¿En qué se funda el martirio? La respuesta es sencilla: en la muerte
de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la cruz a fin
de que pudiéramos tener la vida (cf. Jn 10, 10). Cristo es el siervo que sufre, de quien habla el profeta Isaías (cf. Is 52, 13-15), que se entregó a sí mismo como rescate por muchos (cf. Mt
20, 28). Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar
cada día nuestra cruz y a seguirlo por el camino del amor total a Dios
Padre y a la humanidad: «El que no toma su cruz y me sigue —nos dice— no
es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda
su vida por mí, la encontrará» (Mt 10, 38-39). Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y dar vida (cf. Jn
12, 24). Jesús mismo «es el grano de trigo venido de Dios, el grano de
trigo divino, que se deja caer en tierra, que se deja partir, romper en
la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en
todo el mundo» (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia luterana de Roma, 14 de marzo de 2010; L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 21 de marzo de 2010, p. 8). El mártir sigue
al Señor hasta las últimas consecuencias, aceptando libremente morir
por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor (cf. Lumen gentium, 42).
Una vez más, ¿de dónde nace la fuerza para afrontar el martirio? De
la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación
al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta
a una iniciativa y a una llamada de Dios; son un don de su gracia, que
nos hace capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia,
y así al mundo. Si leemos la vida de los mártires quedamos sorprendidos
por la serenidad y la valentía a la hora de afrontar el sufrimiento y
la muerte: el poder de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en
la pobreza de quien se encomienda a él y sólo en él pone su esperanza
(cf. 2 Co 12, 9). Pero es importante subrayar que la gracia de
Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta el martirio, sino,
al contrario, la enriquece y la exalta: el mártir es una persona
sumamente libre, libre respecto del poder, del mundo: una persona libre,
que en un único acto definitivo entrega toda su vida a Dios, y en un
acto supremo de fe, de esperanza y de caridad se abandona en las manos
de su Creador y Redentor; sacrifica su vida para ser asociado de modo
total al sacrificio de Cristo en la cruz. En una palabra, el martirio es
un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios.
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