En la vida de los santos, el encuentro con la Palabra de Dios mediante la lectura de la Sagrada Escritura cambió radicalmente su existencia. Todos nosotros, nuestros sacerdotes y laicos, tenemos que intentar tener una profunda sed de Jesucristo, viviendo cada escena del Evangelio como si fuésemos uno de sus personajes.
La Biblia requiere del interlocutor creyente una respuesta: la respuesta de la oración. Es oportuno que nuestros pastores, en el sacramento de la Confesión, recomienden a menudo a los fieles la lectura del Evangelio, enseñándoles a participar en lo que allí se narra, e invitando a los penitentes a que también ellos den este mismo consejo a sus colegas, familiares y amigos. No basta con meditar sobre ideas o escenas que puedan despertar nuestra admiración por la verdad, la bondad o la belleza que reflejan; es necesario conseguir que todos nosotros, los cristianos, como los santos, intentemos llevar estos textos a nuestra vida personal de cada día, para trasformarla. Las mujeres y los hombres necesitan con urgencia cada vez más no ya palabras efímeras y vanas, sino la Palabra de Dios, la única capaz de dar un sentido auténtico a la vida. Sería conveniente promover iniciativas encaminadas a difundir entre los fieles esta actitud de oración y recogimiento interior ante el Evangelio, a fin de que incida realmente en nuestra vida cotidiana. Además, considero muy oportuno cuidar la lectura bien hecha, es decir, vivida realmente, de los textos de la Misa, no como una declamación, sino con la certeza de que Dios está hablando a quien lee y a su comunidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario