viernes, 16 de noviembre de 2012

HANS URS VON BALTHASAR: EL DÍA Y LA HORA NADIE LO SABE...

“El día y la hora nadie lo sabe”. El evangelio del fin del mundo es extrañamente complejo y heterogéneo. No se trata de un reportaje sobre los acontecimientos venideros, son de un texto que reúne diversos aspectos que nosotros no acertamos a conciliar. Primero se anuncia la angustia del fin de los tiempo con imágenes de catástrofes cósmicas, y después la venida del Hijo del Hombre para el juicio, con motivo del cual los ángeles reúnen a los elegidos (extrañamente sólo a ellos). A continuación se habla de los signos precursores, por los que se debe reconocer que el fin está cerca, y luego de su inminencia; pero inmediatamente después se dice que nadie conoce el día y la hora: ni los ángeles, ni siquiera el Hijo, sino sólo el Padre. Y sin embargo las palabras de Jesús sobrevivirán a la destrucción del cielo y de la tierra. Deberíamos dejar a cada afirmación su significación propia, y no querer englobar todo esto en un sistema unitario. Ante todo la perenne inminencia del fin, válida para cualquier generación. Estas palabras son más imperecederas que nosotros y que todas las generaciones. Y también la posibilidad de discernir los signos precursores: no amenazas o catástrofes históricas, sino un estado del mundo como tal anuncia su fin. Nosotros no podemos calcular nada, pues ni siquiera el Hijo sabe el día y la hora”.
Muchos despertarán”. Daniel (en la primera lectura) es el primer apocalíptico que conocemos, el modelo, en varios aspectos, de los apocalípticos posteriores. También en él las líneas se entrecruzan: extrema angustia y al mismo tiempo protección del pueblo de Dios, operándose también aquí una separación: los elegidos y los que no lo son; los primeros resucitarán para la vida eterna y los segundos para perpetua ignominia. Tampoco aquí se ofrece un reportaje; sino una llamada de atención a las conciencias sobre la última decisión del hombre por Dios y de Dios por el hombre.
“Un solo sacrificio”. Más allá de toda la incertidumbre en la que se ha de dejar necesariamente al hombre si éste ha de permanecer realmente en vela, aparece (en la segunda lectura) la única certeza de que Jesús ha ofrecido el sacrificio único, irrepetible y perpetuo por los pecados del mundo, una certeza que, sin embargo, nosotros no podemos manipular. La acción sacrificial de Cristo es hasta tal punto única e irrepetible que se puede hablar de su “espera… hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies”. Y sin embargo se nos priva de nuevo de todo acomodo, de toda seguridad adormecedora, pues se dice que este sacrificio que basta para siempre es ofrecido por “los que van siendo consagrados”: se puede decir también por los que dejan realizarse en ellos esta consagración por la acción amorosa de Dios y no se resisten a ella. De este modo se nos concede una auténtica esperanza cristiana (en caso de que reconozcamos la acción sacrificial de Dios) pero no una certeza, pues ésta no es conveniente para el hombre peregrino en la tierra.

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