jueves, 17 de noviembre de 2011

HORACIO BOJORGE sj: EL JUICIO A LA NACIONES (Mt 25)


Adelantamos, en síntesis, el contenido de estas páginas y el propósito al que ellas apuntan. En el Evangelio según San Mateo hay tres parábolas que se refieren al juicio de los creyentes [1] y una que se refiere al juicio de los no creyentes: Mateo 25, 31-46.

En las tres primeras parábolas son juzgados los creyentes según hayan vivido esperando la venida de su Señor y ocupándose de los intereses del Reino, o según que, por el contrario, hayan privatizado su existencia y hayan vivido sin esperar la venida y ocupados sólo en sus propios intereses, de espaldas a los de Dios.

En la escena del juicio de las naciones, El Hijo del Hombre, -figura corporativa que comprende a Cristo y a los creyentes fieles, o sea el Cristo místico total-, juzga a los no creyentes según la actitud que hayan tenido frente a los enviados por Jesús. Lo que han hecho con los miembros fieles del cuerpo, -con los hermanitos más pequeños de Jesús, con los pequeños que creen en Él-, lo han hecho con la cabeza. Para formar parte del cuerpo místico se ha debido pasar por el juicio previo a que son sometidos los creyentes, porque el juicio comienza por la casa de la fe (1 Pedro 4,17). Pero el juicio de las naciones se hace de cara a su actitud ante la Iglesia.

Sin embargo, una lectura reduccionista de este pasaje, cada vez más extendida aún en campo católico, pretende ver en él la carta magna de la salvación por el mero humanitarismo naturalista y no-religioso. Según esa interpretación, esta parábola revelaría el único y universal camino de salvación, por el que deberían transitar por igual, para salvarse, tanto creyentes como no creyentes. La salvación se obtendría por el ejercicio de una filantropía o mera solidaridad interhumana, en la que para nada intervendría la motivación religiosa, ni la explícita y amorosa vinculación con Jesús o la espera de su venida. Consecuencia: la fe y demás virtudes teologales serían superfluas e innecesarias para la salvación.

Desde Kant, por lo menos, hasta la teoría del cristianismo anónimo, se ha venido esgrimiendo esta interpretación naturalista del pasaje que, sin embargo, no sólo es ajena al sentido que Mateo quiso darle y le dio, sino que contradice frontalmente ese sentido literal. Puede decirse de ella que es una interpretación acomodaticia sobre la que de ningún modo puede fundarse una argumentación teológica.

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