Todo iconógrafo, después de haber recibido una consagración de sus manos para ejercitar en la Iglesia este sublime misterio de ser pintor de la belleza y mensajero de la luz que revela la imagen, empieza su servicio pintando precisamente el icono de la Transfiguración del Señor.
Entre otras, porque toda imagen es como un reflejo del rostro luminoso y glorioso del Cristo, como aparece en el Tabor; porque el iconógrafo tiene que plasmar en colores y símbolo la imagen interior contemplada por él en su propia oración, y porque tiene que comunicar a los demás con su arte algo de los rayos divinos que iluminaron a los apóstoles en el monte de la oración. (P. Omar França SJ: Con fundamento, boletín electrónico de la parroquia de la Fundación)
Cuenta Santa Teresa que hablando de Dios con el Padre García de Toledo, su confesor, vio a Jesús transfigurado que le dijo: "En estas conversaciones yo siempre estoy presente". Y el Padre se hizo presente y su voz desde la nube decía: "Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo". Era como decirles: No os escandalicéis de su muerte en cruz, es mi voluntad y el único camino de la Redención. Ese hombre que camina hacia la muerte es mi Hijo, que no sólo tiene la naturaleza de Dios, sino que también recibe su poder. Seguid el camino que él va a recorrer. Su muerte y vuestra muerte terminarán en una glorificación transfigurada. Esa es la cara oculta de Jesús que no veíais. Estaba oculta y seguirá estándolo, pero ya habéis visto momentáneamente, que la oscuridad de la cruz, encubre la luz encendida e inmarcesible.
Como Israel salió de Egipto en dirección a la tierra prometida, el éxodo de Cristo desde Jerusalén, irá de la muerte a la resurrección. A Pedro se le ha quedado grabada hondamente la escena y nos lo dice: "El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la grandiosa gloria se le hizo llegar esta voz: “Este es mi hijo, a quien yo amo, mi predilecto”. Esta voz llegada del cielo, la oímos nosotros estando con él en la montaña sagrada. Es una lámpara que brilla en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana nazca en vuestros corazones" (2 Pd 1,18). La Palabra del Padre nos invita a la obediencia a Jesús, cuya vida y palabra es el camino trazado por el Padre, que nos manda escucharle para caminar con Jesús en el desierto, hasta la crucifixión solemne, o pequeña y escondida, y la resurrección, ya que el Apóstol nos asegura que "transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo" (2 Cor 3,18).
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