martes, 14 de agosto de 2018

DIÁCONO JORGE NOVOA: HAY QUE VOLVERSE HIJOS (NIÑOS) ( Mt 18,1-5.10.12-14)

En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
-«¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?»
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:
-«Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mi. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. ¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.»


La pregunta inicial, dirige la temática abordada por Jesús para instruir a sus discípulos, sobre algo central: quién es  el más "importante" o el más "grande" en el Reino  de los cielos?

Cómo se mide esta supuesta grandeza o importancia? Sirven de algo los parámetros que utiliza la cultura contemporánea? Quienes son "importantes" o "grandes" según el "mundo"?

La soberbia y vanidad que anidan en el corazón humano reclaman reconocimientos y puestos de destaque, este pecado se encuentra presente en el mundo religioso, Jesús lo ha denunciado en los escribas y fariseos, decía que ellos,  apreciaban ser reconocidos y  saludados con deferencia. El corazón de los creyentes, de modo desordenado, crece en los reclamos de reconocimientos y distinciones, juzga de las cosas de Dios según las categorías que impone la cultura de la vanidad.

Jesús responde, poniendo ante ellos a un niño e invitando a volverse como él. Si de algo estamos seguros,  es que esta presencia, la del niño, hace comprender la respuesta a la pregunta, el niño no vive movido por los reconocimientos humanos.

La tarea es "volverse niños",dependientes del Padre celestial que ve en lo secreto y recompensa dándose él mismo, aceptando el auxilio de la Providencia, que cuida de las aves del cielo y los lirios del campo. Esto es lo que vuelve "grandes"  a los discípulos, la confianza en el Padre y el abandono confiado en sus brazos. Aquí sí hay grandeza , evangelicamente hablando, cuando los corazones  se filializan en el amor del Padre y viven de cara a Él.

Atenta contra esto la autosuficiencia y soberbia que muchas veces anidan en nuestros corazones, y que es necesario con la gracia de Dios extirpar. El que cree que todo lo puede o que no necesita nada ,ni de nadie, se excluye de la obra de filialización del corazón. Ser grande es vivir recibiéndose  como don del Padre,  sirviendo a los hermanos con generosidad, siendo evangélicamente pobres, es decir, colmado por la superabundancia del amor de Dios.

El niño tiene tiempo, tiempo gratuito no acaparado avaramente, sin agendas en las que de antemano se ha vendido cada minuto a lo importante, en donde nunca aparece Dios. En el niño aparece siempre la capacidad de asombro, esa que Jesús expresa con oraciones al Padre: te doy gracias Padre...

Los rasgos del niño-hijo hay que buscarlos en Jesús. Resaltan su humildad y mansedumbre, su existencia eucarística, vivida en una permanente acción de gracias, consciente de recibirse del Padre y de ser don para la humanidad.

Ser niños, es vivir  a ejemplo de Jesús las bienaventuranzas ,lo que tenemos, lo hemos recibido, aquí está nuestra seguridad, no en que buscamos reconocimientos , buscamos la Gloria de Dios. Qué paz podemos experimentar!!! Sabemos que podemos correr a los brazos del Señor si estamos atemorizados, que podemos elevarnos por la acción del Espíritu y clamar, Padre.

Finalmente la maravillosa paradoja divina, en el Reino los pequeños son grandes. El Señor nos enseña a ver en ese niño, lo que significa, lo que supone ser grandes para el Reino, y nos enseña a valorar e imitar,  a los "grandes" a los ojos de Dios.

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