera lectura recuerda las prescripciones de la ley con respecto a la lepra. Se trata de medidas sumamente severas que obligan al enfermo no sólo a vivir solo, separado de la comunidad, condenándole a descuidar su aspecto externo mientras duraba su enfermedad, sino también a gritar .¡Impuro, impuro! Cuando alguien se le acercaba. Esto es precisamente lo que el pecador contumaz debería hacer en la Iglesia, pues el que peca gravemente, mientras permanezca en pecado mortal, puede contagiar a los demás y no debería ocultar hipócritamente su separación de la comunión de los santos. Como impuro que es, debería cuanto antes postrarse de rodillas a los pies de Jesús y suplicarle: Si quieres puedes curarme.
Como yo sigo el ejemplo de Cristo. En la segunda lectura el apóstol procura asemejarse a su Señor en la medida de lo posible; él no puede tomar sobre sí los pecados de los hombres, pues esto pertenece exclusivamente a Cristo :¿Acaso crucificaron a Pablo por vosotros? (1 Co 1,13), pero puede acoger a los enfermos del cuerpo y mayormente a los del alma para  devolverles la salud en virtud de la fuerza de Cristo. Su ir al encuentro de los enfermos y de los débiles no es condescendencia, sino pura actitud de servicio que puede llegar incluso a una participación sustitutoria en la pasión  de Jesús (Col 1,24)

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