martes, 2 de agosto de 2011

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO: LAS GLORIAS DE MARÍA (2)

Te presentamos nuevamente una serie de textos tomados de los capítulos 3 y 8, de "Las Glorias de María".Obra de San Alfonso María de Ligorio doctor de la Iglesia.

"San Germán, reconociendo en María la fuente de todos nuestros bienes y la libertad de nuestros males, así la invoca: "Oh Señora mía, tú sola eres el consuelo que me ha dado Dios; tú la guía de mi peregrinación; tú la fortaleza de mis débiles fuerzas, la riqueza en mis miserias, la liberación de mis cadenas, la esperanza de mi salvación; escucha mis súplicas, te lo ruego, ten piedad de mis suspiros; quiero que seas mi reina, el refugio, la ayuda, la esperanza y la fortaleza mía".

"Con razón san Antonino aplica a María el pasaje de la Sagrada Escritura: "Todos los bienes me vinieron juntamente con ella" (Sb 7,11). Ya que María es la madre y dispensadora de todos los bienes, bien puede decirse que el mundo, y sobre todo los que en el mundo son devotos de esta reina, junto con esta devoción a María han obtenido todos los bienes: "Es madre de todos los bienes y todos me vinieron con ella, es decir, con la Virgen, puede decir el mundo". Por lo cual no titubeó el abad de Celles en afirmar: "Al encontrar a María se han encontrado todos los bienes". El que encuentra a María encuentra todo bien, toda gracia, toda virtud, porque ella con su potente intercesión le obtiene todo lo que necesita para hacerlo rico de gracia divina. Ella nos hace saber que tiene todas las riquezas de Dios, es decir, las divinas misericordias, para distribuirlas en beneficio de sus amantes: "En mí están las riquezas opulentas para enriquecer a los que me aman" (Pr 8,18.21). Por lo cual decía san Buenaventura que debemos tener los ojos puestos en las manos de María para recibir de ella los bienes que necesitamos."

"¡Cuántos soberbios con la devoción a María han encontrado la humildad! ¡Cuántos iracundos la mansedumbre! ¡Cuántos ciegos la luz! ¡Cuántos desesperados la confianza! ¡Cuántos perdidos la salvación! Esto cabalmente es lo que profetizó en casa de Isabel, en el sublime cántico: "He aquí que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones" (Lc 1,48). "Todas las generaciones -comenta san Bernardo-, porque todas ellas te son deudoras de la vida y de la gloria; porque en ti los pecadores encuentran el perdón y los justos la perseverancia en la gracia de Dios". El devoto Laspergio presenta al Señor hablando así al mundo: "Pobres hombres, hijos de Adán que vivís en medio de tantos enemigos y de tantas miserias, tratad de venerar con particular afecto a vuestra Madre. Yo la he dado al mundo como modelo para que de ella aprendáis a vivir como se debe, y como refugio para que a ella recurráis en vuestras aflicciones. Esta hija mía -dice Dios- la hice de tal condición, que nadie pueda temer o sentir repugnancia en recurrir a ella; por eso la he creado con un natural tan benigno y piadoso que no sabe despreciar a ninguno de los que a ella acuden, no sabe negar su favor a ninguno que se lo pida. Para todos tiene abierto el manto de su misericordia y no consiente que nadie se aparte desconsolado de su lado". Sea por tanto bendita y alabada por siempre la bondad inmensa de nuestro Dios que nos ha dado a esta Madre tan sublime, como abogada la más tierna y amable."

"¡Cuántos se habrían condenado eternamente o quedado obstinados en el mal, si María no hubiera intercedido ante su Hijo para que tuviera misericordia con ellos! Así lo dice Tomás de Kempis, y es el parecer de muchos teólogos, sobre todo de santo Tomás, el que a personas aparentemente muertas en pecado mortal, la Madre de Dios les obtuviera del Señor que suspendiera la sentencia y revivieran para hacer penitencia. Sobre esto refieren graves autores, no pocos ejemplos. Entre otros, Flodoardo, que vivió en el siglo noveno, narra en su Crónica de un diácono llamado Adelmano, el cual, creyéndole muerto, mientras estaban ya para enterrarlo, revivió; y dijo que había visto el lugar del infierno donde debía estar condenado, pero que, gracias a las plegarias de la Santísima Virgen, había vuelto a la vida para tener tiempo de hacer penitencia. Surio también refiere de un ciudadano romano llamado Andrés, que había muerto, al parecer, impenitente, y al que María le había obtenido poder revivir para poder ser perdonado. También cuenta Pelbarto que en su tiempo, cuando el emperador Segismundo atravesaba los Alpes con su ejército, se oyó la voz de un soldado que estaba esquelético, y que pedía confesión, diciendo que la Madre de Dios, de quien había sido devoto, le había obtenido la gracia de poder vivir en aquel estado hasta que se confesase; y una vez que se hubo confesado, expiró. Estos y otros ejemplos, no han de servir para animar a ningún temerario a vivir en pecado, con la esperanza de que María lo librará del infierno en el último momento; pues, como sería gran locura tirarse a un pozo con la esperanza de que María lo preservara de la muerte, como ha salvado a otros en semejante situación, así mayor locura sería arriesgarse a llegar a la hora de la muerte en pecado con la pretensión de que la Virgen lo librase del infierno. Pero esos ejemplos, que sirvan para reavivar nuestra confianza pensando que, si la intercesión de esta Madre divina ha podido librar del infierno aun a aquellos que parecían haber muerto en pecado, cuánto más será poderosa para impedir que caigan en el infierno los que durante su vida recurren a ella con intención de enmendarse, y fielmente la sirven."

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