Están de moda nuevamente hoy entre nosotros las teorías reencarnacionistas, de origen oriental, según las cuales el alma humana, luego de la muerte, vuelve a nacer en otra época, en otro cuerpo, como otra persona diferente, y eso, sucesivas veces, hasta que finalmente alcanza la liberación definitiva.
¿Qué se puede decir de estas doctrinas, a la luz de la razón y de la fe cristiana?
Supuesto lo que la recta filosofía enseña sobre la espiritualidad e inmortalidad del alma humana, hay que decir que es un hecho naturalmente evidente que tras la separación del alma y el cuerpo por la muerte, el alma no vuelve a reunirse con su cuerpo en forma natural. Desde el punto de vista meramente natural, la muerte del ser humano, aún no siendo el fin total del "yo", es un camino sin vuelta atrás.
En efecto, siendo el hombre una unidad de alma y cuerpo, la unión de los mismos equivale a la creación del ser humano, que es obra exclusiva del poder de Dios. El alma humana, por tanto, no tiene naturalmente el poder de unirse por sí sola nuevamente al cuerpo del que ha salido, o a otro. La reunión del alma, después de la muerte, con su propio cuerpo, es un don sobrenatural del poder divino, y se llama "resurrección". Ello no es obra de ninguna ley impersonal ni necesaria de la naturaleza, sino de la libre iniciativa y el querer de Dios. Así como sólo Dios, el Señor de la vida y de la muerte, puede crear, si quiere, al ser humano viviente, así también sólo él puede recuperarlo, si quiere, de la muerte.
La tesis de la reencarnación es una falsa imaginación derivada de una doctrina verdadera como es la inmortalidad del alma humana. A la afirmación verdadera y filosóficamente fundada de que el alma humana sigue existiendo tras la muerte, la imaginación humana le ha agregado la idea de una especie de "viaje cósmico" que el alma emprende pasando de un cuerpo a otro.
La doctrina de la reencarnación es, además, contradictoria. Cuando alguien dice "Yo soy Napoleón reencarnado" ¿qué quiere decir ahí "yo"? Se está diciendo a la vez que Napoleón y el hablante son personas distintas, y no son personas distintas, lo cual es contradictorio. Se responderá: "son distintas en cuanto al cuerpo, no son distintas, en cuanto al alma".
En vez de decir: "Soy Napoleón reencarnado", entonces, se podría decir: "Soy el alma de Napoleón, reencarnada". Eso quiere decir que no soy Napoleón, y que mi alma es la misma que la de Napoleón, con lo que la única diferencia entre Napoleón y yo viene a ser el cuerpo.
Pero entonces resulta que "Napoleón" es solamente una unión accidental de un alma "X" con un cuerpo particular, así como "Yo" soy otra unión accidental de esa misma alma "X" con otro cuerpo particular. La persona humana queda reducida al plano de un agregado accidental de elementos. El alma es un alma "sin nombre", pues no es ni Napoleón ni "yo" ni ninguno de los otros agregados accidentales que ha integrado en el curso de las reencarnaciones. Desaparece el "yo", la persona, la identidad.
Pero entonces la frase "yo soy la reencarnación de..." o "yo soy el alma de...", es contradictoria, porque , si hay reencarnación, no hay "yo".
Ahora bien, cuando nosotros hablamos, no es el alma sola la que habla, sino también el cuerpo. Y al decir "yo", no entendemos una unidad accidental como la de un agregado, sino una unidad sustancial, la de una única persona. En un agregado accidental de sustancias, tenemos varios individuos sustanciales diferentes, y así serían el alma y el cuerpo en la hipótesis dualista reencarnatoria. Pero el ser humano es un solo individuo sustancial y personal. Luego, nuestra experiencia personal más inmediata y evidente es contraria a la doctrina de la reencarnación.
Pero entonces, vemos cómo el "yo" es solamente, para los reencarnacionistas, el alma. Esto confirma el desprecio del cuerpo que está en la raíz de estas doctrinas orientales. En su origen oriental, en efecto, la reencarnación no es, como en sus imitaciones occidentales, una buena noticia por su capacidad de diluir el carácter definitivo de ésta nuestra única existencia, sino una maldición por la que el alma se ve una y otra vez reencadenada al cuerpo del cual se debe en todo caso liberar. En el fondo de todo esto está la idea de que la materia y el cuerpo son malos, idea profundamente anticristiana.
Pero también esta idea es contradictoria. Se encuentra aquí el error "dualista" de considerar al cuerpo y al alma como dos cosas o "sustancias" distintas e independientes entre sí, accidentalmente unidas en lo que llamamos el hombre. La auténtica filosofía cristiana coincide con Aristóteles en este punto, de considerar al ser humano como una sola y única sustancia, "cosa" o ente, que tiene sí, dos aspectos realmente distintos, el espiritual y el material, pero sustancialmente unidos e íntimamente compenetrados.
De aquí se sigue que el "yo", la persona, es el compuesto todo de alma y cuerpo, y no el alma sola. El alma humana es inmortal, se separa de la materia por la muerte, sin destruirse, enseña Santo Tomás de Aquino, pero entonces deja de ser hombre, persona, y en sentido estricto, "yo", pues la materia corporal es esencial a todas esas nociones, tratándose del ser humano. Sigue teniendo conciencia y siendo un sujeto, pero no es un sujeto "humano" en el pleno sentido del término, hasta que recupera su dimensión corpórea por la Resurrección de entre los muertos.
Todo esto tiene también relación con la doctrina aristotélica de la materia como principio de individuación. Es decir, ¿cómo es posible que en una misma especie haya varios individuos numéricamente diferentes, si los caracteres específicos son precisamente los mismos para todos? Para Aristóteles, los seres corpóreos están compuestos de materia prima y forma sustancial. Siendo la forma el elemento determinante del carácter específico, ha de ser la materia, dice Aristóteles, la responsable de la individuación.
Esto es así, porque la materia, afectada por la cantidad y la extensión, es principio de localización espacio - temporal, y por tanto, de concreción individual. El individuo, a diferencia de la idea abstracta, es siempre eso que existe "hic et nunc" (aquí y ahora).
Esto también es fundamental: decir que el alma espiritual, que es la forma sustancial del "compuesto" humano, es individuada por la materia, o sea, por su relación al cuerpo, significa que esa alma es individual, y es esta alma concreta y no aquella otra, por su relación a este cuerpo concreto situado aquí y ahora. De donde se sigue que es contradictorio suponer que esta alma individual pueda seguir siendo ella misma unida a otro cuerpo numéricamente diferente.
Esto quiere decir que, en la hipótesis imposible de que el alma humana pudiera unirse a otro cuerpo distinto tras la muerte, no sólo se trataría de otro cuerpo diferente, sino también de otra alma diferente, y entonces, carecería totalmente de sentido hablar de "reencarnación".
Esto es fundamental: el alma humana es, sí, capaz de existir, tras la muerte, separada de su cuerpo, pero, enseña Santo Tomás, si sigue siendo esa alma y no otra, es por referencia a ese cuerpo concreto del que se ha separado. Sería contradictorio, entonces, que se uniera a otro cuerpo, porque entonces, sería y a la vez no sería la misma alma individual.
Y es que, en el fondo, el alma es la forma sustancial del cuerpo humano, y eso quiere decir que el cuerpo es, y es cuerpo, y es viviente, y es humano, por el alma, y entonces, es contradictorio decir que el alma hace ser a un cuerpo que no es el suyo.
Esto es importante. Nuestra expresión física, por ejemplo, denota en cierto modo nuestro modo de ser espiritual. Mi alma no es algo totalmente independiente de mi cuerpo.
Y no se trata tampoco de que el alma se "transforme" en otra alma distinta al unirse a otro cuerpo. Porque lo que puede "transformarse" es el compuesto de materia y forma, al cambiar, justamente, de forma. Pero el alma misma es la forma de ese compuesto: no cabe hablar, a propósito de ella, de "transformación".
Además, el alma, o ya era un alma diferente antes de unirse al nuevo cuerpo, o no. En el primer caso, habría que preguntar porqué. En el segundo caso, es imposible, ya vimos, que una misma alma se una a otro cuerpo distinto del suyo.
La doctrina de la reencarnación, por tanto, significa negar la persona humana, e ignorar el valor único del individuo concreto, y su dignidad también única. Es incompatible con la fe cristiana, que basa su aprecio y valoración positiva del cuerpo y de la materia en el dogma de la Creación de todas las cosas por Dios, en el dogma de la Encarnación del Verbo de Dios, y en el dogma de la Resurrección de la carne para la Vida Eterna.
Dios Padre formó el cuerpo del primer hombre a partir de la materia de este Universo creado por Él, Dios Hijo se hizo hombre y asumió un cuerpo humano en el seno purísimo de María Virgen, por obra de Dios Espíritu Santo; vivió corporalmente, murió, y resucitó corporalmente, glorioso, al tercer día, y está sentado en el Cielo, a la derecha del Padre, en su cuerpo y alma humanos glorificados, por los siglos de los siglos.
La reencarnación también significa olvidar la absoluta seriedad y el carácter definitivo de esta única vida que vivimos en esta tierra, en la cual nuestras opciones libres deciden nuestro destino, feliz o desgraciado, para toda la Eternidad.
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