sábado, 2 de julio de 2011

MONSEÑOR ALBERTO SANGUINETTI: HAGAN ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA (1)

Les proponemos la lectura de la carta Pastoral de Mons. Alberto Sanguinetti Montero, Obispo de Canelones, en la Solemnidad de Corpus Christi, el 26 de junio de 2011, la iremos publicando según la división que el obispo le ha dado. En la primera entrega se incluirá la introducción.

1. La Eucaristía: obra y acción de Jesucristo vivo y presente.
2. La Misa es obra del Espíritu Santo.
3. La Eucaristía don del Padre, ante el Padre y hacia el Padre.
4. Cristo une consigo a la Iglesia en la Misa, sacrificio suyo y de la Iglesia.
5. El cielo en la tierra, la tierra en el cielo.
6. El banquete de la Sagrada Comunión.
7. La Misa Dominical.
8. Renovar en nosotros la fe y el amor a la Santísima Eucaristía.
9. La renovación en la celebración ritual de la Santa Misa.
10. La sacralidad de la Liturgia.


Hagan esto en conmemoración mía

A toda la Iglesia de Dios que peregrina en Canelones, abundancia de luz del Espíritu de la verdad, que nos lleva la verdad plena.

En este Año Jubilar Diocesano, que vamos transitando, me veo urgido por la caridad de Cristo a invitar a todos para que dirijamos nuestra mirada, nuestra mente, nuestros afectos y nuestro propio cuerpo a lo que constituye la realidad más maravillosa de la Iglesia: la Santísima Eucaristía, la Santa Misa.

Me parece oportuno recordar algunos puntos que puedan ayudar a nuestra Iglesia canaria, a las diferentes comunidades y a cada uno en particular, a ahondar en la fe católica respecto a la Santa Misa, para celebrarla y vivirla con una participación más consciente y piadosa, para que nos acerquemos más al fin de la Iglesia, de su Liturgia y especialmente de la Santa Misa: que Dios sea glorificado y que nosotros seamos santificados.

1. La Eucaristía: obra y acción de Jesucristo vivo y presente.

Antes que nada es bueno que pensemos en la Eucaristía como don de Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo instituyó el memorial de su pasión en la noche de su entrega, como sacrificio perpetuo, y lo dio a la Iglesia como don y como mandato: Hagan esto en conmemoración mía. Así, pues, recibimos a la Santa Misa, como el don, el regalo supremo de Cristo, que recibimos con amor y gratitud y también como orden suya que la Iglesia cuida y obedece.

Para captar la grandeza de la Santa Misa, debemos renovar nuestra fe firme en que la Eucaristía es ahora, cada vez que se celebra, una acción del mismo Jesucristo, Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, que ascendió a los cielos y está vivo glorioso junto al Padre. Él intercede continuamente por nosotros. Él se ofrece como víctima por nuestros pecados en el santuario del cielo. Él, en el Santo Sacrificio de la Misa, une a la Iglesia con su propio sacrificio.

Cristo, que está glorioso junto al Padre, se hace presente y actúa de diversas formas en la Santa Misa (cf. SC.7). Él está presente cuando se proclama la Palabra de Dios, porque es él mismo quien habla. Él está presente en la Iglesia que Él mismo reúne como su cuerpo, su pueblo, su Esposa, que por él suplica y canta salmos, alaba y adora a Dios.

Está presente en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz”.

En los signos del pan y del vino, sobre los que se dice la Plegaria Eucarística, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera real y substancial, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad.

La Eucaristía es Cristo, presente de forma sacramental. Así, pues, la Santa Misa es la máxima presencia y la acción más propia de Jesucristo en este mundo. Por esta realidad de ser don, mandato y acción de Jesús, la participación en la Santa Misa es antes que nada creer en esa presencia y acción y dejarse unir a ella, por la misma liturgia.


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