viernes, 29 de julio de 2011

HANS URS VON BALTHASAR:XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO(A)

El marco del evangelio de la multiplicación de los panes y los peces es significativo. El Bautista ha sido decapitado; Jesús está también en peligro (Lc 13,31ss) y se retira a un lugar tranquilo y apartado; la muchedumbre le sigue y a Jesús le da lástima de nuevo de ella: enseña y cura a los enfermos. Se hace tarde y los discípulos le recomiendan que despida ya a la multitud para que puedan ir a comprarse de comer. Jesús les responde: Dadle vosotros de comer. Y como ellos replican que no pueden hacerlo. Jesús debe realizar otro prodigio. Las revelaciones de Dios en Cristo se insertan en las necesidades de la humanidad.

Demasiado poco, demasiado. El tema atraviesa los Evangelios de principio a fin: desde Caná, la primera revelación pública, el hombre tiene demasiado poco y Dios le ofrece demasiado. En la boda de Caná no tenían más vino, y después, por así decirlo demasiado tarde, hay vino en sobreabundancia. Ahora sólo hay cinco panes, y, después de haber comido hasta saciarse miles de personas, los discípulos recogen doce cestos llenos de sobras. Naturalmente la paradoja material no es más que un signo, una parábola de lo espiritual: el Todopoderosos es manso y humilde de corazón; el revelador, rechazado por todos, obtiene el juicio total sobre el mundo; no se trata simplemente de la oposición entre la pobreza del hombre y la riqueza de Dios, sino de una paradoja mucho más profunda. Dios se hace pobre para que todos nosotros seamos ricos (2 Co 8,9); él, el perseguido, precisamente en esta situación, reparte entre nosotros su riqueza inconcebible.

Gratuitamente. Esto supera toda relación de control humano; entre Dios y el hombre no hay más negocio que el descrito en la primera lectura. “ Oíd también los que no tenéis dinero: Venid, comprad trigo. Comed sin pagar vino y leche de balde”. Y sólo donde tiene lugar esta gratuidad de lo dado y lo recibido, el hombre sale ganando y queda satisfecho; Cuando hace cálculos y sus cuentas le cuadran de alguna manera, sale perdiendo y queda insatisfecho: “Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?¿Y el salario en lo que no da hartura?”, pregunta la primera lectura. Esto significa simplemente que sólo la gratuidad del amor y de la gracia es capaz de saciar el hambre insondable del alma, lo que ciertamente presupone en ella la existencia de un sentido de esta gratuidad o al menos la obligación de engendrarlo. Nadie podría saciarse con el amor impagable de Dios, si recibiera este amor calculadamente para sí mismo y pretendiera acapararlo para sí. El hombre debe descartar todo cálculo si quiere entrar en la eterna alianza ofrecida por Dios.
Definitivamente. El exuberante cato de victoria de Pablo en la segunda lectura nos muestra lo que sucede cuando el hombre entra en la alianza. Dios nos da absolutamente todo lo que tiene y por eso su alianza se convierte en “eterna”.Y el que entra realmente en esta sobreabundancia del don divino, penetra personalmente en la eternidad que está más allá de toda amenaza y agresión mundanas. “Nada podrá apartarnos”, no porque nosotros tengamos la fuerza para “vencer” en todo, toda la fuerza requerida para esto proviene del “amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.

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