miércoles, 30 de noviembre de 2011

MONSEÑOR PABLO GALIMBERTI: ABORTO, PERDEMOS TODOS

El debate sobre el aborto no es un enfrentamiento deportivo de los que impulsan la ley contra los que la impugnan. Estamos jugando otro partido: el de todos los uruguayos que envejecemos día a día contra los que vienen a ocupar los lugares de los que vamos pasando a la retaguardia.

Un país sin hijos no sirve a nadie. Faltan retoños que traigan colores y esperanzas al viejo árbol familiar. Claro que podrán venir a poblarlo gente de otras regiones y continentes, pero el primer deber es alentar la fecundidad de las madres y familias de este país.

Son débiles las razones en pro del aborto. Algunos preguntan qué pasa cuando una mujer sufre una violación. La respuesta sería: no sumemos otra violencia a la que ya padeció. Se oye decir a veces: el diagnóstico prenatal dice que la criatura tiene tal o cual cosa. Y se especula con sentenciar una vida a la desaparición.

Varias veces he comprobado cómo un hijo o hija con síndrome down se han convertido en una presencia, por momentos desafiante, que ha revolucionado positivamente una familia. Una vez que los demás se abrieron camino, ese hijo o hija fueron la razón para seguir y despertar cada día con una responsabilidad. Esos padres se han incorporado a iniciativas o asociaciones para una mejor inserción social y laboral de sus hijos. El sábado pasado confirmé a varios de estos jóvenes “diferentes”.

Pierde la madre que interrumpe una vida. Ninguna mujer ignora hoy que lo que ha concebido es una vida nueva, que patalea, llama y espera asomar la cara.

Nadie ignora que aceptar un embarazo es un acto de generosidad. Esa cualidad del corazón que falta muchas veces a los hombres, que embarazan a su esposa o compañera pero no pueden sentir todo lo que ellas traducen entre silencios, expectativas y honda convicción que las aferra instintivamente a una ley de la naturaleza, que escribe en sus cuerpos un destino y una misión.

Los argumentos en pro del aborto no se sustentan. Son ideas que carecen de sólido fundamento científico. El tema del aborto plantea conflictos de derechos y deberes, semejantes a los que se viven a diario, entre mi propiedad y la del vecino, entre mi libertad y la del adversario en el juzgado, en la cancha, en la junta departamental o circulando con un vehículo por la calle. Y cuando en una familia hay enfrentamientos o peleas, no se resuelven dando un cuchillo o un revólver al más fuerte.

El aborto saca a la luz la dimensión social de la mujer y del varón. La sexualidad, vivida y disfrutada en la intimidad, se expresa. Como también se expresan los sueños invisibles e impalpables o las oscuras angustias que encadenan los sentimientos. La hipocresía sería disimular y mostrar hacia afuera que no ha pasado nada. Y ciertas mamás quedarán “tranquilas” porque la hija superó un traspié. Por afuera todo sigue normalmente. ¿También por adentro?

La sexualidad, porque está unida al corazón, no es un instinto fácil de integrar ni un sentimiento sencillo para encontrarle cauces para desarrollarse en la vida. No es sólo cuestión de atajar un imprevisto cuando aparece un embarazo. Aún así se lo puede empezar a desear y querer, a cuidar y soñar, dándole nombre a “eso” que empezó a latir. Como cuando una mamá toca con la mano su cuerpo y habla, sueña o sufre con ese hijo/a.

Los argumentos a favor de la vida están planteados. Los expuso el Presidente Tabaré Vázquez en su momento. Todo el que quiera puede leer sus sólidos argumentos para interponer el veto a un proyecto violatorio del primer derecho humano que es vivir.

Es falso decir que las razones para oponerse por parte la Iglesia son de índole religiosa. Es claro que la Biblia dice: no matarás. Que además de su enunciado negativo habría que desarrollarlo en su alcance positivo: cuida la vida física y mental, protégela, aliméntala, edúcala.

La Iglesia sabe también que los Derechos Humanos están escritos en la naturaleza humana, son “marca de fábrica”. Quien olvide estas obligaciones y vote a favor de la muerte prematura de una criatura comete un grave delito. Y la ley será inmoral, aunque ningún juez ni la policía vayan a buscarlos a sus domicilios particulares.

MONSEÑOR ISIDRO PUENTE: EXISTE LA MAGIA?

MONSEÑOR ISIDRO PUENTE: ES BUENO HARRY POTTER?

martes, 29 de noviembre de 2011

JORGE PEÑA VIAL:CURIOSIDAD

Existe un misterioso mecanismo psicológico que ya Chaucer proclamó: “Prohibidnos algo, y lo desearemos”. O ese divertido desafío psicológico: no piense en un elefante rosa en medio de un desierto azul.

Nunca hemos tenido tanta información al alcance de la mano. Nos rodea una permanente algarabía de voces, datos, imágenes. Sin embargo se hace necesario separar la infobasura de la información relevante. A su vez, la persona debe saber discernir la “ studiositas ”, el afán natural de saber, de su depravación, la curiosidad. Milton, en “ El paraíso perdido ”, pone de relieve la estrategia de Satanás para tentar a Eva: “Del mal, si el mal existe,/¿por qué no conocerlo para mejor huirlo?”.

Sugiere que la experiencia nos protege del mal mejor que las admoniciones en su contra: “la experiencia, el mejor de los guías”. Con su nuevo conocimiento Eva se considera superior a Adán y más libre: “Prueba, Adán, libremente basado en mi experiencia:/pruébalo, y da a los vientos el temor a la muerte”.

La curiosidad es un eficaz móvil y la palabra “experiencia” es seductora. El principal condimento con el que Milton adereza su poema épico es la “ libido sciendi ”, apetito de conocimiento prohibido, un ansia que comporta un fuerte elemento de perversidad y afición a la transgresión.

Sin embargo, en la actualidad, se reverencian las incursiones audaces y la curiosidad se nos antoja más un comienzo de sabiduría que una invitación al pecado. Han quedado atrás las advertencias de un San Bernardo: “la curiosidad es el principio de todos los pecados”, o las de San Pablo “ sapere ad sobrietatem ”, el saber guiado por la prudencia. Porque, del mal, no proviene ningún conocimiento.

Sólo lo conoce el que se opone a él, por el que no se deja enceguecer y dominar por él. De modo análogo, verdaderamente conoce la fuerza de una tendencia el que se opone a ella, no el que río abajo simplemente se deja llevar. Pero existe un misterioso mecanismo psicológico que ya Chaucer proclamó: “Prohibidnos algo, y lo desearemos”. O ese divertido desafío psicológico: no piense en un elefante rosa en medio de un desierto azul. La prohibición crea un vacío en el que nuestra libertad de decisión parece ser absorbida por un misterioso vértigo. Es el instinto de rebeldía del que habla Milton. En la adolescencia, y no sólo en ella, existe esa curiosidad que quiere lograr alguna “experiencia del pecado”, y se considera poco varonil y algo vergonzoso-aunque no se diga-, no tener experiencia del pecado, como si supusiera una infantil ignorancia de la vida, una simpleza y estrechez de mente, un temor supersticioso y una ingenuidad que atrae la risa y las burlas de los compañeros. La industria pornográfica permea las redes informativas invitando a meternos en lo “prohibido”, viendo lo que es dañino ver. Por cierto disponemos de libertad para no hacerlo, pero muchas veces la curiosidad es más fuerte. Los ojos nos descubren lo maravilloso del mundo, y también su inmundicia. Lo visto, además, suele dejar una huella más indeleble en el alma. “Si tu ojo fuera sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado”. Se dice de ciertos animales de presa que son pacíficos, que se abstienen de la sangre hasta que la gustan, pero una vez probada y gustada, la buscan continuamente.

Allan Bloom diagnosticaba que las facilidades sexuales de las que gozan los adolescentes cortan el hilo de oro que enlaza el eros con la educación. Viven precozmente experiencias fuertes para las que se requiere una mayor madurez humana y espiritual. Al beber ese brebaje fascinante –sexo, alcohol, droga- acontece que cada vez tienen sólo sed y todo lo demás les parece insípido. Su perspectiva se ve recortada al pequeño placer del día y de la noche, y su horizonte vital no se extiende más allá de la fiebre del sábado por la noche.

lunes, 28 de noviembre de 2011

CONSAGRACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

Purísima Madre mía, quiero consagrarte
mi corazón, mi voluntad, mi vida entera.

Llévame al Corazón de tu Divino Hijo Jesús,
para que El habite en mí.

Quiero ser totalmente tuyo Madre mía y a partir de hoy,
servirte fielmente en lo que me mandes.

Sé dulce compañía en mi vida,
no permitas que jamás me separe de Ti
y en la hora de la muerte ven a buscarme
para gozar de la eternidad en Tu compañía.

Bendita y Alabada seas por siempre Madre Mía.

Amén.

viernes, 25 de noviembre de 2011

MEDJUGORJE 25 DE NOVIEMBRE

Ultimo Mensaje, 25 de noviembre de 2011 [O]

Marija during an apparition
¡Queridos hijos! Hoy deseo darles esperanza y alegría. Todo lo que está en torno a ustedes, hijitos, los conduce hacia las cosas terrenales. Sin embargo, yo deseo conducirlos hacia el tiempo de gracia, para que durante ese tiempo estén lo más cerca de mi Hijo, a fin de que El los pueda guiar hacia Su amor y hacia la vida eterna que todo corazón anhela. Ustedes hijitos oren, y que este tiempo sea para ustedes tiempo de gracia para vuestra alma. Gracias por haber respondido a mi llamado.

BEATO JUAN PABLO II: HIMNO DE ADORACIÓN (AP 15, 3-4)

Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de los siglos!
¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre? Porque tú solo eres santo, porque vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, porque tus justos juicios se hicieron manifiestos.

Se reconoce el poder de Dios que viene

1. La Liturgia de las Vísperas, además de los Salmos, presenta una serie de cánticos tomados del Nuevo Testamento. Algunos, como el que acabamos de escuchar, son pasajes del Apocalipsis, el libro que sella toda la Biblia, y que con frecuencia se caracteriza por cantos y coros, por solistas y por himnos de la asamblea de los elegidos, por trompetas, arpas y cítaras.

Nuestro cántico, muy breve, procede del capítulo 15 de esta obra. Está a punto de comenzar una nueva y grandiosa escena: a los siete ángeles que llevan otras tantas plagas divinas, les siguen siete copas llenas también de plagas –en griego «pleguè» hace referencia a un golpe violento capaz de provocar heridas y, a veces, incluso la muerte–. Es evidente, en este caso, una alusión a la narración de las plagas de Egipto (Cf. Éxodo 7, 14-11, 10).

En el Apocalipsis, el «flagelo-plaga» es símbolo de un juicio sobre el mal, sobre la opresión y sobre la violencia del mundo. Por este motivo, es también signo de esperanza para los justos. Las siete plagas –como es sabido, en la Biblia el número siete es símbolo de plenitud– son definidas como las «últimas» (Cf. Apocalipsis 15, 1), pues en ellas se cumple la intervención divina que acaba con el mal.

Canto de los justos

2. El himno es entonado por los salvados, los justos de la tierra, que están «de pie» en la misma actitud del Cordero resucitado (Cf. versículo 2). Al igual que los judíos en el Éxodo, después de la travesía del mar cantaban el himno de Moisés (Cf. Éxodo 15, 1-18), de este modo los elegidos elevan a Dios su «cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero» (Apocalipsis 15, 3), después de haber vencido a la Bestia, enemiga de Dios (Cf. versículo 2).

Este himno refleja la liturgia de las Iglesias de san Juan y está constituido por un florilegio de citas del Antiguo Testamento, en particular de los salmos. La comunidad cristiana de los orígenes consideraba la Biblia no sólo como alma de su fe y de su vida, sino también de su oración y de su liturgia, como sucede precisamente en las Vísperas que estamos comentando.

Es también significativo que el cántico esté acompañado por instrumentos musicales: los justos llevan cítaras (ibídem), testimonio de una liturgia rodeada del esplendor de la música sagrada.

Reconocimiento universal

3. Con su himno, los salvados «grandes y maravillosas» «obras» del «Señor, Dios omnipotente», es decir, sus gestos salvíficos en el gobierno del mundo y en la historia. La auténtica oración, de hecho, no es sólo una petición, sino también alabanza, acción de gracias, bendición, celebración, profesión de fe en el Señor que salva. En este cántico, es significativa además la dimensión universal, que es expresada en los términos del Salmo 85: «Vendrán todas las naciones a postrarse ante ti, Señor» (Salmo 85, 9). La mirada abarca de este modo todo el horizonte y se entreven ríos humanos de pueblos que convergen hacia el Señor para reconocer sus «justos juicios» (Apocalipsis 15, 4), es decir, sus intervenciones en la historia para vencer al mal y elogiar el bien. La búsqueda de justicia presente en todas las culturas, la necesidad de verdad y de amor experimentada por todas las espiritualidades, contienen una tendencia hacia el Señor, que sólo se colma cuando se le encuentra.

Es bello pensar en este aire universal de religiosidad y de esperanza, asumido e interpretado por las palabras de los profetas: «Desde el sol levante hasta el poniente, grande es mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos» (Malaquías 1, 11).

Sólo en razón de Dios

4. Concluimos uniendo nuestra voz a la voz universal. Lo hacemos con las palabras de un canto de san Gregorio Nazianceno, gran padre de la Iglesia del siglo IV. «Gloria al Padre y al Hijo rey del universo, gloria al Espíritu Santo, a quien se eleve toda gloria. Un solo Dios es la Trinidad: ha creado todo, el cielo con los seres celestes y la tierra con los terrestres. Ha llenado el mar, lo ríos, los manantiales con seres acuáticos, vivificando todo con el propio Espíritu para que toda la Creación alabara al sabio Creador: la vida y la permanencia en la vida tienen sólo en él su causa. Que la criatura racional cante sobre todo sus alabanzas como rey poderoso y padre bueno. En espíritu, con el alma, con los labios, con el pensamiento, haz que yo también te glorifique con pureza, Padre» («Poesías» –«Poesie»–, 1, «Collana di testi patristici» 115, Roma 1994, pp. 66-67).

jueves, 24 de noviembre de 2011

J.L.IRABURU: CONTRICIÓN Y ATRICIÓN

La contrición hay que procurarla en la caridad, mirando a Dios. Cuanto más encendido el amor a Dios, más profundo el dolor de ofenderle. Pedro, que tanto amaba a Jesús, después de ofenderle tres veces, «lloró amargamente» (Lc 22,61-62). Es voluntad clara de Dios que los pecadores lloremos nuestras culpas: «Convertíos a mí -nos dice-, en ayuno, en llanto y en gemido; rasgad vuestros corazones» (Joel 2,12-13). Es absolutamente necesaria la contrición para la conversión del pecador. Si Cristo llora por el pecado de Jerusalén (Lc 19,41-44), ¿cómo no habremos de llorar los pecadores nuestros propios pecados?

El corazón de la penitencia es la contrición, y con ella la atrición. El concilio de Trento las define así:

«La contrición ocupa el primer lugar entre los actos del penitente, y es un dolor del alma y detestación del pecado cometido, con propósito de no pecar en adelante. Esta contrición no sólo contiene en sí el cese del pecado y el propósito e iniciación de una nueva vida, sino también el aborrecimiento de la vieja. Y aun cuando alguna vez suceda que esta contrición sea perfecta y reconcilie al hombre con Dios antes de que de hecho se reciba este sacramento [de la penitencia], no debe, sin embargo, atribuirse la reconciliación a la misma contrición sin deseo del sacramento, que en ella se incluye».

La atrición, por su parte, «se concibe comúnmente por la consideración de la fealdad del pecado y por el temor del infierno y de sus penas, y si excluye la voluntad de pecar y va junto con la esperanza del perdón, no sólo no hace al hombre más hipócrita y más pecador [como decía Lutero], sino que es un don de Dios e impulso del Espíritu Santo, que todavía no inhabita, sino que sólamente mueve, y con cuya ayuda se prepara el penitente el camino para la justicia. Y aunque sin el sacramento de la penitencia no pueda por sí misma llevar al pecador a la justificación, sin embargo, le dispone para impetrar la gracia de Dios en el sacramento de la penitencia» (Trento 1551: Dz 1676-1678).

((Es un gran error considerar inútil la formación del dolor espiritual por el pecado. O, por ejemplo, en la preparación de la penitencia sacramental, darlo por supuesto, y centrar la atención casi exclusivamente en el examen de conciencia. El dolor de corazón es sin duda lo más precioso que el penitente trae al sacramento, y en modo alguno debe omitir su actualización intensa, distraído quizá en hacer sólo el recuento de sus faltas, y discurriendo el modo y las palabras con que habrá de acusarlas. Pero el mayor error es que no duela el pecado como ofensa contra Dios, sino simplemente como falla personal, como fracaso social, como ocasión de perjuicios y complicaciones. Esto es lo que más falsea la verdad del arrepentimiento.))

La contrición es el acto más importante de la penitencia, y por eso debemos pedirla -pedir, con la liturgia, «la gracia de llorar nuestros pecados» (orac. Santa Mónica 27-VIII)-, y debemos procurarla mirando a Dios. Mirando al Padre, comprendemos que por el pecado le abandonamos, como el hijo pródigo, y buscamos la felicidad lejos de él (Lc 15,11s). Mirando a Cristo, contemplándole sobre todo en la cruz, destrozado por nuestras culpas, conocemos qué hacemos al pecar. Mirando al Espíritu Santo vemos que pecar es resistirle y despreciarle. El verdadero dolor nace de ver nuestro pecado mirando a Dios.

Conviene señalar que en los buenos cristianos la contrición es mayor que el pecado. El pecado fue un breve tiempo demoníaco, apasionado, oscuro, falso. Pero, en cambio, el arrepentimiento es tiempo largo y consciente, personal y profundo, donde más verídicamente se expresa la personalidad del cristiano. Y cuando la contrición es muy intensa, no sólamente destruye totalmente el pecado, sino que deja acrecentada la unión con Dios. Como en una pelea entre novios: tras la ofensa, si en la reconciliación hubo dolor y amor sinceros, quedan más unidos que antes.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

CARLOS MARIA BUELA: QUE ES LA EPICLESIS?

Se llama epíclesis a la parte de la Misa en que se invoca al Espíritu Santo. En las Plegarias Eucarísticas suele haber dos epíclesis; una, antes de la consagración, sobre las ofrendas, pidiendo al Espíritu Santo que obre la presencia de Cristo; otra, después de la consagración, sobre el pueblo, invocando al Espíritu Santo para que colme al pueblo de bienes.

Las primeras epíclesis, por ejemplo, comienzan: «Bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda, haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti» ; «Te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu»2 ; «Te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti»3 ; «Te rogamos que este mismo Espíritu santifique estas ofrendas, para que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor» .

Las segundas epíclesis comienzan así: «Te pedimos humildemente ... que esta ofrenda sea llevada a tu presencia ... para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo ... seamos colmados de gracia y bendición»; «Te pedimos ... que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo»; «Para que ... llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu»; «Concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz, que, congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria».

Por eso enseña el Catecismo: «La Epíclesis (= "invocación sobre") es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios».

martes, 22 de noviembre de 2011

NÉSTOR MARTÍNEZ:¿REENCARNACIÓN SÍ O NO?

Están de moda nuevamente hoy entre nosotros las teorías reencarnacionistas, de origen oriental, según las cuales el alma humana, luego de la muerte, vuelve a nacer en otra época, en otro cuerpo, como otra persona diferente, y eso, sucesivas veces, hasta que finalmente alcanza la liberación definitiva.

¿Qué se puede decir de estas doctrinas, a la luz de la razón y de la fe cristiana?

Supuesto lo que la recta filosofía enseña sobre la espiritualidad e inmortalidad del alma humana, hay que decir que es un hecho naturalmente evidente que tras la separación del alma y el cuerpo por la muerte, el alma no vuelve a reunirse con su cuerpo en forma natural. Desde el punto de vista meramente natural, la muerte del ser humano, aún no siendo el fin total del "yo", es un camino sin vuelta atrás.

En efecto, siendo el hombre una unidad de alma y cuerpo, la unión de los mismos equivale a la creación del ser humano, que es obra exclusiva del poder de Dios. El alma humana, por tanto, no tiene naturalmente el poder de unirse por sí sola nuevamente al cuerpo del que ha salido, o a otro. La reunión del alma, después de la muerte, con su propio cuerpo, es un don sobrenatural del poder divino, y se llama "resurrección". Ello no es obra de ninguna ley impersonal ni necesaria de la naturaleza, sino de la libre iniciativa y el querer de Dios. Así como sólo Dios, el Señor de la vida y de la muerte, puede crear, si quiere, al ser humano viviente, así también sólo él puede recuperarlo, si quiere, de la muerte.

La tesis de la reencarnación es una falsa imaginación derivada de una doctrina verdadera como es la inmortalidad del alma humana. A la afirmación verdadera y filosóficamente fundada de que el alma humana sigue existiendo tras la muerte, la imaginación humana le ha agregado la idea de una especie de "viaje cósmico" que el alma emprende pasando de un cuerpo a otro.

La doctrina de la reencarnación es, además, contradictoria. Cuando alguien dice "Yo soy Napoleón reencarnado" ¿qué quiere decir ahí "yo"? Se está diciendo a la vez que Napoleón y el hablante son personas distintas, y no son personas distintas, lo cual es contradictorio. Se responderá: "son distintas en cuanto al cuerpo, no son distintas, en cuanto al alma".

En vez de decir: "Soy Napoleón reencarnado", entonces, se podría decir: "Soy el alma de Napoleón, reencarnada". Eso quiere decir que no soy Napoleón, y que mi alma es la misma que la de Napoleón, con lo que la única diferencia entre Napoleón y yo viene a ser el cuerpo.

Pero entonces resulta que "Napoleón" es solamente una unión accidental de un alma "X" con un cuerpo particular, así como "Yo" soy otra unión accidental de esa misma alma "X" con otro cuerpo particular. La persona humana queda reducida al plano de un agregado accidental de elementos. El alma es un alma "sin nombre", pues no es ni Napoleón ni "yo" ni ninguno de los otros agregados accidentales que ha integrado en el curso de las reencarnaciones. Desaparece el "yo", la persona, la identidad.

Pero entonces la frase "yo soy la reencarnación de..." o "yo soy el alma de...", es contradictoria, porque , si hay reencarnación, no hay "yo".

Ahora bien, cuando nosotros hablamos, no es el alma sola la que habla, sino también el cuerpo. Y al decir "yo", no entendemos una unidad accidental como la de un agregado, sino una unidad sustancial, la de una única persona. En un agregado accidental de sustancias, tenemos varios individuos sustanciales diferentes, y así serían el alma y el cuerpo en la hipótesis dualista reencarnatoria. Pero el ser humano es un solo individuo sustancial y personal. Luego, nuestra experiencia personal más inmediata y evidente es contraria a la doctrina de la reencarnación.

Pero entonces, vemos cómo el "yo" es solamente, para los reencarnacionistas, el alma. Esto confirma el desprecio del cuerpo que está en la raíz de estas doctrinas orientales. En su origen oriental, en efecto, la reencarnación no es, como en sus imitaciones occidentales, una buena noticia por su capacidad de diluir el carácter definitivo de ésta nuestra única existencia, sino una maldición por la que el alma se ve una y otra vez reencadenada al cuerpo del cual se debe en todo caso liberar. En el fondo de todo esto está la idea de que la materia y el cuerpo son malos, idea profundamente anticristiana.

Pero también esta idea es contradictoria. Se encuentra aquí el error "dualista" de considerar al cuerpo y al alma como dos cosas o "sustancias" distintas e independientes entre sí, accidentalmente unidas en lo que llamamos el hombre. La auténtica filosofía cristiana coincide con Aristóteles en este punto, de considerar al ser humano como una sola y única sustancia, "cosa" o ente, que tiene sí, dos aspectos realmente distintos, el espiritual y el material, pero sustancialmente unidos e íntimamente compenetrados.

De aquí se sigue que el "yo", la persona, es el compuesto todo de alma y cuerpo, y no el alma sola. El alma humana es inmortal, se separa de la materia por la muerte, sin destruirse, enseña Santo Tomás de Aquino, pero entonces deja de ser hombre, persona, y en sentido estricto, "yo", pues la materia corporal es esencial a todas esas nociones, tratándose del ser humano. Sigue teniendo conciencia y siendo un sujeto, pero no es un sujeto "humano" en el pleno sentido del término, hasta que recupera su dimensión corpórea por la Resurrección de entre los muertos.

Todo esto tiene también relación con la doctrina aristotélica de la materia como principio de individuación. Es decir, ¿cómo es posible que en una misma especie haya varios individuos numéricamente diferentes, si los caracteres específicos son precisamente los mismos para todos? Para Aristóteles, los seres corpóreos están compuestos de materia prima y forma sustancial. Siendo la forma el elemento determinante del carácter específico, ha de ser la materia, dice Aristóteles, la responsable de la individuación.

Esto es así, porque la materia, afectada por la cantidad y la extensión, es principio de localización espacio - temporal, y por tanto, de concreción individual. El individuo, a diferencia de la idea abstracta, es siempre eso que existe "hic et nunc" (aquí y ahora).

Esto también es fundamental: decir que el alma espiritual, que es la forma sustancial del "compuesto" humano, es individuada por la materia, o sea, por su relación al cuerpo, significa que esa alma es individual, y es esta alma concreta y no aquella otra, por su relación a este cuerpo concreto situado aquí y ahora. De donde se sigue que es contradictorio suponer que esta alma individual pueda seguir siendo ella misma unida a otro cuerpo numéricamente diferente.

Esto quiere decir que, en la hipótesis imposible de que el alma humana pudiera unirse a otro cuerpo distinto tras la muerte, no sólo se trataría de otro cuerpo diferente, sino también de otra alma diferente, y entonces, carecería totalmente de sentido hablar de "reencarnación".

Esto es fundamental: el alma humana es, sí, capaz de existir, tras la muerte, separada de su cuerpo, pero, enseña Santo Tomás, si sigue siendo esa alma y no otra, es por referencia a ese cuerpo concreto del que se ha separado. Sería contradictorio, entonces, que se uniera a otro cuerpo, porque entonces, sería y a la vez no sería la misma alma individual.

Y es que, en el fondo, el alma es la forma sustancial del cuerpo humano, y eso quiere decir que el cuerpo es, y es cuerpo, y es viviente, y es humano, por el alma, y entonces, es contradictorio decir que el alma hace ser a un cuerpo que no es el suyo.

Esto es importante. Nuestra expresión física, por ejemplo, denota en cierto modo nuestro modo de ser espiritual. Mi alma no es algo totalmente independiente de mi cuerpo.

Y no se trata tampoco de que el alma se "transforme" en otra alma distinta al unirse a otro cuerpo. Porque lo que puede "transformarse" es el compuesto de materia y forma, al cambiar, justamente, de forma. Pero el alma misma es la forma de ese compuesto: no cabe hablar, a propósito de ella, de "transformación".

Además, el alma, o ya era un alma diferente antes de unirse al nuevo cuerpo, o no. En el primer caso, habría que preguntar porqué. En el segundo caso, es imposible, ya vimos, que una misma alma se una a otro cuerpo distinto del suyo.

La doctrina de la reencarnación, por tanto, significa negar la persona humana, e ignorar el valor único del individuo concreto, y su dignidad también única. Es incompatible con la fe cristiana, que basa su aprecio y valoración positiva del cuerpo y de la materia en el dogma de la Creación de todas las cosas por Dios, en el dogma de la Encarnación del Verbo de Dios, y en el dogma de la Resurrección de la carne para la Vida Eterna.

Dios Padre formó el cuerpo del primer hombre a partir de la materia de este Universo creado por Él, Dios Hijo se hizo hombre y asumió un cuerpo humano en el seno purísimo de María Virgen, por obra de Dios Espíritu Santo; vivió corporalmente, murió, y resucitó corporalmente, glorioso, al tercer día, y está sentado en el Cielo, a la derecha del Padre, en su cuerpo y alma humanos glorificados, por los siglos de los siglos.

La reencarnación también significa olvidar la absoluta seriedad y el carácter definitivo de esta única vida que vivimos en esta tierra, en la cual nuestras opciones libres deciden nuestro destino, feliz o desgraciado, para toda la Eternidad.

viernes, 18 de noviembre de 2011

ALDO TORRECILLA: PAULO COELHO Y SU COCTEL DE ESPIRITUALIDAD


Él es católico a su manera, partidario de una religiosidad que tiene mucho de cóctel (cuarto y mitad de catolicismo, medio kilo de pensamiento oriental, mitad de cuarto de ocultismo y el resto de experiencias gnósticas y esotéricas). El resultado es una religiosidad vacía de compromiso, en la órbita del melifluo new age, que tranquiliza las conciencias, que rebaja la experiencia con la divinidad y que supone una peligrosa estafa religiosa que algunos, sin embargo, admiran acríticamente como el paradigma de la religiosidad del nuevo milenio.

El prestigio de este autor brasileño es tal que incluso ha sido condecorado con la Legión de Honor en Francia y con el Premio Crystal Award, otorgado por el Foro Económico de Davos. En España recibió el pasado año la Medalla de Oro de Galicia, condecoración que estuvo rodeada de polémica (¿qué tiene que ver la literatura de Coelho con Galicia?).


Su inexplicable éxito literario no ha sido fulminante. Sus libros, por su indefinición, se comenzaron a editar en pequeñas editoriales poco literarias y poco a poco han ido llegando al gran público. En España, sus novelas se publicaron primero en la editorial esotérica El Obelisco, luego en el sello Martínez Roca y por último, con la llegada de la popularidad y las ventas, ha pegado el salto a Planeta, donde ya existe la 'Biblioteca Paulo Coelho', en la que se han recogido todos sus libros.


En España hace ya tiempo que sus obras sobrepasaron el millón de ejemplares, aunque todavía estamos lejos de los cerca de cuatro de Francia y los más de siete que ha vendido en Brasil, su país de origen.


A pesar del arrollador número de ventas, sus relaciones con la crítica literaria son conflictivas. Y es que sus libros (y en esto recuerda a otro fenómeno sociológico, Antonio Gala) no soportan un serio análisis crítico. Sus novelas son planas, esquemáticas, con unas tramas que abusan de un didactismo simplón, endulcorado con mensajes sugerentes (en sintonía con los mediocres libros de autoayuda) y repletos de una epidérmica sensibilidad espiritual.

LITERATURA POBRE

Quizá el secreto de su masiva aceptación popular esté, precisamente, en la aplastante sencillez argumental y narrativa, que facilita la lectura de un tipo de lectores poco exigentes con los productos literarios. En sus novelas, salvo algunas excepciones, apenas hay violencia y sexo. También hay que tener en consideración su estilo, bastante lírico y almibarado, repleto de mensajes filosóficos y optimistas sobre la vida y la necesidad de la religión.
El mensaje que se repite en sus narraciones, especialmente en El Alquimista, su libro más emblemático, es que todos podemos ser mucho mejores, que la inmortalidad es una meta que está al alcance de nuestras posibilidades, que tenemos derecho a que nuestros sueños se hagan realidad y que en cualquier momento de nuestra vida tenemos la posibilidad de fundirnos con la Totalidad, logrando la ansiada fusión íntima de nuestra Alma con el Mundo.

Estos mensajes están en todos sus libros. Publicó el primero a los 40 años, El peregrino de Compostela (1987), libro en clave simbólica sobre las visiones esotéricas que tuvo durante su recorrido por el Camino de Santiago mientras realizaba un conjunto de pruebas esotéricas para ser nombrado caballero de la orden de RAM (Rigor, Armonía, Misericordia). Este libro está ambientado en pleno siglo XX, 'y los conceptos de infierno, pecado y de demonio ya no tenían el menor sentido para ninguna persona con un mínimo de inteligencia', comenta en el libro.

LA FAMA DE EL ALQUIMISTA

Después publicó la novela que le ha dado más fama, El Alquimista, que condensa todo su pensamiento espiritual. Un joven pastor se encuentra con un misterioso personaje que le hace vivir todo tipo de experiencias sobrenaturales con el fin de que sus sueños, con la conspiración de todo el Universo, lleguen a buen puerto. Luego siguieron Brida (1990), A orillas del Río Piedra me senté y lloré (1994), Maktub (1994), La Quinta Montaña (1996), Manual del Guerrero de la Luz (1997) y la que ha publicado este año en España, Verónika decide morir (2000).

BAJO LA ESTELA DE LA NEW AGE

En su última novela incorpora algunos elementos de su biografía. Y es que la vida de Coelho ha sido muy complicada. Nace en Río de Janeiro en 1947. De joven, tuvo serios problemas con sus padres, que se vieron obligados a ingresarlo en varias ocasiones en un psiquiátrico (éste es el tema que recupera en la novela). Fue compositor de letras de rock y director artístico de la compañía CBS en Brasil. En varias ocasiones fue detenido por la dictadura militar y expulsado de su país.


De joven perdió la fe católica y se zambulló en los peligrosos paraísos artificiales que pusieron de moda la cultura hippy. Recuperó la fe tras un viaje a Roma, decisión que confirmó después de recorrer el Camino de Santiago. Pero cuando Coelho habla de la fe católica conviene matizar. Él es católico a su manera, partidario de una religiosidad que tiene mucho de cóctel (cuarto y mitad de catolicismo, medio kilo de pensamiento oriental, mitad de cuarto de ocultismo y el resto de experiencias gnósticas y esotéricas). El resultado es una religiosidad vacía de compromiso, en la órbita del melifluo new age, que tranquiliza las conciencias, que rebaja la experiencia con la divinidad y que supone una peligrosa estafa religiosa que algunos, sin embargo, admiran acríticamente como el paradigma de la religiosidad del nuevo milenio.

En su última novela abandona el tono esotérico de su producción literaria para centrarse en un asunto más humano y existencial.

POBRE VERÓNIKA

Verónika es una joven de Eslovenia que intenta suicidarse. Los motivos que la obligan a tomar esta decisión no están muy claros. La intentona resulta fallida y Verónika es ingresada en un psiquiátrico. Pero nada de lo que ocurre en este mundo sucede por casualidad, nos dice Coelho. En el hospital, gracias a la ayuda de los médicos y de unos enfermos que comparten sus dudas y angustias, Verónika descubre que la vida tiene otro sentido, otra finalidad, que el amor transforma todo, que nuestros sueños tienen un sentido.


Como en el resto de sus novelas, lo más determinante es el mensaje, que convierte en calderilla los anhelos de gran parte de la humanidad. La manera de abordar un tema tan universal es por la vía de la superficialidad literaria y existencial, con unos personajes de telenovela que se comportan como peleles en manos de un autor omnisciente que, ante todo, quiere subrayar su mensaje idealista sobre la existencia. Pero aunque lo religioso no ocupe un lugar prioritario, sí que está en el fondo de todo, difundiendo una nebulosa espiritualidad, donde Dios se convierte en una bonita y ambigua excusa para que todos los sucesos tengan sentido, lo que facilita la búsqueda de la autorrealización y la seguridad personal.

FENÓMENO SOCIOLÓGICO

Literariamente, poco hay que decir de Coelho (lo poco ya está dicho). No parece un autor que vaya a dejar mucha huella en la historia de la literatura, aunque sus ventas sean millonarias. Más bien parece que su literatura y su mensaje pseudorreligioso son un elaborado producto de nuestro tiempo, cuando el supuesto renacer religioso se ha transformado en algunos casos en una caótica y sincrética ensalada de religiones. ¿Místico, gurú, visionario, escritor, farsante...? A lo mejor la respuesta está en el marketing.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Hans Urs von Balthasar: Jesucristo, Rey del Universo


Ez 34,11-12.15-17; 1 Co 15,20-26.28 (20-26a.28); Mt 25, 31-46

El Año Litúrgico termina con la gran descripción del juicio final. Cristo aparece en el evangelio como rey de la humanidad, sentado en el trono de su gloria. Dos motivos configuran este importante cuadro: el primero y central es que todo lo que hacemos o no hacemos con el más humilde de nuestros hermanos, lo hacemos o lo dejamos de hacer con Cristo. Esto contiene ya el segundo motivo: si el primero vale como criterio absoluto, debe producirse también una separación absoluta de los que son juzgados, debe haber una derecha y una izquierda, una recompensa eterna y un castigo eterno. El segundo motivo depende, pues, del primero, que constituye la enseñanza decisiva de toda la escena dramática: el rey glorioso, que es el que juzga, se siente solidario de los más humildes (que no por ello son menos respetables): de los hambrientos, los sedientos, los forasteros y los sin techo, de los desnudos, los enfermos y los presos. Él es rey sólo en esta solidaridad, como el que realmente ha descendido a las situaciones humanas más bajas y humillantes, y las conoce perfectamente. Al final de su vida todo hombre será examinado de esto y por este juez, por lo que cada uno de nosotros tendrá que meditar muy seriamente sobre esto: cuando se encuentra con los hombres más miserables, se está encontrando ya con el propio juez. Todos nosotros somos como hombres miembros de un mismo cuerpo, que son esencialmente solidarios, y por ello debemos serlo también consciente y moralmente. Tú debes partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que va desnudo y no cerrarte a tu propia carne.

La imagen final de la segunda lectura no sólo muestra la soberanía universal que el Hijo ejerce a lo largo de la historia del mundo, sino que ofrece además la esperanza de que también se conseguirá el sometimiento de todos los enemigos, de todo principado, poder y fuerza, por lo que cuando el Hijo devuelva al Padre la obra realizada por él, para que Dios pueda ser todo para todos, no le llevará ningún enemigo que pueda rebelarse contra Dios.

Pero no podemos excluir alegremente el motivo de separación. Buscaré las ovejas perdidas, dice Dios como pastor de la humanidad en la primera lectura, y vendará a las heridas, curará a las enfermas, las apacentará debidamente a todas. A pesar de ello el juicio divino no será una amnistía general, sino que Dios juzgará entre oveja y oveja o (como se dice poco después): Yo mismo juzgaré el pleito de las reses gordas y flacas. Porque embestís de soslayo, con la espaldilla, y acorneáis a las débiles (Ez 34,20s). El amor con el que Dios apacienta a su rebaño no puede ser ajeno a la justicia, pero el Antiguo Testamento tampoco dice que Dios ejerza su justicia sin amor.


HORACIO BOJORGE sj: EL JUICIO A LA NACIONES (Mt 25)


Adelantamos, en síntesis, el contenido de estas páginas y el propósito al que ellas apuntan. En el Evangelio según San Mateo hay tres parábolas que se refieren al juicio de los creyentes [1] y una que se refiere al juicio de los no creyentes: Mateo 25, 31-46.

En las tres primeras parábolas son juzgados los creyentes según hayan vivido esperando la venida de su Señor y ocupándose de los intereses del Reino, o según que, por el contrario, hayan privatizado su existencia y hayan vivido sin esperar la venida y ocupados sólo en sus propios intereses, de espaldas a los de Dios.

En la escena del juicio de las naciones, El Hijo del Hombre, -figura corporativa que comprende a Cristo y a los creyentes fieles, o sea el Cristo místico total-, juzga a los no creyentes según la actitud que hayan tenido frente a los enviados por Jesús. Lo que han hecho con los miembros fieles del cuerpo, -con los hermanitos más pequeños de Jesús, con los pequeños que creen en Él-, lo han hecho con la cabeza. Para formar parte del cuerpo místico se ha debido pasar por el juicio previo a que son sometidos los creyentes, porque el juicio comienza por la casa de la fe (1 Pedro 4,17). Pero el juicio de las naciones se hace de cara a su actitud ante la Iglesia.

Sin embargo, una lectura reduccionista de este pasaje, cada vez más extendida aún en campo católico, pretende ver en él la carta magna de la salvación por el mero humanitarismo naturalista y no-religioso. Según esa interpretación, esta parábola revelaría el único y universal camino de salvación, por el que deberían transitar por igual, para salvarse, tanto creyentes como no creyentes. La salvación se obtendría por el ejercicio de una filantropía o mera solidaridad interhumana, en la que para nada intervendría la motivación religiosa, ni la explícita y amorosa vinculación con Jesús o la espera de su venida. Consecuencia: la fe y demás virtudes teologales serían superfluas e innecesarias para la salvación.

Desde Kant, por lo menos, hasta la teoría del cristianismo anónimo, se ha venido esgrimiendo esta interpretación naturalista del pasaje que, sin embargo, no sólo es ajena al sentido que Mateo quiso darle y le dio, sino que contradice frontalmente ese sentido literal. Puede decirse de ella que es una interpretación acomodaticia sobre la que de ningún modo puede fundarse una argumentación teológica.

Lea todo el artículo en Fe y Razón

FABIO ZAVATTARO: LA MALETA DEL PAPA WOJTYLA


LA MALETA DEL PAPA WOJTYLA

Presentado en Roma el nuevo libro del vaticanista Fabio Zavattaro

ROMA, jueves 17 de noviembre de 2011 (ZENIT.org).- Ha sido presentado en Roma el nuevo libro del vaticanista Fabio Zavattaro: La valigia di Papa Wojtyla (La maleta del papa Wojtyla), el martes 15 de noviembre, en el palacio del Vicariato Maffei Marescotti.

El 14 de octubre de 1978, el entonces Karol Wojtyla peregrinó al santuario de la Mentorella, en el Lacio, para después detenerse en una posada de la zona. Una vez en marcha, se le estropeó el coche y se quedó bloqueado en la carretera. Así que hizo autoestop hasta que un conductor de una línea de pasajeros, Candido Nardi, lo dejó subir al autobús cerca de Guadagnolo, un pueblo a 50 kilómetros de Roma. Ya que, el que le parecía un simple sacerdote, le había dicho que tenía que llegar al Vaticano antes de la 13,30 (en el momento en que el Cónclave se cerraba, y el que no llegaba a tiempo se quedaba irremediablemente fuera), se vio obligado a saltarse todas las paradas hasta Palestrina, donde consiguió conectar con el autobús que iba directamente a la capital. Un milagro hizo que Wojtyla llegase a tiempo a la Capilla Sixtina de donde salió, dos días después, con las vestiduras papales, gracias a la inspiración del Espíritu Santo, a los votos de los cardenales y a la ayuda providencial de un conductor de autobús público que participó inconscientemente de la génesis de un pontificado.

Esta anécdota, que hoy es legendaria, y otras muchas historias son las perlas que enriquecen el nuevo libro del vaticanista Fabio Zavattaro: La valigia di Papa Wojtyla. Una especie de “diario de a bordo” donde el autor que, desde 1983, siguió como enviado los numerosos viajes del papa en Italia y al extranjero, entrelaza relatos, episodios inéditos, curiosidades, personas y lugares para hacer emerger un perfil hasta ahora desconocido, casi irónico de Juan Pablo II.

Encontramos, hojeando las páginas del libro, muchos asuntos que no siempre han tenido el honor de ser registrados en una crónica, pero que han acompañado la preparación de los 104 viajes internacionales de aquél papa: desde Jerusalén hasta la Cuba de Fidel Castro, pasando por los indios del norte de Canadá, los sacerdote perseguidos por el régimen en Ucrania y su amada tierra natal, Polonia.

Un libro-testimonio que muestra, no sólo la figura del Pontífice, sino también la del hombre que fue Juan Pablo II. Un hombre que se conmovió en el avión viendo al pueblo mexicano saludarlo con los espejos reflejando el sol y, que en su primer viaje a México, pasó más de una hora hablando con los periodistas a diez mil metros de altitud, como recordó durante el encuentro Valentina Alazraki, corresponsal mexicana, que siguió también al Papa en innumerables peregrinaciones.

Un hombre que, como declaró monseñor Claudio Maria Celli, presidente del Consejo Pontificio de las Comunicaciones, invitado también a la conferencia, “sentía tan fuerte el anhelo misionero que pedía continuamente partir hacia China, incluso en el momento en el que la enfermedad lo retenía en Roma”.

Un hombre que, a través de la comunicación, de los medios, pero incluso con sencillos gestos, deseaba entrar en la cultura, en las tradiciones de cada pueblo “para llevar hacia adelante su misión cristiana derruyendo las barreras del mundo y de los prejuicios”, añadió Marco Simeon, director de Rai Vaticano.

“Juan Pablo II es la encarnación viviente de las palabras del Evangelio: 'Id y anunciad a Cristo hasta los confines más lejanos de la Tierra”, declaró, durante la presentación del libro, monseñor Liberio Andreatta, vicepresidente de la Opera Romana Pellegrinaggi, de la que el Palacio del Vicariato es la sede. “El Papa Wojtyla ha sido el más grande operador turístico de finales del milenio. Ha llevado a Cristo al mundo y al mundo a Cristo”, añadió monseñor Andreatta.

La maleta, por tanto, siempre preparada de un papa que ha hecho de las peregrinaciones el punto central de su magisterio. Una maleta llena no sólo de lo necesario para partir, sino también de recuerdos, de palabras, de intenciones y de pequeños detalles como el chiste que se contaba en el Vaticano en la época de su Pontificado: “¿Cuál es la diferencia entre Dios y el papa? Que Dios está en todas partes y el papa ¡ya ha estado!”

Para adquirir el libro de Fabio Zavattaro, hasta ahora publicado sólo en italiano, por Iacobelli Editore: http://www.amazon.it/valigia-Papa-Wojtyla-Frammenti-memoria/dp/8862521324/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1321449827&sr=1-1.

JULIO ALONSO AMPUERO: JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO


Rey, pastor y juez

Ez 34,11-12.15-17; 1Cor 14,20-26a.28; Mt 25, 31-46

«Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies». Esta fiesta de hoy nos sitúa ante un aspecto central de nuestra fe: Cristo es Rey del universo, es Señor de todo. Este es el plan de Dios: someter todo bajo sus pies, bajo su dominio. Así lo confesaron y proclamaron los apóstoles desde el día mismo de Pentecostés: «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (He 2,36). Toda la realidad ha de ser sometida a este poder salvífico de Cristo el Señor. Su influjo poderoso va destruyendo el mal, el pecado, la muerte... hasta que sean sometidos todos sus enemigos... que son también del hombre.

«Yo mismo apacentaré mis ovejas». Todas las imágenes humanas aplicadas a Cristo se quedan cortas. Por eso, la imagen del Rey es matizada en la primera lectura con la del pastor. Cristo reina pastoreando a todos y cada uno, cuidando con delicadeza y amor de cada hombre, más aún, buscando al perdido, sanando al pecador, haciendo volver al descarriado... Su dominio, su realeza, su señorío van dirigidos exclusivamente a la salvación y al bien del hombre. Y además este dominio y señorío no son al modo de los reyes humanos: es un influjo en el corazón del hombre, que ha de ser aceptado libremente. Él es Señor, pero cada uno debe reconocerle como Señor, como su Señor (Rom 10,9; 1 Cor 12,3; Fil 2,10-11), dejándose gobernar por Él. Él apacienta, pero cada uno debe dejarse guiar y apacentar: «El Señor es mi pastor» (Salmo responsorial).

Finalmente, el evangelio subraya otro aspecto de esta realeza de Cristo: Si ahora ejercita su señorío salvando, al final lo ejercitará juzgando. Y juzgando acerca de la caridad. Por tanto, si no queremos al final ser rechazados «al castigo eterno», es preciso acoger ahora sin límites ni condiciones este señorío y esta realeza de Cristo. Si nos sometemos ahora a Él y le dejamos infundir en nosotros su amor a todos los necesitados, tendremos garantía de estar también al final bajo su dominio e ir con Él «a la vida eterna».

Juzgados en el amor

Mt 25,31-46

En continuidad con el evangelio del domingo pasado, Jesucristo es presentado hoy como Rey que viene a juzgar a «todas las naciones». En esta venida de Cristo al final de la historia habrá un «discernimiento» –separará a los unos de los otros– Ese será un juicio perfectamente justo y definitivo. Ese juicio de Dios quita importancia a los juicios que los hombres hagan de nosotros. El verdadero creyente sabe que no es mejor ni peor porque los hombres le tengan por tal; lo que de verdad somos es lo que somos a los ojos de Dios. En un mundo en que tantas veces triunfa la injusticia y la incomprensión, consuela saber que todo se pondrá en claro y para siempre y cada uno recibirá su merecido.

Pero Cristo no es sólo el Juez; es también el centro y el punto de referencia por el que se juzga: «a mí me lo hicisteis»; «conmigo dejasteis de hacerlo». Él ha de ser siempre el fin de todas nuestras acciones. Por lo demás, ¡qué fácil amar a cada persona cuando en ella se ve a Cristo!

Este evangelio insiste en otro aspecto que ya aparecía en la parábola de los talentos. El siervo era condenado por guardar su talento sin hacerlo fructificar. A los que son condenados no se les imputan asesinatos, robos..., sino omisiones: no me distéis de comer, no me vestisteis... Se les condena porque han «dejado de hacer». No se trata sólo de no matar al hermano, sino de ayudarle a vivir dando la vida por él (1 Jn 3,16). El que no da a su hermano lo que necesita, en realidad le mata (1 Jn 3,15-17). El texto nos hace entender la enorme gravedad de todo pecado de omisión, que realmente mata, pues deja de producir la vida que debía producir y que el hermano necesitaba para vivir.

martes, 15 de noviembre de 2011

PADRE FABIAN BARRERA: EL AMOR DE DIOS

MONSEÑOR JOSÉ IGNACIO MUNILLA :ADOREMOS



¿Qué es adorar? Una chaqueta como ejemplo.
Estamos en una cultura pragmática en la que fácilmente despreciamos todo aquello que no tenga una practicidad inmediata y palpable. Cuando alguien invoca los valores espirituales, no es extraño que se le responda: “¡Eso no nos da de comer!”, o expresiones similares. ¿Para qué sirve “adorar”? ¿Qué sentido tiene ponerse de rodillas ante una custodia, con la cantidad de cosas que tenemos que hacer cada día?
En primer lugar conviene que recordemos que la adoración es connatural al ser humano. Lo normal es que la criatura adore al Creador. De hecho, aspiramos a que ése sea nuestro “quehacer” por toda la eternidad, en el Cielo, donde ángeles y santos adoran ya al Dios que hizo cielo y tierra.
Imaginemos una chaqueta caída en el suelo… Si alguien recogiese esa prenda de vestir sujetándola desde el extremo de una de sus mangas, o desde uno de sus bolsillos, el resultado sería un notable desbarajuste. La chaqueta debe de ser prendida desde los hombros, para colgarla adecuadamente en su percha.


Con la adoración ocurre algo similar: adorar es coger la vida “por los hombros”, y no “por la manga”. Quien pone a Dios en la cumbre de los valores de su existencia, observa que “todo lo demás” pasa a ocupar el lugar que le corresponde. Adorando a Dios se aprende a relativizar todas las cosas que, aún siendo importantes, no deben ocupar el lugar central, que no les corresponde. La educación en la adoración es totalmente necesaria para el vencimiento de las tentaciones de idolatría, en todas sus versiones y facetas: “Al Señor tu Dios adorarás y solo a Él darás culto”. Recuerdo haber escuchado a un misionero el siguiente relato, del cual había sido él mismo protagonista: Para preparar a los niños a su primera comunión, les había juntado en la capilla de su misión, en plena sabana africana. Ante el tabernáculo, les hablaba con entusiasmo sobre una de las maravillas de nuestra fe: la presencia real de Cristo en la Eucaristía… “¡Dios está aquí! ¡Se ha quedado entre nosotros para que no estemos nunca solos” –les decía a los niños, señalándoles el sagrario-. Aquellos niños escuchaban con viva atención y con honda impresión. Uno de ellos, de los más pequeños, levantaba su mano con insistencia, pidiendo el uso de la palabra para aclarar sus dudas. Llegado su turno, dirigía al misionero una inocente pregunta, que éste no olvidaría en su vida: “Y tú por las noches, ¿te vas a la cama y le dejas a Jesús aquí solo...?”
En nuestro examen de conciencia es necesario que revisemos si la distribución de nuestro tiempo a lo largo de la jornada, corresponde a la fe que profesamos. Por ejemplo, ¿tiene sentido que dediquemos mucho más tiempo a la pantalla televisiva que al sagrario? ¿Qué cabe decir de quienes afirmamos creer en la presencia del Señor en la Eucaristía, y sin embargo, hacemos tan poco por procurar su compañía? Vale la pena cualquier sacrificio, ya sea grande o pequeño, por encontrar un rato junto al Amor de los amores. No somos nosotros quienes “le hacemos un favor” al adorarle; es Él quien nos regala sus dones, cuando acudimos a visitarle.
El proyecto de la Adoración Perpetua está llamado a ser el “epicentro” de la vida diocesana. No lo dudemos, el punto céntrico de Palencia se ubicará en la custodia en la que adoremos perpetuamente a Cristo. Todo lo demás, girará a su alrededor, como un satélite…
Os invito a todos a que os suméis a este proyecto, eligiendo una hora semanal para realizar vuestro turno de adoración, de forma que todos reclinemos nuestra cabeza sobre el costado del Señor, como hizo el “discípulo amado” (cfr Jn 13, 25). Bien podemos entender como dirigidas a nosotros aquellas palabras evangélicas: “El Maestro está ahí, y te llama” (Jn 11, 28)

miércoles, 9 de noviembre de 2011

MONSEÑOR JAIME FUENTES: NECESITO CURAS

Necesito CURAS

Ya va a ser un año desde que llegué a Minas y fui ordenado Obispo de esta Diócesis. He aprendido tantas cosas… Sobre todo, he aprendido que la gente no es buena: ¡es buenísima!
Y voy aprendiendo, un poco más cada día, que estos hombres y mujeres de todas las edades padecen hambre y sed: necesitan que alguien les enseñe quién es Dios, quién es Jesús, quién es su Madre Santísima. Alguien que les diga que estamos en este mundo para conquistar el Cielo, que es, como repetía santa Teresa, para siempre, para siempre, para siempre. Alguien que les explique el arte de bien vivir, siguiendo los Mandamientos de la santa Ley de Dios, que nunca han oído. Alguien que les enseñe a hablar con Dios y a portarse como hijos de Dios. Alguien que los quiera como son –buenísimos, insisto- y, ofreciéndoles su amistad, los lleve a ser amigos de Dios.

Necesito curas. Me pongo a patear las calles de las afueras de Minas. Un chiquilín de 11 o 12 años juega con una pelota desinflada. La mueve bien: de un pie al otro pie, quince, dieciocho veces. Le digo: – Así empezó Maradona… Tenés futuro. Sonríe. - ¡Esta mañana, con la cabeza, llegué a 27 veces! ¿Tenés una medashita?

Sigo caminando. - ¡Joanna, vení para acáaaaa! Joanna (6-7 años) no le hace ni caso. La madre me ve: - Perdone, Padre, ¡qué gurisa esta!... ¡Ay, Padre!... Sabe que todavía no la bauticé…

En la esquina hay un boliche de novela, casi a oscuras a las 4 de la tarde. Un billar, una barra y tres hombres recostados en ella. Silencio. Los saludo al pasar: - Bueenas… - Bueena… Tá recorriendo?... – Así es. – Tá bien… Y siguen mirando… al más allá, parece.

Jesús, te lo digo una vez más: ¡necesito curas! De pronto, a la vuelta del boliche aparecen dos pantalones negros, dos camisas blancas, dos cabezas rubias que, casa por casa, están repartiendo su literatura yanqui…
¡Jesús, necesito curas! Lo voy a poner en mi blog, para los lectores habituales que, además de uruguayos, son españoles, argentinos, mexicanos, norteamericanos, colombianos…

Los curas que necesito deberán:

1) tener buen humor;
2) amar la liturgia de la Iglesia;
3) ser de verdad hombres de oración;
4) disponer de un par de piernas fuertes para patear las calles;
5) recorrerlas todos los días para buscar a la gente (si sólo esperamos que vengan, estamos muertos) y hacer amistad, mucha amistad con ellos;
6) tener la obsesión de darles a conocer a Jesús y que aprendan el Catecismo;
7) vestirse inconfundiblemente como sacerdotes;
8) dormir la siesta no más de 20 minutos;
9) sentarse en el confesonario todos los santos días, con la seguridad de que, una vez que aprendan lo que les enseñará, ya llegará la gente a darle trabajo;
10) estar dispuestos a gastar la vida sin pretender ninguna recompensa.
Jesús, ¡necesitamos curas! Si alguien siente que sí, que por qué no, que estoy dispuesto, escríbame. Los demás, rueguen al dueño de la mies que envíe obreros a esta mies.

obispojaime@gmail.com

RANIERO CANTALAMESA: EN LA ESCRITURA SE RESPIRA A DIOS

En la segunda carta a Timoteo se contiene la célebre afirmación: «Toda la Escritura es inspirada por Dios» (2 Tm 3, 16). La expresión que se traduce: «inspirada por Dios», o «divinamente inspirada», en la lengua original es una palabra única: theopneustos, que contiene los dos vocablos de Dios (Theos) y de Espíritu (Pneuma). Tal palabra tiene dos significados fundamentales: uno muy conocido, el otro en cambio habitualmente descuidado, si bien no menos importante que el primero.


El significado más conocido es el pasivo, evidenciado en todas las tradiciones modernas: la Escritura es «inspirada por Dios». Otro pasaje del Nuevo Testamento explica así este significado: «Hombres [los profetas] movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios» (2 P 1,21).


Es, en resumen, la doctrina clásica de la inspiración divina de la Escritura, aquella que proclamamos como artículo de fe en el Credo, cuando decimos que el Espíritu Santo «habló por los profetas». Podemos representarnos con imágenes humanas este evento en sí misterioso de la inspiración: Dios «toca» con su dedo divino -esto es, con su energía viva que es el Espíritu Santo-- ese punto recóndito donde el espíritu humano se abre al infinito y desde ahí ese toque -en sí sencillísimo e instantáneo como es Dios que lo produce-- se difunde como una vibración sonora en todas las facultades del hombre -voluntad, inteligencia, fantasía, corazón--, traduciéndose en conceptos, imágenes, palabras.

El resultado que en tal modo se obtiene es una realidad teándrica, esto es, plenamente divina y plenamente humana: las dos cosas íntimamente unidas, auque no «confundidas»…


Por sí, gramaticalmente, el participio theopneustos es activo, no pasivo. La tradición misma ha sabido captar en ciertos momentos este significado activo. La Escritura, decía san Agustín, es theopneustos no sólo porque es «inspirada por Dios», sino también por que «respira a Dios», ¡emana a Dios! .

Hablado de la creación, san Agustín dice que Dios no hizo las cosas y después se fue, sino que aquellas, «venidas de Él, permanecen en Él». Igual ocurre con las palabras de Dios: venidas de Dios, permanecen en Él y Él en ellas. Después de haber dictado la Escritura, el Espíritu Santo es como si se hubiera encerrado en ella, la habita y la anima sin descanso con su soplo divino. Heidegger dijo que «la palabra es la casa del Ser»; nosotros podemos decir que la Palabra (con mayúsculas) es la casa del Espíritu.

VAN THUÂN: "ESTOY FELIZ EN ESTA CELDA..."



Muchos conocen los escritos sobre la Eucaristía del cardenal Francis Xavier Nguyen Van Thuân (1928-2002), quien pasó largos años en las cárceles vietnamitas; pero los participantes en el Congreso Eucarístico Internacional de Quebec contaron con otra perspectiva.

Elizabeth Nguyen Thi Thu Hong, la hermana más joven del fallecido cardenal, intervino en el evento, que se clausura el domingo, para presentar textos desconocidos escritos en la prisión.

Se ha dedicado a traducir al inglés y francés los escritos de su hermano, en causa de beatificación, y las cartas que escribió a su familia durante 13 años en las mazmorras de Vietnam. Fue arrestado el 15 de agosto de 1975; nueve de sus años en la cárcel fueron en régimen de aislamiento.

Juan Pablo II le nombraría después presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz.

"A través de sus escritos, y especialmente a través de su correspondencia desde la cárcel, emerge un hecho claro: la vida de Francis Xavier estaba firmemente arraigada en una extraordinaria unión con el Dios vivo a través de la Eucaristía, su única fuerza --dijo Elizabeth--. También fue para el la más bella plegaria, y el mejor modo de dar gracias y cantar la gloria de Dios".

La hermana del cardenal afirmó que "la inquebrantable fe en la eucaristía fue siempre la fuerza guía de su vida, la fortaleza y el alimento para su largo trayecto en cautividad".

"Siempre acababa sus cartas clandestinas a nuestro padres con estas palabras: 'Queridos papá y mamá, no apesadumbréis vuestro corazón con la tristeza. Vivo cada día unido a la Iglesia universal y al sacrificio de Jesús. Rezad para que tenga el valor y la fortaleza de mantener siempre mi fe en la Iglesia y el Evangelio, y de hacer la voluntad de Dios'".

Elizabeth dijo que el testimonio de su hermano "nos mostró a todos nosotros que Cristo ofreció su sacrificio con inmenso fervor, en la hora de su pasión y crucifixión, cuando obedeció al Padre; y esto, incluso hasta el punto de su muerte humillante en la cruz para devolver al Padre una humanidad redimida y una creación purificada".

"En la prisión, con el Jesús Eucarístico en medio de ellos --añadió--, prisioneros cristianos y no cristianos lentamente recibieron la gracia de comprender que cada momento presente de sus vidas, en las más inhumanas condiciones, podía unirse al supremo sacrificio de Jesús y elevarse como acto de solemne adoración a Dios Padre".

"Francis Xavier debía recordarse a sí mismo y animar a cada uno a rezar: 'Señor, concédenos que podamos ofrecer el sacrificio Eucarístico con amor, que aceptemos llevar la cruz, y clavados en ella proclamemos tu gloria, para servir a nuestros hermanos y hermanas'".

Elizabeth concluyó sus reflexiones con pensamientos escritos por su hermano en la fiesta del Santo Rosario, el 7 de octubre de 1976, en la prisión de Phu-Khanh, durante su confinamiento solitario.

"Estoy feliz aquí, en esta celda, donde los hongos crecen en mi esterilla de dormir, porque tú estás conmigo, porque tu deseas que yo viva aquí contigo. He hablado mucho en mi vida: Ahora no hablaré más. Es tu turno de hablarme, Jesús; te escucho", escribía el futuro cardenal.

"Cada vez que leo esto, puedo imaginar a mi hermano, sentado en su celda oscura, frente al vacío completo, pero sonriendo amablemente como siempre hacía, incluso durante sus últimos días, y estrechando amorosamente el bolsillo de su chaqueta donde el Señor del cielo habitaba".

"Que este antiguo prisionero que experimentó la armonía del cielo, el amor y la vida en plenitud en la desolación de su celda, siga guiándonos para que podamos ser como los discípulos de Emaús que rogaron ‘Señor, quédate con nosotros y aliméntanos con tu cuerpo'".

martes, 8 de noviembre de 2011

P. RAIMONDO SORGIA: INTERPRETACIÓN MÉDICA DE LA SÁBANA SANTA

En el ámbito de la interpretación médica de la fotografía, el doctor Robert Buckley, uno de los mayores expertos en esta especialidad, médico en el Instituto de Medicina Legal de Los Angeles, destaca que la Sábana Santa «en el examen de las heridas, constituye un caso particularmente interesante: en vez de examinar un cuerpo humano real, disponemos de las huellas fotográficas de ambos lados del cuerpo, que tienen señales de heridas de varios tipos, tan claras y detalladas que es posible hacer un examen legal... La edad de este hombre parece estar comprendida entre los treinta y los treinta y cinco años; su cuerpo tiene señales de una serie de heridas que van desde simples golpes a zonas grandes de heridas profundas por donde ha habido pérdida de sangre» (Debate televisivo en Italia 30-III-1978).


[De acuerdo con el resumen que hace el Centro Español de Sindonología en loc. cit. de las investigaciones realizadas desde el punto de vista de la medicina legal, el primer cirujano que comprobó la absoluta exactitud anatómica de esas heridas fue, como hemos visto, el profesor de Anatomía comparada de la Sorbona Yves Delage. Para él no existía la menor duda de que sólo un hombre que hubiera padecido los tormentos físicos de Jesús podría haber dejado tales huellas.

Son ya una multitud los médicos que a lo largo del siglo XX han corroborado estas afirmaciones, desde los pioneros como Pierre Barbet –cirujano del Hospital de San José de París– o Giovanni Judica-Cordiglia –profesor de medicina legal de la Universidad de Milán–, hasta los más próximos a nosotros, que han podido comprobar sobre la propia tela sus afirmaciones, como el Dr. Robert Buckley –médico forense, patólogo del Hospital de Los Angeles, California–, el Dr. Rudolf W. Hynek – de la Academia de medicina de Praga– o el Dr. Pier Luigi Baima Bollone –profesor de medicina legal de la Universidad de Turín–.


En resumen, de sus resultados se deriva que la distribución de las heridas en la Sábana es anatómicamente perfecta y que refleja muchos detalles desconocidos en la Edad Media. Son muchas las lesiones que se muestran en la Sábana con plena exactitud. Han ido apareciendo a lo largo del relato de la pasión en la Sábana Santa:


–El cartílago de la nariz, que aparece roto y desviado a la derecha, efecto de un bastonazo o de una caída, pues se han encontrado restos microscópicos de tierra de las mismas características físicas que la de Jerusalén en esa zona de la nariz y también en la rodilla izquierda y en la planta de los pies.


–Una gran contusión que aparece bajo la región malar derecha, efecto de un bastonazo propinado con un palo corto y redondo de 4-5 cm. de diámetro.


–Diversas escoriaciones en la mejilla derecha y la región frontal; llagas sobre los arcos supraorbitales, tumefacción del arco ciliar derecho.


–Las marcas sangrantes de más de 50 orificios de la corona de espinas, correspondientes las más importantes con venas y arterias reales.


–Las heridas y contusiones a lo largo de todo el cuerpo, más de 600, y las marcas de azotes, unas 120, idénticas a las que dejaría el instrumento de flagelación utilizado por los romanos, el flagrum taxillatum.


–La herida del costado, de forma elíptica, del mismo diámetro, 4’4 x 1’4 cm., que las lanzas romanas que, a diferencia de las demás heridas, se infirió post mortem.

En relación con las afirmaciones de que la Sábana sea una falsificación hecha en la Edad Media, vemos en ella elementos anatómicos que no se conocían en esa época, como el halo de suero alrededor de las manchas de sangre –no apreciable a simple vista–, las salpicaduras y sinuosidades de los regueros de sangre, la hinchazón del abdomen, típico de la asfixia.Por otra parte, algunos aspectos de la imagen contradicen las representaciones de Cristo corrientes en la Edad Media, ajustándose perfectamente, en cambio, a la realidad de la muerte del Crucificado, como la corona de espinas en forma de casco, los clavos de las manos en el carpo y no en las palmas, la lanzada en el costado derecho y no en el izquierdo. Hay que destacar también que representar a Cristo completamente desnudo hubiera supuesto un escándalo en aquella época.


Sobre el grupo étnico al que podría pertenecer el hombre de la Sábana, hay coincidencia entre los antropólogos. Así, T. Dale Steward, del Museo Smithsoniano de Ciencias Naturales, afirma que los rasgos faciales son «los propios del grupo racia judio o semítico»].

viernes, 4 de noviembre de 2011

HANS URS VON BALTHASAR: TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Sb 6, 12-16 (13-17); 1Ts 4, 13-18 (12-17); Mt 25, 1-13

Cuando el Año Litúrgico está a punto de llegar a su fin, la mirada se vuelve hacia la conclusión de la historia y el retorno de Cristo.

Ante todo se trata de mantener despierta esta fe en nosotros. Pablo la despierta (segunda lectura) en aquellos que se afligen por sus difuntos como los hombres sin esperanza, y les hace ver que no se trata de una aniquilación ni de una transmigración de las almas, sino de la participación en la resurrección de Cristo, que ha superado la aparente definitividad de la muerte. Y esta resurrección de los muertos es para el apóstol tan cierta y apremiante que tendrá lugar según él antes incluso de que lleguen al cielo los que aún están vivos. Lo más importante no es, desde luego, esta indicación cronológica, sino la certeza de que todos los que pertenecen a Cristo estarán siempre con el Señor; se trata, por tanto (como se recomienda incansablemente en todo el Nuevo Testamento), de velar y de estar preparado para el día y la hora en que vuelva el Señor.

En este estado de vela permanente consiste precisamente para los cristianos la sabiduría de la que se habla en la primera lectura. El hombre no tiene necesidad de buscar lejos esta sabiduría o prudencia: la hallará sentada a su puerta, no tiene más que dejarla entrar. Pero debe velar por ella (Sb 6,15), y al velar por ella pronto se verá sin afanes, sobre todo se verá libre de la preocupación por lo que le espera después de la muerte. La sabiduría o prudencia dada por Dios es, en todo el libro de la Sabiduría, lo que consuela, lo que reanima, lo que transmite la bondad de Dios. Ella promete que los justos vivirán eternamente (5, 15), que obtendrán la incorruptibilidad al lado de Dios y reinarán eternamente junto a él (6,18.21). Esperan de lleno la inmortalidad (3,4).

Con lo dicho se ha introducido ya la enseñanza fundamental de la parábola de las diez vírgenes, cinco de las cuales eran necias y cinco prudentes. Velar y perseverar en la esperanza, aunque sea de noche, es prudencia; no estar dispuesto para cuando llegue la hora, es necedad. A la hora de la muerte el hombre debe tener consigo, en su alcuza, el aceite de su disponibilidad, y esta vez ya no se puede volver atrás para procurarse en algún sitio la disponibilidad necesaria. En el evangelio se reconoce expresamente que las horas de la noche y de la incertidumbre pueden ser largas, que en el tiempo de la vida puede haber algo así como una cierta flexibilidad incluso para los prudentes, pero en el Cantar de los Cantares se dice: Estaba durmiendo, pero mi corazón vela (5,2). La disponibilidad para Dios puede estar viva en todo momento, incluso en medio de los asuntos mundanos. La imposibilidad de repartir entre diez el aceite de las cinco vírgenes prudentes no tiene nada que ver con la comunión de los santos, donde cada uno de los santos está dispuesto a compartir con los demás todo lo suyo. Se trata de la obtención de la santidad misma, que como tal no se puede compartir; con las santidades a medias, el Esposo no puede hacer nada: sólo la santidad total es por su esencia comunicable. Sólo el Hijo de Dios totalmente santo podía llevar sobre sí el pecado del mundo. Pero la parábola de las vírgenes necias, que llegan tarde y son rechazadas por el Esposo como desconocidas, no indica que Dios tenga el corazón duro como el pedernal y no quiera perdonar a los pecadores; simplemente indica que debido a nuestra tibieza e indiferencia podría ocurrir que llegáramos tarde a nuestra cita con él. Se nos sugiere esta posibilidad para que tomemos en serio la advertencia final: Velad, porque no sabéis el día ni la hora