María es Reina; Reina y Señora de todo lo creado. A través de los siglos los cristianos así la reconocieron en Oriente y Occidente. Al Papa Pío XII correspondió el honor de fundamentar la doctrina sobre la Realeza de María e instituir su fiesta, en su magna encíclica Ad Coeli Reginam, uno de los hechos dominantes del primer Año Mariano Universal.
En ella nos dice: Hemos recogido de los monumentos de la antigüedad cristiana, de las oraciones de la liturgia, de la innata devoción del pueblo cristiano, de las obras de arte, de todas partes, expresiones y acentos según los cuales la Virgen Madre de Dios está dotada de la dignidad real, y hemos demostrado también que las razones sacadas por la Sagrada Teología del tesoro de la fe divina, confirman plenamente esta verdad. De tantos testimonios aportados se forma un concierto, cuyo eco llega a espacios extensísimos, para celebrar la suma alteza de la dignidad de la Madre de Dios y de los hombres, la cual ha sido exaltada a los reinos celestiales por encima de los coros angélicos.
Pío XII, Encíclica Ad Coeli Reginam
11 de octubre de 1954
El 1º de noviembre del mismo año, en la Basílica Santa María la Mayor, ante 450 delegaciones de los santuarios marianos más importantes del mundo, que llevaban sus estandartes con las Imágenes de sus advocaciones, el Papa Pío XII proclamó la Realeza de María, y coronó a la Virgen como Reina del Mundo en su Icono Salus Populi Romani, y explicó el sentido de esa realeza:
La realeza de María es una realeza ultraterrena, la cual, sin embargo, al mismo tiempo penetra hasta lo más íntimo de los corazones y los toca en su profunda esencia, en aquello que tienen de espiritual y de inmortal. El origen de las glorias de María, en el momento culmen que ilumina toda su persona y su misión, es aquél en que, llena de gracia, dirigió al arcángel Gabriel el Fiat que manifestaba su consentimiento a la divina disposición, de tal forma que Ella se convertía en Madre de Dios y Reina, y recibía el oficio real de velar por la unidad y la paz del género humano.
Pío XII, Alocución Le testimonianze
1º de noviembre de 1954
María es coronada como Reina del Cielo, por la Santísima Trinidad. Su corona es el Amor de las tres Divinas Personas.
Su corona son las doce estrellas que nos muestra el Apocalipsis, que simbolizan las doce tribus de Israel y los doce Apóstoles, con todos nosotros, sus hijos.
Su corona es también el conjunto de dones, privilegios y glorias que le ha regalado el Creador, sólo concedidos a Ella, su obra perfectísima.
La Virgen Santísima también es coronada en la tierra por nuestro amor de hijos, cada vez que le rezamos el Rosario. Continuamente, en todo el mundo, se ofrecen a María infinidad de Rosarios, coronas de amor que el mismo Dios nos da para que coronemos a su Madre.
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