jueves, 29 de octubre de 2009
Mons. José María Arancedo: MATRIMONIO Y HOMOSEXUALIDAD
miércoles, 28 de octubre de 2009
P.Pedro Richards C.P: Mutua donación
Muchos estudios antropológicos están revelando, contrariamente a lo sostenido por algunas investigaciones tendenciosas del siglo XVIII y XIV, que el matrimonio fue primitivamente monogámico. Lejos de haber promiscuidad sexual, es la pareja la que constituye el núcleo conyugal. Pero esto no significa que se comprendieran todos los alances sexuales, psicológicos y espirituales contenidos en esa íntima asociación de varón y mujer con vistas a la procreación y educación.
Así como comer del pan común no anticipaba el Pan Eucarístico, del mismo modo la convivencia familiar no dejaba traslucir la potencialidad del matrimonio para ser imagen de la unión de Cristo y de la Iglesia.
Mujeres y niños sufrieron las consecuencias del bajo nivel en que se iba desarrollando el matrimonio. Siendo los más débiles miembros de la comunidad, lógico es que- también ellos- gimieran e, implícitamente, añoraran el adviento de "tiempos mejores" (Rom 8,23). Y ese día de redención había de amanecer con la exaltación de la institución conyugal, el ennoblecimiento de la mujer, la importancia del hijo y la proyección social de la familia. Ya no sería la imposición de una de las partes sin la mutua colaboración en una tarea común de dimensiones escatológicas.
Un intercambio
Once veces el documento postrero del Concilio Vaticano II "Gaudium et spes", habla de la mutua donación de la persona con todo su rico contenido físico, síquico y sobrenatural. ¿Qué característica tiene esta mutua donación?. El mismo documento las enumera y ensalza.
- Personal, es decir, de lo que constituye esta individualidad con todo su haber: " los esposos se dan y se reciben mutuamente" (Nª 48). Es un intercambio que da origen a una nueva personalidad, la conyugal: " Serán dos en una carne (Mt 19). Son dos mentes que buscan armonizarse en la visión de su derrotero vocacional. Son dos corazones que procurarán latir al unísono. Se trata de dos voluntades que se dirigirán en la misma dirección. Contradecirse sería multiplicar las dificultades inherentes a esta intimidad. " El egoísmo profana frecuentemente el amor matrimonial" (Nª 47)
- Irrevocable; ya que "el divorcio debe considerarse una epidemia" (Ibid). Se forja un vínculo sagrado, en atención al bien, tanto de los esposos, de la prole como de la sociedad, que no depende de la decisión humana…(todo esto) exige plena fidelidad y urge indisoluble unidad" (Nª 48)
Es que "el salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los casados cristianos por medio del Sacramento del Matrimonio. Permanece con ellos par que con su mutua entrega se amen con perpetua fidelidad como Él mismo ha amado a la Iglesia y se entregó por ella" (Ibid)
Frutos
¿Qué ha de esperarse de esta vivencia plena del misterio nupcial de Cristo?. "Gaudium et spes" anota dos de capital importancia:
- La presencia viva del salvador en el mundo(Nª 48). Otros modos de estar Jesús entre los hombres pueden pasar inadvertidos o, simplemente, no existir. Así la existencia del sacerdocio o de las Instituciones educacionales o apostólicas. Pero nadie puede ignorar la presencia de una familia en un barrio o cuadra cualquiera. Allí está, muchas veces enclavada en un ambiente adverso, dando testimonio de que Cristo es todavía una realidad, ya que ese hogar lo honra y lo irradia con su ejemplo y su acción.
- La auténtica naturaleza de la Iglesia (ibíd). "Lumen Gentium" hizo otra tentativa más (La "Mystici Corporis Christi" ya la había intentado en 1943) par explicar el misterio que es el Pueblo de Dios. Han quedado muchos problemas abiertos y la indagación teológica de los años y siglos que seguirán procurará ahondar esta profundidades. Pero hay una "Iglesia (la mayúscula es del documento conciliar mencionado) doméstica" que permite captar en la vivencia diaria lo que las elucubraciones intelectuales no siempre dejan comprender.
¿De qué manera es que se conoce a la Iglesia a través de la familia?. Las dos constituciones mencionadas se complementan en decirlo:
- Por el amor de los esposos. Efectivamente, si la quintaesencia del cristianismo está en la caridad, ¿habrá lugar más asequible al común de los mortales para cerciorarse de esto, que el hogar que tienen en su medio?
- Por la generosa fecundidad. ya Jesús había firmado que venía a dar la vida (Juan 10,10). Esto no ha de entenderse meramente de lo sobrenatural, ya que los niños dijo: "Dejad que vengan a Mí". Más: abogó por condiciones sociales ( con su ejemplo y sus predicaciones y milagros) que favorecieran la vida. Y es el hogar el que "glorifica al Creador y se perfecciona en Cristo cuando con su generosidad, sentido humano y cristiano de su responsabilidad cumple su misión procreadora" (Nª 50). Cada hijo que venga a una familia cristiana es un grito a favor de la vida y un rechazo vigoroso del "hedonismo y los usos ilícitos contra la generación"(Nª 47).
- Por la unidad y fidelidad. Entre los anhelos que surgen del corazón del Divino Maestro en su Oración Sacerdotal de la Última Cena está la unidad: " Oh Padre, que todos sean uno…"(Juan 17,11). No podía darse una manifestación visible de mayor unidad en medio de la comunidad, que dos seres que llegan a ser uno por su asociación, no sólo externa de una misión en común, sino por una fusión cual la que entraña la conyugalidad . Y no sería tal "unidad" si no la estuviera sellada con la garantía de una fidelidad a toda prueba" en la prosperidad y en la adversidad"(Nª49).
- Por la cooperación amorosa de todos sus miembros.
Esta ayuda mutua no será sólo hacia adentro; los esposos entre sí, éstos con sus hijos, los hijos para con los padres (Nº48). Se extenderán, también, "a otras familias". Si para los miembros del hogar han de ser "los primeros predicadores de la fe" (Lumen Gentium Nº11), para los de afuera "promoverán la justicia y demás obras buenas al servicio de todos los hermanos que padezcan necesidad" (Apostolicam actuositatem, Nº11)..
Más aún: deberán los casados cooperar " con los hombres de buena voluntad para que se conserven inconcusos los derechos familiares… para que se tengan en cuenta sus necesidades…". "Esta misión - se puntualiza- la ha recibido de Dios la familia misma para que sea la célula primera y vital de la sociedad" (ibid).
Se le encomienda asimismo una misión espiritual: "La familia hará partícipes a otras familias, generosamente de sus riquezas espirituales"(ibid). Y para que no haya lugar a dudas sobre qué alcance tiene esta directiva apostólica, el decreto "Apostolicam Actuositatem" lo enumera taxativa, si bien no exhaustivamente, en su Nª 11.
¿Cómo no se creerá en la "Iglesia" grande cuando la "ecclesiola" da estas manifestaciones de amor por el prójimo, signo de los auténticos seguidores de Cristo". No es de extrañar la frase con que termina este párrafo sobre "El apostolado de los laicos".
"Siempre y en todas partes, pero de una manera especial en las regiones en que se esparcen las primeras semillas del Evangelio, o la Iglesia esta en sus principios, o se halla en algún peligro grave, las familias cristianas dan al mundo el testimonio preciosísimo de Cristo uniéndose con toda su vida al Evangelio y dando ejemplo del matrimonio cristiano".
No se podía redondear mejor este planteo de las consecuencias de la mutua donación (que los esposos hacen de todo lo que poseen en aras de un ideal que les supera) con las siguientes palabras:
"El apostolado de los cónyuges y de las familias tiene una importancia trascendental tanto para la Iglesia como para la sociedad civil." (Ibíd).
(Digesto Familiar Nª 229)
martes, 27 de octubre de 2009
MIGUEL ÁNGEL FUENTES IVE: ¿QUIÉN ES VASSULA RYDEN?

Sin embargo se trata de una falsa vidente, como se ha encargado de advertir la Congregación para la Doctrina de la Fe en la Notificación del 6 de octubre de 1995(que puede encontrar en L'Osservatore Romano, 3 de noviembre de 1995, p. 2):
'Muchos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos se dirigen a esta Congregación para tener un juicio autorizado sobre la actividad de la señora Vassula Ryden, greco-ortodoxa, residente en Suiza, que está difundiendo en los ambientes católicos de todo el mundo, con sus palabras y sus escritos, mensajes atribuidos a presuntas revelaciones celestiales. Un análisis atento y sereno de todo el asunto, realizado por esta Congregación y orientado a 'examinar si los espíritus vienen de Dios' (1 Jn 4,1), ha puesto de manifiesto, junto a aspectos positivos, un conjunto de elementos fundamentales que deben considerarse negativos a la luz de la doctrina católica.
Entre otras cosas, se habla con un lenguaje ambiguo de las Personas de la Santísima Trinidad, hasta el punto de que se confunden sus nombres y las funciones específicas de las Personas divinas. Es esas presuntas revelaciones se anuncia un inminente período de predominio del Anticristo en el interior de la Iglesia. Se profetiza, en clave milenarista, una intervención resolutiva y gloriosa de Dios, que estaría a punto de instaurar sobre la tierra, antes de la venida definitiva de Cristo, una era de paz y bienestar universal. Además, se anuncia que próximamente se llegará a formar una Iglesia que sería una especia de comunidad pan-cristiana, en contraste con la doctrina católica.
El hecho de que en los escritos posteriores de la señora Ryden esos errores no aparezcan, es signo de que los presuntos mensajes celestiales son sólo frutos de meditaciones privadas.
Además, la señora Ryden participando de forma habitual en los sacramentos de la Iglesia católica, a pesar de ser greco-ortodoxa, suscita en diversos ambientes de la Iglesia Católica no poco asombro, parece colocarse por encima de cualquier jurisdicción eclesiástica y de toda regla canónica, y crea de hecho un desorden ecuménico que irrita a no pocas autoridades, ministros y fieles de su propia Iglesia, situándose fuera de la disciplina eclesiástica de la misma.
Teniendo en cuenta que, a pesar de algunos aspectos positivos, el efecto de las actividades llevadas a cabo por la señora Vassula Ryden es negativo, esta Congregación solicita la intervención de los obispos para que informen de forma adecuada a sus fieles, y no se conceda espacio alguno en el ámbito de sus respectivas diócesis a la difusión de sus ideas. Por último, invita a todos los fieles a no considerar sobrenaturales los escritos y las intervenciones de la señora Vassula Ryden y a conservar la pureza de la fe que el Señor a confiado a la Iglesia.'
Para más información puede visitar el sitio: http://www.infovassula.ch/tlighome_sp.html
En Cristo y María
MIGUEL ÁNGEL FUENTES IVE: ¿QUIÉN ES VASSULA RYDEN?

Sin embargo se trata de una falsa vidente, como se ha encargado de advertir la Congregación para la Doctrina de la Fe en la Notificación del 6 de octubre de 1995(que puede encontrar en L'Osservatore Romano, 3 de noviembre de 1995, p. 2):
'Muchos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos se dirigen a esta Congregación para tener un juicio autorizado sobre la actividad de la señora Vassula Ryden, greco-ortodoxa, residente en Suiza, que está difundiendo en los ambientes católicos de todo el mundo, con sus palabras y sus escritos, mensajes atribuidos a presuntas revelaciones celestiales. Un análisis atento y sereno de todo el asunto, realizado por esta Congregación y orientado a 'examinar si los espíritus vienen de Dios' (1 Jn 4,1), ha puesto de manifiesto, junto a aspectos positivos, un conjunto de elementos fundamentales que deben considerarse negativos a la luz de la doctrina católica.
Entre otras cosas, se habla con un lenguaje ambiguo de las Personas de la Santísima Trinidad, hasta el punto de que se confunden sus nombres y las funciones específicas de las Personas divinas. Es esas presuntas revelaciones se anuncia un inminente período de predominio del Anticristo en el interior de la Iglesia. Se profetiza, en clave milenarista, una intervención resolutiva y gloriosa de Dios, que estaría a punto de instaurar sobre la tierra, antes de la venida definitiva de Cristo, una era de paz y bienestar universal. Además, se anuncia que próximamente se llegará a formar una Iglesia que sería una especia de comunidad pan-cristiana, en contraste con la doctrina católica.
El hecho de que en los escritos posteriores de la señora Ryden esos errores no aparezcan, es signo de que los presuntos mensajes celestiales son sólo frutos de meditaciones privadas.
Además, la señora Ryden participando de forma habitual en los sacramentos de la Iglesia católica, a pesar de ser greco-ortodoxa, suscita en diversos ambientes de la Iglesia Católica no poco asombro, parece colocarse por encima de cualquier jurisdicción eclesiástica y de toda regla canónica, y crea de hecho un desorden ecuménico que irrita a no pocas autoridades, ministros y fieles de su propia Iglesia, situándose fuera de la disciplina eclesiástica de la misma.
Teniendo en cuenta que, a pesar de algunos aspectos positivos, el efecto de las actividades llevadas a cabo por la señora Vassula Ryden es negativo, esta Congregación solicita la intervención de los obispos para que informen de forma adecuada a sus fieles, y no se conceda espacio alguno en el ámbito de sus respectivas diócesis a la difusión de sus ideas. Por último, invita a todos los fieles a no considerar sobrenaturales los escritos y las intervenciones de la señora Vassula Ryden y a conservar la pureza de la fe que el Señor a confiado a la Iglesia.'
Para más información puede visitar el sitio: http://www.infovassula.ch/tlighome_sp.html
En Cristo y María
domingo, 25 de octubre de 2009
martes, 20 de octubre de 2009
SÍNODO DE LOS OBISPOS PARA ÁFRICA: ANSIAS DE PODER Y DESENFRENADA CODICIA DE BIENES MATERIALES

SÍNODO DE LOS OBISPOS PARA AFRICA: TEORÍA DEL GÉNERO, RESIDUO ESPIRITUAL TÓXICO

lunes, 19 de octubre de 2009
CERCO DE JERICÓ

Uruguay unido en oración por medio del Rosario junto a toda América
Esta idea surge en Latino America con la intención de unir a todo el continente en oración por medio del Rosario. Durante una semana, desde el domingo 25 de octubre a las 15hs hasta el domingo 1 de noviembre a la misma hora, todo el Uruguay se mantendrá unido en oración.
Necesitamos de la oración de todos los uruguayos para poder cumplir con esta propuesta y necesitamos estar unidos rezando por una misma intención: para reparar nuestros pecados y los de nuestro país, y suplicar, en unión con la Virgen María, la Misericordia de Dios sobre el Uruguay y Su bendición, Amén.
ENCUENTROS CON JESÚS (24 DE OCTUBRE)

viernes, 16 de octubre de 2009
COMUNICADO DEL INSTITUTO DE BIOÉTICA "JUAN PABLO II"

"Declaración sobre los aspectos bioéticos de las próximas elecciones.
Comunicado Nº 3/09
Ante la próxima instancia electoral, y dados los muchos temas de naturaleza bioética que se juegan en esta coyuntura, el Instituto Arquidiocesano de Bioética "Juan Pablo II" cumple con su obligación de aportar desde su punto de vista específico al discernimiento de los católicos y de muchas personas que aún sin compartir la fe de la Iglesia son sensibles a la natural dignidad y los derechos de la persona humana.
El Papa Benedicto XVI nos ha recordado recientemente los "principios no negociables" que deben regir la conducta de los católicos en el ámbito público y por tanto en el terreno político y concretamente el electoral.
Ante todo, siguiendo la enseñanza del Papa, conviene aclarar que:
"Estos principios no son verdades de fe, aunque reciban de la fe una nueva luz y confirmación. Están inscritos en la misma naturaleza humana y, por tanto, son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia en su promoción no es, pues, de carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa. Al contrario, esta acción es tanto más necesaria cuanto más se niegan o tergiversan estos principios, porque eso constituye una ofensa contra la verdad de la persona humana, una grave herida causada a la justicia misma."
Somos en efecto conscientes de que, confirmados por la tradición bíblica, estos principios derivan simplemente de una recta comprensión racional de lo que es el ser humano, y son suscritos y apoyados por una gran cantidad de personas pertenecientes a un amplio abanico de posturas filosóficas, incluyendo ateos, agnósticos, creyentes de varias religiones y hermanos cristianos de otras confesiones.
Respecto de los principios no negociables en cuestión, nos dice el Papa:
"Por lo que atañe a la Iglesia católica, lo que pretende principalmente con sus intervenciones en el ámbito público es la defensa y promoción de la dignidad de la persona; por eso, presta conscientemente una atención particular a principios que no son negociables. Entre estos, hoy pueden destacarse los siguientes:
- protección de la vida en todas sus etapas, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural;
- reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio, y su defensa contra los intentos de equipararla jurídicamente a formas radicalmente diferentes de unión que, en realidad, la dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su irreemplazable papel social;
- protección del derecho de los padres a educar a sus hijos."
En plena sintonía con la enseñanza pontificia, la Conferencia Episcopal del Uruguay ha señalado recientemente las pautas que deben clarificar el discernimiento electoral de los católicos . De ellas extractamos las que guardan relación más inmediata con la competencia de este Instituto Arquidiocesano de Bioética:
"2. Juzgar con sentido crítico las políticas concretas por su manera de encarar el problema global de la vida humana en el Uruguay de hoy, atendiendo especialmente a la defensa del derecho de todo ser humano a la vida, desde la concepción, pasando por todas las etapas de su desarrollo, hasta la muerte natural. (…)
4. Poner como condición necesaria de nuestro apoyo a las distintas propuestas la defensa de la familia basada en el matrimonio estable de un varón y una mujer y la coherencia de esas propuestas con la consecuente visión de la sexualidad humana y su significado. Reclamar la plena y real libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos."
Es por eso que, conscientes de lo que está en juego en esta particular coyuntura electoral para nuestro país en relación con estos valores y principios, exhortamos a todos los católicos, y en general a todas las personas preocupadas por realizar éticamente su opción electoral, a tomar estas pautas como guía, con la certeza de estar así contribuyendo al mejor futuro para nuestro país".
PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL PEDRO: COMENTARIO DEL CAPÍTULO 1

Simón, llamado por Jesús "Kefá = Roca[1]" en arameo, o "Petras (f) Petros (m) "en griego, siempre es nombrado en primer lugar en la lista de los doce (Mc 3,16-Hch 1,13).
Pedro, el pescador de Galilea, junto con su hermano Andrés, fue llamado por Jesús, al comienzo de la actividad pública, para que se convirtiera en "pescador de hombres" (Mt 4, 18-20). Testigo de los momentos principales de la actividad pública de Jesús, como la Transfiguración (cf. Mt 17, 1) y la oración en el huerto de los Olivos en la víspera de la Pasión (cf. Mt 26,36-37), después de los acontecimientos pascuales recibió de Cristo la misión de apacentar la grey de Dios (cf. Jn 21, 15-17) en su nombre.
Desde el día de Pentecostés, Pedro gobierna la Iglesia, velando por su fidelidad al Evangelio y guiando sus primeros contactos con el mundo de los gentiles. Su ministerio se manifiesta, de modo particular, en los momentos decisivos que marcan el ritmo del crecimiento de la Iglesia apostólica. En efecto, es él quien acoge en la comunidad de los creyentes al primer convertido del paganismo (cf. Hch 10, 1-48), y también es él quien interviene con autoridad en la asamblea de Jerusalén sobre el problema de la exención de las obligaciones que imponía la ley judía (cf. Hch 15, 7-11).
Los misteriosos designios de la Providencia divina llevarán al apóstol Pedro hasta Roma, donde derramará su sangre como supremo testimonio de fe y amor al divino Maestro (cf. Jn 21, 18-19). Así, cumplirá la misión de ser signo de la fidelidad a Cristo y de la unidad de todo el pueblo de Dios.
La denominación de apóstol, más que referirse a un enviado, apunta más a un mandatario, un vicario de otro, de allí, que a continuación se haga necesario mencionar el nombre de este a quien representa, Pedro apóstol de Jesucristo. Él es la roca, pero su misión la realiza por encargo de Jesucristo.
Aquí se dirige la palabra a los elegidos, que al mismo tiempo, o precisamente por ello, son también peregrinos y viven en la diáspora, en la dispersión. El tema de la elección, efecto del amor de Dios (Dt 7,6-8), es importante en la epístola. Cristo Jesús, predestinado desde antes de la creación del mundo (1,20), ha sido elegido para ser piedra angular de un edificio-pueblo, en el cual los creyentes -como piedras vivas- forman también un linaje elegido (2,4-6.9).
Como en otro tiempo el Israel carnal, así también el verdadero Israel, la Iglesia, vive lejos de la eterna patria, en el exilio, en la dispersión. La Dispersión o diáspora la constituían los judíos que vivían dispersos, como extranjeros, fuera de la Tierra Prometida. Aquí el término se aplica a los cristianos que análogamente; son en el mundo (5,9) pero, deben vivir como extranjeros de la Diáspora (Stgo 1,1). Los cristianos en aquel tiempo, estaban en el Estado romano privados de derechos desde el punto de vista de la práctica religiosa[2]. No debe entenderse esta comparación desde el punto de vista geográfico, sino espiritual.
La tierra es de Dios (Sl 24,1); el hombre vive en ella como forastero (Lv 25,23), "de paso", puesto que ha de abandonarla al morir (Sl 39,13; Sl 119,19; I Cor 29,10-15) Revelada ya la resurrección de los muertos (II Mac 7,9), se completa el tema: la verdadera patria del hombre (Fil 3,20; Col 3,1-4; Heb 11,8-16;13,14) es el cielo, este es su destino definitivo. En este período de peregrinación, vive en medio del mundo como vivían los judíos en la diáspora.
La presentación trinitaria del plan de Dios es evidente. El designio divino tiene su origen en el conocimiento eterno del Padre (Ro 8,29) se realiza mediante la santificación que obra el Espíritu Santo (II Tes 2,13), en orden a obedecer a Jesucristo y a ser rociados con su sangre.
En primer lugar aparece el Padre. En el bautismo hemos sido llamados y elegidos según la presciencia, la providencia eterna del Padre. Desde el día del bautismo el Espíritu Santo y santificante nos envuelve también a nosotros en su acción poderosa que impulsa hacia delante. Y en la medida en que vamos desarrollándonos en sentido de esta nueva realidad se nos hace extraño el mundo profano. Con esta santificación por el Espíritu comienza la vida cristiana, que en la virtud santificante de este Espíritu se confirmará en forma de santidad. Al hablar de nuestra relación con el Hijo de Dios emplea san Pedro palabras que, por primera vez, recuerdan el éxodo de Israel de Egipto, del que tantas veces se hablará todavía en esta carta. La salida o éxodo de Egipto, y luego la marcha a través del desierto, son figuras de nuestro Bautismo y del ejercicio de la vida cristiana (I Cor 10,1-6).
Este pasaje recuerda la Alianza celebrada en el Sinaí (Ex 24,6-8). El pueblo se comprometió a obedecer los mandamientos de Dios y, para sellar la Alianza, el pueblo fue rociado con la sangre de las víctimas. En la nueva economía Jesús invita a que guarden los mandatos (Jn 14,15), y su sangre expiatoria sella la Alianza Nueva y Eterna (Hb 9,12-14;12,24).
1-La vocación cristiana
El motivo de esa bendición a Dios Padre es el misterio de nuestro Bautismo que:
En el Nuevo Testamento, la herencia se convierte en el Reino de los cielos prometido a los discípulos de Jesús (Mt 25,34). Para esto, entra en acción, por parte de Dios, su poder protector (Jn 10,28; 17,11), y por parte del hombre, la fe. La salvación aquí mencionada es la salvación escatológica y comunitaria, comenzada con la obra de Jesús, pero que solo llegará a su consumación plena en la Revelación o Parusía de Cristo (v7.13; 4,13; 5,1;Sto 5,8). También a nosotros nos aguarda al final de nuestra peregrinación, una tierra santa y gloriosa, que hemos de recibir como recompensa.
La palabra que aparece en el v. 5 y que manifiesta una cierta custodia por parte de Dios, es utilizada también en otros pasajes para mostrar la protección y custodia de una ciudad. La Iglesia entera de Cristo, cada familia, cada comunidad, cada alma en particular es presentada como una ciudad, un baluarte, contra cuyos muros las huestes enemigas de Dios combaten y embisten, y con frecuencia insidiosamente (cfr. 2,11). Pero en la poderosa custodia de Dios posee una ciudad su firme protección, algo así como sus murallas de defensa. La fe del creyente y el auxilio de Dios constituyen estos muros sólidos e inexpugnables que nos han de resguardar a lo largo de nuestra vida.
San Pedro no se detiene en los peligros del camino, inmediatamente levanta su mirada a la meta final, a la salvación que Dios nos tiene preparada.
El primer resultado es una rebosante alegría espiritual (4,13; Mt 5,12; Ap 19,7). Pero esta alegría es misteriosamente compatible con la prueba sufrida a cusa de la fe, en un mundo pagano hostil al cristianismo. El tema del sufrimiento cristiano, unido a las tribulaciones de Cristo, corre a través de toda la epístola (1,11; 2,19-23; 3,14.17-18; 4,1.13.15.19; 5,9-10).
La fe es un tesoro más precioso que el oro, considerado como la máxima posesión. Pues bien, si el oro -que es perecedero-es probado por el fuego, no debe extrañar que la fe- que es más preciosa que el oro- sea también probada por el sufrimiento. Numerosos son los pasajes de la Escritura que comparan la purificación de la fe a través del sufrimiento, con la prueba del oro o de la plata en el fuego del crisol (Is 48,10;Zac 13,9;Mal 3,2-3;Job 23,10;Sal 66,10. Pro 17,3,I Cor 3,13; Stgo 1,3).
La fe probada se convertirá en motivo de alabanza, gloria y honor de Dios (Ef 1,6.12.14), el día de la Parusía (retorno de Cristo) (1,13;4,13;I Tes 4,15-18). El autor de I Pedro es presentado como un testigo personal que ha visto a Jesús (Hch 1,21-22). La fe y el amor tocan a la propia persona del Señor, aún cuando no se le pueda verificar sensiblemente. Esta visión es necesaria. Basta la fe (Jn 20,29; II Cor 5,7). La meta de la fe es la salvación definitiva de las personas (Ro. 6,22).
Carta Encíclica “Gaudete in Domino“
Anuncio de la alegría cristiana en el Antiguo Testamento
Así Abrahán, nuestro padre, elegido con miras al cumplimiento futuro de la Promesa, y esperando contra toda esperanza, recibe, en el nacimiento de su hijo Isaac, las primicias proféticas de esta alegría. Tal alegría se encuentra como transfigurada a través de una prueba de muerte, cuando su hijo único le es devuelto vivo, prefiguración de la resurrección de Aquel que ha de venir: el Hijo único de Dios, prometido para un sacrificio redentor. Abrahán exultó ante el pensamiento de ver el Día de Cristo, el Día de la salvación: él "lo vio y se alegró".
La alegría de la salvación se amplía y se comunica luego a lo largo de la historia profética del antiguo Israel. Ella se mantiene y renace indefectiblemente a través de pruebas trágicas debidas a las infidelidades culpables del pueblo elegido y a las persecuciones exteriores que buscaban separarlo de su Dios. Esta alegría siempre amenazada y renaciente, es propia del pueblo nacido de Abrahán.
Se trata siempre de una experiencia exaltante de liberación y restauración -al menos anunciadas-que tienen su origen en el amor misericordioso de Dios para con su pueblo elegido, en cuyo favor Él cumple, por pura gracia y poder milagrosos, las promesas de la Alianza. Tal es la alegría de la Promesa mosaica, la cual es como figura de la liberación escatológica que sería realizada por Jesucristo en el contexto pascual de la nueva y eterna Alianza. Se trata también de la alegría actual, cantada tantas veces en los salmos: la de vivir con Dios y para Dios. Se trata finalmente y sobre todo, de la alegría gloriosa y sobrenatural, profetizada en favor de la nueva Jerusalén, rescatada del destierro y amada místicamente por Dios.
El sentido último de este desbordamiento inusitado del amor redentor no aparecerá sino en la hora de la nueva Pascua y del nuevo Éxodo.
La alegría según el Nuevo Testamento
Nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor. El gran gozo anunciado por el Ángel, la noche de Navidad, lo será de verdad para todo el pueblo, tanto para el de Israel que esperaba con ansia un Salvador, como para el pueblo innumerable de todos aquellos que, en el correr de los tiempos, acogerán su mensaje y se esforzarán por vivirlo. Fue la Virgen María la primera en recibir el anuncio del ángel Gabriel y su Magnificat era ya el himno de exultación de todos los humildes.
Los misterios gozosos nos sitúan así, cada vez que recitamos el Rosario, ante el acontecimiento inefable, centro y cúlmen de la historia: la venida a la tierra del Emmanuel, Dios con nosotros. Juan Bautista, cuya misión es la de mostrarlo a Israel, había saltado de gozo en su presencia, cuando aún estaba en el seno de su madre. Cuando Jesús da comienzo a su ministerio, Juan "se llena de alegría por la voz del Esposo".
Hagamos ahora un alto para contemplar la persona de Jesús, en el curso de su vida terrena. Él ha experimentado en su humanidad todas nuestras alegrías. Él, palpablemente, ha conocido, apreciado, ensalzado toda una gama de alegrías humanas, de esas alegrías sencillas y cotidianas que están al alcance de todos. La profundidad de su vida interior no ha desvirtuado la claridad de su mirada, ni su sensibilidad.
Admira los pajarillos del cielo y los lirios del campo. Su mirada abarca en un instante cuanto se ofrecía a la mirada de Dios sobre la creación en el alba de la historia. Él exalta de buena gana la alegría del sembrador y del segador; la del hombre que halla un tesoro escondido; la del pastor que encuentra la oveja perdida o de la mujer que halla la dracma; la alegría de los invitados al banquete, la alegría de las bodas; la alegría del padre cuando recibe a su hijo, al retorno de una vida de pródigo; la de la mujer que acaba de dar a luz un niño.
Estas alegrías humanas tienen para Jesús tanta mayor consistencia en cuanto son para él signos de las alegrías espirituales del Reino de Dios: alegría de los hombres que entran en este Reino, vuelven a él o trabajan en él, alegría del Padre que los recibe. Por su parte, el mismo Jesús manifiesta su satisfacción y su ternura, cuando se encuentra con los niños deseosos de acercarse a él, con el joven rico, fiel y con ganas de ser perfecto; con amigos que le abren las puertas de su casa como Marta, María y Lázaro.
Su felicidad mayor es ver la acogida que se da a la Palabra, la liberación
de los posesos, la conversión de una mujer pecadora y de un publicano como Zaqueo, la generosidad de la viuda. El mismo se siente inundado por una gran alegría cuando comprueba que los más péquenos tienen acceso a la Revelación del Reino, cosa que queda escondida a los sabios y prudentes. Sí, "habiendo Cristo compartido en todo nuestra condición humana, menos en el pecado", él ha aceptado y gustado las alegrías afectivas y espirituales, como un don de Dios.
Y no se concedió tregua alguna hasta que no "hubo anunciado la salvación a los pobres, a los afligidos el consuelo". El evangelio de Lucas abunda de manera particular en esta semilla de alegría. Los milagros de Jesús, las palabras del perdón son otras tantas muestras de la bondad divina: la gente se alegraba por tantos portentos como hacía y daba gloria a Dios. Para el cristiano, como para Jesús, se trata de vivir las alegrías humanas, que el Creador pone a su disposición, en acción de gracias al Padre.
Aquí nos interesa destacar el secreto de la insondable alegría que Jesús lleva dentro de sí y que le es propia. Es sobre todo el evangelio de San Juan el que nos descorre el velo, descubriéndonos las palabras íntimas del Hijo de Dios hecho hombre. Si Jesús irradia esa paz, esa seguridad, esa alegría, esa disponibilidad, se debe al amor inefable con que se sabe amado por su Padre. Después de su bautismo a orillas del Jordán, este amor, presente desde el primer instante de su Encarnación, se hace manifiesto: "Tu eres mi hijo amado, mi predilecto".
Esta certeza es inseparable de la conciencia de Jesús. Es una presencia que nunca lo abandona. Es un conocimiento íntimo el que lo colma: "El Padre me conoce y yo conozco al Padre". Es un intercambio incesante y total: "Todo lo que es mío es tuyo, y todo lo que es tuyo es mío". El Padre ha dado al Hijo el poder de juzgar y de disponer de la vida. Entre ellos se da una inhabitación recíproca: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". En correspondencia, el Hijo tiene para con el Padre un amor sin medida: "Yo amo al Padre y procedo conforme al mandato del padre". Hace siempre lo que place al Padre, es ésta su "comida".
Su disponibilidad llega hasta la donación de su vida humana, su confianza hasta la certeza de recobrarla: "Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida, bien que para recobrarla". En este sentido, él se alegra de ir al padre. No se trata, para Jesús, de una toma de conciencia efímera: es la resonancia, en su conciencia de hombre, del amor que él conoce desde siempre, en cuanto Dios, en el seno de Padre: "Tú me has amado antes de la creación del mundo".
Existe una relación incomunicable de amor, que se confunde con su existencia de Hijo y que constituye el secreto de0 la vida trinitaria: el Padre aparece en ella como el que se da al Hijo, sin reservas y sin intermitencias, en un palpitar de generosidad gozosa, y el Hijo, como el que se da de la misma manera al Padre con un impulso de gozosa gratitud, en el Espíritu Santo.
De ahí que los discípulos y todos cuantos creen en Cristo, estén llamados a participar de esta alegría. Jesús quiere que sientan dentro de sí su misma alegría en plenitud: "Yo les he revelado tu nombre, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y también yo esté en ellos".
Esta alegría de estar dentro del amor de Dios comienza ya aquí abajo. Es la alegría del Reino de Dios. Pero es una alegría concedida a lo largo de un camino escarpado, que requiere una confianza total en el Padre y en el Hijo, y dar una preferencia a las cosas del Reino. El mensaje de Jesús promete ante todo la alegría, esa alegría exigente; ¿no se abre con las bienaventuranzas? "Dichosos vosotros los pobres, porque el Reino de los cielos es vuestro. Dichosos vosotros lo que ahora pasáis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos vosotros, los que ahora lloráis, porque reiréis".
Misteriosamente, Cristo mismo, para desarraigar del corazón del hombre el pecado de suficiencia y manifestar al Padre una obediencia filial y completa, acepta morir a manos de los impíos, morir sobre una cruz. Pero el Padre no permitió que la muerte lo retuviese en su poder. La resurrección de Jesús es el sello puesto por el Padre sobre el valor del sacrificio de su Hijo; es la prueba de la fidelidad del Padre, según el deseo formulado por Jesús antes de entrar en su pasión: "Padre, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique". Desde entonces Jesús vive para siempre en la gloria del Padre y por esto mismo los discípulos se sintieron arrebatados por una alegría imperecedera al ver al Señor, el día de Pascua.
Sucede que, aquí abajo, la alegría del Reino hacha realidad, no puede brotar más que de la celebración conjunta de la muerte y resurrección del Señor. Es la paradoja de la condición cristiana que esclarece singularmente la de la condición humana: ni las pruebas, ni los sufrimientos quedan eliminados de este mundo, sino que adquieren un nuevo sentido, ante la certeza de compartir la redención llevada a cabo por el Señor y de participar en su gloria.
Por eso el cristiano, sometido a las dificultades de la existencia común, no queda sin embargo reducido a buscar su camino a tientas, ni a ver la muerte el fin de sus esperanzas. En efecto, como yo lo anunciaba el profeta: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo". El Exultet pascual canta un misterio realizado por encima de las esperanzas proféticas: en el anuncio gozoso de la resurrección, la pena misma del hombre se halla transfigurada, mientras que la plenitud de la alegría surge de la victoria del Crucificado, de su Corazón traspasado, de su Cuerpo glorificado y esclarece las tinieblas de las almas": "Et nox illuminatio mea in deliciis meis".
La alegría pascual no es solamente la de una transfiguración posible: es la de una nueva presencia de Cristo resucitado, dispensando a los suyos el Espíritu, para que habite en ellos. Así el Espíritu Paráclito es dado a la Iglesia como principio inagotable de su alegría de esposa de Cristo glorificado. El lo envía de nuevo para recordar, mediante el ministerio de gracia y de verdad ejercido por los sucesores de los Apóstoles, la enseñanza misma del Señor. El suscitó en la Iglesia la vida divina y el apostolado. Y el cristiano sabe que este Espíritu no se extinguirá jamás en el curso de la historia. La fuente de esperanza manifestada en Pentecostés no se agotará.
El Espíritu que procede del Padre y del Hijo, de quienes es el amor mutuo viviente, es pues comunicado al Pueblo de la nueva Alianza y a cada alma que se muestre disponible a su acción íntima. El hace de nosotros su morada, dulce huésped del alma. Con él habitan en el corazón del hombre el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo suscita en el corazón humano una plegaria filial impregnada de acción de gracias, que brota de lo íntimo del alma, en la oración y se expresa en la alabanza, la acción de gracias, la reparación y la súplica.
Entonces podemos gustar la alegría propiamente espiritual, que es fruto del Espíritu Santo: consiste esta alegría en que el espíritu humano halla reposo y una satisfacción íntima en la posesión de Dios Trino, conocido por la fe y amado con la caridad que proviene de él. Esta alegría caracteriza por tanto todas las virtudes cristianas. Las pequeñas alegrías humanas que constituyen en nuestra vida como la semilla de una realidad más alta, queden transfiguradas. Esta alegría espiritual, aquí abajo, incluirá siempre en alguna medida la dolorosa prueba de la mujer en trance de dar a luz, y un cierto abandono aparente, parecido al del huérfano: lágrimas y gemidos, mientras que el mundo hará alarde de satisfacción, falsa en realidad. pero la tristeza de los discípulos, que es según Dios y no según el mundo, se trocará pronto en una alegría espiritual que nadie podrá arrebatarles.
He ahí el estatuto de la existencia cristiana y muy en particular de la vida apostólica. Esta, al estar animada por un amor apremiante del Señor y de los hermanos, se desenvuelve necesariamente bajo el signo del sacrificio pascual, yendo por amor a la muerte y por la muerte a la vida y al amor. De ahí la condición del cristiano, y en primer lugar del apóstol que debe convertirse en el "modelo del rebaño" y asociarse libremente a la pasión del Redentor. Ella corresponde de este modo a lo que había sido definido en el evangelio como la ley de la bienaventuranza cristiana en continuidad con el destino de los profetas:
"Dichosos vosotros si os insultan, os persiguen y os calumnian de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa serán grande en los cielos: fue así como persiguieron a los profetas que os han precedido".
Desafortunadamente no nos faltan ocasiones para comprobar, en nuestro siglo tan amenazado por la ilusión del falso bienestar, la incapacidad "psíquica" del hombre para acoger "lo que es del Espíritu de Dios: es una locura y no lo pude conocer, porque es con el espíritu como hay que juzgarla". El mundo -que es incapaz de recibir el Espíritu de Verdad, que no ve ni conoce- no percibe más que una cara de las cosas. Considera solamente la aflicción y la pobreza del espíritu, mientras éste en lo más profundo de sí mismo, siente siempre alegría porque está en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.
La alegría en el corazón de los santos
El primer puesto corresponde a la Virgen María, llena de gracia, la Madre del Salvador. Acogiendo el anuncio de lo alto, sierva del Señor, esposa del Espíritu Santo, madre del Hijo eterno, ella deja desbordar su alegría ante su prima Isabel que alaba su fe: "Mi alma engrandece al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador... Por eso, todas las generaciones me llamarán bienaventurada". Ella mejor que ninguna otra criatura, ha comprendido que Dios hace maravillas: su Nombre es santo, muestra su misericordia, ensalza a los humildes, es fiel a sus promesas.
Sin que el discurrir aparente de su vida salga del curso ordinario, medita hasta los más pequeños signos de Dios, guardándolos dentro de su corazón. Sin que los sufrimientos queden ensombrecidos, ella está presente al pie de la cruz, asociada de manera eminente al sacrificio del Siervo inocente, como madre de dolores. pero ella está a la vez abierta sin reserva a la alegría de la Resurrección; también ha sido elevado, en cuerpo y alma, a la gloria del cielo. Primera redimida, inmaculada desde el momento de su concepción, morada incomparable del Espíritu, habitáculo purísimo del Redentor de los hombres, ella es el mismo tiempo la Hija amadísima de Dios y, en Cristo, la Madre universal. Ella es el tipo perfecto de la Iglesia terrestre y glorificada.
Qué maravillosas resonancias adquieren en su singular existencia de Virgen de Israel las palabras proféticas relativas a la nueva Jerusalén: "Altamente me gozaré en el Señor y mi alma saltará de júbilo en mi Dios, porque me vistió de vestiduras de salvación y me envolvió en manto de justicia, como esposo que se cine la frente con diadema, y como esposa que se adorna con sus joyas". Junto con Cristo, ella recapitula todas las alegrías, vive la perfecta alegría prometida a la Iglesia: "Mater plena sanctae laetitiae" y, con toda razón, sus hijos de la tierra, volviendo los ojos hacia la madre de la esperanza y madre de la gracia, la invocan como causa de su alegría: "Causa nostrae laetitiae".
Después de María, la expresión de la alegría más pura y ardiente la encontramos allá donde la Cruz de Jesús es abrazada con el más fiel amor, en los mártires, a quienes el Espíritu Santo inspira, en el momento crucial de la prueba, una espera apasionada de la venida del Esposo. San Esteban, que muere viendo los cielos abiertos, no es sino el primero de los innumerables testigos de Cristo.
También en nuestros días y en numerosos países, cuántos son los que, arriesgando todo por Cristo, podrían afirmar como el mártir san Ignacio de Antioquia: "Con gran alegría os escribo, deseando morir. Mis deseos terrestres han sido crucificados y ya no existe en mí una llama para amar la materia, sino que hay en mí un agua viva que murmura y dice dentro de mí: "Ven hacia el Padre".
Asimismo, la fuerza de la Iglesia, la certeza de su victoria, su alegría al celebrar el combate de los mártires, brota al contemplar en ellos la gloriosa fecundidad de la Cruz. Por eso nuestro predecesor san León Magno, exaltando desde esta Sede romana el martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo exclama: "Preciosa es a los ojos del Señor la muerte de sus santos y ninguna clase de crueldad puede destruir una religión fundada sobre el misterio de la Cruz de Cristo. La Iglesia no es empequeñecida sino engrandecida por las persecuciones; y los campos del Señor se revisten sin cesar con más ricas mieses cuando los granos, caídos uno a uno, brotan de nuevo multiplicados.
Pero existen muchas moradas en la casa del Padre y, para quienes el Espíritu Santo abrasa el corazón, muchas maneras de morir a sí mismos y de alcanzar la santa alegría de la resurrección. La efusión de sangre no es el único camino. Sin embargo, el combate por el Reino incluye necesariamente la experiencia de una pasión de amor, de la que han sabido hablar maravillosamente los maestros espirituales.
Y en este campo sus experiencias interiores se encuentran, a través de la diversidad misma de tradiciones místicas, tanto en Oriente como en Occidente. Todas presentan el mismo recorrido del alma, "per crucem ad lucem", y de este mundo al Padre, en el soplo vivificador del Espíritu.
Cada uno de estos maestros espirituales nos ha dejado un mensaje sobre la alegría. En los Padres Orientales abundan los testimonios de esta alegría en el Espíritu. Orígenes, por ejemplo, ha descrito en muchas ocasiones la alegría de aquel que alcanza el conocimiento íntimo de Jesús: "Su alma es entonces inundada de alegría como la del viejo Simeón.