Jesús dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,29). A lo largo de dos milenios, hombres y mujeres, pequeños y mayores, sabios e ignorantes, en Oriente como en Occidente, han seguido las enseñanzas del Señor Jesús, quien ha hecho resonar en sus mentes y sus corazones un mandamiento sublime: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48).
No una perfección a medida de hombre, sino a la altura de la perfección divina, ésta es la meta a la que tenemos que llegar. Con sencillez y humildad, incluso personas jóvenes - como santo Domingo Savio de catorce años o Laura Vicuña de trece - han tomado en serio la invitación del Señor y han llegado a ser santos.Su biblioteca estaba formada principalmente por la vida y la palabra de Jesús: bienaventurados los pobres, bienaventurados los que lloran, bienaventurados los mansos, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, bienaventurados los misericordiosos, bienaventurados los limpios de corazón, bienaventurados los que trabajan por la paz, bienaventurados los perseguidos. Los santos, al comprender que las bienaventuranzas son la esencia del Evangelio y el retrato mismo de Jesús, le imitaron.
Ayer fueron canonizados cuatro nuevos Santos, pertenecientes a tres continentes distintos. Entre ellos, una joven religiosa, Sor Alfonsa Muttathypadathu, la primera santa india, una noble figura de mujer alegre y fuerte. También la perfección de su santidad se ha medido con la palabra de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8,34). Sor Alfonsa aceptó sus achaques físicos y sus aflicciones morales - como la incomprensión y el desprecio - viviendo sine glossa su personal via crucis en el seguimiento del Señor Jesús. Al final de su breve existencia, Sor Alfonsa podía repetir con san Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en mi carne, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24). Como ayer, todavía hoy son innumerables los fieles que cotidianamente convierten en carne y sangre las palabras de Jesús. Y se santifican.
No hay comentarios:
Publicar un comentario