miércoles, 9 de noviembre de 2011

RANIERO CANTALAMESA: EN LA ESCRITURA SE RESPIRA A DIOS

En la segunda carta a Timoteo se contiene la célebre afirmación: «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Tm 3, 16). La expresión que se traduce: «inspirada por Dios», o «divinamente inspirada», en la lengua original es una palabra única: theopneustos, que contiene los dos vocablos de Dios (Theos) y de Espíritu (Pneuma). Tal palabra tiene dos significados fundamentales: uno muy conocido, el otro en cambio habitualmente descuidado, si bien no menos importante que el primero.


El significado más conocido es el pasivo, evidenciado en todas las tradiciones modernas: la Escritura es «inspirada por Dios». Otro pasaje del Nuevo Testamento explica así este significado: «Hombres [los profetas] movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios» (2 P 1,21).


Es, en resumen, la doctrina clásica de la inspiración divina de la Escritura, aquella que proclamamos como artículo de fe en el Credo, cuando decimos que el Espíritu Santo «habló por los profetas». Podemos representarnos con imágenes humanas este evento en sí misterioso de la inspiración: Dios «toca» con su dedo divino -esto es, con su energía viva que es el Espíritu Santo-- ese punto recóndito donde el espíritu humano se abre al infinito y desde ahí ese toque -en sí sencillísimo e instantáneo como es Dios que lo produce-- se difunde como una vibración sonora en todas las facultades del hombre -voluntad, inteligencia, fantasía, corazón--, traduciéndose en conceptos, imágenes, palabras.

El resultado que en tal modo se obtiene es una realidad teándrica, esto es, plenamente divina y plenamente humana: las dos cosas íntimamente unidas, auque no «confundidas»…


Por sí, gramaticalmente, el participio theopneustos es activo, no pasivo. La tradición misma ha sabido captar en ciertos momentos este significado activo. La Escritura, decía san Agustín, es theopneustos no sólo porque es «inspirada por Dios», sino también por que «respira a Dios», ¡emana a Dios! .

Hablado de la creación, san Agustín dice que Dios no hizo las cosas y después se fue, sino que aquellas, «venidas de Él, permanecen en Él». Igual ocurre con las palabras de Dios: venidas de Dios, permanecen en Él y Él en ellas. Después de haber dictado la Escritura, el Espíritu Santo es como si se hubiera encerrado en ella, la habita y la anima sin descanso con su soplo divino. Heidegger dijo que «la palabra es la casa del Ser»; nosotros podemos decir que la Palabra (con mayúsculas) es la casa del Espíritu.

No hay comentarios: