En los discípulos existe, gracias a Dios, ese principio de comprensión. Lo que se presenta como una explicación dada por Jesús, es, en el fondo, la inteligencia, la comprensión de los misterios divinos que el Espíritu Santo desarrolla en el corazón de la Iglesia.
La dicha de comprender. Pero esta comprensión no se producirá hasta después de Pascua. Por el momento los discípulos preguntan por el sentido de los discursos en parábolas; sólo el Espíritu las enseñará a pasar del símbolo a la realidad. Y los que son capaces en este mundo de semejante conocimiento serán siempre una minoría.La segunda lectura, de Pablo, nos dice que la creación entera está sometida a la frustración , a la esclavitud de la corrupción, que toda ella gime con dolores de parto, pero no produce nada,, y que, también nosotros poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior aguardando la redención de nuestro cuerpo". Nosotros, los cristianos, pertenecemos a ese grupo privilegiado de hombres y mujeres en cuyos corazones se ha puesto un germen, un principio de comprensión, a pesar de lo cual nos cuesta mucho trabajo encontrar la verdad en la parábola. Sería ciertamente lamentable que también en nosotros, que debiéramos ver y entender, un suelo pedregoso abrasara o secara la semilla que Dios ha puesto en nuestros corazones.
La infalibilidad de la Palabra. Y sin embargo existe la absoluta seguridad de que la semilla sembrada en tierra buena dará fruto y producirá 100,60 y 30: la cosecha será, pues, extraordinariamente buena. Dios recogerá el fruto previsto incluso en la tierra yerma de este mundo; para él, un solo santo vale más que cien tibios o incrédulos.La primera lectura lo anuncia triunfalmente. La gracia de Dios es como la lluvia que fecunda la tierra y la hace germinar,, da semilla al sembrador y pan al que come: así será mi Palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad", y no sólo, conseguirá una parte de lo que encontraba en el plan de Dios, sino que cumplirá su encargo totalmente. El cristiano no puede oír éste grito de victoria sin pensar en la cruz del Hijo; si la obra de su vida pareció fracasar por la dureza del corazón de sus oyentes, la cruz vicaria fue la lluvia que empapó la tierra seca.
2 comentarios:
“-¡Oh Dios!, mi corazón esta preparado (Sal 56,8) para dar el treinta, el sesenta, el ciento, el mil por uno. Sea más, sea menos, siempre es trigo. No sea camino donde el enemigo, cual ave, arrebate la semilla pisada por los transeúntes; ni pedregal donde la escasez de la tierra haga germinar pronto lo que luego no pueda soportar el calor del sol; ni zarzas que son las ambiciones terrenas y los cuidados de una vida viciosa y disoluta.
¿Y qué cosa peor que el que la preocupación por la vida no permita llegar a la vida? ¿Qué cosa más miserable que perder la vida por preocuparse de la vida? ¿Hay algo más desdichado que, por temor a la muerte, caer en la misma muerte? Extírpense las espinas, prepárese el campo, siémbrese la semilla, llegue la hora de la recolección, suspírese por llegar al granero y desaparezca el temor al fuego.”
San Agustín, Sermón 101,3.
AUDIENCIA GENERAL JUAN PABLO II
Miércoles 25 de septiembre de 1991
El crecimiento del reino de Dios según las parábolas evangélicas
(Lectura: evangelio de san Marcos, capítulo 4, versículos 26-29)
1. Como dijimos en la catequesis anterior, no es posible comprender el origen de la Iglesia sin tener en cuenta todo lo que Jesús predicó y realizó (cf. Hch 1, 1). Precisamente de este tema habló a sus discípulos, y nos ha dejado su enseñanza fundamental en las parábolas del reino de Dios. Entre éstas, revisten importancia particular las que enuncian y nos permiten descubrir el carácter de desarrollo histórico y espiritual que es propio de la Iglesia según el proyecto de su mismo Fundador.
2. Jesús dice: «El reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega» (Mc 4, 26-29).
Por tanto, el reino de Dios crece aquí en la tierra, en la historia de la humanidad, en virtud de una siembra inicial, es decir, de una fundación que viene de Dios, y de uno obrar misterioso de Dios mismo, que la Iglesia sigue cultivando a lo largo de los siglos. En la acción de Dios en relación con el Reino también está presente la «hoz» del sacrificio: el desarrollo del Reino no se realiza sin sufrimiento.(....)
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