Procurar que la Palabra de Dios sea fermento de la cultura moderna, presupone tener en cuenta uno de los rasgos que más intensamente la caracteriza, sobre todo en el contexto euroamericano, a saber: la concepción inmanentista del hombre y del mundo, sin referencia ni explícita, ni implícita a Dios Creador y Redentor del hombre. Rasgo que se deja notar con especial intensidad en la cultura sociopolítica y jurídica. El Estado moderno, en su versión laicista radical, desembocó en el siglo XX en las formas totalitarias del Comunismo soviético y del Nacional-socialismo. Naturalmente, en la cultura de la Modernidad también continuó viva y social-jurídicamente operante la visión cristiana de la vida. Incluso, se produjo un retorno del derecho natural, partiendo del "Ius Gentium" de la Escuela de Salamanca. La Postmodernidad ha agravado la concepción moderna del hombre, de la sociedad y del orden político-jurídico en sus aspectos más negativo s, dando paso al nihilismo existencial y a "la dictadura" del relativismo ético. El tratamiento legal dado al derecho a la vida, como si el Estado pudiera disponer ilimitadamente de él, constituye una prueba elocuente de lo dicho. Urge, pues, una respuesta cultural del Evangelio que, en un diálogo sincero entre fe y razón, haga presente en la vida pública la verdad de Dios Creador y Redentor del hombre: del "Dios que es amor". Los seglares deben ser sus protagonistas más activos.
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