DIASCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI:Sin darse cuenta se cayó en la auto secularización de muchas comunidades eclesiales...

Queridos hermanos en el episcopado:

Con sentimientos de íntima alegría y amistad, os acojo y saludo a todos y cada uno de vosotros, amados pastores de las Regiones Oeste 1 y 2 en el ámbito de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil. Con vuestro grupo se abre una larga peregrinación de los miembros de esta Conferencia Episcopal en visita ad limina Apostolorum, que me dará ocasión de conocer mejor la realidad de las respectivas comunidades diocesanas. Serán jornadas de un compartir fraterno para reflexionar juntos sobre las cuestiones que os preocupan. Un momento profundamente esperado desde aquellos inolvidables días de mayo de 2007, en los que durante mi visita a vuestro país pude experimentar todo el cariño del pueblo brasileño por el Sucesor de Pedro y, de modo especial, cuando tuve la posibilidad de abrazar con la mirada a todo el episcopado de esta gran nación en el encuentro en la catedral de la Sé, en San Pablo.

En efecto, sólo el gran corazón de Dios puede conocer, guardar y gobernar la multitud de hijos e hijas que Él mismo engendró en la inmensa vastedad de Brasil. A lo largo de nuestros coloquios de estos días, han salido a la luz algunos de los desafíos y problemas a los que os enfrentáis, como el arzobispo de Campo Grande refería al principio de este encuentro nuestro. Impresionan las distancias que vosotros mismos, juntamente con vuestros sacerdotes y demás agentes misioneros, tenéis que recorrer para servir y animar pastoralmente a vuestros respectivos fieles, muchos de ellos afectados por los problemas propios de una urbanización relativamente reciente, en la que el Estado no siempre consigue ser un instrumento de promoción de la justicia y del bien común. ¡No os desaniméis! Recordad que el anuncio del Evangelio y la adhesión a los valores cristianos, como afirmé recientemente en la encíclicaCaritas in Veritate "es un elemento útil y al mismo tiempo indispensable para la construcción de una buena sociedad y de un verdadero desarrollo humano integral". Le agradezco, monseñor Vitório Pavanello (arzobispo de Campo Grande, n.d.t.) por las amables palabras y y delicados sentimientos que me dirige en nombre de todos a las que deseo responder con votos de paz y prosperidad para el pueblo brasileño en este significativo día de su Fiesta Nacional.

Como Sucesor de Pedro y Pastor universal, puedo aseguraros que mi corazón vive día a día vuestras inquietudes y fatigas apostólicas, sin cesar de recordar ante Dios los desafíos a los que os enfrentáis en el crecimiento de vuestras comunidades diocesanas. En nuestros días, y concretamente en Brasil, los trabajadores de la mies del Señor siguen siendo pocos para una cosecha que es grande (cf. Mateo 9, 36-37). A pesar de la escasez que se percibe, es verdaderamente esencial una formación adecuada de aquellos que están llamados a servir al pueblo de Dios. Por esta razón, en el ámbito del Año Sacerdotal en curso, permitidme que me detenga hoy a reflexionar con vosotros, amados obispos del Oeste brasileño, sobre la tarea más importante de vuestro ministerio episcopal, que es la generación de nuevos pastores.

Aunque Dios sea el único capaz de sembrar en el corazón humano la llamada al servicio pastoral de su pueblo, todos los miembros de la iglesia deberían preguntarse sobre la íntima urgencia y el compromiso real con que sienten y viven esta causa. Un día, cuando algunos de los discípulos contemporizaban observando que faltaban "aún cuatro meses" para la cosecha, Jesús rebatió: "Pues bien, yo os digo: alzad vuestros ojos y ved los campos, que ya blanquean para la siega" (Jn 4, 35). ¡Dios no ve como el hombre! La prisa del buen Dios está dictada por su deseo de que "todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1Timoteo 2, 4). Hay muchos que parecen querer consumir la vida entera en un minuto, otros que vagan en el tedio y la inercia, o se abandonan a violencias de todo género. En el fondo, no son más que vidas desesperadas que buscan esperanza, como lo demuestra una extendida, aunque a veces confusa, exigencia de espiritualidad, una renovada búsqueda de puntos de referencia para retomar el camino de la vida.

Apreciados hermanos, en las décadas posteriores al Concilio Vaticano II, algunos interpretaron la apertura, no como una exigencia del ardor misionero del Corazón de Cristo, sino como un paso a la secularización, vislumbrando en ella algunos valores de gran densidad cristiana como la igualdad, la libertad, la solidaridad, mostrándose disponibles a hacer concesiones y a descubrir campos de cooperación. Se asistió a intervenciones de algunos responsables eclesiales en debates éticos, que respondían a las expectativas de la opinión pública, pero que dejaban de hablar de ciertas verdades fundamentales de la fe, como del pecado, de la gracia, de la vida teologal y de los novísimos. Sin darse cuenta se cayó en la auto secularización de muchas comunidades eclesiales; éstas, esperando agradar a los que no venían, vieron partir, defraudados y desilusionados, a muchos de los que formaban parte de ellas: nuestros contemporáneos, cuando vienen a nosotros, quieren ver lo que no ven en otro sitio, es decir, la alegría y la esperanza que brotan del hecho de que estamos con el Señor resucitado.

Actualmente hay una nueva generación ya nacida en este ambiente eclesial secularizado que, en lugar de buscar apertura y consensos, ve cómo, en la sociedad, el foso de las diferencias y contraposiciones al Magisterio de la Iglesia, sobre todo en el campo ético, se hace cada vez más grande. En este desierto de Dios, la nueva generación siente una gran sed de trascendencia.

Son los jóvenes de esta nueva generación los que llaman a la puerta del Seminario, y que necesitan encontrar formadores que sean verdaderos hombres de Dios, sacerdotes totalmente dedicados a la formación, que den testimonio del don de sí mismos a la Iglesia, a través del celibato y de la vida austera, según el modelo de Cristo el Buen Pastor. Así, estos jóvenes aprenderán a ser sensibles al encuentro con el Señor, en la participación diaria en la Eucaristía, amando el silencio y la oración, procurando en primer lugar la gloria de Dios y la salvación de las almas. Amados hermanos, como sabéis, es tarea del obispo establecer los criterios esenciales para la formación de los seminaristas y de los presbíteros en la fidelidad a las normas universales de la Iglesia: en este espíritu deben desarrollarse las reflexiones sobre este tema, objeto de la asamblea plenaria de vuestra Conferencia Episcopal el pasado mes de abril.

Seguro de poder contar con vuestro celo en lo relativo a la formación sacerdotal, invito a todos los obispos, a sus sacerdotes y seminaristas, a reproducir en la vida la caridad de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, como hizo el Santo Cura de Ars. Y, con él, tomen por modelo y protección de su propia vocación a la Virgen Madre, que respondió de un modo único a la llamada de Dios, concibiendo en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para entregarlo a la humanidad. A vuestras diócesis, incluyendo la diócesis de Rondonópolis, cuyo pastor se ha visto imposibilitado para realizar esta visita, les envío un cordial y solidario saludo, y la certeza de mi oración, junto con una paternal Bendición Apostólica.

[Traducción del original portugués por Inma Álvarez

DISCURSO DO PAPA BENTO XVI
AOS BISPOS DA CONFERÊNCIA EPISCOPAL
DO BRASIL DOS REGIONAIS OESTE 1 E 2
EM VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Palácio Apostólico de Castel Gandolfo
Segunda-feira, 7 de Setembro de 2009

Queridos Irmãos no Episcopado

Com sentimentos de íntima alegria e amizade, acolho e saúdo a todos e cada um de vós, amados Pastores dos Regionais Oeste 1 e 2 no âmbito da Conferência Nacional dos Bispos do Brasil. Com o vosso grupo, abre-se a longa peregrinação dos membros desta Conferência Episcopal em visita ad limina Apostolorum, que me dará ocasião de conhecer melhor a realidade das respectivas comunidades diocesanas. Serão jornadas de partilha fraterna para refletirmos juntos sobre as questões que vos preocupam. Um momento profundamente esperado desde aqueles inesquecíveis dias de maio de dois mil e sete, em que durante a minha visita ao vosso país pude experimentar todo o carinho do povo brasileiro pelo Sucessor de Pedro e, de modo especial, quando tive a possibilidade de abraçar com o olhar todo episcopado desta grande nação no encontro na catedral da Sé, em São Paulo.

Com efeito, só o coração grande de Deus pode conhecer, guardar e reger a multidão de filhos e filhas que Ele mesmo gerou na vastidão imensa do Brasil. Ao longo dos nossos colóquios destes dias, emergiam alguns desafios e problemas que enfrentais, como o Arcebispo de Campo Grande referia ao início deste nosso encontro. Impressionam as distâncias que vós mesmos, juntamente com vossos sacerdotes e demais agentes missionários, tendes de percorrer para servir e animar pastoralmente os respectivos fiéis, muitos deles a braços com problemas próprios duma urbanização relativamente recente onde o Estado nem sempre consegue ser um instrumento de promoção da justiça e do bem comum. Não vos desanimeis! Lembrai-vos que o anúncio do Evangelho e a adesão aos valores cristãos, como afirmei recentemente na Encíclica Caritas in Veritate «é um elemento útil e mesmo indispensável para a construção duma boa sociedade e dum verdadeiro desenvolvimento humano integral» (n. 4). Obrigado, Senhor Dom Vitório, pelas amáveis palavras e devotados sentimentos que me dirigiu em nome de todos e que me apraz retribuir com votos de paz e prosperidade para o povo brasileiro neste significativo dia da sua Festa Nacional.

Como Sucessor de Pedro e Pastor universal, posso assegurar-vos que o meu coração vive dia a dia as vossas inquietudes e canseiras apostólicas, não cessando de lembrar junto de Deus os desafios que enfrentais no crescimento das vossas comunidades diocesanas. Em nossos dias, e concretamente no Brasil, os trabalhadores na Messe do Senhor continuam a ser poucos para a colheita que é grande (cf. Mt 9, 36-37). Não obstante a carência sentida, é verdadeiramente essencial uma adequada formação daqueles que são chamados a servir o Povo de Deus. Por essa razão, no âmbito do Ano Sacerdotal em curso, permiti que me detenha hoje a refletir convosco, amados Bispos do Oeste brasileiro, sobre a solicitude qualificativa do vosso ministério episcopal que é a geração de novos pastores.

Embora seja Deus o único capaz de semear no coração humano a chamada para o serviço pastoral do seu povo, todos os membros da Igreja deveriam interrogar-se sobre a urgência íntima e o real empenho com que sentem e vivem esta causa. Um dia, quando alguns dos discípulos temporizavam observando que faltavam «ainda quatro meses» para a colheita, Jesus rebateu: «Pois eu vos digo: Levantai os olhos e vede os campos, como estão dourados, prontos para a colheita» (Jo 4, 35). Deus não vê como o homem! A pressa do bom Deus é ditada pelo seu desejo de que «todos os homens se salvem e cheguem ao conhecimento da verdade» (1 Tm 2,4). Há tantos que parecem querer consumir a vida toda em um minuto, outros que vagueiam no tédio e na inércia, ou abandonam-se a violências de todo gênero. No fundo, não passam de vidas desesperadas à procura da esperança, como o demonstra uma difusa embora às vezes confusa exigência de espiritualidade, uma renovada busca de pontos de referência para retomar a estrada da vida.

Prezados Irmãos, nos decênios sucessivos ao Concílio Vaticano II, alguns interpretaram a abertura ao mundo, não como uma exigência do ardor missionário do Coração de Cristo, mas como uma passagem à secularização, vislumbrando nesta alguns valores de grande densidade cristã como igualdade, liberdade, solidariedade, mostrando-se disponíveis a fazer concessões e descobrir campos de cooperação. Assistiu-se assim a intervenções de alguns responsáveis eclesiais em debates éticos, correspondendo às expectativas da opinião pública, mas deixou-se de falar de certas verdades fundamentais da fé, como do pecado, da graça, da vida teologal e dos novíssimos. Insensivelmente caiu-se na auto-secularização de muitas comunidades eclesiais; estas, esperando agradar aos que não vinham, viram partir, defraudados e desiludidos, muitos daqueles que tinham: os nossos contemporâneos, quando vêm ter conosco, querem ver aquilo que não vêem em parte alguma, ou seja, a alegria e a esperança que brotam do fato de estarmos com o Senhor ressuscitado.

Atualmente há uma nova geração já nascida neste ambiente eclesial secularizado que, em vez de registrar abertura e consensos, vê na sociedade o fosso das diferenças e contraposições ao Magistério da Igreja, sobretudo em campo ético, alargar-se cada vez mais. Neste deserto de Deus, a nova geração sente uma grande sede de transcendência.

São os jovens desta nova geração que batem hoje à porta do Seminário e que necessitam encontrar formadores que sejam verdadeiros homens de Deus, sacerdotes totalmente dedicados à formação, que testemunhem o dom de si à Igreja, através do celibato e da vida austera, segundo o modelo do Cristo Bom Pastor. Assim esses jovens aprenderão a ser sensíveis ao encontro com o Senhor, na participação diária da Eucaristia, amando o silêncio e a oração, procurando, em primeiro lugar, a glória de Deus e a salvação das almas. Amados Irmãos, como sabeis, é tarefa do Bispo estabelecer os critérios essenciais para a formação dos seminaristas e dos presbíteros na fidelidade às normas universais da Igreja: neste espírito devem ser desenvolvidas as reflexões sobre este tema, objeto da assembléia plenária da vossa Conferência Episcopal, em abril passado.

Certo de poder contar com o vosso zelo no tocante à formação sacerdotal, convido todos Bispos, seus sacerdotes e seminaristas a reproduzirem na vida a caridade de Cristo Sacerdote e Bom Pastor, como fez o Santo Cura d’Ars. E, como ele, tomem por modelo e proteção da própria vocação a Virgem Mãe, que correspondeu de um modo único ao chamado de Deus, concebendo no seu coração e na sua carne o Verbo feito homem para doá-lo à humanidade. Às vossas dioceses, com uma cordial saudação e a certeza da minha oração, levai uma paterna Bênção Apostólica.

DISCORSO DEL SANTO PADRE BENEDETTO XVI
AI VESCOVI DELLA CONFERENZA EPISCOPALE DEL BRASILE (OVEST 1-2)
IN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Palazzo Apostolico di Castel Gandolfo
Lunedì, 7 settembre 2009

Cari Fratelli nell'Episcopato,

Con sentimenti d'intima gioia e di amicizia, accolgo e saluto tutti e ognuno di voi, amati Pastori dei Regionais Oeste 1 e 2, nell'ambito della Conferenza Nazionale dei Vescovi del Brasile. Con il vostro gruppo, si apre il lungo pellegrinaggio dei membri di questa Conferenza Episcopale in visita ad limina Apostolorum, che mi darà l'occasione di conoscere meglio la realtà delle vostre rispettive comunità diocesane. Saranno giornate di condivisione fraterna per riflettere insieme sulle questioni che vi preoccupano. Un momento profondamente atteso da quelle indimenticabili giornate di maggio del 2007, in cui, durante la mia visita nel vostro paese, ho potuto constatare tutto l'affetto del popolo brasiliano per il Successore di Pietro e, in modo particolare, quando ho avuto l'opportunità di abbracciare con lo sguardo l'intero episcopato di questa grande nazione nell'incontro nella Catedral da Sé di San Paolo.

In effetti, solo il cuore grande di Dio può conoscere, custodire e guidare la moltitudine di figli e figlie che Egli stesso ha generato nella vastità immensa del Brasile. Nel corso dei nostri colloqui di questi giorni, sono emersi alcuni problemi e sfide che dovete affrontare, come l'Arcivescovo di Campo Grande ha riferito all'inizio di questo incontro. Impressionano le distanze che voi stessi, insieme ai vostri sacerdoti e agli altri agenti missionari, dovete percorrere per servire e animare pastoralmente i vostri rispettivi fedeli, molti dei quali convivono con i problemi propri di una urbanizzazione relativamente recente, in cui lo Stato non sempre riesce a essere uno strumento di promozione della giustizia e del bene comune. Non vi scoraggiate! Ricordatevi che l'annuncio del Vangelo e l'adesione ai valori cristiani, come ho affermato di recente nell'Enciclica Caritas in veritate, "è elemento non solo utile, ma indispensabile per la costruzione di una buona società e di un vero sviluppo umano integrale" (n. 4). La ringrazio, monsignor Vitório Pavanello, per le cordiali parole e i devoti sentimenti che mi ha rivolto a nome di tutti e che sono lieto di contraccambiare con voti di pace e di prosperità per il popolo brasiliano in questo significativo giorno della sua Festa Nazionale.

Come Successore di Pietro e Pastore Universale, vi posso assicurare che il mio cuore vive ogni giorno le vostre preoccupazioni e fatiche apostoliche, non smettendo di ricordare presso Dio le sfide che affrontate nella crescita delle vostre comunità diocesane. In questi giorni, e concretamente in Brasile, gli operai nella messe del Signore continuano a essere pochi per la raccolta, che è grande (cfr. Mt 36-37). Nonostante tale carenza, resta veramente essenziale un'adeguata formazione di quanti sono chiamati a servire il Popolo di Dio. Per questo motivo, nell'ambito dell'Anno Sacerdotale in corso, permettetemi di soffermarmi oggi a riflettere con voi, amati Vescovi dell'Ovest brasiliano, sulla sollecitudine propria del vostro ministero episcopale che è quella di generare nuovi pastori.

Sebbene sia Dio l'unico capace di seminare nel cuore umano la chiamata al servizio pastorale del suo popolo, tutti i membri della Chiesa dovrebbero interrogarsi sull'urgenza intima e sull'impegno reale con cui sentono e vivono questa causa. Un giorno, ad alcuni discepoli che temporeggiavano osservando che mancavano "ancora quattro mesi" alla mietitura, Gesù rispose: "Ecco io vi dico: alzate i vostri occhi e guardate i campi che già biondeggiano per la mietitura" (Gv 4, 35). Dio non vede come l'uomo!

L'urgenza del buon Dio è dettata dal suo desiderio che "tutti gli uomini siano salvati e giungano alla conoscenza della verità" (1 Tm 2, 4). Ci sono tante persone che sembrano voler consumare l'intera vita in un minuto, altri che vagano nel tedio e nell'inerzia, o si abbandonano a violenze di ogni genere. In fondo, non sono altro che vite disperate alla ricerca della speranza, come dimostra una diffusa, sebbene a volte confusa, esigenza di spiritualità, una rinnovata ricerca di punti di riferimento per riprendere il cammino della vita.

Amati Fratelli, nei decenni successivi al Concilio Vaticano II, alcuni hanno interpretato l'apertura al mondo non come un'esigenza dell'ardore missionario del Cuore di Cristo, ma come un passaggio alla secolarizzazione, scorgendo in essa alcuni valori di grande spessore cristiano, come l'uguaglianza, la libertà e la solidarietà, e mostrandosi disponibili a fare concessioni e a scoprire campi di cooperazione. Si è così assistito a interventi di alcuni responsabili ecclesiali in dibattiti etici, in risposta alle aspettative dell'opinione pubblica, ma si è smesso di parlare di certe verità fondamentali della fede, come il peccato, la grazia, la vita teologale e i novissimi. Inconsciamente si è caduti nell'autosecolarizzazione di molte comunità ecclesiali; queste, sperando di compiacere quanti erano lontani, hanno visto andare via, defraudati e disillusi, coloro che già vi partecipavano: i nostri contemporanei, quando s'incontrano con noi, vogliono vedere quello che non vedono in nessun'altra parte, ossia la gioia e la speranza che nascono dal fatto di stare con il Signore risorto.

Attualmente c'è una nuova generazione nata in questo ambiente ecclesiale secolarizzato che, invece di registrare apertura e consensi, vede allargarsi sempre più nella società il baratro delle differenze e delle contrapposizioni al Magistero della Chiesa, soprattutto in campo etico. In questo deserto di Dio, la nuova generazione prova una grande sete di trascendenza.

Sono i giovani di questa nuova generazione a bussare oggi alla porta del seminario e ad aver bisogno di trovarvi formatori che siano veri uomini di Dio, sacerdoti totalmente dediti alla formazione, che testimonino il dono di sé alla Chiesa, attraverso il celibato e una vita austera, secondo il modello di Cristo Buon Pastore. Così questi giovani impareranno a essere sensibili all'incontro con il Signore, nella partecipazione quotidiana all'Eucaristia, amando il silenzio e la preghiera e cercando, in primo luogo, la gloria di Dio e la salvezza delle anime.

Amati Fratelli, come sapete, è compito del Vescovo stabilire i criteri fondamentali per la formazione dei seminaristi e dei presbiteri nella fedeltà alle norme universali della Chiesa: è in questo spirito che si devono sviluppare le riflessioni sul tema, oggetto dell'Assemblea Plenaria della vostra Conferenza Episcopale, svoltasi lo scorso aprile.

Certo di poter contare sul vostro zelo per quel che concerne la formazione sacerdotale, invito tutti i Vescovi, i loro sacerdoti e i seminaristi a riprodurre nella propria vita la carità di Cristo Sacerdote e Buon Pastore, come fece il santo Curato d'Ars. E, come lui, prendano come modello e protezione della propria vocazione la Vergine Madre, la quale rispose in modo unico alla chiamata di Dio, concependo nel suo cuore e nella sua carne il Verbo fatto uomo per donarlo all'umanità. Alle vostre diocesi, con un cordiale saluto e la certezza della mia preghiera, portate una paterna Benedizione Apostolica.