Nos pusimos a hablar con una amiga sobre la lectura de la mano y la adivinación del futuro. Entonces yo le decía que eso no estaba bien porque la Biblia lo dice, que nadie sabe el futuro sino sólo Dios. Y ella me corchó porque me preguntó que entonces qué pasaba con los profetas... yo le dije que se llamaban Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel y que en ese tiempo eran muy pintas... pero nada más... la verdad no supe qué responder, porque si nadie sabe el futuro cómo es que la misma Biblia tiene profetas. Entonces mis preguntas son:
1. Por qué es malo ir a sesiones de lectura de mano, adivinación, etc.2. Por qué, si es malo, la misma Biblia nos cuenta de los profetas.
3. Las profecías que la Virgen le ha contado a algunos de sus videntes, ¿qué son?
Mil gracias! -P. Moyano, EEUU.
Tus tres preguntas están todas relacionadas con el conocimiento del futuro. Dijiste a tu amiga que la Biblia decía que el futuro sólo lo conoce Dios. Creo que esa frase requiere cierta clarificación. Lo malo de los que leen la mano no es que conozcan o que pretendan conocer el futuro. El problema es cuál es el lugar de Dios en el desarrollo de los acontecimientos que implican la voluntad humana. Voy a tratar de explicarme.
Cuando una persona lee la mano afirma que sucederán ciertas cosas, es decir, dice que hay un "destino" marcado, y esta idea es incompatible con la libertad de Dios. Ese destino inmutable a la gente le interesa porque así quiere salir de dudas en cosas como si va a casarse, si vivirá mucho tiempo, si la pareja lo está engañando, y similares. Si uno cree que hay un destino y que ese destino está así escrito, no queda lugar alguno para el plan que el amor de Dios tenga para uno. Tampoco queda lugar para la propia libertad. Si ya sé que mi destino es que mi pareja me va abandonar, ¿para qué luchar?
La idea de un destino "escrito," o sea, implacable e impersonal, es muy fuerte en el mundo pagano. "Edipo Rey," por ejemplo, es un homenaje impresionante a esa idea. Edipo termina matando al papá y casándose con la mamá, y todos los intentos de evitar ese destino fracasan, de modo que la desgracia se consuma sobre la vida del pobre hombre. ¿Qué tiene eso que ver con la Biblia? Si uno cree en esa idea de destino uno no cree en Dios. El que me lee la mano me está diciendo: "NO hay Dios que cambie tu vida." Por supuesto, eso es del todo opuesto a la revelación que encontramos en la Biblia.
Y hay más riesgos. En el mundo de los adivinadores siempre hay una carta en la manga. Se supone que tu destino está "marcado," pero la misma persona que te dice: "Yo veo que su pareja le está siendo infiel" de seguro tiene algo qué ofrecerte: un bebedizo, un sortilegio, un encantamiento. Adivinación y brujería van de la mano. Y cuando hablamos de brujería hablamos de abrirle las puertas al enemigo del alma. Quizá nada es tan eficaz para darle poder al diablo que decirle que queremos lograr un objetivo "como sea." La brujería la idolatría de la propia voluntad; es el imperio de lo que YO quiero, o sea, exactamente lo opuesto de nuestra fe, que siempre consiste en acoger con amor lo que DIOS quiere. Entrar a las cartas y lecturas de mano es entrar en ese juego sucio, que no puede dejar limpia el alma.
¿Y los profetas, qué? ¡Los profetas nunca hablan de un destino marcado! Los profetas (se entiende, los verdaderos) más bien nos ayudan a comprender el querer de Dios. Los profetas son gente de oración, o sea, gente que ha buscado con ardor y amor el querer del Señor, antes que su propio querer o incluso su propia vida. Un profeta, o un genuino vidente, son exactamente lo opuesto de un adivinador o un brujo.
Además, las profecías de los verdaderos profetas o videntes son SIEMPRE llamados a la conversión. Por supuesto, esta palabra no interesa a los brujos. Los profetas quieren que nuestras vidas sean como Dios las ha pensado y amado, y por eso el lema no es "Esto se tiene que cumplir," como si la Historia humana fuera una película de la que ellos ya vieron los "cortos." El lema de los profetas es lo que dijo uno de ellos, Ezequiel, de parte de Dios: "No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Ezequiel 33, 11).
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