jueves, 8 de noviembre de 2012
MONS. JOSÉ IGNACIO MUNILLA: LA HERIDA DEL PANSEXUALISMO
Una segunda característica de nuestro tiempo y de nuestra cultura es el fenómeno del pansexualismo o del hipererotismo ambiental que invade prácticamente todos los ámbitos y espacios. Parece como si viviéramos una ‘alerta sexual’ permanente, que condiciona lo más cotidiano de la vida. El bombardeo de erotismo es tal que facilita las adicciones y conductas compulsivas, provoca innumerables desequilibrios y la falta de dominio de la propia voluntad, hasta el punto de hacernos incapaces para la donación. Es obvio que la fe y la religiosidad se ven seriamente comprometidas, en la medida en que jóvenes y adultos no sean capaces de mantener una capacidad crítica ante una visión fragmentada y desintegrada de la afectividad, la sexualidad y el amor.
No es nada fácil vivir en coherencia los valores evangélicos en medio de una cultura dominada por el materialismo y el hipererotismo. Es más, ocurre que como hay muchos jóvenes que han nacido y crecido en este contexto cultural pansexualista, llegan a percibirlo como normal. Es lo que le ocurre a quien ha nacido y vivido a seis mil metros de altura: se ha acostumbrado a esa presión atmosférica. Pero aunque él no lo perciba subjetivamente, la presión atmosférica en la que vive, afecta objetivamente a su organismo y a su salud.
Por ello, para poder percibir la herida afectiva de nuestra generación, es necesario partir de un profundo conocimiento antropológico y teológico de la vocación al amor que todos hemos recibido y llevamos grabada en lo más hondo de nuestro corazón. Para ello os invito a leer los diversos documentos del Magisterio de la Iglesia; el más reciente de ellos, publicado por la CEE, se titula “La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar” (2012).
La Iglesia no se cansa de predicar que el origen del amor no se encuentra en el hombre, ya que la fuente originaria del amor es el misterio de Dios mismo, que se revela y sale al encuentro del hombre. A partir de ese amor originario entendemos que cada uno de nosotros hemos sido creados para amar, y que el amor humano es una respuesta al amor divino. Aprender a amar consiste, en primer lugar, en recibir el amor, en acogerlo, en experimentarlo y hacerlo propio.
Creer en el amor divino es vivir con la esperanza de la victoria del amor. Al mismo tiempo, la Iglesia enseña que la verdad del amor está inscrita en el lenguaje de nuestro cuerpo. En efecto, el hombre es espíritu y materia, alma y cuerpo; en una unión sustancial, de forma que el sexo no es una especie de prótesis en la persona, sino que pertenece a su núcleo más íntimo. Es la persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad, de forma que jugar con el sexo, es jugar con la propia personalidad.
En consecuencia, la Iglesia no se ha limitado a predicar la belleza teológica de la vocación al amor, sino que también ha realizado una denuncia profética de las graves deformaciones que se han producido en torno a la llamada ‘revolución sexual’ de “Mayo del 68”. Es especialmente interesante, en lo que a este punto se refiere, la Instrucción Pastoral de la CEE, que lleva el título de “La familia, santuario de la vida, esperanza de la sociedad” (2001). En nuestra cultura se ha perdido en buena parte el sentido y el valor de la sexualidad. ¿Cómo ha ocurrido esto? El documento lo describe de la siguiente forma:
En primer lugar se produjo un ‘divorcio’ entre sexo y procreación: La difusión de la anticoncepción fue determinante para provocar este —digamos— ‘divorcio’ entre sexo y procreación. En muy poco espacio de tiempo, la utilización masiva de los anticonceptivos terminó por cambiar la mentalidad de la sociedad frente a la sexualidad. La relación sexual ya no significa abrir la puerta a la vida. Se banaliza el gesto sexual, pasando a ser un gesto sin densidad y sin trascendencia, incluso llegando a convertirse en una mera diversión, un juego. Más aún, con el tiempo, ni la relación sexual se identifica con la vida, ni tampoco la vida se identifica necesariamente con la relación sexual. La ‘fecundación in vitro’ es la que termina de completar el desgaje entre sexo y procreación.
Después vino el ‘divorcio’ entre amor y matrimonio: De la mano del primer ‘divorcio’ entre sexo y procreación, vino el segundo ‘divorcio’ entre amor y matrimonio. Se argumentó diciendo que el amor es una realidad demasiado hermosa y grande como para encerrarla en el estrecho marco de la normativa jurídica. El “Mayo del 68” llama ‘fríos papeles grises’ a ese contexto legal que no hace otra cosa que proteger a los débiles: a la madre y sobre todo, al niño. Sin embargo, la mentalidad liberal-anárquica de “Mayo del 68” llega a presentar el matrimonio como la tumba del amor. ¿Por qué iba a ser necesario un contrato jurídico para vivir un encuentro sexual cuando dos se aman?
Finalmente se produjo un tercer ‘divorcio’ entre sexo y amor: Merece la pena detenerse un poco para percibir el cambio tan enorme que ha dado la sociedad española en no mucho tiempo. En el momento presente la gran mayoría de las parejas conviven antes del matrimonio. Y también, cada vez son más numerosas las que conviven sin necesidad de casarse nunca. La mera convivencia ha llegado a ser una forma práctica de ahorrarse los trámites del divorcio. Pero claro, con el paso del tiempo el divorcio entre amor y matrimonio, ha terminado derivando en el divorcio entre sexo y amor. Parafraseando un título cinematográfico: “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”.
Cuando yo era joven —¡que conste que no hace tanto tiempo!— en lo que entonces era la reivindicación liberal de nuestra generación, se clamaba contra la moral católica, por su pretensión de retardar la relación sexual hasta después del matrimonio. El grito de guerra era: “¡Si se quieren, si su amor es sincero, ¿por qué tienen que esperar a casarse?!”.Pero, fijaos bien, que ahora hemos pasado del “si se quieren” al “aquí te pillo, aquí te mato”, como una vivencia generalizada en las relaciones sexuales entre los jóvenes, y no tan jóvenes… La sexualidad ha dejado de ser la expresión de la entrega total de dos personas que se aman, para pasar a ser un instrumento de diversión, e incluso, un instrumento para hacerse daño el uno al otro. Esto último, lo de utilizar el sexo para vengarse o hacerse daño, es muy frecuente: “si él ha jugado conmigo, yo también sabré jugar con otros. No voy a volver a sufrir de esta manera, no me volverán a hacer daño. Simplemente me divertiré con ellos”.
En resumen, la concatenación de ‘divorcios’ o ‘rupturas’ en la antropología del amor, ha llevado a que el amor deje de informar la sexualidad desde dentro. El sexo tendría sentido por sí mismo, dejando ya de ser un vehículo del afecto y del amor. Esta ruptura entre el lenguaje sexual del cuerpo y el amor, es una distorsión que incapacita claramente para la fidelidad. Toda esta deriva concluye en una gran dificultad psicológica y moral para vivir la vocación al amor en fidelidad, que —no lo dudemos— es lo único que puede hacernos felices.
Tenemos que reseñar todavía una dificultad añadida: Según el Ministerio de Salud Pública, la edad de comienzo en el consumo del alcohol son los 13 años. Es obvio que el consumo del alcohol está directamente vinculado a eso que se llama ‘el rollo’, ‘pillar cacho’. El recurso al alcohol suele conllevar la anulación del sentido del pudor, y la desinhibición de los principios morales.
Pero es que además, la infidelidad no sólo impide establecer relaciones de amor duraderas, sino que va más allá, ¡impide construir la propia personalidad! La cultura del ‘rollo’ termina provocando una crisis muy grave, porque llega a sembrar la idea de que la libertad se identifica con no comprometerse; es decir: la fidelidad implicaría esclavitud, mientras que la infidelidad implicaría libertad.
Pues bien, volvemos a preguntarnos en esta “segunda herida”, como hicimos en la primera del narcisismo: ¿En qué deberíamos incidir especialmente en este momento en el que queremos dirigir la Nueva Evangelización a los jóvenes, de forma que podamos ayudar en la sanación de la herida del pansexualismo o de la impureza, y contribuyamos a hacer posible la vivencia gozosa de la castidad en el seguimiento de Cristo?
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