miércoles, 30 de noviembre de 2011

MONSEÑOR PABLO GALIMBERTI: ABORTO, PERDEMOS TODOS

El debate sobre el aborto no es un enfrentamiento deportivo de los que impulsan la ley contra los que la impugnan. Estamos jugando otro partido: el de todos los uruguayos que envejecemos día a día contra los que vienen a ocupar los lugares de los que vamos pasando a la retaguardia.

Un país sin hijos no sirve a nadie. Faltan retoños que traigan colores y esperanzas al viejo árbol familiar. Claro que podrán venir a poblarlo gente de otras regiones y continentes, pero el primer deber es alentar la fecundidad de las madres y familias de este país.

Son débiles las razones en pro del aborto. Algunos preguntan qué pasa cuando una mujer sufre una violación. La respuesta sería: no sumemos otra violencia a la que ya padeció. Se oye decir a veces: el diagnóstico prenatal dice que la criatura tiene tal o cual cosa. Y se especula con sentenciar una vida a la desaparición.

Varias veces he comprobado cómo un hijo o hija con síndrome down se han convertido en una presencia, por momentos desafiante, que ha revolucionado positivamente una familia. Una vez que los demás se abrieron camino, ese hijo o hija fueron la razón para seguir y despertar cada día con una responsabilidad. Esos padres se han incorporado a iniciativas o asociaciones para una mejor inserción social y laboral de sus hijos. El sábado pasado confirmé a varios de estos jóvenes “diferentes”.

Pierde la madre que interrumpe una vida. Ninguna mujer ignora hoy que lo que ha concebido es una vida nueva, que patalea, llama y espera asomar la cara.

Nadie ignora que aceptar un embarazo es un acto de generosidad. Esa cualidad del corazón que falta muchas veces a los hombres, que embarazan a su esposa o compañera pero no pueden sentir todo lo que ellas traducen entre silencios, expectativas y honda convicción que las aferra instintivamente a una ley de la naturaleza, que escribe en sus cuerpos un destino y una misión.

Los argumentos en pro del aborto no se sustentan. Son ideas que carecen de sólido fundamento científico. El tema del aborto plantea conflictos de derechos y deberes, semejantes a los que se viven a diario, entre mi propiedad y la del vecino, entre mi libertad y la del adversario en el juzgado, en la cancha, en la junta departamental o circulando con un vehículo por la calle. Y cuando en una familia hay enfrentamientos o peleas, no se resuelven dando un cuchillo o un revólver al más fuerte.

El aborto saca a la luz la dimensión social de la mujer y del varón. La sexualidad, vivida y disfrutada en la intimidad, se expresa. Como también se expresan los sueños invisibles e impalpables o las oscuras angustias que encadenan los sentimientos. La hipocresía sería disimular y mostrar hacia afuera que no ha pasado nada. Y ciertas mamás quedarán “tranquilas” porque la hija superó un traspié. Por afuera todo sigue normalmente. ¿También por adentro?

La sexualidad, porque está unida al corazón, no es un instinto fácil de integrar ni un sentimiento sencillo para encontrarle cauces para desarrollarse en la vida. No es sólo cuestión de atajar un imprevisto cuando aparece un embarazo. Aún así se lo puede empezar a desear y querer, a cuidar y soñar, dándole nombre a “eso” que empezó a latir. Como cuando una mamá toca con la mano su cuerpo y habla, sueña o sufre con ese hijo/a.

Los argumentos a favor de la vida están planteados. Los expuso el Presidente Tabaré Vázquez en su momento. Todo el que quiera puede leer sus sólidos argumentos para interponer el veto a un proyecto violatorio del primer derecho humano que es vivir.

Es falso decir que las razones para oponerse por parte la Iglesia son de índole religiosa. Es claro que la Biblia dice: no matarás. Que además de su enunciado negativo habría que desarrollarlo en su alcance positivo: cuida la vida física y mental, protégela, aliméntala, edúcala.

La Iglesia sabe también que los Derechos Humanos están escritos en la naturaleza humana, son “marca de fábrica”. Quien olvide estas obligaciones y vote a favor de la muerte prematura de una criatura comete un grave delito. Y la ley será inmoral, aunque ningún juez ni la policía vayan a buscarlos a sus domicilios particulares.

1 comentario:

Nicolás J. Gonella Neyra dijo...

Muy bien este artículo.
Lo he difundido.

Me alegra que los obispos uruguayos defiendan el derecho a la vida humana, pero permítame que le haga una pregunta: ¿por qué la Iglesia aquí en Uruguay hace poco o nada para combatir al comunismo tupamaro?
¿No se debería excomulgar a todos los herejes que apoyan al comunismo? Porque comunismo y cristianismo son contradictorios, ¿no?

Saludos en Cristo y que tenga una feliz Navidad.